Historia de mi hígado y otros ensayos - Biblioteca Mexiquense del ...
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L E T R A S 25 E N S AYO
G ob i e r no <strong>de</strong>l est a d o <strong>de</strong> México<br />
E D I T O R<br />
CONSEJO CONSULTIVO DEL BICENTENARIO<br />
DE LA INDEPENDENCIA DE MÉXICO<br />
ENRIQUE PEÑA NIETO<br />
Presi<strong>de</strong>nte<br />
LUIS ENRIQUE MIRANDA NAVA<br />
Vicepresi<strong>de</strong>nte<br />
ALBERTO CURI NAIME<br />
Secretario<br />
CÉSAR CAMACHO QUIROZ<br />
Coordinador General
Hi s t or i a d e m i h í ga d o<br />
y ot ros e n s a yos<br />
He r n á n br a v o va re l a<br />
L E T R A S 25 E N S AYO
Enrique Peña Nieto<br />
Gobernador Constitucional<br />
Alberto Curi Naime<br />
Secretario <strong>de</strong> Educación<br />
Consejo Editorial: Luis Enrique Miranda Nava, Alberto Curi Naime,<br />
Raúl Murrieta Cum<strong>mi</strong>ngs, Agustín Gasca Pliego,<br />
David López Gutiérrez.<br />
Co<strong>mi</strong>té Técnico: Alfonso Sánchez Arteche, José Martínez Pichardo,<br />
Rosa Elena Ríos Jasso.<br />
Secretario Técnico: Edgar Alfonso Hernán<strong>de</strong>z Muñoz.<br />
<strong>Historia</strong> <strong>de</strong> <strong>mi</strong> <strong>hígado</strong> y <strong>otros</strong> <strong>ensayos</strong><br />
© Primera edición. Secretaría <strong>de</strong> Educación <strong>de</strong>l Gobierno <strong>de</strong>l Estado <strong>de</strong> México<br />
DR © Gobierno <strong>de</strong>l Estado <strong>de</strong> México<br />
Palacio <strong>de</strong>l Po<strong>de</strong>r Ejecutivo<br />
Lerdo poniente no. 300, colonia Centro, C.P. 50000,<br />
Toluca <strong>de</strong> Lerdo, Estado <strong>de</strong> México.<br />
ISBN: 968-484-655-X (Colección Mayor)<br />
ISBN: 978-607-495-096-0<br />
© Consejo Editorial <strong>de</strong> la Ad<strong>mi</strong>nistración Pública Estatal. 2011<br />
www.edomex.gob.mx/consejoeditorial<br />
consejoeditorial@edomex.gob.mx<br />
Número <strong>de</strong> autorización <strong>de</strong>l Consejo Editorial <strong>de</strong> la Ad<strong>mi</strong>nistración<br />
Pública Estatal CE: 205/1/13/11<br />
© Hernán Bravo Varela<br />
Impreso en México<br />
Queda prohibida la reproducción total o parcial <strong>de</strong> esta obra, por cualquier medio o procedi<strong>mi</strong>ento,<br />
sin la autorización previa <strong>de</strong>l Gobierno <strong>de</strong>l Estado <strong>de</strong> México, a través <strong>de</strong>l Consejo Editorial <strong>de</strong> la<br />
Ad<strong>mi</strong>nistración Pública Estatal.
La presente publicación es parte <strong>de</strong>l pre<strong>mi</strong>o otorgado a<br />
Hernán Bravo Varela<br />
como ganador <strong>de</strong>l primer lugar en el género Ensayo <strong>de</strong>l<br />
Certamen Internacional <strong>de</strong> Literatura<br />
Letras <strong>de</strong>l Bicentenario Sor Juana Inés <strong>de</strong> la Cruz,<br />
convocado por el Gobierno <strong>de</strong>l Estado <strong>de</strong> México, a través<br />
<strong>de</strong>l Consejo Editorial <strong>de</strong> la Ad<strong>mi</strong>nistración Pública Estatal,<br />
llevado a tér<strong>mi</strong>no en 2010, cuyo jurado estuvo integrado por<br />
Gonzalo Celorio, Vicente Quirarte y Jorge F. Hernán<strong>de</strong>z.
Hi s t or i a d e m i h í ga d o<br />
y ot ros e n s a yos
Este libro fue escrito gracias a una beca <strong>de</strong> la<br />
Fundación para las Letras Mexicanas durante el periodo 2006-2007.
Preludio y fuga<br />
en yo menor<br />
Un poema breve (es más, un solo verso) tiene el po<strong>de</strong>r largamente<br />
codiciado por el filósofo y el historiador <strong>de</strong> corroborar o refutar<br />
una verdad sin otra referencia que él <strong>mi</strong>smo. Salvo contadas<br />
excepciones, el lector <strong>de</strong> poesía no <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong> una nota al pie <strong>de</strong><br />
página, un marco teórico o un manual <strong>de</strong> instrucciones para<br />
po<strong>de</strong>r interpretar la música <strong>de</strong>l pensa<strong>mi</strong>ento que encierran los<br />
catorce compases <strong>de</strong> un soneto <strong>de</strong> Shakespeare o los cinco <strong>de</strong> una<br />
lira <strong>de</strong> san Juan <strong>de</strong> la Cruz. El amor terrenal y las bodas con Dios<br />
no son sino el cuerpo <strong>de</strong> una <strong>mi</strong>sma (y, a la vez, única) experiencia<br />
humana, erizado por la caricia sobrenatural <strong>de</strong>l lenguaje. De<br />
1 4
pronto, el lector <strong>de</strong> poesía se convierte en el sultán Schahriar al<br />
que, noche tras noche, Scherezada cuenta <strong>mi</strong>l y una historias.<br />
Ella <strong>de</strong>be contarlas para no morir, pero él necesita oírlas para<br />
seguir viviendo. La vida <strong>de</strong> Scherezada <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong> Schahriar,<br />
pero la <strong>de</strong> Schahriar <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong> otras vidas en la melodiosa voz<br />
<strong>de</strong> ella. En otras palabras, la poesía convence por compasión.<br />
En cambio, un ensayo (es más, uno solo <strong>de</strong> sus aforismos) convence<br />
no por la verdad que encierra —verdad cuyo único autor intelectual<br />
y material es el propio ensayista—, sino por seducción. Por<br />
falaz, chabacana o impropia que resulte, la verdad que expone<br />
el ensayo guarda un asombroso parecido con la verosi<strong>mi</strong>litud<br />
<strong>de</strong>l cuento: nos da argumentos momentáneamente perdurables<br />
para renovar nuestra fe en lo perdurablemente momentáneo.<br />
No la “suspensión <strong>de</strong> la incredulidad”, según Coleridge, sino la<br />
suspensión <strong>de</strong> la creencia. (De hecho, si prosiguiera con la tipificación<br />
<strong>de</strong> los <strong>de</strong>litos literarios, afirmaría que el cuento opera por<br />
convicción. Sin embargo, la convicción que promueve el cuento<br />
tiene un lí<strong>mi</strong>te: el <strong>de</strong>l propio relato. Nada hay <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la<br />
última página, mucho menos antes <strong>de</strong> la primera. Su universo<br />
es <strong>de</strong>vorado por el hoyo negro <strong>de</strong> las tapas al cerrar el libro.)<br />
Quizá esta digresión sea útil para resaltar las discrepancias que<br />
hay entre el ensayo y el cuento, pero, sobre todo, para conce<strong>de</strong>rle<br />
al primero una mayor in<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia como estado libre asociado<br />
<strong>de</strong>l segundo, aunque también <strong>de</strong> géneros como el teatral, el periodístico<br />
y hasta el poético. Un ensayo <strong>de</strong> Montaigne, Stevenson o<br />
Reyes jamás lograría ese concepto que Poe acuñó para el cuento<br />
mo<strong>de</strong>rno: “unidad <strong>de</strong> intención”. El ensayo se sostiene en el ocio,<br />
relaja<strong>mi</strong>ento o distensión <strong>de</strong> la i<strong>de</strong>a; en su atenta invitación a<br />
1 5
divagar en torno a aquello que propone. Aunque a veces lo oculte,<br />
el ensayo no es la inquisición o el fallo inapelable sobre un tema.<br />
Deja en manos <strong>de</strong> los lectores la responsabilidad (y, sobre todo, la<br />
ilusión) <strong>de</strong> que se le atribuya una arista moral, un sesgo ético. La<br />
<strong>mi</strong>nima moralia <strong>de</strong>l ensayo está en la coinci<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> la i<strong>de</strong>a con<br />
su proce<strong>de</strong>r, no en la satisfacción <strong>de</strong> nuestros apetitos <strong>de</strong> verdad.<br />
Nada pue<strong>de</strong> hacer el amor ciego a la verdad frente a la visionaria<br />
seducción <strong>de</strong> un argumento.<br />
Algo así pensaba Bacon al intentar una curiosa empresa: redactar<br />
un libro compuesto por <strong>ensayos</strong> que comprobaran una<br />
tesis con todo el rigor literario y filosófico posible, <strong>mi</strong>entras<br />
los <strong>otros</strong>, los inmediatamente posteriores, comprobaran una<br />
opuesta; todo ello, claro está, sin caer en contradicción. También<br />
Tournier al elaborar El espejo <strong>de</strong> las i<strong>de</strong>as, un volumen <strong>de</strong> <strong>ensayos</strong><br />
en el cual, como Noé, metió en el arca <strong>de</strong> la “página perfecta”<br />
parejas reunidas por la antigua división geométrica <strong>de</strong>l mundo:<br />
el hombre y la mujer, el agua y el fuego, la palabra y la escritura,<br />
el tiempo y el espacio, Dios y el Diablo... ¿Cómo llevarlo a cabo?<br />
La respuesta se localiza en los remedios <strong>mi</strong>lagrosos <strong>de</strong> una retórica<br />
dosificada, en que esos <strong>mi</strong>smos remedios alimenten nuestra propia<br />
suspicacia con respecto a una verdad uniforme, sin sombra o perspectiva,<br />
en todo lugar y tiempo para todos.<br />
Si hay muerte <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la vida, si hoy el arte es corto y la vida<br />
larga o el silencio es tan sólo un rumor <strong>de</strong> gente parlanchina;<br />
si estos tres equívocos pue<strong>de</strong>n adquirir la categoría <strong>de</strong> temas<br />
con cierto “<strong>de</strong>sarrollo sustentable”, es gracias a una exposición<br />
personalísima <strong>de</strong> la pluralidad, a un autorretrato honestamente<br />
1 6
artificioso <strong>de</strong> nuestras obsesiones. Allí el eclecticismo, que en<br />
el cuento o la novela podríamos calificar <strong>de</strong> <strong>de</strong>scuido, se alza<br />
en el ensayo con la majestad <strong>de</strong> la congruencia. Es más: por<br />
ser reflejo <strong>de</strong> la charla y el pensa<strong>mi</strong>ento, dispersos y caóticos al<br />
lí<strong>mi</strong>te <strong>de</strong> lo contradictorio, la técnica <strong>mi</strong>xta <strong>de</strong>l ensayo refuerza<br />
la seducción que ejerce sobre sus lectores. Hay <strong>de</strong>masiado ruido<br />
en el mundo como para pensar que una opinión no cruza por el<br />
eterno cable <strong>de</strong> un teléfono <strong>de</strong>scompuesto; hay <strong>de</strong>masiado humo<br />
como para pensar que la <strong>mi</strong>rada contempla el objeto <strong>de</strong> su investigación<br />
sin reparar en falsos focos o elementos distractores.<br />
De ahí que el ensayo se corresponda a lo que, en cri<strong>mi</strong>nología, se<br />
ha dado en llamar “juego <strong>de</strong> indicios”. Como explica Leo Perutz<br />
en los párrafos finales <strong>de</strong> su novela El Maestro <strong>de</strong>l Juicio Final,<br />
Con este tér<strong>mi</strong>no [se <strong>de</strong>no<strong>mi</strong>na] un impulso <strong>de</strong> automortificación<br />
observado en muchos culpables <strong>de</strong> <strong>de</strong>litos consi<strong>de</strong>rados más o menos<br />
graves, y que consiste en tergiversar las pruebas <strong>de</strong> su propio crimen<br />
para acabar <strong>de</strong>mostrando que, <strong>de</strong> haberlo querido el <strong>de</strong>stino, podrían<br />
ser totalmente inocentes <strong>de</strong>l hecho que se les imputa.<br />
Se da por lo tanto un rechazo contra el propio <strong>de</strong>stino y contra<br />
todo lo que parece como irreversible. Y sin embargo, visto <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />
una perspectiva más elevada, ¿no ha sido éste <strong>de</strong>s<strong>de</strong> siempre el origen<br />
<strong>de</strong> toda creación artística...?<br />
Juego cruzado <strong>de</strong> entendi<strong>mi</strong>entos y <strong>de</strong>sentendi<strong>mi</strong>entos con la<br />
reflexión, el ensayo, como dije antes, sólo tiene el compro<strong>mi</strong>so<br />
<strong>de</strong> hacer coincidir la i<strong>de</strong>a con su proce<strong>de</strong>r. Frente al <strong>de</strong>stino<br />
1 7
trazado y a lo irreversible <strong>de</strong> una fe universal, el libre albedrío<br />
y la constante revisión <strong>de</strong> intuiciones <strong>mi</strong>croscópicas. Pero la<br />
i<strong>de</strong>a es altamente volátil, y el ensayista <strong>de</strong>be seguir con firmeza<br />
los indicios que se <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>n <strong>de</strong> su búsqueda, aun cuando<br />
ter<strong>mi</strong>nen por echar abajo la creencia que dio origen a tal búsqueda.<br />
Es por eso que en el personal essay o “ensayo personal”<br />
—tér<strong>mi</strong>no que emplean los estadouni<strong>de</strong>nses para diferenciar<br />
al ensayo <strong>de</strong> carácter íntimo <strong>de</strong> aquél <strong>de</strong>stinado a la tribuna,<br />
la discusión y el análisis—, el empirismo rige la disertación<br />
<strong>de</strong> una vivencia. Pese a su libertad <strong>de</strong> tono, el empirismo <strong>de</strong>l<br />
personal essay es a menudo normativo y hasta dictatorial. Y no<br />
podía ser <strong>de</strong> otra manera: el ensayista se encuentra solo frente<br />
a una multitud <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s temas, dogmas, clichés y malos<br />
entendidos, con su palabra en la punta <strong>de</strong> la lengua. Su causa<br />
está perdida <strong>de</strong> antemano entre las preocupaciones actuales<br />
<strong>de</strong> la humanidad, pues cualquier punto <strong>de</strong> vista, cualquier<br />
“mo<strong>de</strong>sta proposición” que eluda el plural <strong>de</strong> mo<strong>de</strong>stia, corre<br />
el riesgo <strong>de</strong> ser tachada <strong>de</strong> orgullosa, egoísta y subjetiva; peor<br />
aún, <strong>de</strong> cínica globalifobia.<br />
Con todo, el ensayo sigue teniendo por materia el multívoco yo<br />
en un planeta ecologista y <strong>de</strong>vastado, incluyente y discri<strong>mi</strong>natorio,<br />
laico y fundamentalista: el espejo empañado <strong>de</strong> las i<strong>de</strong>as.<br />
En dicho escenario, el ensayo no oculta sus tropiezos ni evita<br />
retractarse; quien lo cultiva consi<strong>de</strong>ra más útil mostrar las<br />
huellas que <strong>de</strong>jaron sus errores, indicar el rumbo incierto que<br />
tomó para llegar a su meta. Un brindis en honor a las causas<br />
perdidas, un generoso brindis ofrecido por un hombre, <strong>mi</strong>tad<br />
Dios y <strong>mi</strong>tad Diablo, al ejército numeroso <strong>de</strong> sí <strong>mi</strong>smo.<br />
1 8
Luis Ignacio Helguera ya lo advertía en la “Nota preli<strong>mi</strong>nar” a<br />
¿Por qué tose la gente en los conciertos?, una recopilación <strong>de</strong> “<strong>ensayos</strong><br />
personales” en torno a los ferrocarriles, la distracción, las<br />
supersticiones o el récord <strong>de</strong> manejo <strong>de</strong> los escritores mexicanos:<br />
Quise aquí convocar y confrontar pequeños temas, o gran<strong>de</strong>s,<br />
abordados en pequeño; dar cauce libre a obsesiones, pasiones,<br />
manías, neurosis, <strong>mi</strong>santropías esporádicas, “sombría fi<strong>de</strong>lidad a<br />
las causas perdidas”, melancolías más o menos recurrentes, frivolida<strong>de</strong>s,<br />
chácharas.<br />
Encomendado a esa “sombría fi<strong>de</strong>lidad” <strong>de</strong> la que hablara Victor<br />
Hugo, Helguera opuso la neurosis privada a la salud pública, las<br />
“<strong>mi</strong>santropías esporádicas” a una filantropía culposa, la baratija<br />
al artículo <strong>de</strong> lujo. Alto poeta <strong>de</strong> vuelos al ras, “murciélago al<br />
mediodía”, Helguera escribió <strong>ensayos</strong> para <strong>de</strong>cir lo que la palabra<br />
i<strong>de</strong>al <strong>de</strong> la poesía, por increíble que parezca, no pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>cir:<br />
la i<strong>de</strong>a apalabrada. Parecería que el ensayo personal es el reducto<br />
en el que sobrevive la voz entrecortada, el humor blanquinegro,<br />
la vocación <strong>mi</strong>niaturista, la aguda ingenuidad y el espíritu<br />
exquisitamente malogrado <strong>de</strong>l poeta menor. Los “pequeños<br />
temas, o gran<strong>de</strong>s, abordados en pequeño” <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el ensayo personal<br />
poseen el encanto <strong>de</strong> un <strong>de</strong>snudo para <strong>de</strong>leite exclusivo <strong>de</strong>l<br />
cuerpo que lo hace por el puro placer <strong>de</strong> quitarse la ropa, manchada<br />
<strong>de</strong> ojos, sin que nadie más lo <strong>mi</strong>re.<br />
Tal es el caso <strong>de</strong> Luis Zapata <strong>de</strong> Chaves (1526 — ¿1594?). Contem—<br />
poráneo estricto <strong>de</strong> Montaigne, educado en la corte como paje<br />
<strong>de</strong> la emperatriz Isabel <strong>de</strong> Portugal, a<strong>mi</strong>go y compañero <strong>de</strong><br />
1 9
Felipe II, con quien recorrió Europa, Zapata <strong>de</strong> Chaves tuvo la<br />
<strong>de</strong>sdicha <strong>de</strong> vivir en un país y un siglo lleno <strong>de</strong> geniales poetas<br />
como la España <strong>de</strong>l XVI. Sin embargo, la privilegiada instrucción<br />
que recibió no cambió en nada su poesía: insulsa, carente<br />
<strong>de</strong> la chispa que incendió las obras <strong>de</strong> Lope, san Juan, fray Luis,<br />
Quevedo o Góngora. Pese a ello, Zapata no <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> escribir, pero<br />
abocó sus esfuerzos a la redacción <strong>de</strong> una joya bibliográfica: su<br />
Varia historia o Miscelánea (1589). En los doscientos cincuenta y<br />
cinco fragmentos que la componen, Zapata combina la ficción<br />
y el consejo con el discurso latino o el protoensayo, que media<br />
entre las dos primeras y en don<strong>de</strong> el yo se quita el sombrero ante<br />
el paso <strong>de</strong>l cortejo social. “He aquí como yo no tengo otro principal<br />
fin <strong>de</strong> <strong>mi</strong> propia gloria —dice Zapata—, sino <strong>de</strong> acarrear al<br />
lector cosas que le <strong>de</strong>n gusto, aunque sean ajenas, como fue esta<br />
invención nueva que salió en nuestros tiempos, <strong>de</strong> que yo no sé<br />
el autor...” Según Menén<strong>de</strong>z y Pelayo, el resultado fue una prosa<br />
“inculta y <strong>de</strong>saliñada, pero muy expresiva y sabrosa”. Según sus<br />
pocos lectores en el siglo XXI, la prosa <strong>de</strong> Zapata es un conmovedor<br />
autohomenaje a la necesidad y tenacidad <strong>de</strong> la escritura,<br />
elevadas por encima <strong>de</strong> algo tan imposible como el genio. Un<br />
poeta menor que acabó siendo ensayista en toda la inconsciente<br />
y mo<strong>de</strong>rna extensión <strong>de</strong> la palabra.<br />
Distanciado <strong>de</strong> la poesía como Zapata, <strong>mi</strong>tigué <strong>mi</strong> <strong>de</strong>sánimo<br />
con reseñas <strong>de</strong> libros, luego con crítica literaria y, <strong>de</strong> ahí, con<br />
<strong>ensayos</strong> personales y autobiográficos. En estos últimos he tocado<br />
asuntos como el esplendor y la caída <strong>de</strong> la balada romántica, el<br />
escapismo y el spleen que entrañan la <strong>de</strong>mora en un baño o el<br />
arte poéticamente incorrecto <strong>de</strong> enfermar y curarse. Sólo espero<br />
2 0
que este mercado <strong>de</strong> pulgas ofrezca al lector alguna baratija <strong>de</strong><br />
su gusto, a la que el tiempo pueda brindarle un valor afectivo<br />
tan alto como su <strong>de</strong>preciación intelectual.<br />
También propongo a este lector el <strong>mi</strong>smo juego que Tournier:<br />
encontrar el parentesco que une la presente <strong>mi</strong>scelánea. Al<br />
menos, ya tiene los indicios para hacerlo.<br />
2 1
Elogio <strong>de</strong> lo nulo<br />
No somos nada, y a veces ni eso.<br />
2 2<br />
E. C. S.<br />
Des<strong>de</strong> hace años asisto a una tertulia al sur <strong>de</strong> la ciudad <strong>de</strong><br />
México. Bulliciosa pero selectiva, la tertulia <strong>de</strong> la calle Minerva<br />
inicia con boleros <strong>de</strong> Consuelo Velázquez, Miguel Matamoros,<br />
Pedro Flores, Chuy Rasgado, Rafael Hernán<strong>de</strong>z u Osvaldo<br />
Farrés, más popurríes <strong>de</strong> Agustín Lara o Álvaro Carrillo. Tan<br />
estricto repertorio habla más <strong>de</strong> ambiciones antológicas que<br />
<strong>de</strong> gustos exquisitos. (Y no podía ser <strong>de</strong> otra forma: los asistentes<br />
a la tertulia son, en su mayoría, escritores que <strong>de</strong>searon ser<br />
músicos hasta los veinticinco, edad en que se abandonaron a la<br />
literatura; el resto, la vital <strong>mi</strong>noría <strong>de</strong> guitarras y repertorios,
está integrado por compositores que aún persiguen, en plena<br />
madurez <strong>de</strong> sus talentos musicales, la musa púber <strong>de</strong>l poema.)<br />
Sin embargo, conforme avanza la tar<strong>de</strong> y el alcohol retroce<strong>de</strong>;<br />
conforme el oído, harto ya <strong>de</strong> las grecas mo<strong>de</strong>rnistas en la trova<br />
yucateca, co<strong>mi</strong>enza a extrañar la fachada neón en las canciones<br />
<strong>de</strong> Chelo Silva, Los Fredy’s o Los Ángeles Negros, la tertulia<br />
levanta su sesión solemne. El fraseo que pecara <strong>de</strong> prolijo, el<br />
vibrato que sonara te<strong>mi</strong>ble y elegante a un tiempo, la armonía <strong>de</strong><br />
voces que lucieran los coros; todo aquello, en fin, que pretendiera<br />
