Los relatos de La Milagrosa
Los relatos de La Milagrosa Los relatos de La Milagrosa
cinco o seis años, estoy dormido en una gruta solitaria junto a un extenso bosque de pinos, donde hay una hoguera que entibia el aire. Lentamente abro mis ojos y empiezo a sentir el eco de una gotera que cae allá en el fondo, produciendo una resonancia periódica y constante. En ese momento las llamas proyectan una sombra en la pared. Reconozco el escaso cabello crespo y la frente amplia y vertical proyectados. No me queda ninguna duda de que es él. Me llevo las manos a las venas del cuello y siento allí el precipitado latir de mi corazón. La sombra se inclina, yo estoy paralizado y sufro, sufro... En ese momento despierto en medio de un grito de horror, tengo que sentarme en la cama y decirme a mí mismo que sólo es un sueño y nada más. Ahora me es fácil calmarme, pero de niño solía llorar todo el día sin atreverme a confesar mi sueño. 3 ¿Qué extraño poder condujo mi destino para que naciera en La Milagrosa, justo a una cuadra de la casa de Pajarito? —Panadero, ¿vamos a comprar manzanitas? —No tengo plata. —Yo tengo. Mi mamá me dio diez centavos y los guardé para la salida. —Venga pues. Veníamos de la escuela al mediodía. El Panadero siempre salía solo. Algunas veces yo lo alcanzaba y trataba de hablarle; él se limitaba a contestarme y seguía caminando. Creo que nunca llegué a preocuparme porque fuera tan callado; a su lado 4 31
sentía una extraña seguridad. Tal vez por eso lo elegí en la mañana para que me acompañara a la salida. Ese día, desde que me levanté sentí que tenía que ir donde Pajarito con alguna disculpa. Bajamos. No nos habíamos dicho nada hasta el momento de tener su casa enfrente nuestro. —¡Qué casa tan estrecha y tan fría! —dijo el Panadero, mirando la fachada. Tenía razón. Muchos años después me tomé el trabajo de ir con un metro para conocer las dimensiones exactas del frente: tres metros y veinte centímetros. La puerta gris de dos alas mide noventa y siete punto dos de ancha; entre la puerta y la ventana hay un espacio de setenta centímetros; la ventana mide un metro y cinco y después de la ventana hay un espacio de treinta; antes de la puerta, a la izquierda, hay una franja de diecisiete punto ocho. El frente de la casa es de color gris, la ventana está sin pintar. Hace tal vez veintiocho o veintiséis años vi la casa por primera vez y en todo este tiempo no ha sido pintada nunca. Cuando llegamos a la ventana, Pajarito nos miraba ceñudo. Los pelos de sus cejas eran largos y canosos (ahora lo son más). Sentí un vacío en el estómago al decir: —Cuatro manzanitas de las de dos por cinco. No podía soportar sus ojos. Para mí era como si su mirada adquiriera fuerza corporal y, posándose sobre mi cabeza, me oprimiera contra el suelo. Panadero, a mi lado, miraba hacia el fondo de la casa, la oscuridad y un rayo de luz contra el patio de la izquierda eran lo único que se podía ver detrás de la mujer, detrás de los frascos con algunas baratijas de dulce. Pajarito caminó hacia el mostrador, tomó un pedazo de papel de envolver; abrió un frasco, sacó las cuatro manzanitas, las puso en el pa- 32
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cinco o seis años, estoy dormido en una gruta solitaria<br />
junto a un extenso bosque <strong>de</strong> pinos, don<strong>de</strong><br />
hay una hoguera que entibia el aire. Lentamente<br />
abro mis ojos y empiezo a sentir el eco <strong>de</strong> una gotera<br />
que cae allá en el fondo, produciendo una resonancia<br />
periódica y constante. En ese momento<br />
las llamas proyectan una sombra en la pared. Reconozco<br />
el escaso cabello crespo y la frente amplia<br />
y vertical proyectados. No me queda ninguna duda<br />
<strong>de</strong> que es él. Me llevo las manos a las venas <strong>de</strong>l<br />
cuello y siento allí el precipitado latir <strong>de</strong> mi corazón.<br />
<strong>La</strong> sombra se inclina, yo estoy paralizado y<br />
sufro, sufro... En ese momento <strong>de</strong>spierto en medio<br />
<strong>de</strong> un grito <strong>de</strong> horror, tengo que sentarme en la<br />
cama y <strong>de</strong>cirme a mí mismo que sólo es un sueño y<br />
nada más. Ahora me es fácil calmarme, pero <strong>de</strong><br />
niño solía llorar todo el día sin atreverme a confesar<br />
mi sueño.<br />
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¿Qué extraño po<strong>de</strong>r condujo mi <strong>de</strong>stino para que<br />
naciera en <strong>La</strong> <strong>Milagrosa</strong>, justo a una cuadra <strong>de</strong> la<br />
casa <strong>de</strong> Pajarito?<br />
—Pana<strong>de</strong>ro, ¿vamos a comprar manzanitas?<br />
—No tengo plata.<br />
—Yo tengo. Mi mamá me dio diez centavos y los<br />
guardé para la salida.<br />
—Venga pues.<br />
Veníamos <strong>de</strong> la escuela al mediodía. El Pana<strong>de</strong>ro<br />
siempre salía solo. Algunas veces yo lo alcanzaba<br />
y trataba <strong>de</strong> hablarle; él se limitaba a contestarme<br />
y seguía caminando. Creo que nunca llegué<br />
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