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Los relatos de La Milagrosa

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Pero nunca faltaba el proyectil que diera justo<br />

en el postigo, abriéndolo <strong>de</strong>l todo y, mientras los<br />

<strong>de</strong>más hacían estragos en el interior, Ella tenía<br />

que arreglárselas para cerrarlo <strong>de</strong> nuevo. No obstante,<br />

seguía gritando:<br />

—¡Bandidos!... ¡Carroña inmunda!... ¡Asquerosos!...<br />

3<br />

Des<strong>de</strong> siempre la habíamos visto con el mismo<br />

vestido negro, largo; con los zapatos <strong>de</strong> tela gris;<br />

con su pelo entrecano grueso, corto, flechudo. Su<br />

presencia, por esa época, producía un extraño escozor<br />

en el cuerpo, por el color rojizo <strong>de</strong> su piel, por<br />

la <strong>de</strong>sproporción <strong>de</strong> su nariz aguileña y porque<br />

siempre estaba <strong>de</strong>scaspando en el cráneo, en el<br />

cuello y en los antebrazos. Sus movimientos eran<br />

rápidos y menudos como los <strong>de</strong> un roedor asustado.<br />

Con su madre, viuda <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la lejana juventud,<br />

vivían en la penumbra <strong>de</strong>l encierro, <strong>de</strong>l que sólo<br />

salían para hacer algunas compras ocasionales o<br />

para la misa <strong>de</strong> seis en las mañanas. El Pana<strong>de</strong>ro<br />

aseguraba que la había visto a Ella caminar hasta<br />

el atrio <strong>de</strong> la iglesia, arrodillarse y, <strong>de</strong> rodillas, con<br />

las manos abiertas, dirigirse por la nave central<br />

hasta el altar, don<strong>de</strong> se prosternaba ante el Señor,<br />

en una súplica excesiva y extraña.<br />

4<br />

Una mañana soleada <strong>de</strong> octubre, día abierto en<br />

medio <strong>de</strong> las lluvias, supimos que la madre, cuya<br />

voz <strong>de</strong>sconocíamos, había muerto durante la noche.<br />

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