confirmarnos nuestra vocación por el objeto “puro” <strong>de</strong>l bolero,<br />
nos abandona. Una consigna se atropella en la boca espumeante<br />
<strong>de</strong> los contertulios, pero también la frente perlada <strong>de</strong> sudor y las<br />
axilas, que ya forman un arco pestilente y oscuro en la ca<strong>mi</strong>sa<br />
blanca; pero también el índice <strong>de</strong> la mano <strong>de</strong>recha, que traza un<br />
ángulo invisible <strong>de</strong> noventa grados a partir <strong>de</strong>l hombro; pero<br />
también los pies, cansados <strong>de</strong> percutir la duela repleta <strong>de</strong> cenizas<br />
<strong>de</strong> cigarrillo y manchas pegajosas <strong>de</strong> alcohol y refresco, parecen<br />
exigir una consigna unánime: “¡Es hora <strong>de</strong> las nulas!”<br />
El bolero, según José Balza, “está cerca <strong>de</strong>l sentido inmediato; es<br />
<strong>de</strong>cir, <strong>de</strong>l habla o <strong>de</strong>l susurro”. En cambio, la balada romántica (o<br />
canción “nula”) está cerca <strong>de</strong> los pre-senti<strong>mi</strong>entos más mediatos;<br />
es <strong>de</strong>cir, <strong>de</strong>l balbuceo —que preten<strong>de</strong> maquillar el olvido <strong>de</strong> una<br />
letra sabida hasta el hartazgo— o <strong>de</strong>l silencio —que sigue a la<br />
fugaz exaltación <strong>de</strong> una experiencia personal, y que el estribillo<br />
se encargó <strong>de</strong> exhumarnos—. Tal vez por ello la literatura mística<br />
pueda reconocer en la balada una traducción indirecta. Las liras<br />
<strong>de</strong> san Juan, el balbuceo y la “soledad sonora” <strong>de</strong> su voz, jamás<br />
podrían correspon<strong>de</strong>rse con los boleros <strong>de</strong> Lara y su dicción<br />
2 3
perfecta <strong>de</strong>l ja<strong>de</strong>o, su lengua vernácula y venérea. En cambio, las<br />
baladas <strong>de</strong> Rafael Pérez Botija, Manuel Alejandro, Ca<strong>mi</strong>lo Sesto<br />
o José María Napoleón son obras perfectamente <strong>de</strong>sinteresadas,<br />
artefactos que trans<strong>mi</strong>ten al oyente la sensación, hu<strong>mi</strong>l<strong>de</strong> y<br />
po<strong>de</strong>rosa, <strong>de</strong> ser nadie.<br />
De ser consecuentes, reconoceremos que ese canto en blanco<br />
proviene, a su vez, <strong>de</strong> un Don Nadie u Odiseo errabundo. No<br />
es José José a bordo <strong>de</strong> “La nave <strong>de</strong>l olvido”; no es Jeanette clamando<br />
en el <strong>de</strong>sierto “¿Por qué te vas?”, sino una simple nada<br />
(nulla en italiano) que vacía el corazón, <strong>de</strong>spués la mente y, al<br />
fin, el cuerpo entero. Heroica inmolación <strong>de</strong>l arte, la canción<br />
“nula” es la mayor lección <strong>de</strong> cuantas puedan componer nuestra<br />
educación sentimental.<br />
Sesto apuntaba en “Miénteme” (1977): “Es mejor no <strong>de</strong>cir nada /<br />
si no hay nada que <strong>de</strong>cir. / La verdad no es necesaria / si se trata<br />
<strong>de</strong> vivir.” Como Guillermo <strong>de</strong> Aquitania en su poema “Haré<br />
un verso sobre la pura nada”, es sorpren<strong>de</strong>nte que Sesto haya<br />
trovado la <strong>mi</strong>sma imposibilidad sin la menor conciencia <strong>de</strong> su<br />
genio. Así el cancionero “nulo” en Hispanoamérica. Como <strong>de</strong>stellos<br />
<strong>de</strong> una luz inexplicable, las baladas encierran hallazgos<br />
dignos <strong>de</strong> una pon<strong>de</strong>ración más <strong>mi</strong>nuciosa y menos visceral,<br />
a la altura <strong>de</strong> tantos juicios nuestros que, e<strong>mi</strong>tidos con supina<br />
idiotez, llegan a arrancar aplausos.<br />
¿Rimas agudas que son ripios? ¿Lugares comunes que no<br />
logran empren<strong>de</strong>r el vuelo <strong>de</strong> la revelación? ¿Música <strong>de</strong> gratuidad<br />
melódica y armónica? ¿Voces que hallan en el recitativo<br />
<strong>de</strong>l puente musical una forma pe<strong>de</strong>stre <strong>de</strong> la conmoción? La<br />
2 4
alada ha tenido que lidiar con estos y <strong>otros</strong> ataques. Tal vez su<br />
mejor apología se encuentre en las siguientes líneas <strong>de</strong> El retrato<br />
<strong>de</strong> Dorian Grey: “Un gran poeta resulta la menos poética <strong>de</strong> las<br />
criaturas. Los poetas mediocres, en cambio, son absolutamente<br />
fascinantes. Cuanto peores son sus rimas, más pintorescos parecen.”<br />
Sin llegar a tildarla <strong>de</strong> mediocre como lo haría Wil<strong>de</strong>, la<br />
canción “nula”, bajo el disfraz <strong>de</strong> un niño <strong>de</strong>snutrido, oculta<br />
un rosario <strong>de</strong> verda<strong>de</strong>s: sabio y dichoso el hombre que exhibe<br />
su ni<strong>mi</strong>edad sin lamentarse por no ser profundo. En su visión<br />
habrá obvieda<strong>de</strong>s y <strong>de</strong>sperfectos, pero las “nulas” tienen la<br />
noble tarea <strong>de</strong> recordarnos que nuestro nombre, el que habrá <strong>de</strong><br />
cruzar con nos<strong>otros</strong> la puerta <strong>de</strong> la lápida, será el <strong>de</strong> un colectivo<br />
y polvoriento Nadie.<br />
Cerca <strong>de</strong> las diez <strong>de</strong> la noche, la tertulia <strong>de</strong> la calle Minerva<br />
guarda sus guitarras, <strong>de</strong>sarma los atriles y apaga sus luces<br />
<strong>de</strong> bohe<strong>mi</strong>a. ¿Seríamos capaces <strong>de</strong> negar, con la luz <strong>de</strong> la luna<br />
bañando las sillas fantasmales, que alguien llegó a cantar<br />
como ninguno —como nadie, como nunca— la balada <strong>de</strong> su<br />
amor ridículo?<br />
2 5
Del séptimo arte<br />
como sexto sentido<br />
A Ximena Hiriart<br />
¿Cuántas tomas requiere un momento irrepetible? ¿Cuántos<br />
errores consolidan una escena perfecta? Las respuestas varían<br />
según el parentesco que el guión, en complicidad con el director<br />
y los actores, guar<strong>de</strong> con la verdad. Stanley Kubrick, por ejemplo,<br />
exigía un riguroso maridaje entre el azar <strong>de</strong> la improvisación y<br />
la certidumbre <strong>de</strong> la experiencia. Jack Torrance (Jack Nicholson),<br />
el enloquecido novelista <strong>de</strong> El resplandor, teclea una y otra vez<br />
una <strong>mi</strong>sma frase en las incontables hojas que ha dispuesto a un<br />
costado <strong>de</strong> la máquina <strong>de</strong> escribir, justo en el lobby <strong>de</strong>l siniestro<br />
Hotel Overlook, cuya vigilancia queda a cargo <strong>de</strong> Torrance<br />
2 6
durante el cru<strong>de</strong>lísimo invierno que azota Colorado e impi<strong>de</strong><br />
la afluencia <strong>de</strong> turistas y trabajadores. Para el espectador, la<br />
imagen <strong>de</strong> su esposa Wendy (Shelley Duvall) al hojear aquellas<br />
páginas idénticas con creciente estupor, sigue siendo sobrecogedora.<br />
Pero la obsesión <strong>de</strong> Kubrick por crear paisajes y no atmósferas,<br />
exce<strong>de</strong> los alcances <strong>de</strong> aquella boquiabierta impresión<br />
<strong>de</strong>l público, nacida <strong>de</strong> la fe en la fortuna <strong>de</strong>l azar, en las casualida<strong>de</strong>s<br />
que unen sorpresa e inspiración. El “cálculo egoísta” <strong>de</strong><br />
Kubrick solía aparentar un chispazo <strong>de</strong> genio cuando su intervención,<br />
en realidad, estaba sopesada con rigor inflexible. Sin<br />
fotocopiadoras, ayudado por una máquina <strong>de</strong> escribir programable,<br />
el director <strong>mi</strong>smo llenó los 500 folios <strong>de</strong> Torrance <strong>de</strong> principio<br />
a fin con el siguiente refrán: “All work and no play makes Jack<br />
a dull boy” (o, en una traducción aproximada, “No por mucho<br />
madrugar amanece más temprano”). A<strong>de</strong>más, y a petición<br />
<strong>de</strong> Kubrick, Nicholson tuvo que repetir 157 veces el momento<br />
estremecedor en que, tras romper con un hacha la puerta <strong>de</strong>l<br />
baño don<strong>de</strong> Wendy y su hijo pretendían ocultarse <strong>de</strong> Torrance,<br />
éste asoma la cabeza y exclama, a la manera <strong>de</strong> un psicótico<br />
Carson que saliera <strong>de</strong> su cortina roja a presentar The Tonight<br />
Show: “Heeeeeeerrrrrrreeeeeee’s Johnny!” Lo que <strong>de</strong>seaba Kubrick,<br />
dictador <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>lirios, era trazar correspon<strong>de</strong>ncias entre las<br />
posibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la realidad y los hechos <strong>de</strong> la ficción, crear las<br />
condiciones propicias para que la locura potencial <strong>de</strong> su intérprete,<br />
a través <strong>de</strong>l fastidio, diera pie a la locura manifiesta <strong>de</strong>l<br />
personaje. El cine que mejor refleja el estado <strong>de</strong> las cosas, parece<br />
sugerirnos Kubrick, es el que capta la vida secreta <strong>de</strong>l actor: sus<br />
pasiones soterradas, sus impulsos latentes y su rostro verda<strong>de</strong>ro,<br />
en permanente reinvención <strong>de</strong> tanto contemplar el mundo a<br />
través <strong>de</strong> una máscara. Es en el <strong>de</strong>talle, en su observación atenta<br />
2 7
y obsesiva, don<strong>de</strong> el lugar común y el dato sabido <strong>de</strong> memoria se<br />
vuelven epifanía. Es en la construcción <strong>de</strong> un instante don<strong>de</strong> la<br />
revelación brinda su fruto espontáneo e irrepetible.<br />
Hasta Ojos bien cerrados, su obra póstuma, Kubrick planeó los<br />
acci<strong>de</strong>ntes y aventuras <strong>de</strong> sus personajes. Cuando el Dr. Bill<br />
Harford (Tom Cruise), un exitoso ginecólogo que vive en Nueva<br />
York con su mujer (Nicole Kidman) e hijos, cae en la cuenta <strong>de</strong><br />
que los remedios para combatir la rutina fa<strong>mi</strong>liar están por<br />
agotarse, acu<strong>de</strong> a una discreta orgía en la que sus participantes,<br />
completamente disfrazados, dan rienda suelta a sus <strong>de</strong>pravaciones.<br />
Bill, armado sólo <strong>de</strong> una contraseña, una capa y un antifaz,<br />
ingresa a un mundo habitado por hombres po<strong>de</strong>rosos que<br />
practican ritos <strong>de</strong> un culto sin <strong>de</strong>finir con hermosas prostitutas,<br />
ro<strong>de</strong>ados <strong>de</strong> lujo y cobijados por las sombras <strong>de</strong> la noche. En ese<br />
mundo torvo y tentador, el médico preten<strong>de</strong> hallar una salida<br />
al tedio <strong>de</strong> sus ocupaciones, al rencor y al apetito <strong>de</strong> venganza<br />
que lo inva<strong>de</strong> tras haber escuchado <strong>de</strong> su propia mujer, entre<br />
excitada y culposa, un sueño en el que un al<strong>mi</strong>rante la posee en<br />
un camarote. ¿Acaso el argumento, con profético dolo, sembró<br />
la se<strong>mi</strong>lla <strong>de</strong> la infi<strong>de</strong>lidad en la pareja formada por Kidman y<br />
Cruise? Tras aparecer los créditos <strong>de</strong> la cinta, fon<strong>de</strong>ados con el<br />
Vals no. 2 <strong>de</strong> D<strong>mi</strong>tri Shostakovich, sigue resonando el parlamento<br />
final en boca <strong>de</strong> Kidman: “Fuck”. También el verbo —por<br />
<strong>de</strong>más copulativo— es una maldición, y cualquier parecido con<br />
la realidad es mera consistencia.<br />
2 8
Orquesta vacía<br />
A Malena, Roger, Agustín y José Manuel,<br />
coro <strong>de</strong> medianoche.<br />
Cuentan que una vez Francis Picabia tomó la batuta <strong>de</strong> un<br />
director <strong>de</strong> orquesta y, parado frente al mar, comenzó a conducir<br />
la música retráctil <strong>de</strong> las olas. Trepado a un risco, en la punta <strong>de</strong><br />
un muelle o mojándose los pies y talones en la arena, imagino<br />
al vanguardista moviendo la batuta y conduciendo las aguas<br />
sin nadie en torno suyo. Una verda<strong>de</strong>ra “música acuática” —con<br />
el perdón <strong>de</strong> Haen<strong>de</strong>l— que <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> ser la eterna e invariable<br />
percusión <strong>de</strong>l océano para convertirse en el Doble concierto para<br />
director y olas, compuesto e interpretado por Picabia. Un estreno<br />
que arrancó <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces el aplauso inter<strong>mi</strong>nable <strong>de</strong>l mar.<br />
3 0
Por las tar<strong>de</strong>s, una vez ter<strong>mi</strong>nada la tarea en la secundaria,<br />
seguro <strong>de</strong> que no hubiese moros en la costa (ni siquiera la<br />
empleada doméstica, que me sorprendió en un par <strong>de</strong> ocasiones),<br />
bajaba a la sala, tomaba un disco, prendía el aparato <strong>de</strong> sonido y<br />
ponía una pieza a todo volumen. Casi siempre, <strong>mi</strong> lista incluía<br />
la obertura a la opereta Cándido <strong>de</strong> Bernstein, Introducción y<br />
rondó caprichoso para violín y orquesta <strong>de</strong> Saint—Saëns, el último<br />
movi<strong>mi</strong>ento <strong>de</strong>l Concierto para orquesta <strong>de</strong> Bartòk, el primero <strong>de</strong>l<br />
Concertino para órgano y orquesta <strong>de</strong> Bernal Jiménez o la Obertura<br />
festiva <strong>de</strong> Shostakóvich. A los ojos y oídos <strong>de</strong> un conocedor,<br />
todas estas obras comparten los <strong>mi</strong>smos aires <strong>de</strong> fa<strong>mi</strong>lia:<br />
espíritu chispeante y ligero, orquestación fastuosa, celeridad y<br />
virtuosismo. Para un <strong>de</strong>sconocido director <strong>de</strong> orquesta como yo,<br />
constituía un reto fascinante imaginar frente a mí la partitura<br />
abierta, empuñar un bolígrafo, hacerlo chocar tres veces contra<br />
el canto <strong>de</strong> <strong>mi</strong> atril invisible, alzar las manos a la altura <strong>de</strong>l<br />
pecho y dirigir a los estáticos e inexpresivos muebles <strong>de</strong> la<br />
sala como si fueran músicos <strong>de</strong> frac, sentados con la espalda<br />
completamente erguida, atentos a <strong>mi</strong>s instrucciones.<br />
Era necesario escuchar una y otra vez las piezas —más aún,<br />
memorizarse los <strong>de</strong>talles <strong>de</strong> la versión empleada: la duración<br />
total y <strong>de</strong> las pausas, la atención a un instrumento solista—<br />
para no a<strong>de</strong>lantarse o atrasarse. Ya que la memoria había registrado<br />
los rasgos principales <strong>de</strong> la pieza en cuestión, mezclaba al<br />
gusto las características <strong>de</strong> ciertos directores: <strong>de</strong> Pierre Boulez<br />
(y cuando no encontraba ni siquiera un lápiz), la ausencia <strong>de</strong><br />
batuta, la mano izquierda en señal <strong>de</strong> alto, y la <strong>de</strong>recha, con<br />
la palma abierta, trazando signos <strong>de</strong> infinito en el aire; <strong>de</strong><br />
Herbert von Karajan, la impasibilidad <strong>de</strong>l rostro, una emoción<br />
3 1
violenta pero contenida con refina<strong>mi</strong>ento, las manos con las<br />
palmas hacia abajo, se<strong>mi</strong>cerradas, como si controlaran el trote<br />
<strong>de</strong>l caballo <strong>de</strong> la música; <strong>de</strong> Georg Solti, el la<strong>de</strong>o nervioso pero<br />
bien temperado <strong>de</strong> la cabeza, los cuatro humores antiguos<br />
disputándose el cuerpo <strong>de</strong> arriba abajo. Al <strong>mi</strong>smo tiempo,<br />
colaboraba con <strong>mi</strong>s propias aportaciones al collage: elevaba la<br />
mano izquierda para indicar mayor intensidad en la ejecución<br />
y, llegado el momento (un tutti o la coda), apretaba <strong>mi</strong> batuta<br />
improvisada con las yemas <strong>de</strong>l pulgar y el índice <strong>de</strong> la mano<br />
<strong>de</strong>recha para <strong>de</strong>spués llevarla en diagonal al corazón y esperar<br />
el cierre <strong>de</strong> la pieza con los ojos cerrados, el sudor en la frente<br />
y un temblor incontrolable en manos y piernas. Creía escuchar<br />
una ovación <strong>de</strong> pie, tan estruendosa como la que el mar le<br />
brindó a Picabia. Goterones <strong>de</strong> lágrimas corrían por <strong>mi</strong>s mejillas,<br />
consciente <strong>de</strong> que había logrado una versión irrepetible <strong>de</strong><br />
la música grabada. Poco faltó para que proclamase con la arrogancia<br />
<strong>de</strong> Picasso: “Un tenor ha alcanzado un tono mayor que<br />
aquél inscrito en la pared: ¡Yo!”<br />
Pero en el último <strong>de</strong> estos “conciertos”, al voltear para recibir la<br />
ovación a <strong>mi</strong>s espaldas (es <strong>de</strong>cir, en la supuesta parte <strong>de</strong>l coro),<br />
me incliné <strong>de</strong> tal forma que ter<strong>mi</strong>né pegándome en la cabeza<br />
con un estante. El golpe lo hizo tambalearse y tirar una veintena<br />
<strong>de</strong> discos. Y no pu<strong>de</strong> sino quedarme ahí, helado por el<br />
susto, <strong>de</strong>spertando bruscamente <strong>de</strong>l sueño <strong>de</strong> la fama al trabajo<br />
hercúleo <strong>de</strong> limpiar el <strong>de</strong>sastre, antes <strong>de</strong> que bajara la empleada<br />
doméstica a evaluar el daño.<br />
Von Karajan <strong>de</strong>cía que “el arte <strong>de</strong> dirigir consiste en saber<br />
cuándo hay que abandonar la batuta para no molestar a la<br />
3 2
orquesta”. Yo preferí <strong>de</strong>jar la orquesta por la paz. Puse <strong>de</strong> nuevo<br />
los discos en sus cajas rotas, alcé con la escoba y el recogedor<br />
las astillas <strong>de</strong> plástico regadas por el piso, las tiré en el bote <strong>de</strong><br />
basura, me lavé la cara y las manos en el baño y, finalmente,<br />
regresé a levantar el bolígrafo <strong>de</strong>l suelo. Recuerdo haber metido<br />
la “batuta” en las arillas <strong>de</strong> una libreta <strong>de</strong> recados telefónicos<br />
con la certeza <strong>de</strong> que no volvería a dirigir para mí <strong>mi</strong>smo. Los<br />
muebles habían cerrado sus atriles y cambiado el frac por una<br />
sábana blanca, en señal <strong>de</strong> huelga o rendición.<br />
Ubicado en la calle <strong>de</strong> Florencia, en plena Zona Rosa —con su<br />
infernal cortejo <strong>de</strong> reflectores, puteros, bocinazos, palmeras y<br />
travestis que conduce al Ángel <strong>de</strong> la In<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia— se encuentra<br />
Melodika [sic], un bar para aficionados al canto que abre sus<br />
puertas seis días a la semana a partir <strong>de</strong> las nueve <strong>de</strong> la noche.<br />
Hace varios años, tras salir <strong>de</strong> una cantina en la calle <strong>de</strong> Londres<br />
y empren<strong>de</strong>r el largo ca<strong>mi</strong>no a casa <strong>de</strong> <strong>mi</strong>s padres, pasaba por<br />
aquel lugar oscuro y encerrado cuando se oyó una voz, perdida en<br />
los acor<strong>de</strong>s <strong>de</strong> “Just the way you are”. Tanto me llamó la atención<br />
que seguí <strong>de</strong>s<strong>de</strong> afuera, a través <strong>de</strong> la ventana, el <strong>de</strong>sempeño <strong>de</strong>l<br />
cantante. Subido a una tarima y resaltado por una tenue luz que<br />
ennoblecía su intento, el hombre aquel, un empleado <strong>de</strong> oficina<br />
<strong>de</strong> más o menos treinta y cinco años, lentes <strong>de</strong> fondo <strong>de</strong> botella,<br />
calvicie que pretendía ocultar un fleco absurdo cayéndole en<br />
la frente, corbata gris colgándole a la altura <strong>de</strong>l segundo botón<br />
abierto <strong>de</strong> una ca<strong>mi</strong>sa blanca que tenía los puños sucios; el hombre<br />
aquel, digo, iba siguiendo la letra <strong>de</strong> Billy Joel en un pantalla<br />
<strong>de</strong> televisión con la dificultad <strong>de</strong> un trabalenguas. No obstante,<br />
envalentonado por el tequila que bebió <strong>de</strong> un golpe durante el<br />
3 3
puente musical y por las porras <strong>de</strong> una mesa, concluyó su interpretación<br />
con una dignidad conmovedora. Es probable que nunca<br />
hubiera ido a tiempo, que estuviese un tono y medio abajo y que<br />
lo que cantara fuese, en realidad, una canción folclórica albanesa;<br />
aun así, el empleado <strong>de</strong> oficina se <strong>de</strong>sgañitó en una serie <strong>de</strong><br />
vocalizaciones que <strong>de</strong>jaron al skat <strong>de</strong> Ella Fitzgerald como simples<br />
gargarismos. Al final, la recompensa fue más gran<strong>de</strong> que el<br />
esfuerzo: aquella mesa le brindó una ovación tan entusiasta que<br />
el hombre se llevó el <strong>mi</strong>crófono al pecho e inclinó la cabeza varias<br />
veces antes <strong>de</strong> que tocara el turno a otro cantante.<br />
Aproveché la distracción <strong>de</strong> los parroquianos, que seguían aplaudiendo<br />
al empleado <strong>de</strong> oficina, para entrar, acodarme en la barra,<br />
encen<strong>de</strong>r un cigarrillo y pedir un Jack Daniel’s en las rocas. Junto<br />
con <strong>mi</strong> güisqui, el cantinero me dio tres papeletas, una libreta<br />
negra y un bolígrafo. Pudo más <strong>mi</strong> temor a parecer un primerizo<br />
que <strong>mi</strong> extrañeza ante el ritual <strong>de</strong> bienvenida, así que abrí la libreta<br />
