El Crotalón - Biblioteca Virtual Universal
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quebrantar las diamantinas peñas, bastaron en ella ablandar hasta mostrar algún plazer en te<br />
oír. Y de allí, con la continuaçión de tus dádivas y ruegos fue convençida a te favoreçer por<br />
del todo no te desesperar. Y ansí un día que llorabas ante ella por mitigar tu pasión,<br />
comovida de piedad, te dixo: «Yo effetuaría tu voluntad [y demanda], Liçinio, si fuesse yo<br />
çierta que no lo supiesse nadie.» Fue en ti aquella palabra un rayo del çielo del cual sentiste<br />
tu alma traspasada. Y súbitamente corrió por tus huesos, venas y niervos un yelo mortal que<br />
dexó en tu garganta helada la voz, que por gran pieza no podiste hablar. Y quitando a la<br />
hora la maga el velo del encanto de tu rostro y figura por tu importunidad, como vio tu<br />
Ginebra que tú eras Menesarco su marido, fue toda turbada de vergüença, y quisiera antes<br />
ser mil vezes muerta que haber caído en tan grande afrenta. Y ansí mirándote el rostro muy<br />
vergonçosa, solamente sospiraba y sollozçaba conoçiendo su culpa. Y tú, cortado de tu<br />
demasiada diligençia, solamente le pudiste responder diziendo: «De manera, mi Ginebra,<br />
que venderías por preçio mi honra si hallasses comprador.» Desde aquel punto todo el amor<br />
que te tenía le convertió en venenoso aborreçimiento; con el cual no se pudiendo sufrir, ni<br />
fiándose de ti, en viniendo la noche, tomando cuantas joyas tenía, lo más secreto que pudo<br />
se salió de tu casa y se fue a buscar al verdadero Liçinio cuya figura le habías representado<br />
tú, con el cual hizo verdaderos amores y liga contra ti por se satisfazer [y vengar] de tu<br />
neçedad. Y ansí se fueron juntos gozándose por las tierras que más seguras les fueron, y a ti<br />
dexaron hasta hoy pagado y cargado de tus sospechas y zelos. <strong>El</strong> cual veniste a tan grande<br />
estremo de afrenta y congoja que en breve tiempo te vino la muerte y fueste convertido en<br />
hormiga, y después en Miçilo venido en tu pobreza y miseria, hecho castigo para ti y<br />
exemplo para otros.<br />
MIÇILO. Por çierto, eso fue en mí bien empleado, y ansí creo que de puro temor que<br />
tiene desde entonçes mi alma no me < > sufrido casarme. Agora prosigue, yo te ruego,<br />
gallo, en tu transformaçión.<br />
GALLO. Pues hemos començado a hablar de los philósophos deste tiempo, luego tras<br />
éste de quien hemos tratado hasta aquí, te quiero mostrar de otro género de hombres en este<br />
estado, del cual yo por transformaçión participé, en cuyo pecho y vida verás un admirable<br />
modo de vivir sin orden, sin prinçipio, sin medio y sin fin. Sin cuenta passan su vida, su<br />
comer, su beber, su hablar y su dormir. Sin dueño, sin señor, sin rey. Ansí naçen, ansí<br />
mueren, que en ningún tiempo piensan que hay otra cosa más que naçer y morir. Ni tienen<br />
cuenta con çielo, ni con tierra, con Dios, ni con Sathanás. En conclusión, es gente de quien<br />
se pueden dezir justamente aquellas palabras de[l poeta] Homero: «Que son inútil carga de<br />
la tierra». Éstos son los falsos philósophos que los antiguos pintaban con el libro en la<br />
mano al revés. Y pues pareçe que es venido el día, en el canto que sigue se proseguirá.<br />
Fin del terçero canto del gallo<br />
Argumento del cuarto canto del gallo<br />
En el cuarto canto que se sigue el auctor imita a Luçiano en el libro que hizo llamado<br />
Pseudomantis. En el cual describe maravillosamente las tacañerías y embaimientos y