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Los relatos de La Milagrosa

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LA MUJER DE TRAPOS<br />

Puso el tabaco en el cenicero que tenía sobre el<br />

mostrador, tomó una canasta <strong>de</strong> pedidos y empezó<br />

a empacar con la serena actitud <strong>de</strong> todos sus movimientos,<br />

mientras seguía el hilo <strong>de</strong> la historia en<br />

voces y sonidos <strong>de</strong>l dramatizado radial. Yo no estaba<br />

allí, pero sé que así lo hizo, porque los años<br />

habían convertido todo comportamiento suyo en un<br />

ritual que yo observaba y memorizaba meticulosamente,<br />

como si ambos supiéramos que él muy pronto<br />

se iría <strong>de</strong> viaje por las islas bienaventuradas,<br />

<strong>de</strong>jándome esos rituales como motivo <strong>de</strong> reflexión<br />

para cuando me estuviera buscando a mí mismo<br />

en la raíz.<br />

Me llamó. Su grito salió por la ventana y llegó<br />

hasta el terraplén don<strong>de</strong> jugábamos bolas Coky,<br />

Ganzúa, <strong>La</strong> Cusca y yo.<br />

—Hay que llevar esta parva don<strong>de</strong> doña Sofía —<br />

me dijo.<br />

Entré en la casa, recibí la canasta, la llevé a mis<br />

hombros y salí.<br />

—Son cincuenta pesos —me dijo.<br />

El sueño <strong>de</strong> las canicas quedó en el terraplén,<br />

bajo el reino <strong>de</strong> la rivalidad <strong>de</strong> Cusca y Ganzúa.<br />

Subí por la veintinueve y, mientras caminaba,<br />

entré en el universo interior don<strong>de</strong> el tiempo se<br />

<strong>de</strong>tiene y la fuente <strong>de</strong> los pensamientos se rebosa<br />

como un manantial. Llegué al parque, pasé por la<br />

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