con naturalidad y me encontré hojeando un catálogo <strong>de</strong> canciones<br />
en inglés, francés, italiano y español. Mi interés fue creciendo<br />
a medida que pasaba las hojas y encontraba éxitos <strong>de</strong> José Alfredo<br />
Jiménez, Frank Sinatra, Soda Estéreo, Paquita la <strong>de</strong>l Barrio, Los<br />
Beatles, Edith Piaf, Timbiriche, Michael Jackson, Charles Aznavour,<br />
La Sonora Santanera o Nicola di Bari. Debo haber estado más <strong>de</strong><br />
media hora expurgando el catálogo, porque al querer tomar <strong>mi</strong><br />
güisqui los hielos se habían <strong>de</strong>rretido, y el cigarrillo que prendí al<br />
entrar se había vuelto un arco frío <strong>de</strong> ceniza.<br />
Apuré el contenido casi transparente <strong>de</strong>l old fashion y pedí otro<br />
güisqui al cantinero. Junto con él me trajo otras cinco papeletas,<br />
como si me advirtiera que su cantidad seguiría aumentando a<br />
3 4
menos que anotara las canciones que <strong>de</strong>bía cantar. Con el primer<br />
temor a cuestas convertido en una angustia <strong>de</strong> no po<strong>de</strong>r colarme<br />
en aquella sociedad anónima <strong>de</strong> cantantes nocturnos, anoté<br />
“New York, New York” en una <strong>de</strong> las papeletas y copié el código<br />
numérico que flanqueaba su mención en las listas; en el extremo<br />
superior <strong>de</strong>recho, <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un espacio inferior a los cuatro centímetros<br />
<strong>de</strong> longitud, puse <strong>mi</strong> nombre en mayúsculas. Con mano<br />
temblorosa la entregué al cantinero, que salió inmediatamente<br />
<strong>de</strong> la barra para <strong>de</strong>jarla en el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la cabina, ocupada por el<br />
programador. Sólo quedaba esperar <strong>mi</strong> turno en ese inframundo<br />
<strong>de</strong> la música y pedir que <strong>mi</strong> voz fuera tan convincente como la <strong>de</strong><br />
aquel espíritu con<strong>de</strong>nado a rondar su oficina entre semana. De<br />
cualquier modo, Orfeo sin <strong>de</strong>berla ni temerla, ya no podía volver<br />
la vista atrás. Había perdido dos Eurídices en el último mes (<strong>mi</strong><br />
novia y la figura, ambas por romper la dieta). Si no había logrado<br />
ser director <strong>de</strong> orquesta —pensaba—, mucho menos me dolería<br />
per<strong>de</strong>r la dignidad en un intento por ablandar los corazones <strong>de</strong><br />
un Ha<strong>de</strong>s con calvicie prematura, lentes y zapatos ortopédicos<br />
mal boleados, y <strong>de</strong> una Perséfone con <strong>mi</strong>nifalda rosa, uñas <strong>de</strong> gel<br />
y medias raídas <strong>de</strong> algodón. Despojado <strong>de</strong> <strong>mi</strong> lira, sólo podría<br />
repetir el conjuro que habría <strong>de</strong> aparecer en una pantalla frente a<br />
mí para <strong>de</strong>jar la tierra <strong>de</strong> los muertos. Un conjuro que acompaña<br />
nuestro canto con gargantas e instrumentos invisibles o, como el<br />
fulgor <strong>de</strong> una estrella, con el eco nítido <strong>de</strong> un conjunto musical<br />
que <strong>de</strong>sapareció hace tiempo.<br />
Pese al patetismo que la ronda, la palabra japonesa “karaoke”<br />
tiene orígenes líricos; proviene <strong>de</strong> kara (“vacío”) y ōke, abreviatura<br />
<strong>de</strong> ōkesutora (“orquesta”). La historia <strong>de</strong> la máquina <strong>de</strong> karaoke no<br />
3 5
es muy distinta si se piensa en la grisura <strong>de</strong> la que surge: un buen<br />
día, hace más <strong>de</strong> dos décadas, un bar nipón se quedó sin música<br />
en vivo. Sus clientes, la mayoría ejecutivos cuya sola aventura<br />
consistía en emborracharse con sus compañeros <strong>de</strong> trabajo, solían<br />
reunirse en ese bar <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> salir <strong>de</strong> la oficina y soltaban largos<br />
aullidos <strong>de</strong> insubordinación al calor <strong>de</strong> un sake. Pero la banda o el<br />
organista se marchó <strong>de</strong> buenas a primeras, y <strong>de</strong>jó al dueño al bor<strong>de</strong><br />
<strong>de</strong> la bancarrota. Muchos <strong>de</strong> esos ejecutivos prefirieron pagar su<br />
cuenta y andar en busca <strong>de</strong> otro sitio que quedarse a charlar con<br />
los colegas sin el ruido <strong>de</strong> fondo <strong>de</strong> las melodías que nos salvan <strong>de</strong>l<br />
silencio, el carraspeo, el monosílabo y la indiscreción.<br />
Quienes siguieron frecuentando el bar fueron testigos <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sesperado<br />
ingenio <strong>de</strong> su propietario, quien <strong>de</strong>cidió repartir libretas<br />
<strong>de</strong> canciones en las mesas y sustituir la música en vivo por pistas<br />
sin voz. Limpió el escenario <strong>de</strong> instrumentos y, en su centro,<br />
colocó un <strong>mi</strong>crófono <strong>de</strong> base, una pantalla <strong>de</strong> televisión y una<br />
luz cenital. Eli<strong>mi</strong>nó el antiguo sistema <strong>de</strong> “peticiones” o “complacencias”*<br />
e instituyó uno nuevo, más eficiente y cómodo,<br />
<strong>de</strong> papeletas, cancioneros y bolígrafos. La voz cantante ya no la<br />
llevaría un profesional <strong>de</strong> conservatorio, sino un subdirector<br />
<strong>de</strong> área. Ni falta harían los músicos para seguirlo: una consola<br />
reproduciría el acompaña<strong>mi</strong>ento <strong>de</strong> la canción seleccionada e<br />
incluso, podría bajar el tono <strong>de</strong> la canción o modificar su ritmo.<br />
Sin sospechar la <strong>mi</strong>na <strong>de</strong> oro que significaría su invención,<br />
el dueño salvó su bar y, a<strong>de</strong>más, tuvo un gesto filantrópico a<br />
*En México, las “peticiones” o “complacencias” son servilletas <strong>de</strong> papel en las que, con<br />
ayuda <strong>de</strong> un lápiz labial o <strong>de</strong>lineador <strong>de</strong> cejas, se garrapatean canciones que se <strong>de</strong>dican<br />
a la secretaria y que, junto con un billete <strong>de</strong> cincuenta pesos, van a parar a una copa<br />
coñaquera pegada con cinta adhesiva a la caja <strong>de</strong> un piano vertical. (N. <strong>de</strong>l A.)<br />
3 6
la altura <strong>de</strong>l arte. (Y, específicamente, <strong>de</strong> ciertas expresiones<br />
<strong>de</strong>l arte: el performance, la intervención, el arte sonoro...) En<br />
un mercado musical ocupado por improvisadores <strong>de</strong> carrera;<br />
por anunciantes que creen, a pie juntillas <strong>de</strong>l irónico Wil<strong>de</strong>,<br />
que “el tiempo es una pérdida <strong>de</strong> dinero”, el karaoke es uno <strong>de</strong><br />
los últimos refugios antiaéreos contra el apuro oficinesco, la<br />
productividad recalcitrante, el monoteísmo <strong>de</strong>l negocio y la<br />
homologación humana; uno <strong>de</strong> los pocos altares consagrados<br />
al canto, al canto individual que congrega a los <strong>mi</strong>embros<br />
dispersos <strong>de</strong> una tribu, al canto colectivo que se alza para tocar,<br />
por un segundo, el tímpano <strong>de</strong>l cosmos. Ese <strong>mi</strong>smo canto que,<br />
como advertía Rilke en sus Sonetos a Orfeo,<br />
...no es anhelo,<br />
no es petición <strong>de</strong> algo aún no conseguido;<br />
el canto es existencia. Es fácil para el dios.<br />
¿Pero cuándo existimos nos<strong>otros</strong>? ¿Cuándo vira<br />
él hacia nuestro ser los astros y la tierra?<br />
El que tú ames, muchacho, no es idéntico, aunque<br />
la voz te esté forzando a abrir la boca. Apren<strong>de</strong><br />
a olvidar que has cantado. Eso es algo que fluye.<br />
Cantar es en verdad un aliento distinto.<br />
Un hálito por nada. Soplo en el dios. Un viento.<br />
“Cantar es en verdad un aliento distinto”, y más en el<br />
escenario. Quien ha cantado en un karaoke, lo sabe: ausente<br />
la música, <strong>de</strong>slumbrado por focos <strong>de</strong> setenta y cinco watts,<br />
apenas se pue<strong>de</strong> distinguir entre penumbras al público que<br />
3 7
se encuentra allí reunido. Se está completamente solo con el<br />
canto, como lo estuvo Picabia frente al mar, con el soplo <strong>de</strong>l<br />
dios mesando su pelo, besando sus mejillas y frente, cerrando<br />
sus ojos. Al día siguiente, sumergidos en odiosas labores<br />
cotidianas, habremos <strong>de</strong> olvidar que cantamos. Pero el dios no<br />
olvida ni <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> suspirar, esperanzado y satisfecho. Y la brisa<br />
<strong>de</strong>l mar nos lo recuerda.<br />
“...Seguimos con la música... Hernán... Hernán—allá—en—la—barra,<br />
al escenario...”, anunció el programador con voz <strong>de</strong> supermercado<br />
o <strong>de</strong> aeropuerto. Me guardé el bolígrafo en el bolsillo izquierdo <strong>de</strong><br />
<strong>mi</strong> ca<strong>mi</strong>sa como amuleto <strong>de</strong> ambigua suerte y subí al escenario.<br />
Tomé el <strong>mi</strong>crófono, <strong>de</strong>senredé su cable y comencé a cantar:<br />
Start spreading the news:<br />
I’m leaving today.<br />
I want to be a part of it,<br />
New York, New York.<br />
These vagabond shoes<br />
are longing to stray<br />
and make a brand new start of it,<br />
New York, New York.<br />
Al final <strong>de</strong> la segunda estrofa, justo cuando la canción se<br />
torna más aguda y <strong>de</strong>mandante, estuve tentado a extraer el<br />
bolígrafo <strong>de</strong> <strong>mi</strong> bolsillo, apretarlo con las yemas <strong>de</strong>l pulgar<br />
y el índice <strong>de</strong> la mano <strong>de</strong>recha y, como hacía muchos años,<br />
llevarlo en diagonal hacia <strong>mi</strong> corazón. Preferí <strong>de</strong>jarlo en su<br />
3 8
lugar asomando la punta, fluctuando <strong>de</strong> <strong>de</strong>recha a izquierda,<br />
como un metrónomo. Tomé un profundo respiro, cerré los ojos<br />
y seguí cantando.<br />
Me estaba dirigiendo a mí <strong>mi</strong>smo.<br />
3 9
4 0<br />
Digesto<br />
A Margo Glantz, autora <strong>de</strong>l epílogo<br />
Epígrafe. “Si tu gusto gustara <strong>de</strong>l gusto que gusta <strong>mi</strong> gusto, <strong>mi</strong><br />
gusto gustaría <strong>de</strong>l gusto que gusta tu gusto. Pero como tu<br />
gusto no gusta <strong>de</strong>l gusto que gusta <strong>mi</strong> gusto, <strong>mi</strong> gusto no gusta<br />
<strong>de</strong>l gusto que gusta tu gusto.”<br />
Oda. Ad<strong>mi</strong>rable la gente que soporta con estoicismo y valentía,<br />
incluso con orgullo, el fardo <strong>de</strong> herencias fa<strong>mi</strong>liares como la obesidad,<br />
el pequeño negocio a punto <strong>de</strong> la bancarrota, las carreras<br />
técnicas, la carga <strong>de</strong> unos primos segundos perdidos en el alcohol,
el arsenal <strong>de</strong> figuras <strong>de</strong>spintadas <strong>de</strong> cerá<strong>mi</strong>ca en cajas <strong>de</strong> cartón,<br />
las copias <strong>de</strong> retratos <strong>de</strong> payasitos que lloran inconsolablemente<br />
tras un marco <strong>de</strong> hoja <strong>de</strong> oro <strong>de</strong>scarapelada.<br />
Aún más ad<strong>mi</strong>rables los hombres que pue<strong>de</strong>n, a su vez, ad<strong>mi</strong>rar a la<br />
gente que soporta la cruz <strong>de</strong>l mal gusto en sus vidas. Y digo “aún más<br />
ad<strong>mi</strong>rables” porque el papel <strong>de</strong> quienes preten<strong>de</strong>n diferenciar entre<br />
buen y mal gusto no es enfrentarlos, sino reconciliarlos. Alguien más<br />
o menos enterado <strong>de</strong> la engañosa simetría axial <strong>de</strong>l arte, que separa<br />
lo vulgar y lo sublime con arbitraria suficiencia, <strong>de</strong>bería celebrar a<br />
aquéllos que no pue<strong>de</strong>n distinguir entre ambas y que, sin saberlo,<br />
han escapado a los relativismos; que, por distracción o <strong>de</strong>sconoci<strong>mi</strong>ento,<br />
han llegado al oasis <strong>de</strong> una síntesis que los “conocedores”, en<br />
su Sahara <strong>de</strong> tesis y antítesis, tachan <strong>de</strong> espejismo.<br />
Aforismo. Dicen que el buen gusto se hereda. ¿Acaso el mal gusto<br />
quedó estéril e intestado?<br />
Crónica. A veces olvidamos que nuestro tiempo se encargó <strong>de</strong><br />
borrar las fronteras entre buen y mal gusto. Las advertencias<br />
que sobre los peligros <strong>de</strong> lo kitsch hicieron Adorno, Broch y<br />
Greenberg quedaron en pataletas <strong>de</strong> vinagrillo. La naturaleza<br />
<strong>de</strong>l camp, que Sontag estudió, fue <strong>de</strong>predada. El kitsch no es más<br />
un objeto estético pobremente manufacturado para aliviar<br />
la culpa <strong>de</strong> los nuevos ricos alemanes en materia <strong>de</strong> rezago<br />
cultural. El camp no es más una “tentativa falsa <strong>de</strong> i<strong>de</strong>ntidad”<br />
(Sontag) <strong>de</strong>l arte que se aproxima con ironía y exageración a la<br />
historia inmediata que lo ve nacer.<br />
4 1
Hace tiempo sucumbimos a la tentación <strong>de</strong> tener lo mejor y<br />
peor <strong>de</strong> dos mundos. Su consecuencia está a la vista: <strong>de</strong>sconocemos<br />
si lo bello es la sombra o el rostro que escon<strong>de</strong> lo bestial,<br />
si la fascinación es un recurso irónico <strong>de</strong>l asco, si el mal gusto<br />
es resultado <strong>de</strong> una instrucción artística profunda y meditada,<br />
si lo corriente es una moda perdurable o una tradición efímera.<br />
Primero se <strong>de</strong>spreció a la nueva burguesía que, ante su incapacidad<br />
<strong>de</strong> compren<strong>de</strong>r el arte acadé<strong>mi</strong>co <strong>de</strong>l siglo XIX, lo vulgarizó<br />
en copias, i<strong>mi</strong>taciones y homenajes. Después, el arte <strong>de</strong><br />
la segunda <strong>mi</strong>tad <strong>de</strong>l siglo XX interpretó aquellas vulgarizaciones<br />
como lícitos productos culturales que adaptó, recreó<br />
e ironizó. Más tar<strong>de</strong>, los nuevos ricos copiaron, i<strong>mi</strong>taron y<br />
homenajearon estas paródicas parodias parodiables. El arte<br />
acadé<strong>mi</strong>co se confundió y ter<strong>mi</strong>nó por convencerse <strong>de</strong> que el<br />
arte popular era su raíz verda<strong>de</strong>ra; el nuevo rico trató <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r<br />
esta nueva diná<strong>mi</strong>ca pero juzgó elitista, por ejemplo, que<br />
la música inci<strong>de</strong>ntal <strong>de</strong> El Chavo <strong>de</strong>l Ocho fuera tocada por el<br />
Cuarteto Kronos, así que, en fechas recientes, ha vuelto su<br />
<strong>mi</strong>rada al arte popular y lo parodia con incertidumbre.<br />
Monólogo interior. “...<strong>de</strong>l <strong>de</strong>recho a la cultura que sólo lo es a la<br />
buena cultura porque la mala cultura está en contra <strong>de</strong> la buena<br />
y ya no es cultura y ha <strong>de</strong> ser apartada para salvaguardar al<br />
pueblo que gusta <strong>de</strong> la mala cultura por tanto ser <strong>de</strong>fendido<br />
contra sí <strong>mi</strong>smo para no ser él <strong>mi</strong>smo pero por aquellos que<br />
<strong>de</strong>fien<strong>de</strong>n la buena y pue<strong>de</strong>n <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rla por virtud <strong>de</strong> estar<br />
autorizados por el pueblo que no gusta <strong>de</strong> la buena sino <strong>de</strong> la<br />
otra...” (Vergílio Ferreira, Para siempre.)<br />
4 2
Moraleja. Al final, el sentido <strong>de</strong>l gusto transforma la mejor<br />
co<strong>mi</strong>da en una pasta blanda y repugnante.<br />
Conservar la tradición <strong>de</strong>l buen gusto equivale a ru<strong>mi</strong>ar un<br />
<strong>mi</strong>smo bolo alimenticio que se pudre en la boca por no ser evacuado<br />
a tiempo.<br />
Novela naturalista. El sentido <strong>de</strong>l gusto pue<strong>de</strong> percibir una infinidad<br />
<strong>de</strong> sabores diferentes gracias a las más <strong>de</strong> diez <strong>mi</strong>l papilas<br />
gustativas que se encuentran en la superficie <strong>de</strong> la lengua. Pero<br />
la repugnancia o el placer <strong>de</strong> la <strong>de</strong>gustación no está en la lengua<br />
<strong>mi</strong>sma, sino en la memoria que guardamos <strong>de</strong> sus impresiones.<br />
El gusto no tiene recuerdo <strong>de</strong> sí. Por eso lo olvidamos poco a<br />
poco <strong>mi</strong>entras la memoria se nos va diluyendo con los años.<br />
Novela realista. “A la vejez, viruelas”, suele <strong>de</strong>cirse cuando un<br />
viejo no sólo se atreve a per<strong>de</strong>r el juicio, sino a prestar oídos<br />
sordos a las advertencias, a per<strong>de</strong>r <strong>de</strong> vista sus responsabilida<strong>de</strong>s,<br />
a no tener ya tacto al externar sus opiniones ni el olfato<br />
<strong>de</strong>sarrollado para percibir los riesgos <strong>de</strong> una acción; pero, en<br />
especial, cuando <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> tener buen gusto para conducirse.<br />
A menor gusto, mayor apetencia. A menor distinción, mayor<br />
notoriedad.<br />
Dicho más vulgarmente: “Cuando la fuerza mengua, para eso<br />
está la lengua.”<br />
4 3
Parábola. Una mujer embarazada pue<strong>de</strong> tener antojo, simultáneamente,<br />
<strong>de</strong> un pato a la mandarina, un sope con chorizo,<br />
una crema catalana y un trozo <strong>de</strong> acitrón. Mientras la futura<br />
madre sopea con la mano izquierda el acitrón en la salsa <strong>de</strong>l<br />
pato, sostiene en la <strong>de</strong>recha una revista <strong>de</strong> maternidad que<br />
contiene un artículo sobre la importancia <strong>de</strong> seguir una<br />
dieta balanceada.<br />
Comedia <strong>de</strong> situaciones. Para algunas culturas, eructar <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong> comer es señal inequívoca <strong>de</strong> agrado ante una co<strong>mi</strong>da, un<br />
<strong>de</strong>seo no verbalizado —por pena o pudor— <strong>de</strong> seguir co<strong>mi</strong>endo.<br />
¿Será por eso que eructar es sinónimo <strong>de</strong> repetir?<br />
Tratado. “La <strong>de</strong>finición más general <strong>de</strong>l gusto, sin consi<strong>de</strong>rar<br />
si es buena o mala, si es justa o no lo es, consiste en que es<br />
aquello que nos liga a una cosa por medio <strong>de</strong>l senti<strong>mi</strong>ento...”,<br />
dice Montesquieu en su Ensayo sobre el gusto. Nada más exacto<br />
cuando escuchamos la frase “por <strong>mi</strong> gusto”, que trascien<strong>de</strong><br />
la lógica <strong>de</strong> la argumentación y la diná<strong>mi</strong>ca <strong>de</strong> las i<strong>de</strong>as. Pero<br />
Montesquieu se equivoca al darle potestad al senti<strong>mi</strong>ento <strong>de</strong><br />
una expresión así. El senti<strong>mi</strong>ento no nos liga a las cosas buenas<br />
o malas, justas o injustas. El estómago y el <strong>hígado</strong> se encargan<br />
<strong>de</strong> procesar nuestros rencores y pasiones más <strong>de</strong>saforados. Ya ni<br />
se digan las partes más nobles o pu<strong>de</strong>ndas que dan a “por <strong>mi</strong><br />
gusto” lo redondo y rotundo <strong>de</strong> dos esferas <strong>de</strong> pensa<strong>mi</strong>ento, lo<br />
enhiesto y penetrante <strong>de</strong> una vara <strong>de</strong>l juicio.<br />
4 4
Poética. “Cuando Enrique <strong>de</strong> Navarra pasó dos días en el castillo<br />
<strong>de</strong> Montaigne, quiso dar a su anfitrión una prueba <strong>de</strong> confianza,<br />
y se negó a que los manjares fueran ‘ensayados’ en la<br />
mesa. Justo Lipsio, a<strong>mi</strong>go y corresponsal <strong>de</strong> Montaigne, piensa<br />
que ensayo correspon<strong>de</strong> con exactitud a la palabra latina gustus,<br />
esto es, la prueba que el gentilhombre <strong>de</strong> cámara hace a la vista<br />
<strong>de</strong>l rey para <strong>de</strong>mostrar la inocuidad <strong>de</strong> los alimentos que van<br />
a servirse.” (Juan José Arreola, “Prólogo” a Ensayos escogidos, <strong>de</strong><br />
Michel <strong>de</strong> Montaigne.)<br />
Epílogo. El gusto se rompe en géneros.<br />
4 5
Permanencia involuntaria<br />
Compa<strong>de</strong>zcamos al infeliz que no sabe qué hacer en la soledad<br />
<strong>de</strong> su casa; su <strong>de</strong>sazón escon<strong>de</strong> un <strong>mi</strong>edo <strong>de</strong>sproporcionado a<br />
los lugares públicos. Quien no pue<strong>de</strong> estar a solas tumbado en<br />
el sofá <strong>de</strong> la sala <strong>mi</strong>entras hojea el periódico o lavando platos<br />
en el frega<strong>de</strong>ro, mucho menos podrá sentirse útil o cuerdo en<br />
las baratas <strong>de</strong> un centro comercial, un antro el viernes por la<br />
noche o un mítin político. Con sólo atravesar la puerta <strong>de</strong> una<br />
tienda y ver a cincuenta señoras arremolinadas en torno <strong>de</strong><br />
una <strong>mi</strong>sma blusa con el cincuenta por ciento <strong>de</strong> <strong>de</strong>scuento; con<br />
