Los relatos de La Milagrosa
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Estábamos jugando láminas de ciclistas al turrón, los tres. Ya se había acabado la vuelta a Colombia que Javier Suárez le ganó a Cochise en la última etapa y Panadero, el más hincha de Cochise, repetía todo el tiempo que muy bueno porque ésa era la única manera de que “El Ñato” se ganara una vuelta que además merecía. Cuando jugábamos los tres, ellos dos hablaban y yo escuchaba, tal vez con mayor atención que ellos mismos; por eso ahora yo recuerdo y ellos no, seguramente. —La mujer de Pajarito no se murió —respondió Coky. —¡Cómo! Ante la frase, imaginé a la mujer viva, pero el sentido no era ése. Para mi mente, yo era el testigo de un hecho macabro, uno de esos signos naturales que la vida deja sueltos a la libre interpretación de los hombres. Sin embargo, no eran más que especulaciones baldías, puesto que Coky estaba diciendo algo muy distinto. En mis largas meditaciones posteriores, reviví muchas veces ese instante y llegué incluso a divertirme con el juego de significados que se desprende de él: tres días antes, cuando la mujer vivía, Panadero había jurado que estaba muerta y, en ese momento, cuando estaba muerta, Coky afirmaba que no había muerto. —Pero si nosotros vimos el entierro. —Por eso, no se murió sola, la mataron. —¿Quién lo dijo? —La mataron. —Cuidado con esos chismes porque esos sí son peligrosos. —El que no quiera que no crea. —Entonces ¿quién la mató, pues? 35
—Quién iba a ser. Eso se sabe. —Y ¿con qué? —Con veneno, pero no cualquier veneno. Un veneno que va matando, va matando. Al escuchar esa frase, me dio escalofrío de nuevo. No sé por qué imaginé un arbusto al que se le arranca una hoja cada día hasta pelarlo. Después recordé la mirada de Pajarito y sentí la necesidad de colgarme de la ventana y mirar hacia adentro. En mi mente se sucedieron las imágenes de la sala con la vitrina, los frascos y los rollos de papel higiénico en la escasa estantería; después la misma sala sin vitrina y el ataúd rodeado de las ancianas rezanderas. Al recordar el rostro de Pajarito, sentado a un lado del ataúd, concluí que esa mirada no tenía el menor rastro de tristeza, ni de angustia, pero tampoco era una mirada feliz. Pajarito nunca ha tenido una mirada de alegría (al menos en el tiempo en que yo lo he observado, que son más de veinte años). —¿Quién tiene diez centavos? —pregunté. —Yo —respondió Panadero; a él le daban veinte centavos todos los días para llevar a la escuela y a veces ni se los gastaba. —Vamos a comprar coco y velitas. No sé por qué habíamos dejado de jugar sin darnos cuenta. —Bueno, vamos. Coky recogió la piedra con que jugaba. Él tenía una piedra planita, planita para jugar turrón y siempre la volvía a guardar. Panadero y yo cogíamos siempre la primera que encontrábamos en la calle. Tal vez por eso nos ganaba casi siempre, por su mística, por su devoción. Cuando llegamos, la ventana estaba abierta y la tienda, a pesar de la remoción, lucía vetusta y es- 36
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Estábamos jugando láminas <strong>de</strong> ciclistas al turrón,<br />
los tres. Ya se había acabado la vuelta a Colombia<br />
que Javier Suárez le ganó a Cochise en la<br />
última etapa y Pana<strong>de</strong>ro, el más hincha <strong>de</strong> Cochise,<br />
repetía todo el tiempo que muy bueno porque<br />
ésa era la única manera <strong>de</strong> que “El Ñato” se ganara<br />
una vuelta que a<strong>de</strong>más merecía.<br />
Cuando jugábamos los tres, ellos dos hablaban y<br />
yo escuchaba, tal vez con mayor atención que ellos<br />
mismos; por eso ahora yo recuerdo y ellos no, seguramente.<br />
—<strong>La</strong> mujer <strong>de</strong> Pajarito no se murió —respondió<br />
Coky.<br />
—¡Cómo!<br />
Ante la frase, imaginé a la mujer viva, pero el<br />
sentido no era ése. Para mi mente, yo era el testigo<br />
<strong>de</strong> un hecho macabro, uno <strong>de</strong> esos signos naturales<br />
que la vida <strong>de</strong>ja sueltos a la libre interpretación<br />
<strong>de</strong> los hombres. Sin embargo, no eran más<br />
que especulaciones baldías, puesto que Coky estaba<br />
diciendo algo muy distinto. En mis largas meditaciones<br />
posteriores, reviví muchas veces ese<br />
instante y llegué incluso a divertirme con el juego<br />
<strong>de</strong> significados que se <strong>de</strong>spren<strong>de</strong> <strong>de</strong> él: tres días<br />
antes, cuando la mujer vivía, Pana<strong>de</strong>ro había jurado<br />
que estaba muerta y, en ese momento, cuando<br />
estaba muerta, Coky afirmaba que no había<br />
muerto.<br />
—Pero si nosotros vimos el entierro.<br />
—Por eso, no se murió sola, la mataron.<br />
—¿Quién lo dijo?<br />
—<strong>La</strong> mataron.<br />
—Cuidado con esos chismes porque esos sí son<br />
peligrosos.<br />
—El que no quiera que no crea.<br />
—Entonces ¿quién la mató, pues?<br />
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