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Los relatos de La Milagrosa

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LA CURVA DE LOS ABURRIDOS<br />

<strong>Los</strong> ojos <strong>de</strong> Ella eran dos almendras; Él era espigado.<br />

Ómar y yo los espiábamos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el atar<strong>de</strong>cer.<br />

Mucho antes <strong>de</strong> que Él llegara, nos íbamos a jugar<br />

bolas o, simplemente, nos sentábamos en el quicio<br />

<strong>de</strong> una puerta frente a la casa <strong>de</strong> Ella.<br />

Se llamaba María Eugenia y sus labios eran hogueras<br />

encendidas.<br />

—¡Es la mujer más hermosa <strong>de</strong>l mundo! —juraba<br />

Ómar—. Cuando crezca, voy a estudiar y a conseguir<br />

plata para casarme con ella.<br />

En el crepúsculo, antes <strong>de</strong> que cayera el manto<br />

<strong>de</strong> sombra, Él se bajaba <strong>de</strong>l bus en la esquina: un<br />

pequeño salto, con el bus todavía en movimiento, y<br />

arqueaba la ceja <strong>de</strong>recha para saludar a Ómar, que<br />

era su amigo. Cruzaba la calle, <strong>de</strong>jándonos su fragancia<br />

<strong>de</strong> muchacho recién bañado con jabón <strong>de</strong><br />

mujer. Lo admirábamos, no sólo porque la tenía a<br />

Ella, sino porque era limpio y erguido. Cuando Él<br />

llegaba hasta la chambrana, Ella había abierto la<br />

puerta y estiraba los brazos para recibirlo con un<br />

beso que, <strong>de</strong> algún modo, Ómar y yo sentíamos a<br />

través <strong>de</strong> Él. Con ellos juntos, los colores <strong>de</strong> las<br />

casas <strong>de</strong>l barrio se hacían amables, las estrellas<br />

—que empezaban a salir— tenían un brillo más intenso<br />

y el aire reía. Ómar me señalaba el Pan<strong>de</strong>azúcar<br />

y sentíamos que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allí, la luna naciente<br />

nos hacía un guiño.<br />

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