sólo ver la fila kilométrica <strong>de</strong> veinteañeros que pi<strong>de</strong>n la venia<br />
4 6
<strong>de</strong> un orangután para po<strong>de</strong>r entrar a un antro; con sólo oír el<br />
clamor <strong>de</strong> cientos <strong>de</strong> <strong>mi</strong>les <strong>de</strong> personas reunidas en la plancha<br />
<strong>de</strong>l Zócalo para apoyar a tal o cual candidato a la presi<strong>de</strong>ncia,<br />
el hombre aquel saldría huyendo <strong>de</strong>spavoridamente y acabaría<br />
encontrando alivio en su odiada reclusión. Si pue<strong>de</strong>, en cambio,<br />
resistir la vieja música <strong>de</strong> cámara <strong>de</strong> su propio cuerpo al orinar,<br />
silbar, toser o soltar sus flatulencias, está listo para escuchar la<br />
nueva sinfonía <strong>de</strong>l mundo con solicitud, buen ánimo y cordura.<br />
Pero más allá <strong>de</strong> tener que soportar nuestro peso específico<br />
cuando estamos solos, nuestro reto mayor es la renuncia a cualquier<br />
asunto que no seamos nos<strong>otros</strong>. Pero ese gesto, que exige<br />
aplicarnos la sabiduría popular que afirma: “Uno sólo pue<strong>de</strong> contar<br />
con uno <strong>mi</strong>smo”, no se da con correr el pasador y meterse bajo<br />
las sábanas. Casi todo en casa nos distrae <strong>de</strong> un propósito tan<br />
elevado como lograr una armónica autoconvivencia: en el dor<strong>mi</strong>torio<br />
se encuentran el teléfono y la televisión; en el estudio, la<br />
computadora, y con ella, el mensajero o el correo electrónico y las<br />
páginas virtuales <strong>de</strong> pornografía; en la sala, el estéreo, el celular,<br />
los libros y los diarios; en la cocina, las ventanas que dan a la<br />
calle don<strong>de</strong> los niños juegan al futbol o a las escondidillas y pasa<br />
un testigo <strong>de</strong> Jehová, el ca<strong>mi</strong>ón <strong>de</strong> la basura o el ropavejero. La<br />
verda<strong>de</strong>ra comunión <strong>de</strong>l alma con el cuerpo “en soledad sonora”,<br />
como diría san Juan; el indiscutible espacio <strong>de</strong> la meditación no<br />
sólo en casa, sino en sitios públicos y abarrotados como cines,<br />
parques <strong>de</strong> diversión o restaurantes, está en el baño.<br />
En Elogio <strong>de</strong> la madrastra, Mario Vargas Llosa, a través <strong>de</strong> su<br />
personaje Rigoberto, ha escrito algunas <strong>de</strong> sus páginas más<br />
4 7
inspiradas, muchas <strong>de</strong> ellas sobre el baño. Para mantener encendida<br />
la llama <strong>de</strong> la pasión en su matrimonio con Lucrecia —y, <strong>de</strong><br />
paso, estimular los <strong>de</strong>seos precoces <strong>de</strong> Fonchito, el hijastro <strong>de</strong> la<br />
última—, Rigoberto celebra una vez a la semana complejos rituales<br />
<strong>de</strong> aseo personal. Uno <strong>de</strong> ellos, la “purificación <strong>de</strong> los vientres”,<br />
consiste en expulsar <strong>de</strong>l cuerpo toda impureza <strong>de</strong>l alma a través<br />
<strong>de</strong> una <strong>de</strong>fecación ejercitada y rigurosa, consciente en forma<br />
(los pormenores <strong>de</strong> la evacuación: postura, velocidad, pujido) y<br />
fondo (el tipo <strong>de</strong> alimentación: opípara, vegetariana). Rigoberto,<br />
tocado por más obra que gracia <strong>de</strong>l <strong>de</strong>trito, planea y ejecuta sus<br />
rituales sentado en la taza <strong>de</strong>l baño. Pero no sólo eso: filosofa en<br />
torno al acto <strong>de</strong> expulsar alimentos (“Pero limpiar el vientre es<br />
mucho menos incierto que limpiar el alma”), poetiza en torno a<br />
las orejas <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> quitarles la cerilla (“Flores abiertas, élitros<br />
sensibles, auditorios para la música y los diálogos”) y hasta se da<br />
tiempo para conversar con los difuntos, en busca <strong>de</strong> una tradición<br />
que sustente su obsesiva búsqueda <strong>de</strong>l grial <strong>de</strong> la limpieza.<br />
¿Será cierta aquella anécdota —se pregunta Rigoberto— según la<br />
cual el erudito bibliógrafo don Marcelino Menén<strong>de</strong>z y Pelayo,<br />
que pa<strong>de</strong>cía <strong>de</strong> constipación crónica, pasó buena parte <strong>de</strong> su vida,<br />
en su casa <strong>de</strong> Santan<strong>de</strong>r, sentado en el excusado, pujando? A don<br />
Rigoberto le habían asegurado que en la casa—museo <strong>de</strong>l célebre<br />
historiador, poeta y crítico, el turista podía contemplar el escritorio<br />
portátil que aquél se mandó construir para no interrumpir<br />
sus investigaciones y caligrafías <strong>mi</strong>entras luchaba contra el avaro<br />
vientre empeñado en no <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>rse <strong>de</strong> la mugre fecal <strong>de</strong>positada<br />
allí por los copiosos y recios yantares españoles.<br />
Y capítulos más a<strong>de</strong>lante, Rigoberto fantasea<br />
4 8
sobre la inquietante receta privada <strong>de</strong>l elegante historiador <strong>de</strong><br />
la Revolución Francesa, Michelet [...] quien, cuando lo rendían la<br />
fatiga y el <strong>de</strong>sánimo, abandonaba los manuscritos, perga<strong>mi</strong>nos<br />
y ficheros <strong>de</strong> su estudio para <strong>de</strong>slizarse sigilosamente, como un<br />
ladrón, hasta las letrinas <strong>de</strong>l hogar.<br />
En ambos casos, Menén<strong>de</strong>z y Pelayo y Michelet le dan al personaje<br />
argumentos contra la esterilidad que conllevan los cientos<br />
<strong>de</strong> <strong>mi</strong>les <strong>de</strong> “horas muertas”, esa <strong>mi</strong>sma cantidad <strong>de</strong> tiempo<br />
que uno, como pluma genial o mediocre, estreñida o diarreica,<br />
pasa en el baño a lo largo <strong>de</strong> su vida. El primero se las ingenió<br />
para compaginar el pru<strong>de</strong>nte ritmo <strong>de</strong> su crítica literaria<br />
al lento ritmo <strong>de</strong> su mala digestión; el segundo recuperaba el<br />
buen <strong>de</strong>cir en el oficio <strong>de</strong> historiar gracias a la lengua procaz <strong>de</strong><br />
su estómago.<br />
Rigoberto, en cambio, no transforma la <strong>mi</strong>erda en algo tan ilustre,<br />
aunque sí revelador: concibe para sus a<strong>de</strong>ntros (en los múltiples<br />
a<strong>de</strong>ntros <strong>de</strong> un hombre abstraído que se encierra en el baño a<br />
meditar) la doctrina quietista <strong>de</strong>l siglo XXI; esto es, el vínculo con<br />
el Creador sin tener que anular el cuerpo a través <strong>de</strong> la penitencia<br />
y el ayuno. Antes bien, dicho vínculo se haría más sólido afirmando<br />
el cuerpo en todos sus procesos vitales —incluyendo, claro<br />
está, el <strong>de</strong>sperdicio— a través <strong>de</strong> la contemplación. Seguramente<br />
versado en la lectura <strong>de</strong> los místicos <strong>de</strong> Oriente y Occi<strong>de</strong>nte,<br />
Rigoberto no distingue entre el cuerpo que evacua por abajo,<br />
hacia la tierra, y el alma que sale por arriba, en dirección al cielo.*<br />
*A diferencia <strong>de</strong> alguna religiosa, que separaba el alma <strong>de</strong>l cuerpo con tanta claridad que<br />
en alguna ocasión, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que el <strong>mi</strong>smísimo Demonio la reprendiera en pleno baño<br />
por fumar, ella le respondió: “Fumo para mí, rezo para Él y lo que hago es para ti.”<br />
4 9
En compañía <strong>de</strong>l papel higiénico, las toallas y los azulejos<br />
que, en su blancura, reflejan la luz <strong>de</strong>l sol o <strong>de</strong> una lámpara<br />
con <strong>de</strong>lectación morosa; <strong>de</strong>l sonido <strong>de</strong>l agua que llena poco a<br />
poco el estanque; <strong>de</strong> un espejo que refleja lo que no po<strong>de</strong>mos<br />
ver encima <strong>de</strong> nos<strong>otros</strong> <strong>mi</strong>entras permanecemos sentados en<br />
la taza; en compañía, pues, <strong>de</strong> algunos ad<strong>mi</strong>nículos que nos<br />
confirman que hemos salido <strong>de</strong> nuestro entorno pero pisamos<br />
todavía el suelo, cumplimos funciones fisiológicas que <strong>de</strong>vienen<br />
ejercicios espirituales, estruendosas alabanzas u oraciones<br />
fúnebres al cuerpo. Incluso cuando echamos la espalda hacia<br />
<strong>de</strong>lante y su unión con las piernas dibuja un ángulo convexo<br />
<strong>de</strong> treinta grados, cerramos los ojos, apoyamos los codos en<br />
nuestras rodillas y, con las palmas juntas a la altura <strong>de</strong> la<br />
nariz, en realidad pedimos la expulsión <strong>de</strong> los <strong>de</strong>monios <strong>de</strong> la<br />
gula. Concluido el exorcismo, damos gracias a Dios y un sutil<br />
perfume hace olvidar nuestra hedion<strong>de</strong>z; un olor <strong>de</strong> santidad<br />
inunda el cuarto <strong>de</strong> baño y brinda una promesa <strong>de</strong> fragante<br />
resurrección a nuestra podredumbre.<br />
Por eso el baño, propio o ajeno, fa<strong>mi</strong>liar o público, es un ojo <strong>de</strong><br />
llave al Paraíso.** Y dado que el Paraíso tiene una infinidad <strong>de</strong><br />
nombres (Asgard, Arcadia, Nirvana, Valhalla, Olimpo o simplemente<br />
Cielo), así también el baño —algunos sublimes y los<br />
<strong>de</strong>más oscuros, afectados o hipócritas: inodoro, retrete, toilette,<br />
W. C., tocador, servicio, trono, excusado, letrina, sanitario...<br />
—Pero entre toda esta enumeración, <strong>de</strong>staca un nombre que<br />
**El mexicano emplea la palabra “baño” para referirse al sitio <strong>de</strong> limpieza personal (o sea,<br />
don<strong>de</strong> uno se cepilla los dientes, se baña, se maquilla o se rasura) y al lugar en don<strong>de</strong> uno<br />
“hace sus necesida<strong>de</strong>s”. El curioso fenómeno <strong>de</strong> reducción que sufre este vocablo obe<strong>de</strong>ce<br />
al insalubre hacina<strong>mi</strong>ento <strong>de</strong> fa<strong>mi</strong>lias numerosas, sobre todo en las gran<strong>de</strong>s urbes —o, si<br />
se quiere, a un mero acto <strong>de</strong> economía lingüística.<br />
5 0
envuelve en un halo <strong>de</strong> enigma a quien lo usa y que transforma<br />
el baño, nuestro Edén doméstico, en la ciudad <strong>de</strong> Dios, reservada<br />
a los bienaventurados: el “privado”.<br />
En tanto secrecía, el <strong>mi</strong>sticismo <strong>de</strong> este tér<strong>mi</strong>no excluye al<br />
pagano que lo ocupa como si fuera un patrimonio colectivo o<br />
un recurso natural no renovable: con raciona<strong>mi</strong>ento y rapi<strong>de</strong>z.<br />
Cuando uno se introduce en el “privado”, lo hace a un ámbito<br />
<strong>de</strong> silencio y <strong>de</strong>smemoria, se relativiza el tiempo, se <strong>de</strong>spoja<br />
paulatinamente <strong>de</strong>l lenguaje, se quita el pesado manto <strong>de</strong> su<br />
humanidad; como Juan <strong>de</strong> Yepes encerrado en su celda antes <strong>de</strong><br />
celebrar bodas con Dios, ignora la dimensión <strong>de</strong>sconocida a la<br />
que acce<strong>de</strong>:<br />
Yo no supe dón<strong>de</strong> entraba,<br />
pero, cuando allí me vi,<br />
sin saber dón<strong>de</strong> me estaba,<br />
gran<strong>de</strong>s cosas entendí;<br />
no diré lo que sentí,<br />
que me quedé no sabiendo,<br />
toda ciencia trascendiendo.<br />
De paz y <strong>de</strong> piedad<br />
era la ciencia perfecta,<br />
en profunda soledad,<br />
entendida vía recta;<br />
era cosa tan secreta,<br />
que me quedé balbuciendo,<br />
toda ciencia trascendiendo.<br />
5 1
Estaba tan embebido,<br />
tan absorto y ajenado,<br />
que se quedó <strong>mi</strong> sentido<br />
<strong>de</strong> todo sentir privado;***<br />
y el espíritu dotado<br />
<strong>de</strong> un enten<strong>de</strong>r no entendiendo,<br />
toda ciencia trascendiendo.<br />
Conforme pasan los <strong>mi</strong>nutos, quien ocupa el “privado” se vacía<br />
<strong>de</strong> palabra, costumbres y memoria. No duerme una siesta,<br />
tampoco está inconsciente ni ha sido succionado por la tubería,<br />
mucho menos tiene una afición malsana al onanismo —tal y<br />
como conjeturan sus compañeros <strong>de</strong> mesa, que ya acabaron el<br />
postre, los cafés, el güisqui o el anís y varios cigarrillos a la sazón<br />
<strong>de</strong> una larga sobremesa. Incluso, alguno <strong>de</strong> ellos se asomará por<br />
la rendija <strong>de</strong>l privado para ver si sigue ahí, si no <strong>de</strong>jó los zapatos<br />
y emprendió la fuga por el techo.<br />
Pero, tar<strong>de</strong> o temprano, el sujeto en cuestión <strong>de</strong>be regresar a su<br />
mesa. Abre los ojos, se incorpora y <strong>de</strong>ja que el baño se lleve y purifique<br />
sus restos en el ojo <strong>de</strong> un remolino <strong>de</strong> agua. Después se faja<br />
la ca<strong>mi</strong>sa y se lava las manos frente al espejo. Y se ve. Su incredulidad<br />
le impi<strong>de</strong> reconocerse en un primer golpe <strong>de</strong> vista. Por eso se<br />
enjuaga la cara y se inspecciona <strong>de</strong>tenidamente antes <strong>de</strong> secarse con<br />
toallas <strong>de</strong> papel estraza y abandonar su Monte Carmelo o Xanadú.<br />
Para cuando vuelve a ocupar su silla, los <strong>de</strong>más ya se han acostumbrado<br />
a su ausencia y prosiguen con la charla que ahora<br />
*** Las cursivas son mías.<br />
5 2
luce excesiva, sobregesticulada y estri<strong>de</strong>nte. Si se mantiene al<br />
margen <strong>de</strong> ella no es porque no sepa <strong>de</strong> qué trata, sino porque<br />
tarda en <strong>de</strong>sapren<strong>de</strong>r el silencio y la quietud <strong>de</strong>l baño, porque<br />
le cuesta trabajo acostumbrarse al “mundanal rüido” (a oírlo<br />
y participar en él, poniéndole diéresis como fray Luis <strong>de</strong> León)<br />
tras haber concretado, unos cuantos <strong>mi</strong>nutos fieles y <strong>de</strong>votos,<br />
el siempre frustrado proyecto <strong>de</strong> una “vida retirada”. Y hasta la<br />
hora <strong>de</strong> pagar la cuenta y salir a la calle, permanece abstraído<br />
como Rigoberto, balbuciente, aureolado por el <strong>mi</strong>sterio, “el<br />
implacable y contun<strong>de</strong>nte <strong>mi</strong>sterio —como escribió Francisco<br />
Tario— <strong>de</strong> una persona cualquiera al encerrarse en un retrete”.<br />
Una tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> do<strong>mi</strong>ngo, en representación <strong>de</strong> la fa<strong>mi</strong>lia que nos<br />
acompaña a comer en un restaurante, nos dirigimos al gerente<br />
con la esperanza <strong>de</strong> encontrar una mesa para diez lo más pronto<br />
posible. “¿Sección <strong>de</strong> fumar o no fumar?”, nos pregunta con<br />
indiferencia un enano prieto, engo<strong>mi</strong>nado y sudoroso <strong>mi</strong>entras<br />
apoya su mano izquierda en el atril que sostiene el libro <strong>de</strong> visitas<br />
y, con la <strong>de</strong>recha, tacha o anota los nombres <strong>de</strong> los clientes; baja o<br />
sube el pulgar como un César que perdonara la vida <strong>de</strong> las mesas<br />
o las con<strong>de</strong>nara a llenarse. “¿En cuánto tiempo calcula que estará<br />
nuestra mesa?”, preguntamos con hu<strong>mi</strong>ldad, suavizando el tono<br />
<strong>de</strong> voz, arrepentidos <strong>de</strong>l pecado venial <strong>de</strong> querer ser comensales.<br />
“Cuarenta y cinco <strong>mi</strong>nutos”, nos respon<strong>de</strong> el gerente sin voltear<br />
a vernos. Volvemos <strong>de</strong>rrotados a nuestra prole para comunicar<br />
las malas nuevas. Nos inundan los reclamos: “Ayer te dije que<br />
reservaras, pero nunca me haces caso”, nos recuerda la esposa<br />
con el ceño fruncido, <strong>mi</strong>entras agita entre sus brazos a una<br />
criatura llena <strong>de</strong> mocos y lamentos, increíblemente nuestra; “Ay,<br />
5 3
hijo, tenías que escoger el lugar más lleno <strong>de</strong> todos. ¿No ves que<br />
a tu papá le da lo <strong>de</strong>l azúcar si no come a sus horas?”, nos reclama<br />
la madre con cariño fúrico; “Mucho mejor el Estadio Azteca:<br />
igual <strong>de</strong> gente, pero con partido <strong>de</strong> eli<strong>mi</strong>natoria”, nos comenta el<br />
cuñado, un contador público sin adjetivos.<br />
Pasados cincuenta <strong>mi</strong>nutos, con las nalgas sumergidas en el<br />
cuenco <strong>de</strong> un sillón <strong>de</strong> piel color ver<strong>de</strong> <strong>mi</strong>litar a la entrada <strong>de</strong>l<br />
restaurante, el enano finalmente anuncia nuestro apellido a<br />
voz en cuello y conduce a nuestra fa<strong>mi</strong>lia hasta el segundo piso,<br />
don<strong>de</strong> nos señala una mesa ubicada frente a un enorme ventanal.<br />
Éste, abierto, conduce a un pequeño balcón que da a la calle<br />
<strong>de</strong> Ma<strong>de</strong>ro. Con el escándalo a cuestas <strong>de</strong>l Centro Histórico y <strong>de</strong><br />
nuestra fa<strong>mi</strong>lia, nos levantamos <strong>de</strong> la cabecera y pedimos, sin<br />
que nadie nos oiga, que nos disculpen un momento. Nos dirigimos<br />
al baño y una vez allí, en el único privado disponible,<br />
corremos el cerrojo, nos sentamos en la taza y echamos un largo<br />
suspiro <strong>de</strong> abandono. Cerramos los ojos y la penumbra <strong>de</strong> esta<br />
celda o el zumbido <strong>de</strong>l extractor <strong>de</strong> aire, con la media luz <strong>de</strong> los<br />
recuerdos olvidados o el volumen <strong>de</strong> un secreto que estamos por<br />
revelar, nos <strong>de</strong>vuelve la beatitud perdida <strong>de</strong> nuestra gestación,<br />
nuestro sueño y nuestra muerte.<br />
Pero el asunto es que nacimos y estamos indigestos <strong>de</strong>l hombre.<br />
Y cuando el placer <strong>de</strong> recuperarnos y el dolor <strong>de</strong> <strong>de</strong>salojar el<br />
mundo parecían completos e inalterables, alguien <strong>de</strong>l otro lado<br />
carraspea y toca tres veces la puerta <strong>de</strong>l privado. “Está ocupado”,<br />
respon<strong>de</strong>mos, concentrados en firmar el ar<strong>mi</strong>sticio <strong>de</strong> nuestra<br />
guerra intestina. El mundo toca a la puerta. “Está ocupado”,<br />
respon<strong>de</strong>mos en plena fuga, en plena evacuación.<br />
5 4
Contrafábula<br />
A falta <strong>de</strong> uno más <strong>de</strong>coroso, consulto al azar el Diccionario<br />
Rioduero <strong>de</strong> símbolos. Sus tapas <strong>de</strong> plástico, ver<strong>de</strong>s como una<br />
planta artificial entre el jardín <strong>de</strong> <strong>mi</strong> librero, se abren en la palabra<br />
“camaleón”.<br />
Consigna la entrada <strong>de</strong> este diccionario: “Por la capacidad <strong>de</strong><br />
cambiar su color, se le consi<strong>de</strong>ra como símbolo <strong>de</strong> la volubilidad<br />
y <strong>de</strong> la falsedad. En África es un animal solar y sagrado”.<br />
¿A razón <strong>de</strong> qué bárbaras creencias hemos <strong>de</strong>sagraviado al<br />
camaleón? ¿Por qué insistimos en humanizar a las <strong>de</strong>más<br />
5 6
criaturas? ¡Pero qué mal azogado el espejo <strong>de</strong> los fabulistas!<br />
¡Cuánta carencia <strong>de</strong> autocrítica, cuánta veleidad! ¿De veras<br />
fuimos tan ingenuos como para creer que nos reflejábamos<br />
mejor en la cigarra, la hor<strong>mi</strong>ga, la liebre o la tortuga? ¿Cuándo<br />
se ha visto que una cigarra almacene provisiones para el<br />
invierno con el propósito <strong>de</strong> darle una lección a una hor<strong>mi</strong>ga<br />
inconcebiblemente bullanguera? ¿Y cuándo que una tortuga<br />
dé ejemplo a una liebre con su ancestral morosidad? ¿Debemos<br />
creer que el instinto no nos ha revelado una moral oculta? ¿Que<br />
la conservación <strong>de</strong> las especies <strong>de</strong>riva, por metátesis biológica,<br />
en la conversación <strong>de</strong> las especies?<br />
Mucho me temo que los hombres no <strong>de</strong>berían parecerse tanto<br />
a ellos <strong>mi</strong>smos como a los animales. Habría que i<strong>mi</strong>tar a la tortuga<br />
en su longevidad; a la liebre, en su elegancia; a la cigarra,<br />
en su canto; a la hor<strong>mi</strong>ga, en su estoicismo; y al camaleón, claro<br />
está, en su mímesis.<br />
Al camaleón, por principio <strong>de</strong> cuentas. Junto con algunos peces,<br />
mariposas y polillas, el camaleón pasa inadvertido para <strong>otros</strong><br />
animales, en feliz anonimato. Al camuflarse con los colores,<br />
las vetas y las irregularida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> un tronco, una piedra o una<br />
planta, no sólo salvan el pellejo, sino la i<strong>de</strong>ntidad. Porque ésta —y,<br />
específicamente, la <strong>de</strong>l camaleón— es única e inmutable. Des<strong>de</strong><br />
su origen, el camaleón ha i<strong>mi</strong>tado la <strong>mi</strong>sma tonalidad verdosa,<br />
rojiza o amarillenta <strong>de</strong>l follaje en que se posa para cazar insectos<br />
y, a su vez, evitar ser cazado.*<br />
*Pero también y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> siempre, los cazadores y presas <strong>de</strong>l camaleón han pa<strong>de</strong>cido el<br />
