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das a altas horas <strong>de</strong> la noche y en su silencio <strong>de</strong><br />
insomne había un diálogo tan profundo que su<br />
significación consciente sólo podré conocerla paso<br />
a paso en la vida, y tal vez, cuando llegue el momento<br />
<strong>de</strong> enfrentar mi propia muerte, podré <strong>de</strong>cir<br />
que la he <strong>de</strong>scifrado.<br />
Cada día, cada noche, mi padre estaba más cerca<br />
<strong>de</strong> esa plenitud que llamamos muerte. Una mañana<br />
<strong>de</strong> julio, sábado, se levantó y sus pasos llevaron<br />
las arrastra<strong>de</strong>ras hasta el baño en un traslado<br />
lento, como quien sobrelleva un peso muy superior<br />
a sus fuerzas; eran sus pasos los <strong>de</strong> Prometeo. Recuerdo<br />
mucho su mirada: por última vez entró al<br />
trabaja<strong>de</strong>ro, sin <strong>de</strong>tenerse a contemplar el fulgor<br />
<strong>de</strong> la llama en el horno, para él tan ajena, tan lejana<br />
ya; por última vez sus manos viejas soltaron<br />
el baño, su pelo blanco brilló en el ámbito <strong>de</strong> la<br />
cocina, sus pies recorrieron la casa hasta la pieza,<br />
hasta la cama don<strong>de</strong>, por última vez, sus ojos nos<br />
miraron mientras se acostaba para entregarse al<br />
abrazo <strong>de</strong> la muerte, sin que supiéramos entonces<br />
que ésa era nuestra muerte, nuestro viaje por las<br />
islas bienaventuradas.<br />
Cuatro años más tar<strong>de</strong> acompañé a mi madre al<br />
cementerio San Pedro y, mientras contemplaba el<br />
acto <strong>de</strong> exhumación <strong>de</strong> los restos, empecé a compren<strong>de</strong>r<br />
—<strong>de</strong> un modo secreto— que no somos un<br />
individuo sino una ca<strong>de</strong>na, un ser perdurable que<br />
nace y muere constantemente. Mi padre seguía vivo<br />
en mí y yo había muerto en él. Des<strong>de</strong> el origen<br />
comenzamos a morir, la muerte es periódica como<br />
la vida, la vigilia y el sueño.<br />
Rafael era un muchacho rosado, fuerte, <strong>de</strong> mirada<br />
azul. Tenía veintiún años cuando regresó <strong>de</strong> Coveñas,<br />
<strong>de</strong> un paseo <strong>de</strong> vacaciones con sus cuñados,<br />
los hermanos <strong>de</strong> Pastora, su novia, su compañera<br />
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