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EL ROEDOR INFINITO<br />
Se levantó, caminó hasta la cocina, puso a hervir<br />
la olla <strong>de</strong> aguapanela, preparó la cafetera y<br />
también la llevó al fogón. Después salió al patio:<br />
—¿Cómo amanecieron mis niños? —preguntó a<br />
las doce parejas <strong>de</strong> canarios, mientras <strong>de</strong>stapaba<br />
sus jaulas.<br />
<strong>Los</strong> canarios saltaron <strong>de</strong> un lado a otro por entre<br />
los manojos ver<strong>de</strong>s <strong>de</strong> mostaza y, con su vuelo, levantaron<br />
pelusas <strong>de</strong> cáscara <strong>de</strong> alpiste.<br />
—¡Tan lindos, mis monecos! —les dijo.<br />
Subió por la escalera, sacó la coca <strong>de</strong> agua y la<br />
lata <strong>de</strong>l piso <strong>de</strong> la jaula (cerraba, bajaba, iba hasta<br />
la poceta y volvía a subir. “¡Mis monos preciosos!”,<br />
les <strong>de</strong>cía).<br />
<strong>La</strong>vó las latas, cambió el agua y la mostaza; llenó<br />
los come<strong>de</strong>ros <strong>de</strong> alpiste; tocó con las yemas <strong>de</strong><br />
los <strong>de</strong>dos los buches <strong>de</strong> las canarias que estaban<br />
empollando y volvió a la cocina.<br />
Se tomó una taza <strong>de</strong> café con leche, apagó la olla<br />
<strong>de</strong> la aguapanela, recogió la costura y se sentó a<br />
tejer tras la ventana <strong>de</strong> rejas negras, mirando hacia<br />
la calle.<br />
Des<strong>de</strong> allí, vio subir a los alumnos <strong>de</strong> la Escuela<br />
Boyacá y a las muchachas <strong>de</strong> uniforme rojo <strong>de</strong>l<br />
Colegio Eucarístico <strong>de</strong> <strong>La</strong> <strong>Milagrosa</strong>; vio pasar los<br />
buses por la calle cuarenta y cinco hacia abajo; vio<br />
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