<strong>mi</strong>smo e incurable daltonismo. Lo que natura no da, la ironía lo proporciona.<br />
5 7
El camaleón no quiere parecerse a nadie. Si se fun<strong>de</strong> con la naturaleza<br />
es para servirse y protegerse <strong>de</strong> ella. No podría ser falso, mucho<br />
menos voluble. El camaleón no engaña: se muestra tal como es, sin<br />
histrionismo, afectación o impostación. Amarillo, ver<strong>de</strong> o rojo,<br />
pero camaleón al fin, jamás ha intentado persuadir a una mosca<br />
<strong>de</strong> ser su semejante. ¿Voluble? Aunque la vida <strong>de</strong>l camaleón corra<br />
peligro, nunca lo <strong>de</strong>sconoceremos. No lleva un tigre, una paloma o<br />
un elefante oculto en sus entrañas.<br />
¿Qué más podríamos pedir <strong>de</strong>l hombre sino convertirse en<br />
camaleón? Se pondría la corbata a rayas sabiendo que es una vulgar<br />
i<strong>mi</strong>tación <strong>de</strong> seda, sin que sus compañeros <strong>de</strong> oficina se <strong>de</strong>n<br />
cuenta <strong>de</strong> nada; participaría en los consejos vecinales, las juntas<br />
<strong>de</strong> padres <strong>de</strong> fa<strong>mi</strong>lia o el intercambio <strong>de</strong> regalos cada Navidad<br />
con <strong>de</strong>sdén secreto y <strong>de</strong>licioso; <strong>de</strong>jaría <strong>de</strong> tener amantes y vicios<br />
por inercia, porque ambos serían respuestas quizá más conscientes<br />
que un estímulo publicitario o la incitación <strong>de</strong> los a<strong>mi</strong>gos;<br />
se serviría <strong>de</strong>l lugar común para llegar a la poesía cotidiana,<br />
verda<strong>de</strong>ra y <strong>de</strong>slumbrante <strong>de</strong> lo que ha sido proclamado una y<br />
otra vez. Sería todos los hombres y ninguno: él, por <strong>de</strong>scarte.<br />
Y tiraría el diccionario <strong>de</strong> símbolos a la basura, sabedor <strong>de</strong><br />
que los símbolos preten<strong>de</strong>n usurpar un concepto que ellos<br />
<strong>mi</strong>smos no son.<br />
5 8
Como en feria<br />
¿Estoy en el séptimo sueño o he<br />
escuchado <strong>de</strong> verdad cantar a los<br />
gallos en el otro extremo <strong>de</strong> la<br />
Feria? [...] Deambulo por la Feria y<br />
saludo a los colegas que <strong>de</strong>ambulan<br />
tan idos como yo. Ido x ido = una<br />
cárcel en el cielo <strong>de</strong> la literatura.<br />
RobERto bolaño<br />
A la Comunidad <strong>de</strong>l Abismo<br />
“Hay diversas especies <strong>de</strong> ferias [<strong>de</strong>l libro] como hay diversas<br />
especies <strong>de</strong> lectores [advierte Alberto Manguel en su ‘Elogio<br />
<strong>de</strong> la feria’]. Hay ferias conmovedoras, como la <strong>de</strong> Bogotá, que<br />
trata <strong>de</strong> mantener un grado <strong>de</strong> lúcida dignidad en medio <strong>de</strong><br />
la locura que acosa al país entero; ferias discretas, como la <strong>de</strong><br />
Perth, que se abre y se cierra <strong>de</strong> la noche a la mañana, como una<br />
flor tropical; [...] ferias caóticas, como la <strong>de</strong> Buenos Aires, que<br />
comparte el sitio <strong>de</strong> exposición con un mercado <strong>de</strong> artesanías<br />
y una exposición <strong>de</strong> perros <strong>de</strong> raza; ferias políticas, como la <strong>de</strong><br />
6 0
Mia<strong>mi</strong>, don<strong>de</strong> se combate por el reconoci<strong>mi</strong>ento <strong>de</strong>l idioma<br />
español en los Estados Unidos y don<strong>de</strong> las diversas facciones<br />
cubanas pue<strong>de</strong>n agredirse literariamente; [...] ferias <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñosamente<br />
comerciales, reservadas exclusivamente a editores y<br />
agentes literarios, como la <strong>de</strong> Londres [...]. Y hay ferias cordiales<br />
hechas, al parecer, para complacer a los lectores, como la Feria<br />
<strong>de</strong>l Libro <strong>de</strong> Madrid.”<br />
Me temo que el escritor porteño—canadiense no incluyó en su<br />
catálogo a la Feria Internacional <strong>de</strong>l Libro <strong>de</strong> Guadalajara (FIL)<br />
por alevosa distracción. O quizá porque la FIL, pese a ser la más<br />
extensa e importante <strong>de</strong> América Latina, no tiene un rasgo<br />
claramente distintivo que le per<strong>mi</strong>te sobresalir <strong>de</strong>l resto <strong>de</strong> sus<br />
hermanas; es un crisol <strong>de</strong> las que enlista Manguel —más bien una<br />
retacería, un Frankenstein hecho y <strong>de</strong>recho— y su cara oculta, su<br />
negativo, su Mr. Hy<strong>de</strong>.<br />
Aunque resulte tan conmovedora como la bogotana, la FIL no<br />
es un <strong>de</strong>chado <strong>de</strong> luci<strong>de</strong>z y dignidad: basta con encontrar las<br />
veinte diferencias que existen entre el editor que presenta un<br />
libro a mediodía, bañado y afeitado, encantador y ecuánime,<br />
luciendo ca<strong>mi</strong>sa blanca, zapatos negros recién boleados <strong>de</strong><br />
punta cuadrada y agujetas, traje negro a rayas <strong>de</strong> dos piezas<br />
recién salido <strong>de</strong> la tintorería y el nudo Windsor <strong>de</strong> una corbata<br />
azul celeste, y el editor que <strong>de</strong> madrugada, <strong>de</strong>sfajado y <strong>de</strong>speinado,<br />
se aferra a los últimos tragos <strong>de</strong>l coctel que ofrece su<br />
propia editorial con la ca<strong>mi</strong>sa abierta, los zapatos enlodados y<br />
<strong>de</strong>samarrados, la corbata hecha bolas que asoma por el bolsillo<br />
<strong>de</strong>recho <strong>de</strong>l saco, intentando primero seducir a las e<strong>de</strong>canes y, al<br />
final, acosando a sus autoras.<br />
6 1
Aunque abra y cierre <strong>de</strong> la noche a la mañana como la <strong>de</strong> Perth,<br />
la FIL es todo menos discreta: los altavoces taladran los oídos<br />
cada tres cuartos <strong>de</strong> hora al anunciar las próximas lecturas y<br />
presentaciones como si fueran ofertas <strong>de</strong> supermercado, con el<br />
<strong>mi</strong>smo volumen y la <strong>mi</strong>sma voz tipluda; los conciertos públicos<br />
<strong>de</strong> noche, en la explanada, son un espectáculo <strong>de</strong> luces y sonido<br />
tan aparatoso que la Avenida Mariano Otero ter<strong>mi</strong>na improvisando<br />
una pista <strong>de</strong> carritos chocones.<br />
Aunque resulte más caótica que la <strong>de</strong> Buenos Aires, la se<strong>de</strong> <strong>de</strong> la<br />
FIL —la Expo Guadalajara, ubicada en la parte industrial <strong>de</strong> la ciudad—<br />
comparte su imponente espacio el resto <strong>de</strong> los meses con las<br />
ferias nacionales e internacionales más disímbolas: <strong>de</strong> calzado, <strong>de</strong><br />
medicina homeopática, <strong>de</strong> esoterismo, <strong>de</strong> modas, <strong>de</strong> historietas,<br />
<strong>de</strong> publicidad o <strong>de</strong> sexo.<br />
Aunque no sea tan política como la <strong>de</strong> Mia<strong>mi</strong>, la FIL ha llegado<br />
a transformarse en cuadrilátero más <strong>de</strong> una vez: cuando Cuba<br />
fue el país invitado en 2004, cualquier pronuncia<strong>mi</strong>ento contra<br />
el régimen castrista, cualquier reserva en torno a la dictadura<br />
imperfecta <strong>de</strong> Fi<strong>de</strong>l, fueron juzgados como una violación a la<br />
soberanía <strong>de</strong> la isla, pero antes que nada, como una falta imperdonable<br />
<strong>de</strong> hospitalidad.<br />
Aunque no sea <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñosamente comercial como la <strong>de</strong> Londres, la<br />
FIL reserva las mañanas <strong>de</strong> los lunes, los martes y los <strong>mi</strong>ércoles al<br />
libre tránsito <strong>de</strong> agentes literarios, editores y participantes con<br />
gafete —los tres mejores días <strong>de</strong> la Feria: limpios, silenciosos, <strong>de</strong>spejados,<br />
sin esa marabunta <strong>de</strong> estudiantes <strong>de</strong> escuelas <strong>de</strong> gobierno<br />
que serán los inútiles amanuenses <strong>de</strong> una enciclopedia ya editada.<br />
6 2
Y aunque no complazca a sus lectores como la Feria <strong>de</strong> Madrid,<br />
la FIL posee la cordialidad <strong>de</strong> los perfectos extraños en la calle<br />
o <strong>de</strong> los vecinos <strong>de</strong> edificio. Siempre y cuando no entremos a su<br />
casa, estamos seguros <strong>de</strong> no correr peligro, <strong>de</strong> no invadir su inti<strong>mi</strong>dad<br />
inti<strong>mi</strong>dante.<br />
La verda<strong>de</strong>ra Feria ocurre en su exterior, y el libro está por escribirse<br />
en una noche en blanco.<br />
Hace diez años que asisto religiosamente a la FIL, como si se tratase<br />
<strong>de</strong> cumplir una manda cuyo propósito <strong>de</strong>sconozco. Y la FIL,<br />
hoy más que nunca, apenas si se pue<strong>de</strong> distinguir <strong>de</strong> la Basílica<br />
<strong>de</strong> Guadalupe y sus peregrinajes: una <strong>mi</strong>sma muchedumbre<br />
está a un paso <strong>de</strong>l rapto o la visión y, al segundo siguiente, <strong>de</strong><br />
la herejía causada por la claustrofobia, el atropella<strong>mi</strong>ento y un<br />
olor indistinto a fritanga y sobacos. Des<strong>de</strong> temprano, ya sea el<br />
último sábado <strong>de</strong> noviembre, día en que la FIL se inaugura, o<br />
el 12 <strong>de</strong> diciembre, día <strong>de</strong> la Emperatriz <strong>de</strong> América, cientos <strong>de</strong><br />
<strong>mi</strong>les se reúnen en ese Mercado <strong>de</strong> Pulgas <strong>de</strong> Alejandría que es<br />
la Expo Guadalajara o en ese Imperio <strong>de</strong> los Sentidos Alterados<br />
que es el Monte <strong>de</strong>l Tepeyac. Su sola aspiración es venerar un<br />
símbolo que, <strong>de</strong> tan multiplicado en copias y reproducciones, se<br />
vuelve invisible o se <strong>de</strong>shace a la hora <strong>de</strong> tenerlo frente a nuestros<br />
ojos. De nada sirve que a través <strong>de</strong> una escalera mecánica <strong>de</strong><br />
piso nos acerquemos al ayate <strong>de</strong> Juan Diego si resulta inalcanzable<br />
como la novela que, aun cuando nos alcemos <strong>de</strong> puntas,<br />
no podremos bajar <strong>de</strong>l estante más alto <strong>de</strong> la biblioteca. De nada<br />
sirve que un aparador exhiba el primer ejemplar <strong>de</strong>dicado <strong>de</strong><br />
Cien años <strong>de</strong> soledad si permanece oculto como ese ayate que, aun<br />
6 3
cuando alcemos la <strong>mi</strong>rada, no podremos contemplar en toda su<br />
divina dimensión. En ese breve pero atestado recorrido, per<strong>de</strong>mos<br />
la gracia <strong>de</strong> estar ante un original, ante una <strong>de</strong> las pruebas<br />
contun<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong> nuestra <strong>de</strong>voción —antes bien, la gracia nos<br />
perdió <strong>de</strong> vista para siempre y se fue con su mística a otra parte.<br />
En nuestra infancia era distinto. Leíamos u orábamos a solas, en<br />
silencio. No fantaseábamos con comparecer ante la divinidad o el<br />
autor; antes bien, celebrábamos un encuentro. Y dicho encuentro<br />
no tenía intermediario alguno. El valor <strong>de</strong> la imagen religiosa o<br />
<strong>de</strong>l libro <strong>de</strong> cuentos que sosteníamos en la mano, catequista <strong>de</strong><br />
nuestras primeras comuniones religiosas o literarias, era sentimental<br />
y espiritual. Prosternados en el reclinatorio o echados<br />
en la cama, repasábamos el rezo o pasábamos las páginas con la<br />
certeza <strong>de</strong> ser actores y benefactores <strong>de</strong> un <strong>mi</strong>lagro: la creación<br />
<strong>de</strong> una realidad a escala <strong>de</strong> la propia, mo<strong>de</strong>sta y hechizada, que<br />
ocupaba nuestra vida y se <strong>de</strong>jaba intervenir a conveniencia nuestra.<br />
Con sólo <strong>de</strong>cir en voz alta el amén <strong>de</strong> la oración y el “érase<br />
una vez” <strong>de</strong> los relatos, dábamos co<strong>mi</strong>enzo al único mundo<br />
que nos satisfaría porque llevaba impresa la huella <strong>de</strong> nuestros<br />
<strong>de</strong>seos; porque estaba hecho a imagen y semejanza <strong>de</strong> nuestras<br />
aspiraciones, <strong>de</strong> la feliz ignorancia <strong>de</strong> aquel adolescente agnóstico<br />
o ateo que habríamos <strong>de</strong> ser, versado ya en conceptos como<br />
“ficción” o “verosi<strong>mi</strong>litud”, movido a dictar inter<strong>mi</strong>nables conferencias<br />
sobre el tema a los a<strong>mi</strong>gos.<br />
Pero, tar<strong>de</strong> o temprano, tuvimos que reconocer al abajofirmante<br />
como el verda<strong>de</strong>ro autor, <strong>de</strong>sprendido ya <strong>de</strong> nuestra sombra;<br />
comenzamos por buscar a cualquier precio la edición primera<br />
o crítica <strong>de</strong> cierto volumen, el autógrafo exhaustivo, la nota<br />
6 4
al margen elevada al rango <strong>de</strong> tratado; anduvimos a la caza<br />
<strong>de</strong> aforismos mucho menos agudos que nuestra inteligencia<br />
para subrayarlos.<br />
Y, por supuesto, comenzamos a escribir porque también quisimos<br />
ser abajofirmantes, autores, cuerpos presentes en lugar <strong>de</strong><br />
sombras sin futuro. Y creímos superar con la mayúscula <strong>de</strong>l primer<br />
artículo una estrofa <strong>de</strong> Pellicer o un párrafo <strong>de</strong> Chesterton.<br />
Y nos transformamos en lectores voraces para ocultar nuestra<br />
soberbia, nuestro alfabetismo disfuncional, nuestra incomprensión<br />
ante la mo<strong>de</strong>stia <strong>de</strong> las gran<strong>de</strong>s plumas. Y, perseguidos<br />
por la culpa, nos hicimos <strong>de</strong> cómplices y <strong>de</strong> víctimas. Y cerramos<br />
el círculo <strong>de</strong> nuestras a<strong>mi</strong>sta<strong>de</strong>s y abrimos fuego al ene<strong>mi</strong>go<br />
íntimo. Y con los sobrevivientes <strong>de</strong> nuestra purga estalinista<br />
hicimos pactos, cenas, frentes comunes, alianzas, ediciones <strong>de</strong><br />
lujo y reseñas elogiosas. Y <strong>de</strong>spués, calmados ya los ánimos, distraídos<br />
en nuestro monólogo exterior, nos leímos, publicamos<br />
y hasta criticamos con la objetividad <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sentendi<strong>mi</strong>ento. Y<br />
entre tanta idolatría y tanto fetichismo <strong>de</strong> los nombres propios,<br />
entre tanta endoga<strong>mi</strong>a intelectual, construimos el templo <strong>de</strong><br />
nuestras contradicciones: la Feria <strong>de</strong>l Libro, la casta Sodoma que<br />
relumbra en pleno valle <strong>de</strong> Atemajac. Sus fieles, como moscas a<br />
la luz ultravioleta, nos dirigimos a un altar <strong>de</strong> espejos en don<strong>de</strong><br />
se venera el pobre dios que somos.<br />
José E<strong>mi</strong>lio Pacheco, Feria <strong>de</strong>l Libro, Guadalajara, noviembre<br />
<strong>de</strong>l 2000. A esta hora tendría que estar presentando la colección <strong>de</strong><br />
aniversario <strong>de</strong> Ediciones ERA con Monsiváis, Pitol y Poniatowska,<br />
y no tomándome una Coca—Cola tibia en la cafetería.<br />
6 5
Pero necesitaba un <strong>de</strong>scanso; no podía más. Tú me viste: me<br />
quedé una hora <strong>de</strong>dicando libros <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> ter<strong>mi</strong>nar la mesa.<br />
¿Y quién fue el único que se quedó firmando? Nomás yo. Era<br />
el horror, te juro. De pronto alcé la vista y había una multitud<br />
haciendo cola. Incluso un niño me pidió que le dibujara un gato<br />
que dormía en el techo <strong>de</strong> su casa.<br />
No sabes cómo me gustaría quedarme aquí, pero no puedo.<br />
Tengo que ver a Marcelo Uribe en la entrada <strong>de</strong>l salón <strong>de</strong> actos<br />
unos <strong>mi</strong>nutos antes <strong>de</strong> la presentación.<br />
Pero tampoco puedo llegar tar<strong>de</strong> así como así. Hay que inventar<br />
un pretexto.<br />
¿Cómo ves si tú y yo, ca<strong>mi</strong>no a la presentación, somos raptados<br />
por unos jóvenes <strong>de</strong> ca<strong>mi</strong>sa blanca que nos conducen a los<br />
salones en la parte <strong>de</strong> arriba? Que antes <strong>de</strong> meterme a uno <strong>de</strong><br />
ellos, repleto <strong>de</strong> ancianos y niños, la turba me separa <strong>de</strong> ti y me<br />
arrastra al escenario, don<strong>de</strong> me sientan en una mesa gran<strong>de</strong> con<br />
mantel, me <strong>de</strong>stapan una botellita <strong>de</strong> agua, pren<strong>de</strong>n el <strong>mi</strong>crófono<br />
y co<strong>mi</strong>enzan a interrogarme:<br />
—¿Cómo es la relación que lleva con sus nietos, señor Pacheco?<br />
—pregunta un señor <strong>de</strong> la segunda fila que asoma la cabeza y<br />
que tiene a su nieto sentado en el muslo.<br />
—Supongo que buena, porque aún no tengo —respondo contrariado<br />
ante la situación <strong>mi</strong>entras bebo agua, me seco el sudor<br />
<strong>de</strong> la frente con una servilleta <strong>de</strong> papel e intento distinguirte<br />
en vano entre el público.<br />
6 6
—¿Qué piensa <strong>de</strong> la tercera edad? —pregunta una señora que se<br />
abanica con Las batallas en el <strong>de</strong>sierto.<br />
—Pues en junio cumplí 61, así que todavía no sé. A lo mejor y en<br />
veinte años —respondo cada vez más visiblemente exasperado,<br />
hasta que se me ocurre preguntar:— Discúlpenme, pero ¿no es<br />
ésta la presentación <strong>de</strong> la colección <strong>de</strong> aniversario <strong>de</strong> Ediciones<br />
ERA? ¿No es éste el Salón 3?<br />
—No —contesta uno <strong>de</strong> los muchachos que controla el acceso—.<br />
Éste es el Salón Alfredo R. Plascencia <strong>de</strong>l Centro <strong>de</strong> Negocios,<br />
y el evento se llama “Abuelitos en la FIL”.<br />
Y entonces me disculpo con la gente, tomo <strong>mi</strong>s cosas y me salgo<br />
corriendo. Al fin te encuentro afuera, volteando como loco, improvisando<br />
una bocina con las manos y gritando: “¡José E<strong>mi</strong>lio! ¡José<br />
E<strong>mi</strong>lio!”, <strong>mi</strong>entras vas y vienes a lo largo <strong>de</strong>l pasillo <strong>de</strong>l Centro <strong>de</strong><br />
Negocios. Me pongo atrás <strong>de</strong> ti, te toco el hombro, sueltas tamaño<br />
grito y la gente se voltea a vernos como malos actores.<br />
El horror.<br />
Con todo, así como uno observa más creyentes que imágenes<br />
en la Basílica, se <strong>de</strong>ja ver más gente que libros en la Feria<br />
—más escritores que libros, para ser exactos—. En la aplastante<br />
humanidad que la acapara, según he podido dar fe, se dan cita<br />
las <strong>mi</strong>serias <strong>de</strong>l mundo literario, pero también se afirma aquella<br />
antigua <strong>de</strong>voción infantil: tomarse el tiempo y la paciencia,<br />
entre tanto barullo y veleidad, <strong>de</strong> encontrar la palabra exacta en<br />
6 7
el libro o el colega indicado para dar co<strong>mi</strong>enzo a un mundo<br />
en colaboración, sin importar que éste se convierta en un<br />
cadáver exquisito. Un <strong>de</strong>seo reformador parece empujarme a la<br />
Feria año con año: alcanzar la anagnórisis que provoca el ir y<br />
venir <strong>de</strong> tanto prójimo, dioses en pobreza extrema reducidos a<br />
una condición humana cuando no están ensayando sus atávicos<br />
gestos en cocteles, entrevistas y presentaciones o el esplendor<br />
difu<strong>mi</strong>nado <strong>de</strong> su imagen ante el flash <strong>de</strong> las cámaras. Por<br />
fortuna, la re<strong>de</strong>nción está en aquellos que, en el lobby oscuro <strong>de</strong><br />
un hotel o en unas escaleras solitarias, nos reconocen como los<br />
compañeros <strong>de</strong> una <strong>mi</strong>sma pena: el anonimato entre la plebe<br />
sodo<strong>mi</strong>ta. Y se dirigen hacia nos<strong>otros</strong>, alzan la mano <strong>de</strong>recha<br />
y la agitan en el aire con <strong>de</strong>sesperación, nos sonríen <strong>de</strong> oreja a<br />
oreja y nos abrazan. Y enseguida nos preguntan con interés que<br />
cómo estamos, que cómo van las cosas, que qué vinimos a hacer,<br />
que hasta cuándo estaremos en Guadalajara, que si queremos<br />
ir a tomar algo a una cantina por el centro, lejos <strong>de</strong> la Feria.<br />
Y salimos con ellos y <strong>otros</strong> más que nos han alcanzado en el<br />
pasillo, la puerta <strong>de</strong> salida o a las afueras, víctimas <strong>de</strong>l <strong>mi</strong>smo<br />
mal <strong>de</strong> altura ya perdida. Y es temprano por la noche. Y antes<br />
<strong>de</strong> abordar varios taxis en fila, nos ponemos <strong>de</strong> acuerdo sobre el<br />
lugar en el que ter<strong>mi</strong>naremos <strong>de</strong> curar la resaca <strong>de</strong> ser hombres:<br />
—¿Salón <strong>de</strong>l Bosque?<br />
—No. A esta hora van puros futbolistas frustrados a ponerse<br />
hasta atrás y a comentar los partidos que no pudieron ver<br />
durante el día por presentar libritos.<br />
—¿El Veracruz?<br />
6 8
—Menos. ¿Qué tal si hoy es el baile ese don<strong>de</strong> Javier se la pasó<br />
