El Crotalón - Biblioteca Virtual Universal
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etrete, y a la parte de un rincón, a la muy quebrada y casi no visible luz, como a claridad<br />
de una candela que desde que començó a arder no se despabiló, y se quería ya apagar, aquí<br />
vimos estar sentada a un rincón una muy rota y desarrapada muger. Ésta era el lloro y<br />
tristeza miserable, estaba sentada en el suelo puesto el cobdo sobre sus rodillas, la mano<br />
debajo de la barba y mexilla. Vímosla muy pensativa y miserable por gran pieza sin se<br />
menear, y como al meneo de nuestros pies miró, alcançé a la ver un rostro amarillo, flaco y<br />
desgraçiado: los ojos hundidos y mexillas que hazían más larga la nariz, y de rato en rato<br />
daba un sospiro de lo hondo del coraçón, con tanta fuerça y afliçión que pareçía ser hecho<br />
artificial para sólo atormentar almas con las entristeçer. Es este gemido de tanta efficaçia<br />
que traspasa y hiere el alma entrando allí, y con tanta fuerça que le trae cada momento a<br />
punto de desesperación; y ésta es la primera miseria que atormenta y hiere las almas de los<br />
condenados y es tan gran mal que sin otro alguno bastaba vengar la justiçia de Dios. Tiene<br />
tanta fuerça esta miserable muger en los que entran allí que aun contra nuestro previllegio<br />
començaba con nosotros a obrar y empeçer. Pero el mi ángel lo remedió con su deidad, y<br />
pasando adelante vimos en otro retrete donde estaban los miserables cuidados crueles<br />
verdugos de sus dueños, que nunca hazen sino comer del alma donde están hasta la<br />
consumir, como gusano que roe al madero el coraçón. Aquí moran las tristes enfermedades<br />
y la miserable y trabajosa vejez toda arrugada, flaca, fea y de todos aborreçida. Aquí habita<br />
el miedo enemigo de la sangre vital, que luego la acorrala y de su presençia la haze huir.<br />
Aquí reside la hambre que fuerça los hombres al mal, y la torpe pobreza, de crueles y<br />
espantosos aspectos ambas a dos. Aquí se nos mostró el trabajo quebrantado molido sin<br />
poderse tener. Vimos luego aquí al sueño, primo hermano de Atropos, aquella cruel dueña;<br />
y la muerte mesma se nos mostró luego allí con una guadaña en la mano, cobdiçiosa de<br />
segar. Estaban luego adelante las dos hermanas del desasosiego: guerra y mortal discordia.<br />
Por aquí nos salieron a reçebir infinitos monstruos y chimeras; gorgones, harpías, sombras<br />
y lernas. Y estando ansí mirando todas estas miserables furias < >, que eran ciertamente<br />
cosa espantosa de ver sus puestos y figuras monstruosas, sentimos venir un gran tropel y<br />
ruido como que se había soltado una gran presa que estuviesse hecha de muchos días de<br />
algún caudaloso braço de mar; sonaba una gran huella de pies, murmuraçión de lenguas de<br />
diversas naçiones, y como más se nos iban çercando < > entendíamos grandes blasfemias<br />
de españoles, alemanes, françeses, ingleses y italianos; y como sentimos que se nos iban<br />
más llegando y que començaban ya a entrar por donde nosotros estábamos, me apañó mi<br />
ángel por el braço y me apartó a un rincón por darles lugar a passar, que venía tan gran<br />
multitud de almas que no se podían contar, y cuanto topaban lo llevaban de tropel; y<br />
preguntando qué gente era aquella nos dixeron que el Emperador Carlos había dado una<br />
batalla campal al Duque de Güeldres, en la cual le había desvaratado el exérçito y preso al<br />
Duque, y que en ella había muerto de ambas las partes toda aquella gente que iba allí.<br />
MIÇILO. Pues, ¿cómo, gallo, todos fueron al infierno cuantos murieron en aquella<br />
batalla? Pues líçita era aquella guerra, a lo menos de parte del Emperador.<br />
GALLO. Mira, Miçilo, que ya esa guerra no fuesse líçita según ley evangélica, basta<br />
serlo de auctoridad eclesiástica para que se pueda entre prínçipes cristianos proseguir;<br />
porque con este título ayuda para ellas con indulgençias su sanctidad. Pero mira que no<br />
todos los que mueren en la guerra van al infierno < > por causa de ser injusta la guerra,<br />
porque saber la verdad de su justiçia no está a cuenta de los soldados, sino de los prínçipes<br />
que la mueven; los unos por la dar y los otros por se defender, y prinçipalmente si la mueve