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Los relatos de La Milagrosa

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Era sábado porque no teníamos que ir a la escuela<br />

y yo estaba todavía acostado. Me puse a temblar<br />

bajo la cobija porque me dio escalofrío y los<br />

dientes me castañeaban, sin que pudiera evitarlo,<br />

ni poniéndome la mano en el mentón.<br />

No quise <strong>de</strong>cir nada, y nunca se lo conté tampoco<br />

a nadie porque yo, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> pequeño, soy <strong>de</strong> los<br />

que se guardan todo.<br />

Después <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sayuno me fui para la cuadra <strong>de</strong><br />

la casa <strong>de</strong> Pajarito y empecé a mirar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la acera<br />

<strong>de</strong> enfrente. Me dio miedo ver a la señora en el<br />

ataúd y me dio miedo acercarme a la casa. No sé<br />

cuánto tiempo estuve mirando esa casa. Leí más<br />

<strong>de</strong> veinte veces el cartel <strong>de</strong> la funeraria y, extrañamente,<br />

nunca pu<strong>de</strong> recordar ninguno <strong>de</strong> los nombres<br />

escritos allí; recuerdo tal vez una Z entre las<br />

letras. Des<strong>de</strong> don<strong>de</strong> me ubiqué podía ver hacia<br />

a<strong>de</strong>ntro a través <strong>de</strong> la puerta; Pajarito estaba en<br />

una silla junto al ataúd. De ahí no se paró en toda<br />

la mañana. Al velorio sólo entraban las ancianas,<br />

nadie más. Ellas se encargaban <strong>de</strong> rezar un rosario<br />

<strong>de</strong>trás <strong>de</strong> otro en todos los velorios. A las ancianas<br />

<strong>de</strong> <strong>La</strong> <strong>Milagrosa</strong> no les importa quién es el<br />

muerto para rezarlo; ellas saben que su <strong>de</strong>ber es<br />

invocar a las almas <strong>de</strong>l purgatorio y en ello ponen<br />

todo su fervor, su ciega fiebre.<br />

Al entierro, esa misma tar<strong>de</strong>, sólo fueron el carro<br />

mortuorio y dos taxis. Es el entierro más pobre que<br />

yo haya visto en toda mi vida. No vino nadie <strong>de</strong><br />

fuera <strong>de</strong>l barrio y ahí fue cuando nos dimos cuenta<br />

<strong>de</strong> que Pajarito no tenía ni familiares, ni amigos.<br />

5<br />

—¡Saben una cosa! —dijo Coky.<br />

—¿Qué? —preguntó Pana<strong>de</strong>ro.<br />

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