tomando gratis <strong>de</strong> nuestra botella y Alberto se contorsionaba<br />
como Pina Bausch?<br />
—¿Y el Lido?<br />
—...<br />
—Que si al Lido...<br />
—...<br />
—Ya, hombre. Al Lido, ¿sí o no?<br />
—¿Y La Ballena?<br />
—¿Cuál?<br />
—La Ballena, don<strong>de</strong> hay shows <strong>de</strong> sexo en vivo. Tú nos contaste<br />
<strong>de</strong> ese antro.<br />
—Pero el año pasado no quisieron ir. Se rajaron a la mera hora.<br />
—No es cierto. Un taxista nos juró que La Tal Ballena no existía;<br />
otro, que estaba más allá <strong>de</strong> la Calzada In<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia<br />
y que ni loco pasaba por allí <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> medianoche. Con<br />
<strong>de</strong>cirte que el último, el menos espantado <strong>de</strong> los tres, nos<br />
dijo que para qué tentarle las nalgas al Diablo. Y nos llevó<br />
al Lipstick.<br />
6 9
—Luego nos cuentas los <strong>de</strong>talles. Nos vemos en el Lido. De ahí<br />
po<strong>de</strong>mos ir a La Ballena.<br />
Y cerramos el paraguas y la puerta <strong>de</strong>l taxi, nos quitamos el<br />
saco, el clériman y el cuello romano, sujetamos los libros en vertical<br />
con los muslos o nos sentamos sobre ellos. Y en procesión<br />
<strong>de</strong> taxis nos enfilamos rumbo al Lido. Mientras vamos <strong>de</strong>jando<br />
atrás la Feria sin voltearla a ver por el espejo retrovisor, abrimos<br />
la ventana y exten<strong>de</strong>mos la palma <strong>de</strong> la mano. El fuego y el azufre<br />
han parado <strong>de</strong> llover en el cielo tapatío.<br />
José E<strong>mi</strong>lio Pacheco, Feria <strong>de</strong>l Libro, Guadalajara, noviembre<br />
<strong>de</strong> 2006. “Ya se me hizo tardísimo. Ya no llegué”, recuerdo<br />
haberte repetido <strong>mi</strong>entras bajábamos las escaleras y cruzábamos<br />
a toda marcha la Feria hasta llegar al Salón 3. “Ya llegué<br />
tar<strong>de</strong>.” Y tú, sudando como yo, te la pasabas diciéndome con voz<br />
entrecortada: “Tranquilo... No pasa nada... Sí llegas.”<br />
Cuando llegamos, no había nadie en el dichoso Salón 3, ¿te acuerdas?<br />
Ni un alma. El resto <strong>de</strong> la Feria, infestado, como si hubieran<br />
salido todas las ratas <strong>de</strong>l drenaje. Pero el Salón 3, <strong>de</strong>sierto.<br />
Por fortuna llegó Marcelo para avisarnos que la presentación se<br />
había pasado para otro día, ya no recuerdo cuál. Entonces nos<br />
enca<strong>mi</strong>namos a la entrada. Marcelo me dijo que si nos veíamos<br />
al rato en el Hilton, se <strong>de</strong>spidió <strong>de</strong> nos<strong>otros</strong> y se fue. Prendimos<br />
un cigarrillo afuera <strong>de</strong> los baños, junto a unos ceniceros <strong>de</strong><br />
piso. Fumamos en silencio. Justo antes <strong>de</strong> apagar el mío para<br />
salir <strong>de</strong> ahí, tomar un taxi y dirigirme al hotel, creo que te dije<br />
7 0
iéndome: “De nada sirvió la historia que inventé. Tanta carrera,<br />
tanta imaginación en bal<strong>de</strong>.”<br />
Así que íbamos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> un co<strong>mi</strong>enzo tras La Ballena, y no a surcar<br />
el océano <strong>de</strong> fábricas que baña las costas <strong>de</strong> la Feria en busca <strong>de</strong><br />
un tesoro perdido. Todo este tiempo nos habíamos resignado a<br />
anotar en la bitácora el trayecto <strong>de</strong> nuestro Pequod, sin sospechar<br />
que La Ballena, parados en nuestra línea <strong>de</strong> sombra, esperaba<br />
embestirnos con su blanca furia. “Como el esperanzado<br />
aventurero <strong>de</strong> la <strong>Biblioteca</strong> Universal que propuso Borges [según<br />
recuerda Manguel], el lector perdido en una feria <strong>de</strong>l libro<br />
busca, vanamente, El libro entre los libros y <strong>de</strong>be contentarse<br />
con sospechar su existencia entre aquellos [prometedores,<br />
simpáticos, inquietantes, sagaces] que la suerte quiere ofrecerle.”<br />
No llegaría un nuevo libro póstumo <strong>de</strong> Sándor Márai o W.<br />
G. Sebald, mucho menos bajarían los ofensivos precios <strong>de</strong> la<br />
<strong>Biblioteca</strong> <strong>de</strong> Nag Hammadi. ¿A qué esperar por los pasillos <strong>de</strong> la<br />
Feria, en el paso <strong>de</strong> una presentación a otra, <strong>de</strong> una lectura a otra,<br />
el escorbuto <strong>de</strong>l fastidio? ¿A qué seguir con la caza <strong>de</strong> unos pocos<br />
cachalotes si el canto <strong>de</strong> La Ballena nos llamaba a través <strong>de</strong> las<br />
puertas <strong>de</strong> cristal, <strong>de</strong> las pilas <strong>de</strong> noveda<strong>de</strong>s, <strong>de</strong> la sala <strong>de</strong> prensa,<br />
<strong>de</strong> las mesas <strong>de</strong> autógrafos?<br />
Y ya que “El libro” sencillamente no iba a mostrarse si confiábamos<br />
en la celeridad engañosa <strong>de</strong>l barco <strong>de</strong> la Feria, encerrados<br />
en nuestro camarote o la sala <strong>de</strong> máquinas, sin el menor <strong>de</strong>seo<br />
<strong>de</strong> salir a cubierta, <strong>de</strong>cidimos cambiar el curso y navegar en<br />
dirección a la tormenta en plena oscuridad.<br />
7 1
—¿A dón<strong>de</strong> vamos? Aquí el señor taxista nos vio cara <strong>de</strong> turistas<br />
suecos y no nos quiere llevar a La Ballena —farfulla Miguel<br />
Ángel sin parar <strong>de</strong> reír, sentado en el asiento <strong>de</strong>l copiloto, con<br />
la mano <strong>de</strong>recha apoyada categóricamente en el bíceps <strong>de</strong>l<br />
brazo contrario <strong>mi</strong>entras sostiene, entre los <strong>de</strong>dos lánguidos<br />
<strong>de</strong> la izquierda, un cigarrillo. Ahora el taxi ha <strong>de</strong>jado atrás<br />
Mariano Otero, Chapultepec, Niños Héroes, y avanza por 16<br />
<strong>de</strong> Septiembre, en señal inequívoca <strong>de</strong> nuestra in<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia.<br />
Frente al Templo <strong>de</strong> san Agustín, completamente cubierto por<br />
las sombras <strong>de</strong> ficus, pinos y arrayanes; en la calle Colón, a media<br />
cuadra <strong>de</strong> la esquina <strong>de</strong> 16 <strong>de</strong> Septiembre y Miguel Blanco, nos<br />
espera la capilla ardiente <strong>de</strong>l Lido, abierta las veinticuatro horas<br />
<strong>de</strong>l día los trescientos sesenta y cinco días <strong>de</strong>l año.<br />
—Por aquí está bien. ¿Cuánto le <strong>de</strong>bemos? —pregunta Diego el<br />
Alto, que durante el ca<strong>mi</strong>no ha ejecutado malabares tan discretos<br />
como para voltear <strong>de</strong> cuando en cuando y comprobar<br />
que el resto <strong>de</strong> los taxis han venido siguiéndonos, caber en<br />
el estrecho Tsuru <strong>de</strong> cuatro puertas con todo y su mote, cantar<br />
los primeros versos <strong>de</strong>l himno italiano y hasta pedirnos<br />
nuestra cooperación para pagar el taxi sin que nos percatáramos<br />
<strong>de</strong> su incomodidad.<br />
—Cien pesos, pero ahorita los <strong>de</strong>jo en la puerta —respon<strong>de</strong> el<br />
taxista <strong>mi</strong>entras da la vuelta, <strong>de</strong>tiene el coche y encien<strong>de</strong> las<br />
inter<strong>mi</strong>tentes, justo a la entrada <strong>de</strong>l Lido.<br />
—Después <strong>de</strong> no habernos llevado a La Ballena, ¿no le parece un<br />
poco caro? —inquiere Miguel Ángel en el <strong>mi</strong>smo tono socarrón,<br />
7 2
sin quitarle la vista al chofer, rascándose la barba cana como<br />
para darle a su pregunta una mayor autoridad—. Ni que<br />
fuéramos en calandria —concluye, y abre la puerta para tirar<br />
la colilla <strong>de</strong>l cigarro al suelo.<br />
—Es lo que se cobra a estas horas, jefe. De veras. Y les salió<br />
barato. Si los hubiera llevado a La Ballena, no la hubieran<br />
contado <strong>de</strong>spués. Ni Jonás sale vivo <strong>de</strong> ahí— confiesa el taxista<br />
<strong>mi</strong>entras Diego el Alto le extien<strong>de</strong> un billete y unas monedas<br />
y bajamos <strong>de</strong>l coche, en espera <strong>de</strong> los <strong>otros</strong> para entrar.<br />
Se nos olvidaba que La Ballena no abre sus fauces los lunes por<br />
la noche. Conque ahora, habiendo huido <strong>de</strong> la FIL, teníamos<br />
que contentarnos con sospechar su existencia a través <strong>de</strong>l único<br />
lugar que la suerte quiso ofrecernos: el Lido, sus mesas <strong>de</strong> manteles<br />
blancos y raídos en espera <strong>de</strong> los clientes que no las ocuparán<br />
(hoy no, al menos); sus tríos a merced <strong>de</strong> adolescentes que chocan<br />
caballitos <strong>de</strong> tequila y cantan llorando o maldiciendo a mujeres<br />
que nunca han tenido; sus viejos meseros <strong>de</strong> corbatín que poseen<br />
el arte <strong>de</strong> dor<strong>mi</strong>r <strong>de</strong> pie, charola en mano; su barra con espejo,<br />
dividida en estantes <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra con botellas medio vacías <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />
quién sabe cuándo; sus <strong>de</strong>shoras, trasnoches, picos pardos y<br />
“altos fondos” que, sin sospecharlo, pasaríamos ahí a<strong>de</strong>ntro hasta<br />
llegar la clausura <strong>de</strong> la FIL, el primer do<strong>mi</strong>ngo <strong>de</strong> diciembre.<br />
¿Estamos en el séptimo sueño o escuchamos <strong>de</strong> verdad cantar<br />
a los gallos en este extremo <strong>de</strong> nuestra Periferia? ¿Son gallos<br />
blancos o zanates negros? A las cinco y media <strong>de</strong> la mañana,<br />
entre el eco apagado <strong>de</strong> boleros y chistes, vasos con hielos<br />
a medio <strong>de</strong>rretir, ceniceros repletos <strong>de</strong> colillas y platos con<br />
7 3
limones expri<strong>mi</strong>dos y cáscaras <strong>de</strong> cacahuates, pedimos la<br />
cuenta, salimos <strong>de</strong>l Lido y tomamos varios taxis para volver<br />
a nuestro hotel, dor<strong>mi</strong>r tres o cuatro horas, tomar un baño y<br />
volver a <strong>de</strong>ambular en la FIL, idos, como estatuas <strong>de</strong> sal.<br />
7 4
A un tiempo<br />
... el malestar <strong>de</strong> la impuntualidad,<br />
<strong>de</strong> la confusión mental sobre los<br />
hechos, <strong>de</strong> la falta <strong>de</strong> atención a<br />
las necesida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> mañana, no<br />
es exclusivo <strong>de</strong> país alguno. Las<br />
hermosas leyes <strong>de</strong>l tiempo y el<br />
espacio, una vez dislocadas por<br />
nuestra ineptitud, son hoyos y<br />
guaridas. Si a la colmena la agita<br />
una avalancha y unas manos<br />
estúpidas, nos dará abejas en lugar<br />
<strong>de</strong> <strong>mi</strong>el. Para po<strong>de</strong>r ser justas,<br />
nuestras palabras y acciones <strong>de</strong>ben<br />
7 6<br />
ser oportunas.<br />
Ralph Waldo EmERSon, Pru<strong>de</strong>ncia.<br />
“Para po<strong>de</strong>r ser justas, nuestras palabras y acciones <strong>de</strong>ben ser<br />
oportunas”, escribió el estoico Emerson. Pero algunas palabras y<br />
acciones nuestras <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>n <strong>de</strong> la dilación para obtener justicia.<br />
Divina o buscada, có<strong>mi</strong>ca o poética, pero justicia. Aquél que<br />
llega a tiempo a una cita <strong>de</strong> placer o <strong>de</strong> negocios, seguramente<br />
<strong>de</strong>sconoce la ansiedad <strong>de</strong>l hombre que no pue<strong>de</strong> hacerlo. A bordo<br />
<strong>de</strong> un taxi varado en el Periférico a horas pico, <strong>mi</strong>entras los<br />
cláxones y el ulular <strong>de</strong> una ambulancia reproducen los latidos<br />
<strong>de</strong> su corazón culpígeno; <strong>de</strong> pie en el metro, sin saber si el sudor<br />
que lo agobia es el producto <strong>de</strong> la cercanía <strong>de</strong> los cuerpos a vagón
cerrado o un <strong>de</strong>stilado <strong>de</strong> impaciencia; en el lí<strong>mi</strong>te <strong>de</strong> la cordura,<br />
el impuntual abre y cierra los ojos, siente correr el mundo por<br />
sus sienes, se enco<strong>mi</strong>enda a Dios, se ofrece al Diablo y <strong>mi</strong>ra<br />
el reloj con la atención <strong>de</strong> quien se toma el pulso —primero<br />
como juez y abogado <strong>de</strong>fensor, y, cuando al fin llega corriendo<br />
inútilmente a su <strong>de</strong>stino, como testigo <strong>de</strong>l fiscal—. “¿Qué pasó?<br />
Te colgaste un rato”, dirá con inocencia el hombre que no tuvo<br />
remordi<strong>mi</strong>entos en llegar a la hora. Y el impuntual opondrá<br />
varios pretextos, uno más fantástico que el otro: se dirá víctima<br />
<strong>de</strong>l embotella<strong>mi</strong>ento y los signos zodiacales; pedirá disculpas<br />
con la cara ensopada, la sangre en las mejillas, el resuello en la<br />
voz y algunas señas con la mano que recuerdan vagamente a<br />
un insulto filipino. Ante una estampa así, mezcla <strong>de</strong> Tarzán y<br />
el Inspector Clouseau, lo mejor hubiera sido, en efecto, colgarse.<br />
Respon<strong>de</strong>r al interrogatorio <strong>de</strong> la gente puntual sobre nuestra<br />
tardanza equivale a un suicidio <strong>de</strong>morado.<br />
El impuntual <strong>de</strong> tiempo completo, sin embargo, es otra historia.<br />
Su oficio es liberador, creativo y dadivoso. Quien ejerce la<br />
impuntualidad con orgullo, sin <strong>mi</strong>edo al lincha<strong>mi</strong>ento, sabe<br />
llenar su cabeza <strong>de</strong> imaginativas conjeturas sobre la etimología<br />
<strong>de</strong> la palabra “paralelepípedo”, la <strong>de</strong>saparición <strong>de</strong>l pueblo sumerio<br />
o la vida sexual <strong>de</strong> los invertebrados. Ad<strong>mi</strong>nistra los <strong>mi</strong>nutos<br />
<strong>de</strong> tolerancia en la lectura <strong>de</strong> novelas ágiles y entretenidas,<br />
preferentemente <strong>de</strong>cimonónicas, sin que distraigan su atención<br />
preocupaciones ordinarias, pensa<strong>mi</strong>entos negativos o tentaciones<br />
masoquistas. Pero la <strong>de</strong>mora sólo <strong>de</strong>bería ser un aliciente para<br />
que el impuntual se cultive durante esos largos viajes a su lugar<br />
<strong>de</strong> reunión. Para el puntual, el “tiempo muerto” <strong>de</strong> su espera<br />
podría aprovecharse <strong>de</strong> la <strong>mi</strong>sma forma, evitando caer en la<br />
7 7
trampa <strong>de</strong> aquellos <strong>de</strong>fectos que critica: el <strong>de</strong>sdén, el limbo y la<br />
ausencia inexplicables.<br />
Así lo entendió Billy Wil<strong>de</strong>r. No sin ironía, pero tampoco<br />
sin sustento, enco<strong>mi</strong>ó la célebre impuntualidad <strong>de</strong> Marilyn<br />
Monroe. Wil<strong>de</strong>r halló solaz e ilustración en el aparente <strong>de</strong>fecto<br />
<strong>de</strong> la actriz. “Sobre la impuntualidad <strong>de</strong> Marilyn [confiesa<br />
Wil<strong>de</strong>r] <strong>de</strong>bo <strong>de</strong>cir que tengo una vieja tía en Viena que estaría<br />
en el plató cada mañana a las seis y sería capaz <strong>de</strong> recitar los<br />
diálogos incluso al revés. Pero, ¿quién querría verla?[...] A<strong>de</strong>más,<br />
<strong>mi</strong>entras esperamos a Marilyn Monroe todo el equipo, no<br />
per<strong>de</strong>mos totalmente el tiempo[...] Yo, sin ir más lejos, tuve<br />
la oportunidad <strong>de</strong> leer La guerra y la paz y Los <strong>mi</strong>serables.” Si la<br />
inercia <strong>de</strong> Bartleby (a la voz <strong>de</strong> “Preferiría no hacerlo”) movió<br />
a un abogado a contar la historia <strong>de</strong> su escribiente, qué no<br />
hubiera hecho, qué no hubiera preferido hacer, el caballero<br />
Wil<strong>de</strong>r durante el retraso <strong>de</strong> la rubia.<br />
7 8
Punto <strong>de</strong> rompi<strong>mi</strong>ento<br />
A Alejandro Crotto y Ezequiel Zai<strong>de</strong>nwerg<br />
0—0<br />
“El hombre que dijo ‘Prefiero tener suerte que ser bueno’ vio la<br />
vida con profundidad. Las personas temen aceptar que gran<br />
parte <strong>de</strong> la vida <strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong> la suerte. Da <strong>mi</strong>edo pensar que tantas<br />
cosas están fuera <strong>de</strong> nuestro control.<br />
”Hay momentos <strong>de</strong> un partido en los que la pelota pega sobre<br />
la red y, por un segundo, pue<strong>de</strong> irse hacia <strong>de</strong>lante o hacia atrás.<br />
Con un poco <strong>de</strong> suerte va hacia <strong>de</strong>lante, y ganas. O quizá no, y<br />
pier<strong>de</strong>s” (Woody Allen, Match Point).<br />
8 0
0—15<br />
A insistencia <strong>de</strong> <strong>mi</strong>s padres, consternados por la <strong>mi</strong>santropía y<br />
la obesidad que amenazaba a sus hijos, <strong>mi</strong> fa<strong>mi</strong>lia ter<strong>mi</strong>nó inscribiéndose<br />
al Club San Jerónimo, un <strong>de</strong>portivo que, durante la<br />
década <strong>de</strong> los ochenta, lo fue perdiendo todo: su reputación, sus<br />
numerosos <strong>mi</strong>embros y accionistas, e incluso el <strong>de</strong>jo aristocrático<br />
<strong>de</strong> su antiguo nombre, Club Cambridge.<br />
Cinco canchas <strong>de</strong> cemento con alumbrado artificial y, <strong>de</strong>bajo<br />
<strong>de</strong> ellas, una <strong>de</strong> frontenis, cuarteada y en <strong>de</strong>suso; una alberca<br />
se<strong>mi</strong>olímpica sin trampolines, con chapotea<strong>de</strong>ro y el agua<br />
inverosí<strong>mi</strong>lmente azul <strong>de</strong> tan clorada; dos baños, uno para<br />
hombres y otro para mujeres con vapor, sauna y casilleros; un<br />
gimnasio con la alfombra raída, las barras oxidadas y un espejo<br />
impactado; un restaurante bar más gran<strong>de</strong> que el gimnasio; un<br />
salón <strong>de</strong> actos en la terraza, que <strong>de</strong>spedía un fuerte olor a naftalina<br />
a través <strong>de</strong>l ojo <strong>de</strong> llave <strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong> acceso, siempre enca<strong>de</strong>nada;<br />
una tienda <strong>de</strong> artículos <strong>de</strong>portivos que vendía todo (refrescos,<br />
chocolates, papas fritas, postales y pulseras) menos artículos<br />
<strong>de</strong>portivos; dos mesas <strong>de</strong> ping—pong sin red, una <strong>de</strong> pool y otra <strong>de</strong><br />
carambola con el paño roto, un salón <strong>de</strong> gimnasia con la duela<br />
podrida y un teatro cuyas butacas funcionaban <strong>de</strong> martes a jueves<br />
como ten<strong>de</strong><strong>de</strong>ro <strong>de</strong> toallas húmedas. Eso era todo: un <strong>de</strong>portivo<br />
atrofiado por goteras, óxido, hundi<strong>mi</strong>ento <strong>de</strong>l suelo y corrosión;<br />
una pobre Cartago que parecía implorar unas ruinas <strong>de</strong>corosas y<br />
haber tenido, al menos, el triste honor <strong>de</strong> una guerra púnica.<br />
Con mayor razón había que prepararse. Ante un sitio <strong>de</strong>vastado<br />
como aquél, uno <strong>de</strong>bía hacerse el fuerte (es <strong>de</strong>cir, apocarse) con tal <strong>de</strong><br />
aceptar su futura condición <strong>de</strong> escombro. “Qué hacer para mostrarse<br />
8 1
solidario / <strong>de</strong> la ruina”, se preguntaba el poeta español Aníbal<br />
Núñez. Y, como si no existiera otra solución, respondía: “Arruinarse.”<br />
Así que <strong>mi</strong> madre, previa cita con el instructor <strong>de</strong> una clínica <strong>de</strong><br />
tenis, nos llevó a <strong>mi</strong> hermano, a <strong>mi</strong> prima y a mí a comprar todo<br />
lo necesario en una tienda <strong>de</strong>partamental: muñequeras <strong>de</strong> tela,<br />
ca<strong>mi</strong>sas <strong>de</strong> manga corta, zapatos tenis, shorts, calcetines, pelotas,<br />
raquetas <strong>de</strong> grafito, antivibradores, empuñaduras para el mango<br />
y cintas protectoras. Mi hermano, <strong>mi</strong> prima y yo entramos <strong>de</strong><br />
capa caída en la tienda, resoplando con amargura. Recorrimos los<br />
pasillos y rechazamos en silencio a los encargados, abatidos por la<br />
con<strong>de</strong>na atlética que nos aguardaba.<br />
Los tres salimos un par <strong>de</strong> horas <strong>de</strong>spués, presas <strong>de</strong> un sospechoso<br />
espíritu <strong>de</strong>portivo, <strong>de</strong>stilando una salud malsana por<br />
los poros, jugando a ver quién llegaba primero al coche sin<br />
ja<strong>de</strong>ar y con las bolsas llenas, <strong>de</strong>seosos <strong>de</strong> aumentar la pena<br />
por buen comporta<strong>mi</strong>ento...<br />
Con el esmero <strong>de</strong> un niño que se viste para su primera comunión,<br />
me vestí <strong>de</strong> blanco un martes para <strong>mi</strong> primera clase: ca<strong>mi</strong>sa con<br />
botón al cuello, shorts que apenas me cerraba en el bajo vientre,<br />
calcetines a la altura <strong>de</strong>l naci<strong>mi</strong>ento <strong>de</strong> las pantorrillas, muñequera<br />
y unos tenis cuya lengüeta, al opri<strong>mi</strong>rse repetidamente,<br />
inflaba <strong>de</strong> aire las suelas para dis<strong>mi</strong>nuir el impacto en los pies.<br />
