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Los relatos de La Milagrosa

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pel y vino hasta nosotros. Yo se las recibí y le pagué.<br />

Después le di dos manzanitas a Pana<strong>de</strong>ro y nos<br />

vinimos comiendo.<br />

—Esa señora está muerta ahí sentada —me dijo<br />

Pana<strong>de</strong>ro cuando nos habíamos alejado unos metros.<br />

—¡Qué va! —le respondí.<br />

—Yo la vi. Está sentada ahí, pero está muerta.<br />

—¡Devolvámonos a ver!<br />

Nos <strong>de</strong>volvimos.<br />

—¡Oiga! ¿<strong>de</strong> cuánto era la moneda que le di? —<br />

le pregunté al llegar.<br />

—De diez —respondió Pajarito. Su voz era muy<br />

<strong>de</strong>lgada. Era voz <strong>de</strong> hombre, pero <strong>de</strong>lgada. Ni suave<br />

ni chillona, sólo <strong>de</strong>lgada. Le venía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> a<strong>de</strong>ntro y<br />

al hablar se le inflaban las venas <strong>de</strong>l cuello. Le<br />

costaba trabajo hablar; tal vez por eso casi nunca<br />

<strong>de</strong>cía nada.<br />

Nos fuimos.<br />

—¿<strong>La</strong> viste? —me preguntó Pana<strong>de</strong>ro.<br />

—¡Claro!, está dormida.<br />

—Sí, pero ahora estaba muerta. No respiraba ni<br />

nada.<br />

—¡Qué va, no inventés bobadas!<br />

—¿Bobadas? ¿Usté no sintió el olor a muerto que<br />

viene <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el fondo <strong>de</strong> esa casa?<br />

Efectivamente yo había sentido el olor a siempreviva,<br />

mezclado con perfume y formol. Aunque<br />

he pensado mucho en ello <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces, no he<br />

podido compren<strong>de</strong>r lo que sucedió. Si alguien me<br />

contara una historia como esa, no la creería; no<br />

tanto por la historia en sí, sino por lo que sucedió<br />

al día siguiente: mi madre llegaba todas las mañanas<br />

con las noticias <strong>de</strong>l barrio y los chismes <strong>de</strong><br />

la carnicería. Ese día venía diciendo:<br />

—¡Se murió la mujer <strong>de</strong> Pajarito!<br />

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