Mientras <strong>mi</strong> madre apuraba a <strong>mi</strong> hermano y a <strong>mi</strong> prima, que<br />
aún no ter<strong>mi</strong>naban <strong>de</strong> hacer lo propio a media hora <strong>de</strong> empezar<br />
la clase, guardé la raqueta en su funda, me la colgué al hombro,<br />
bajé las escaleras y esperé en el umbral <strong>de</strong> la puerta con la<br />
<strong>mi</strong>rada perdida en lo más hondo <strong>de</strong>l jardín.<br />
8 2
A través <strong>de</strong> las copas <strong>de</strong> los árboles, vi a una ardilla sortear los<br />
cristales cortados que remataban, a falta <strong>de</strong> alambrado eléctrico,<br />
la barda. Temí a cada momento por la suerte <strong>de</strong> la ardilla, sobre<br />
todo cuando se posaba, inconsciente faquir, en las puntas filosas<br />
<strong>de</strong> los cristales. Sin embargo, bajó escalando la buganvilia, tocó<br />
la tierra húmeda, mojada por el aspersor, y se perdió entre el<br />
follaje pajizo <strong>de</strong> un bambú.<br />
Lanzados por el grito <strong>de</strong> <strong>mi</strong> madre —que disolvió enseguida <strong>mi</strong><br />
pasmo ante la gimnasia <strong>de</strong>l roedor—, <strong>mi</strong> hermano y <strong>mi</strong> prima,<br />
irreconocibles, también uniformados <strong>de</strong> blanco y con raqueta al<br />
hombro, bajaron las escaleras y subieron al coche a toda prisa.<br />
Mi madre y yo, su copiloto, fuimos los últimos en subir. Antes<br />
<strong>de</strong> que el Córdoba negro ter<strong>mi</strong>nara <strong>de</strong> echarse en reversa, bajé<br />
el cristal y <strong>mi</strong>ré <strong>de</strong> reojo a Sol, nuestra cachorra bóxer, con un<br />
pequeño bulto oscuro que luchaba por zafarse <strong>de</strong> sus patas<br />
<strong>de</strong>lanteras. En fracción <strong>de</strong> segundos, antes <strong>de</strong> que el portón se<br />
cerrara, pu<strong>de</strong> distinguir una cola frondosa que sobresalía <strong>de</strong>l<br />
hocico abultado <strong>de</strong> Sol, primero agitándose en veloz <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n,<br />
luego moviéndose con lentitud <strong>de</strong> un lado a otro, como una<br />
palma café que abanicara la mandíbula <strong>de</strong> la perra.<br />
Ni bien <strong>mi</strong> madre frenó el coche a la entrada <strong>de</strong>l <strong>de</strong>portivo, nos<br />
bajamos corriendo en dirección a las canchas <strong>de</strong> tenis. Al abrir<br />
a empujones la puerta <strong>de</strong> la número uno, el instructor nos hizo<br />
una señal con su raqueta <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el otro extremo <strong>de</strong> la cancha para<br />
que nos incorporáramos a una fila <strong>de</strong> diez niños que arrancaba<br />
a la <strong>mi</strong>tad <strong>de</strong> la línea <strong>de</strong> fondo y llegaba hasta tocar un muro<br />
ver<strong>de</strong> a espaldas nuestras.<br />
8 3
—Bueno, ¡ya cállense, carajo! —nos gritó el instructor <strong>mi</strong>entras<br />
se colocaba la raqueta entre las piernas y batía las palmas—. A<br />
ver si siguen platicando <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> darle cinco vueltas a las<br />
canchas. Tienen siete <strong>mi</strong>nutos...<br />
Con ánimo casi inquebrantable, apilamos las raquetas y<br />
corrimos en torno a las canchas, sin que el <strong>de</strong>spotismo <strong>de</strong>l<br />
instructor lograra amedrentarnos. Pero no bastó nuestro coraje<br />
para ocultar la flacci<strong>de</strong>z <strong>de</strong> nuestra cobardía: invencibles en la<br />
primera vuelta, ter<strong>mi</strong>namos siendo tesoneros en la segunda,<br />
irregulares en la tercera, mediocres en la cuarta y <strong>de</strong>sahuciados<br />
en la quinta.<br />
A punto <strong>de</strong> llorar ante la frustración —precedida por el dolor <strong>de</strong><br />
caballo, el sudor a chorros y un calambre en la pierna, por la<br />
certeza física <strong>de</strong> saber que no podría ter<strong>mi</strong>nar—, hice una pausa<br />
para recuperar el aliento, eché la espalda hacia <strong>de</strong>lante y puse<br />
las palmas sobre las rodillas flexionadas. A medio metro <strong>de</strong> mí,<br />
estaba la puerta <strong>de</strong> la cancha número cuatro, entrecerrada, oscilante,<br />
como una atenta invitación a la fuga.<br />
Qué hacer para mostrarse solidario con uno <strong>mi</strong>smo.<br />
Desampararse. Sin dar explicaciones ni voltear a ver las caras<br />
<strong>de</strong> <strong>mi</strong>s compañeros y <strong>de</strong>l instructor, crucé la puerta. Con una<br />
fuerza insólitamente renacida, me eché a correr escaleras abajo<br />
hacia un jardín con resbaladillas y columpios, cerca <strong>de</strong> la cancha<br />
<strong>de</strong> frontenis cuyo enrejado, cubierto <strong>de</strong> planta trepadora, no<br />
ocultaba el caudal marrón <strong>de</strong> un vivero que arrastraba bolsas <strong>de</strong><br />
basura, animales muertos y espuma <strong>de</strong> jabón. Mientras tomaba<br />
impulso con ambos pies para columpiarme, escapó un crujido<br />
8 4
<strong>de</strong> las suelas: sin querer, había aplastado una lagartija. Movido<br />
por un apetito involuntario <strong>de</strong> revancha, seguí aplanando con<br />
<strong>mi</strong>s tenis la <strong>de</strong> por sí <strong>de</strong>lgada pasta que había <strong>de</strong>jado su cadáver<br />
bajo <strong>mi</strong> suela.<br />
Sin embargo, la cola había quedado intacta: larga, ver<strong>de</strong>, oscura,<br />
escamada, tubular. Tiré <strong>de</strong> ella para <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>r los restos adheridos<br />
<strong>de</strong> la lagartija con la intención <strong>de</strong> arrojarlos a la corriente <strong>de</strong>l<br />
vivero, pero preferí guardarlos en un bolsillo <strong>de</strong>l short como una<br />
rara y <strong>de</strong>slucida presea, un talismán en <strong>de</strong>scomposición o una<br />
ruina preciosa que, frente a las otras ruinas que la circundaban,<br />
sólo yo había creado.<br />
El jueves, ter<strong>mi</strong>nadas con dificultad las cinco vueltas, <strong>mi</strong> maestro<br />
le pidió a un atajador que le tirara una pelota a cada niño para<br />
practicar el golpe <strong>de</strong> <strong>de</strong>recha. Al llegar <strong>mi</strong> turno, el instructor<br />
me apretó el antebrazo e indicó a regañadientes la forma en<br />
que <strong>de</strong>bía pegarle a la pelota: trazando una media parábola con<br />
la raqueta <strong>de</strong> abajo a arriba y un giro <strong>de</strong> muñeca <strong>de</strong> noventa<br />
grados. En cuanto la pelota tocó el encordado, se escuchó un<br />
chasquido: las cuerdas se habían roto.<br />
—Y ésta es tu primera clase... Imagínate lo que falta —me dijo<br />
el instructor, sonriendo.<br />
Mientras él hablaba, noté que un hueco se abría entre sus dientes<br />
superiores y <strong>de</strong>jaba ver la campanilla vibrando en la garganta,<br />
como si fuera un animal moribundo que luchase por salir <strong>de</strong><br />
aquella boca.<br />
8 5
15—15<br />
Antes que un hombre <strong>de</strong> hechos, el poeta es un hombre <strong>de</strong> palabras,<br />
lo cual revela una contradicción <strong>de</strong> oficio: la palabra no es<br />
un tesoro que se encuentra con poner pie en el mundo y seguir<br />
el <strong>de</strong>stello que llamó nuestra atención <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la ventana, sino el<br />
origen <strong>de</strong> una luz que se busca en lo más pronunciado <strong>de</strong> una<br />
cuesta, en lo más escarpado <strong>de</strong> una montaña, en lo más recóndito<br />
<strong>de</strong> un bosque. Al no estar dada <strong>de</strong> facto, la palabra <strong>de</strong>l poeta<br />
no sólo es el resultado <strong>de</strong> la unión entre i<strong>de</strong>a y ritmo, entre símbolo<br />
e imagen (aunque sin ellos la palabra per<strong>de</strong>ría su razón <strong>de</strong><br />
ser); hay mucho <strong>de</strong> tensión, músculo y energía en ella. Por más<br />
que <strong>de</strong>fina el rumbo y diseñe la estructura <strong>de</strong> un poema, el pensa<strong>mi</strong>ento<br />
no pue<strong>de</strong> amodorrarse ni llevar una vida se<strong>de</strong>ntaria:<br />
<strong>de</strong>be ejercitarse en la escritura si no quiere convertirse en la<br />
víctima <strong>de</strong> una morbosa obesidad; si no quiere que i<strong>de</strong>a, ritmo,<br />
símbolo e imagen sufran <strong>de</strong> esclerosis; si no quiere que un pentámetro<br />
yámbico se transforme en pie diabético. Una filosofía<br />
<strong>de</strong> la composición no sustituye a la composición <strong>mi</strong>sma. Sería<br />
tanto como afirmar que los buenos <strong>de</strong>seos formulados cada<br />
víspera <strong>de</strong> año nuevo priman sobre la constancia y la fuerza <strong>de</strong><br />
voluntad con que <strong>de</strong>ben ponerse en práctica.<br />
“Pienso en el poeta como un hombre <strong>de</strong> proezas, igual que un<br />
atleta”, señaló Robert Frost, el mayor here<strong>de</strong>ro durante el siglo<br />
XX <strong>de</strong>l romanticismo inglés y su bucolismo hiperactivo. Frost<br />
fue ejemplo <strong>de</strong> su propia afirmación: sus activida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> alto rendi<strong>mi</strong>ento<br />
lírico jamás lograron sofocar las diarias ca<strong>mi</strong>natas<br />
kilométricas que el poeta emprendía en Nueva Inglaterra. Por el<br />
contrario: gracias al he<strong>mi</strong>stiquio <strong>de</strong> aire que separa una pierna<br />
<strong>de</strong> otra, al ritmo simétrico <strong>de</strong>l paso que tuerce su andadura para<br />
8 6
salir o a<strong>de</strong>ntrarse en “los bosques <strong>de</strong> símbolos”, según Bau<strong>de</strong>laire,<br />
la poesía <strong>de</strong> Frost no se <strong>de</strong>tiene, literalmente, en contemplaciones.<br />
Si bien reconoce que una <strong>mi</strong>steriosa inspiración es el origen<br />
<strong>de</strong> aquella luz “versada” o que la profundidad umbría <strong>de</strong>l sueño<br />
<strong>de</strong>semboca en el claro <strong>de</strong> la belleza, la poesía <strong>de</strong>l estadouni<strong>de</strong>nse<br />
es partidaria <strong>de</strong> la expiración (o transpiración) y <strong>de</strong> la superficie<br />
ilu<strong>mi</strong>nada <strong>de</strong> la vigilia. Como lo advierte Frost en la última<br />
estrofa <strong>de</strong> “Haciendo un alto en el bosque una noche nevada”:<br />
El bosque es bello, oscuro y muy profundo,<br />
pero tengo promesas que cumplir<br />
y <strong>mi</strong>llas por andar antes que duerma,<br />
y <strong>mi</strong>llas por andar antes que duerma.<br />
Esas <strong>mi</strong>les <strong>de</strong> <strong>mi</strong>llas que anduvo Frost no fueron las únicas<br />
culpables <strong>de</strong> su prolongado insomnio. El poeta nacido en San<br />
Francisco jugó tenis y softball hasta bien entrados los ochenta <strong>de</strong><br />
los ochenta y ocho años que llegaría a vivir, prácticamente todos<br />
ellos con salud, luci<strong>de</strong>z y escritura copiosas. Una vida en verdad<br />
matusalénica si consi<strong>de</strong>ramos que el poeta ha sido siempre el<br />
menos longevo <strong>de</strong> los artistas —fuera, claro está, <strong>de</strong> los nonagenarios<br />
Pablo Antonio Cuadra, Rafael Alberti, Dulce María Loynaz, Nicanor<br />
Parra, Gonzalo Rojas, Gerardo Diego y Dámaso Alonso, o <strong>de</strong> Carl<br />
Rakosi y Germán List Arzubi<strong>de</strong>, que festejaron el siglo.*<br />
*Al respecto, James Kaufman, director <strong>de</strong>l Instituto <strong>de</strong> Investigación <strong>de</strong>l Aprendizaje <strong>de</strong> la<br />
Universidad Estatal <strong>de</strong> California, realizó un curioso estudio: analizó la edad promedio <strong>de</strong><br />
muerte <strong>de</strong> casi 2 000 escritores prestigiados, nacidos en América <strong>de</strong>l Norte, China, Turquía<br />
y Europa <strong>de</strong>l Este. El levanta<strong>mi</strong>ento hecho por Kaufman reveló que los poetas estudiados<br />
vivieron un promedio <strong>de</strong> 62.2 años; los escritores <strong>de</strong> no—ficción, 67.9; los novelistas, 66, y<br />
los dramaturgos, 63.4. El investigador dio sus conclusiones a The New York Times en torno a<br />
estas cifras: “Si uno ru<strong>mi</strong>a mucho, es más probable que se <strong>de</strong>prima, y los poetas se la pasan<br />
ru<strong>mi</strong>ando", señaló Kaufman. “Su trabajo es solitario y explora ámbitos subjetivos, emotivos,<br />
generalmente asociados con la inestabilidad mental”, agregó.<br />
8 7
Pese a las apariencias, Frost no fue una excepción entre colegas<br />
y coterráneos: Ezra Pound, Randall Jarrell y Theodore Roethke<br />
eran tenistas quizá no exi<strong>mi</strong>os, pero sí apasionados. Por <strong>de</strong>sgracia,<br />
no existe ningún retrato (ninguno conocido, al menos) <strong>de</strong> su<br />
afición a ese <strong>de</strong>porte menos blanco que la hoja en que escribieron.<br />
Sí poemas y versos aislados, también aforismos y anécdotas, pero<br />
no una imagen <strong>de</strong> su <strong>de</strong>sempeño en la cancha. Como si al entrar<br />
en ella, el poeta fuese expulsado <strong>de</strong>l mundo (o la república) <strong>de</strong> lo<br />
visible e ingresara <strong>de</strong> nuevo en la oscura caverna platónica que<br />
había abandonado. Como si el lugar <strong>de</strong> las reapariciones clan<strong>de</strong>stinas<br />
<strong>de</strong>l poeta fuese su escritorio, <strong>mi</strong>entras él se lleva las patas<br />
<strong>de</strong> sus lentes a la boca, eleva la vista por encima <strong>de</strong>l rocío que se<br />
acumuló en el alféizar, frunce el ceño y cruza la pierna para disimular,<br />
así, la vulgaridad cetácea <strong>de</strong>l vientre y la papada.<br />
15—30<br />
Lo importante en el tenis no era ganar terreno, sino competir<br />
para per<strong>de</strong>rlo paulatina e inexorablemente.<br />
Avanzar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el fondo <strong>de</strong> la cancha con ataques y <strong>de</strong>voluciones<br />
hasta que el partido se convirtiera en un modo vertiginoso <strong>de</strong>l<br />
<strong>de</strong>sgano; avanzar, digo, hasta la red, do<strong>mi</strong>nar al contrincante<br />
con remates o “<strong>de</strong>jaditas” y ganar en escalada punto tras punto,<br />
era materia <strong>de</strong> sembrados y cabezas <strong>de</strong> serie, no <strong>de</strong> un grupo <strong>de</strong><br />
niños que, como yo, esperaba su turno para <strong>de</strong>volver el servicio<br />
<strong>de</strong> Pablo Abundis, el instructor: un hombre chaparro y maduro,<br />
oblicuamente ebrio, con las facciones endurecidas y los ojos<br />
vidriosos <strong>de</strong> tanto recordar, entre una indicación y otra, el partido<br />
más memorable que disputó en su vida.<br />
8 8
(Era <strong>de</strong> noche y amenazaba con llover a cántaros. Un bochorno<br />
le molía las articulaciones y poblaba <strong>de</strong> ronchas su piel, teñida<br />
<strong>de</strong> rojo por la violenta comezón. El alumbrado le pegaba en la<br />
cara, cegándolo. Las cuerdas <strong>de</strong> su raqueta <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, como un<br />
te<strong>mi</strong>ble vaticinio, se habían roto al iniciar el segundo set. Lo<br />
perseguía un enjambre <strong>de</strong> moscos, inquisitivo como la mariposa<br />
que cruzó por la cancha <strong>de</strong> tenis <strong>de</strong>l Hotel Champion don<strong>de</strong> la<br />
Lolita <strong>de</strong> Nabokov se disputaba la clasificación <strong>de</strong> su belleza.<br />
Marcador final <strong>de</strong>l partido en la Copa Davis: 6—0, 6—2, 6—2, favor<br />
Estados Unidos. La <strong>de</strong>rrota, al menos, había sido mo<strong>de</strong>sta: en<br />
dobles y octavos <strong>de</strong> final. Sin embargo, Abundis confesaría que a<br />
Raúl Ramírez, su pareja —único mexicano, junto con Rafael Pelón<br />
Osuna, en figurar alguna vez entre los cinco mejores tenistas<br />
<strong>de</strong>l mundo—, lo sorprendió la posibilidad real <strong>de</strong> la victoria y,<br />
sobre todo, la envidia al talentoso <strong>de</strong>butante que era él.)<br />
Claro está que nos<strong>otros</strong>, niños todos con raqueta <strong>de</strong> grafito en<br />
mano y vestidos a la usanza subversiva <strong>de</strong> André Agassi, buscábamos<br />
tener un saque incontestable, el slice o “machete” más<br />
certero y la <strong>de</strong>recha más rotunda; queríamos ser las nuevas<br />
figuras <strong>de</strong>l tenis mexicano y <strong>de</strong>stronar a las promesas incumplidas<br />
<strong>de</strong> Luis Enrique Herrera y Leonardo Lavalle, pero Abundis<br />
incentivaba más nuestro <strong>de</strong>sánimo que nuestro talento. Y<br />
tenía razón. Los <strong>de</strong>más instructores inflaban sin escrúpulos la<br />
autoestima <strong>de</strong> ancianas <strong>mi</strong>llonarias en visera y <strong>mi</strong>nifalda, incapaces<br />
<strong>de</strong> correr hacia la red o <strong>de</strong> pegarle a la pelota sin sentir el<br />
odio <strong>de</strong> sus várices o artritis; estimulaban la arrogancia <strong>de</strong>l banquero<br />
o el político, acostumbrado a que la respuesta se colocara<br />
suave y cronométricamente a su <strong>de</strong>recha. Estos instructores<br />
8 9
—<strong>de</strong>masiado atléticos, <strong>de</strong>masiado jóvenes y <strong>de</strong>masiado sobrios—<br />
inflaban al eterno amateur, con<strong>de</strong>nado a la ovación <strong>de</strong> un subalterno.<br />
Abundis no. Hoy agra<strong>de</strong>zco su pesi<strong>mi</strong>smo para hacernos<br />
<strong>de</strong>sistir <strong>de</strong>l penoso futuro que nos aguardaría: acumular trofeos<br />
interclubes, estatales, nacionales y panamericanos para ter<strong>mi</strong>nar<br />
perdiendo en campeonatos estadouni<strong>de</strong>nses y europeos<br />
<strong>de</strong> circuito profesional, volver a casa con la cola entre las patas<br />
pero con la cabeza en alto, anunciar a los treinta años el retiro<br />
en una rueda <strong>de</strong> prensa para reporteros chovinistas y, quizá, con<br />
los años, engrosar la filas <strong>de</strong> la naciente burocracia <strong>de</strong>l <strong>de</strong>porte<br />
dirigiendo la Fe<strong>de</strong>ración Mexicana <strong>de</strong> Tenis. Mejor ahorrarnos<br />
la vergüenza <strong>de</strong> un triunfo por défault y quedarnos a pulir las<br />
fallas <strong>de</strong> nuestro juego, los futuros reveses a dos y cuatro manos.<br />
(“Pero hubo un momento —me confió Abundis <strong>mi</strong>entras lanzaba<br />
a los arbustos otra lata vacía <strong>de</strong> cerveza, <strong>de</strong>jaba escapar un<br />
eructo y encendía un cigarrillo, sentados en las gradas <strong>de</strong> la<br />
cancha número uno, viendo cómo caía la tar<strong>de</strong> y se prendía, a lo<br />
lejos, el alumbrado <strong>de</strong> la número cuatro—, hubo un momento en<br />
que Raúl y yo estuvimos tan cerquita <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r...”)<br />
30—30<br />
Llama la atención que <strong>de</strong> Frost, así como <strong>de</strong>l compositor Arnold<br />
Schönberg y <strong>de</strong>l narrador Vladi<strong>mi</strong>r Nabokov —este último<br />
profesor <strong>de</strong> tenis en su juventud—, no que<strong>de</strong>n sino fotos don<strong>de</strong><br />
los tres figuran practicando <strong>de</strong>portes mucho más excéntricos<br />
que el tenis (en el caso <strong>de</strong> la pareja conformada por Frost y<br />
Nabokov) y la natación (en el <strong>de</strong> Schönberg), como se aprecia en<br />
la siguiente galería:<br />
9 0
Nabokov en guantes <strong>de</strong> boxeo,<br />
elevando el puño izquierdo<br />
en posición <strong>de</strong>fensiva, en un<br />
gesto que recuerda la dureza<br />
prosaica <strong>de</strong> He<strong>mi</strong>ngway<br />
(Giuseppe Pino, 1973).<br />
Arnold Schönberg conectando<br />
un revés con la raqueta <strong>de</strong><br />
ping—pong en la diestra, sin que<br />
nada en su atuendo recuer<strong>de</strong> la<br />
teoría <strong>de</strong> los doce tonos (Felix<br />
Khuner, 193?).<br />
Robert Frost al bat en un<br />
juego <strong>de</strong> softball, pegándole<br />
a la sombra <strong>de</strong> la bola con<br />
ayuda <strong>de</strong> sus lentes oscuros<br />
(colección privada <strong>de</strong> Peter J.<br />
Stanlis Frost, 1940).<br />
9 1
De los tres artistas retratados, Frost es el único que no está<br />
inmóvil. Nabokov, peso completo, posa para la cámara, rígidamente<br />
concentrado. Schönberg, con la mano izquierda alineada<br />
a la costura <strong>de</strong>l pantalón, parece una estatua con una<br />
raqueta fundida en su <strong>mi</strong>smo bronce que estuviera por recibir el<br />
impacto <strong>de</strong> una pelota.<br />
Frost, en cambio, tiene el bat, la mano y el pie <strong>de</strong>rechos fuera<br />
<strong>de</strong> foco, señal inequívoca <strong>de</strong> un movi<strong>mi</strong>ento en forma. Y hablar<br />
<strong>de</strong> movi<strong>mi</strong>ento en forma, tratándose <strong>de</strong> Frost, no es exagerado;<br />
es una licencia poética. La presencia <strong>de</strong> la bola no es probable,<br />
sino in<strong>mi</strong>nente. De haberse ampliado el encuadre, el espectador<br />
ya hubiera calculado su velocidad, distancia y trayectoria. Lo<br />
<strong>mi</strong>smo ocurre en los poemas <strong>de</strong> Frost: sus instantáneas capturan<br />
un mundo que no posa ni reposa; el movi<strong>mi</strong>ento formal le otorga<br />
la in<strong>mi</strong>nencia, y no la posibilidad, <strong>de</strong> ser lo que se anuncia. La<br />
palabra no aparenta: aparece. Corre hacia el origen remoto <strong>de</strong> su<br />
propia luz, hacia la cosa <strong>mi</strong>sma que encarna. Home run.<br />
Uno podría preguntarse si Frost le pegó a la pelota. El poeta<br />
tenía 66 años y usaba lentes oscuros para proteger su vista <strong>de</strong>l<br />
restallante sol <strong>de</strong> Vermont. Sin el apoyo <strong>de</strong> las líneas matemáticamente<br />
trazadas <strong>de</strong> la cancha <strong>de</strong> tenis, la <strong>de</strong>l viejo Frost era una<br />
carrera con obstáculos; o sea, una carrera libre, tan arriesgadamente<br />
libre, como jugar tenis en campo abierto, como escribir<br />
poesía sin metro ni rima.<br />
“Escribir en verso libre es como jugar al tenis con la red abajo”,<br />
sentenció Frost. Pero haber jugado al softball en aquellas condiciones<br />
era tanto como no tener una red en la cancha ni medidas<br />
9 2
acentuales en el verso. La foto, entonces, consiste en una doble<br />
imagen: la pelota que Frost vio con sus lentes oscuros, y que el<br />
espectador sólo pue<strong>de</strong> concebir si amplía su marco <strong>de</strong> <strong>mi</strong>rada,<br />
es un enigma móvil que el poeta registró con ojos oscurecidos<br />
por la realidad, y que el lector pue<strong>de</strong> dar a luz si prescin<strong>de</strong>, como<br />
Eugenio Montale, <strong>de</strong> “conexiones, reservas, / subterfugios, esas<br />
hu<strong>mi</strong>llaciones <strong>de</strong>l que cree / que lo real es eso que se ve”.<br />
Con un poco <strong>de</strong> suerte, Frost conectó un cuadrangular, y ganó el<br />
partido. O quizá no, y lo perdió. En cualquier caso, confió en la<br />
sombra lejana <strong>de</strong> las cosas antes que en sus falsos brillos inmediatos.<br />
Por eso para David Shapiro, sabedor <strong>de</strong> la i<strong>de</strong>a frostiana,<br />
Jugar sin red<br />
no es una i<strong>de</strong>a tan mala.<br />
Qué tal si los<br />
vestidos <strong>de</strong>l Emperador<br />
fuesen muy buena i<strong>de</strong>a,<br />
como el pintor me dijo.<br />
Jugar al tenis en la oscuridad:<br />
muy parecido a la poesía.<br />
Jugar al tenis al caer<br />
las hojas en otoño también<br />
se le parece mucho a la poesía.<br />
El tenis es un juego;<br />
por tanto, no es poesía.<br />
Y tampoco es un sueño,<br />
lo opuesto <strong>de</strong> la estupi<strong>de</strong>z.<br />
Sino “la<br />
danza que articula los órganos<br />
9 3
<strong>de</strong>l habla”. Lo juegas<br />
en un campo, en el campo<br />
visual que carece <strong>de</strong> ojos.<br />
Lo juegas contra un muro,<br />
te rebota sin fin.<br />
Eres un jugador <strong>de</strong> tenis por el día.<br />
El afamado Otro se <strong>de</strong>spierta <strong>de</strong> noche<br />
con vientos y violines<br />
que a ti y a mí nos borran.<br />
Las a<strong>mi</strong>sta<strong>de</strong>s se dispersan.<br />
Grabas la cancha<br />
<strong>de</strong> tenis, enmallada como las botellas.<br />
Aletea la red, como<br />
la fe en la melancolía.<br />
Tan sólo el hombre <strong>de</strong> negocios<br />
está seguro, como un<br />
antiguo metro que acentúa.<br />
Jugar al tenis sin<br />
red no es una i<strong>de</strong>a tan pobre.<br />
Jugar al tenis en la<br />
oscuridad se le parece mucho a la poesía.<br />
(“En una cancha <strong>de</strong> tenis”)<br />
30—40<br />
—Aquí no se viene a repasar lo <strong>de</strong> la escuela —me dijo Abundis<br />
tapándome el sol <strong>de</strong> frente, <strong>mi</strong>entras yo leía una corpulenta<br />
antología <strong>de</strong> Neruda en tapas blancas—. Ya levántate y ponte<br />
a correr, que pasado mañana hay torneo en el Club Terranova.<br />
9 4
Aunque faltaban diez <strong>mi</strong>nutos para el co<strong>mi</strong>enzo <strong>de</strong> la clase,<br />
obe<strong>de</strong>cí <strong>de</strong> inmediato. Metí el libro en la funda <strong>de</strong> la raqueta,<br />
me levanté, me sacudí el polvo acumulado en la parte trasera<br />
<strong>de</strong>l short, me llevé los puños cerrados al pecho, respiré hondo y<br />
comencé a correr las vueltas <strong>de</strong> rutina.<br />
Hasta el momento en que crucé <strong>de</strong> nuevo por la puerta <strong>de</strong><br />
la cancha número cuatro y la vi entrecerrada, tal y como la<br />
encontré durante <strong>mi</strong> primera clase, me di cuenta <strong>de</strong> que llevaba<br />
cinco años corriendo la <strong>mi</strong>sma distancia cada martes y jueves en<br />
torno a las canchas, intentando en vano aumentar la potencia<br />
<strong>de</strong>l primer servicio y consolidar la puntería <strong>de</strong>l segundo. Cinco<br />
años <strong>de</strong> una clínica <strong>de</strong> tenis para incompetentes que —vaya<br />
colmo— no daba más <strong>de</strong> sí. Cinco años <strong>de</strong> rega<strong>de</strong>razos <strong>de</strong> agua<br />
tibia al concluir la clase; <strong>de</strong> esperar con <strong>mi</strong> hermano y <strong>mi</strong> prima,<br />
sentados en el sofá <strong>de</strong>l lobby, recién bañados, hambrientos y con<br />
sueño, a que concluyeran los aeróbicos o el círculo <strong>de</strong> lectura<br />
<strong>de</strong> <strong>mi</strong> madre. Cinco años <strong>de</strong> jugar y per<strong>de</strong>r contra los <strong>mi</strong>smos<br />
contrincantes: César, El Chícharo, cuyos dientes superiores <strong>de</strong><br />
castor y pecosa robustez movían al adversario a senti<strong>mi</strong>entos<br />
piadosos, que César aprovechaba para aplastarlo sin piedad;<br />
Daniel, El Daniboy, un junior verda<strong>de</strong>ramente junior, casi enano,<br />
<strong>de</strong> voz ronca como la <strong>de</strong> un fumador empe<strong>de</strong>rnido y agudos<br />
berrinches como los <strong>de</strong> su hermana; Hugo, El Nean<strong>de</strong>rtal, un<br />
niño reducido a huesos, <strong>de</strong> cráneo y <strong>de</strong>ntadura pro<strong>mi</strong>nentes, que<br />
sostenía la raqueta como si cargara el peso <strong>de</strong> sí <strong>mi</strong>smo.<br />
Aquel torneo <strong>de</strong>l Terranova fue el último que jugué antes <strong>de</strong><br />
retirarme a los catorce años. A la llegada <strong>de</strong> <strong>mi</strong> pubertad ya<br />
la sucedían, una a una, las promesas <strong>de</strong>l ingreso precoz a la<br />
9 5
preparatoria: cigarrillos, borracheras, <strong>de</strong>sveladas y eyaculaciones,<br />
un taller <strong>de</strong> teatro y una poesía cursi, prolífica y febril. Tal vez<br />
por eso, la <strong>de</strong>rrota que sufrió el San Jerónimo me había <strong>de</strong>jado<br />
satisfecho entre puras caras largas. Ya en el ca<strong>mi</strong>ón, cundido el<br />
silencio <strong>de</strong> <strong>mi</strong>s compañeros que <strong>mi</strong>raban por las ventanillas,<br />
saqué a Neruda y me puse a leer Estravagario. Des<strong>de</strong> la primera<br />
fila, Abundis me <strong>mi</strong>ró <strong>de</strong> reojo, chistó imperceptiblemente, se<br />
incorporó a su asiento, la<strong>de</strong>ó la cabeza, bajó la gorra a la altura <strong>de</strong><br />
los ojos, se cruzó <strong>de</strong> brazos, apoyó la sien <strong>de</strong>recha en el hombro<br />
<strong>de</strong> Clarita, su asistente, y se quedó dor<strong>mi</strong>do. Pronto sus ronquidos<br />
sustituyeron el fúnebre silencio <strong>de</strong> los <strong>de</strong>rrotados con una paz que<br />
parecía eterna, <strong>mi</strong>entras el ca<strong>mi</strong>ón <strong>de</strong>jaba atrás Copilco El Bajo.<br />
Me había prometido leer <strong>de</strong> una sentada los <strong>mi</strong>les <strong>de</strong> versos<br />
restantes <strong>de</strong> la antología durante el recorrido, pero antes <strong>de</strong><br />
per<strong>de</strong>r la cuenta,<br />
(Entre los héroes paso<br />
recién con<strong>de</strong>corados<br />
por la tierra y la pólvora<br />
y <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> ellos, muda,<br />
con tus pequeños pasos,<br />
eres o no eres?)<br />
me ganó también el sueño.<br />
40—40<br />
(François Truffaut, La mujer <strong>de</strong> al lado, 1981.) Al centro <strong>de</strong> la toma,<br />
una mujer madura. Sentada <strong>de</strong> espaldas y en posición transversal<br />
9 6
a unas canchas <strong>de</strong> tenis, dice a la cámara: “Yo soy Odile Jouve.<br />
¿Uste<strong>de</strong>s creen que soy jugadora <strong>de</strong> tenis? Pues se equivocan.”<br />
Odile Jouve se levanta <strong>de</strong> la silla y avanza lentamente por un<br />
corredor. Lleva sostenes ortopédicos. Cojea. Décadas atrás, había<br />
intentado suicidarse tirándose <strong>de</strong> la ventana <strong>de</strong> su apartamento.<br />
Sin éxito. Prefirió ser buena que tener suerte. Por amor.<br />
En su último punto, el tiro <strong>de</strong> la joven tenista Odile bien pudo<br />
quedarse en cancha propia, y ella per<strong>de</strong>r la vida. Pero la pelota<br />
cruza la red y Odile, irremediablemente, pier<strong>de</strong>.<br />
VENTAJA FUERA<br />
Dos ca<strong>mi</strong>nos se abrieron en un bosque amarillo,<br />
y apenado por no tomarlos a la vez,<br />
por ser sólo un viajero, paré por largo rato<br />
y <strong>mi</strong>ré uno <strong>de</strong> ellos tan lejos como pu<strong>de</strong>,<br />
hasta don<strong>de</strong> se tuerce por entre la maleza;<br />
entonces tomé el otro, igualmente atractivo,<br />
el cual, quizá, tenía la mejor oferta,<br />
pues abundaba en pasto y quería ajetreo<br />
aunque, sobre ese punto, el tránsito <strong>de</strong> allí<br />
lo había <strong>de</strong>sgastado más o menos lo <strong>mi</strong>smo.<br />
Y ambos, esa mañana, estaban igualmente<br />
tapizados <strong>de</strong> hojas que nadie había pisado.<br />
¡Oh, reservé el primero para algún otro día!<br />
Sin embargo, sabiendo que un ca<strong>mi</strong>no da a otro,<br />
tenía <strong>mi</strong>s dudas sobre si <strong>de</strong>bería volver.<br />
9 7
Con un suspiro habré <strong>de</strong> estar contando esto<br />
en algún lado, <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> siglos y <strong>de</strong> siglos:<br />
Dos ca<strong>mi</strong>nos se abrieron en un bosque y yo...<br />
Yo tomé aquél que era el menos transitado,<br />
y eso es lo que ha hecho toda la diferencia.<br />
(Robert Frost, El ca<strong>mi</strong>no no tomado)<br />
9 8
El alma elefante<br />
Pan duro y circo chino, lo insólito perdió la aristocracia <strong>de</strong> su<br />
etimología: lo <strong>de</strong>sacostumbrado. Antes que la búsqueda <strong>de</strong>l bien<br />
común o el ejercicio <strong>de</strong> la tolerancia, hoy las capacida<strong>de</strong>s insólitas<br />
<strong>de</strong>l hombre consisten la resolución <strong>de</strong> una raíz cuadrada <strong>de</strong><br />
cincuenta dígitos o la recitación al revés <strong>de</strong>l himno mexicano.<br />
El hombre insólito se ha reducido a un fenómeno <strong>de</strong> masas, a<br />
un sujeto <strong>de</strong> condiciones físicas excepcionales. Pero, ¿podríamos<br />
asegurar que un faquir que <strong>de</strong>vora seis alfanjes o una mujer<br />
barbuda constituye algo insólito? Nada más común y corriente;<br />
nada más a la usanza <strong>de</strong>l morbo en noticiarios, chistes, películas,<br />
1 0 0
tabloi<strong>de</strong>s y comerciales que la exhibición <strong>de</strong> estos engendros. De<br />
tanto socavar nuestra fantasía, ahora nos parecen una impru<strong>de</strong>ncia,<br />
un alar<strong>de</strong> <strong>de</strong> singularidad, una forma obscena <strong>de</strong> llamar<br />
la atención.<br />
Se pensaría que lo excepcional ha vuelto a ser el hermano<br />
gemelo <strong>de</strong> lo extraordinario. Por <strong>de</strong>sgracia, la solución es tan<br />
patética como el problema <strong>mi</strong>smo: suplimos el gastado concepto<br />
<strong>de</strong> lo insólito con novedosas <strong>de</strong>for<strong>mi</strong>da<strong>de</strong>s que ni siquiera son<br />
responsabilidad <strong>de</strong> la genética, sino <strong>de</strong> catástrofes nucleares<br />
como las <strong>de</strong> Hiroshima o Chernobyl. El hombre no ha sabido<br />
poner una nota menos burda <strong>de</strong> distinción. Su capacidad <strong>de</strong><br />
sorpresa ha ido corrompiéndose a tal punto que busca en las<br />
<strong>de</strong>for<strong>mi</strong>da<strong>de</strong>s físicas la conmoción <strong>de</strong>l alma.<br />
El arte podría ser un antídoto eficaz contra este veneno. Pero el<br />
arte, como la verdad, incomoda —aunque sea una lúcida incomodidad,<br />
una comezón <strong>de</strong> la sabiduría—. Sólo en la medida en<br />
que aceptemos que su sorpresa revelará nuestras <strong>de</strong>for<strong>mi</strong>da<strong>de</strong>s,<br />
el arte nos dará el estremeci<strong>mi</strong>ento que buscamos.<br />
Lo insólito se encuentra en cama. Es hora <strong>de</strong> estimular sus <strong>mi</strong>embros<br />
y en<strong>de</strong>rezar su columna. Es hora <strong>de</strong> que se alce, dé un paso y<br />
luego otro, hasta que salga <strong>de</strong> nos<strong>otros</strong> a la velocidad <strong>de</strong>l rayo. Su<br />
postración lo ha <strong>de</strong>sfigurado al punto <strong>de</strong> volverlo irreconocible.<br />
Alumbrémosle el rostro; ha pasado <strong>de</strong>masiado tiempo en la más<br />
absoluta oscuridad. Sobre todo, démosle un espejo para que pueda<br />
verse. Lo insólito no podría impresionarnos más que nuestro<br />
propio reflejo ilu<strong>mi</strong>nado.<br />
1 0 1
<strong>Historia</strong> <strong>de</strong> <strong>mi</strong> <strong>hígado</strong><br />
No <strong>de</strong>bí salir aquella noche. Pese a haber dor<strong>mi</strong>do el sábado por<br />
más <strong>de</strong> quince horas, sentí una violenta e inexplicable fatiga<br />
cuando me levanté <strong>de</strong> la cama y entré a la rega<strong>de</strong>ra. Una fatiga<br />
semejante al vértigo <strong>de</strong> la montaña rusa, cuando el pavor a las<br />
alturas nos hace olvidar el primer y terrorífico <strong>de</strong>scenso. Sin<br />
embargo, al salir <strong>de</strong> la casa, el viento <strong>de</strong> la noche pareció reponer<br />
<strong>mi</strong>s energías.<br />
Horas <strong>de</strong>spués, sentado frente a la pista <strong>de</strong> un antro en Ciudad<br />
Neza, veía bailar a <strong>mi</strong>s a<strong>mi</strong>gos, quienes, entre una y otra<br />
1 0 2
canción, me hacían señas para que los acompañara. Sostenía en<br />
<strong>mi</strong> mano <strong>de</strong>recha un güisqui tibio e intacto. Cada vez que <strong>mi</strong>s<br />
a<strong>mi</strong>gos volteaban hacia mí, daba un pequeño sorbo y les sonreía<br />
sin intención alguna. Bastaba con oler el güisqui o pren<strong>de</strong>r un<br />
cigarrillo para sentir náuseas.<br />
Sobre todo, no <strong>de</strong>bí verme en el espejo. Antes que la danza folclórica<br />
<strong>de</strong> dos travestis ebrios, lo que saltó a la vista fueron <strong>mi</strong>s<br />
ojos amarillos en un segundo plano. No sin consuelo, pensé<br />
que todo era producto <strong>de</strong> las luces. Pero éstas, proyectadas por<br />
una caja <strong>mi</strong>núscula y abollada en el techo, apenas cubrían el<br />
perímetro <strong>de</strong> la pista. Yo estaba <strong>de</strong>trás, a oscuras, y <strong>mi</strong>s ojos<br />
brillaban con luz propia. Como un oráculo chillón, Rocío<br />
Banquells cantaba:<br />
Fue por locura,<br />
fue pura insolación.<br />
Una aventura,<br />
<strong>de</strong>seo sin amor,<br />
un acci<strong>de</strong>nte, una cita en un hotel.<br />
Fue puro sexo. Dile, luna,<br />
que le quiero sólo a él.<br />
Hubiera seguido observándome <strong>de</strong> no ser por la <strong>mi</strong>rada fija<br />
pero inexpresiva que me dirigió un tipo <strong>de</strong> pie en la barra. Tras<br />
cubrirse la boca con el dorso <strong>de</strong> la mano, le dijo unas palabras<br />
al cantinero, que volteó a verme y asintió <strong>mi</strong>entras llenaba dos<br />
caballitos <strong>de</strong> tequila y yo me levantaba para ir al baño. Antes <strong>de</strong><br />
entrar, pu<strong>de</strong> ver cómo la<strong>de</strong>aban la cabeza al <strong>mi</strong>smo tiempo, en<br />
señal <strong>de</strong> una <strong>mi</strong>steriosa <strong>de</strong>saprobación.<br />
1 0 3
Tú, luna mágica,<br />
convéncele <strong>de</strong> que <strong>de</strong>be volver.<br />
Si vuelve el sol y vuelve el día<br />
y vuelves tú también,<br />
¿por qué no iba a regresar hoy él?<br />
Quise pren<strong>de</strong>r la luz, pero el foco estaba fundido. Mis ojos parecieron<br />
ilu<strong>mi</strong>nar el ca<strong>mi</strong>no al privado. Presa <strong>de</strong> un súbito mareo,<br />
permanecí inmóvil, en cuclillas, abrazando la taza sin po<strong>de</strong>r<br />
vo<strong>mi</strong>tar. Inmóvil, como el último vagón <strong>de</strong> la montaña rusa<br />
antes <strong>de</strong> iniciar su <strong>de</strong>scenso.<br />
*<br />
Sin dar los buenos días, <strong>mi</strong> madre dijo la mañana <strong>de</strong>l lunes que<br />
yo no estaba bien. Tras abrir <strong>mi</strong>s ojos con ayuda <strong>de</strong> su pulgar e<br />
índice, me espetó: “Están muy amarillos. A mí se me hace que<br />
tienes hepatitis.”<br />
“¿Cómo?”, le repuse. “¿No la tuve <strong>de</strong> niño?”<br />
“Sí”, contestó, “pero estoy segura <strong>de</strong> que es el <strong>hígado</strong>. Se lo comenté a<br />
tu papá y él le preguntó al médico <strong>de</strong> la oficina. Acaba <strong>de</strong> llamarme<br />
por teléfono y anoté las pruebas que te <strong>de</strong>ben hacer —y a continuación<br />
extrajo <strong>de</strong> sus pantalones un papel doblado junto con dinero—.<br />
Vete ahora <strong>mi</strong>smo al hospital a sacarte sangre.”<br />
Obe<strong>de</strong>cí. Al llegar, me dirigí al laboratorio. Mientras anotaba<br />
<strong>mi</strong>s datos en una hoja, abrí el papel doblado y, antes <strong>de</strong> extendérselo<br />
a la cajera y pagar los exámenes, pu<strong>de</strong> leer:<br />
1 0 4
—Perfil <strong>de</strong> hepatitis A, B y C.<br />
—Perfil <strong>de</strong> funciones hepáticas (transa<strong>mi</strong>nasas y bilirrubinas).<br />
“¿Pedro Hernán Bravo Varela?”, escuché a una enfermera preguntar<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> un cubículo <strong>de</strong> toma. “Sí, soy yo”, respondí.<br />
“Acompáñeme”, repuso ella.<br />
Una vez ahí, la enfermera repitió la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l papel: “Perfil <strong>de</strong><br />
hepatitis y <strong>de</strong> funciones hepáticas, ¿correcto?”. “Sí”, confirmé.<br />
“No me tardo ni un siglo”, dijo entre risas, amarrándome una<br />
liga <strong>de</strong> plástico en el bíceps, para <strong>de</strong>spués mostrarme la aguja<br />
sellada que insertaría en <strong>mi</strong> antebrazo.<br />
1 0 5<br />
*<br />
Inició el <strong>de</strong>scenso. Las transa<strong>mi</strong>nasas y bilirrubinas, según los<br />
análisis, estaban por las nubes. Llamadas a <strong>mi</strong> prima Martha,<br />
oftalmóloga que vive en San Antonio; a <strong>mi</strong> primo Alfredo,<br />
médico general que vive en Celaya; a Jorge Iturral<strong>de</strong>, cirujano<br />
y gastroenterólogo; a Armando Cabrera, hepatólogo e investigador,<br />
hijo <strong>de</strong> un a<strong>mi</strong>go <strong>de</strong> <strong>mi</strong> padre que pudo interpretar, una<br />
vez leídos los resultados, <strong>mi</strong> pa<strong>de</strong>ci<strong>mi</strong>ento: no la hepatitis A <strong>de</strong><br />
infancia, sino hepatitis B en fase aguda.<br />
Mis padres me mandaron inmediatamente a la cama. Dieta<br />
magra sin sal ni cigarrillos. Baños <strong>de</strong> cinco <strong>mi</strong>nutos cada tercer<br />
día, sentado en una silla <strong>de</strong> plástico. Cubrebocas obligatorio<br />
para entrar en <strong>mi</strong> habitación. Guantes para recoger la basura y<br />
los platos sucios, para cambiar las sábanas teñidas <strong>de</strong> amarillo.
Aunque <strong>mi</strong> primo no era especialista, aconsejó inyecciones <strong>de</strong><br />
interferón, una proteína secretada por el sistema inmunológico<br />
que impi<strong>de</strong> la replicación <strong>de</strong> diversos virus —entre ellos, el <strong>de</strong> la<br />
hepatitis B—. Iturral<strong>de</strong> <strong>de</strong>sestimó en una primera y única consulta<br />
el diagnóstico <strong>de</strong> <strong>mi</strong> primo, arguyendo que dichas inyecciones<br />
<strong>de</strong>bían aplicarse en pacientes crónicos y que sólo tenían<br />
éxito en 30 o 40% <strong>de</strong> los casos. Iturral<strong>de</strong> también recetó medicamentos<br />
y reposo absoluto por cuatro meses. Cabrera se opuso<br />
ter<strong>mi</strong>nantemente a ese diagnóstico y recomendó al “mejor<br />
hepatólogo <strong>de</strong> México”: David Kershenobich.<br />
Por si faltaran sobresaltos, a la mañana siguiente Martha envió<br />
a <strong>mi</strong> padre unas veinte páginas <strong>de</strong> literatura médica sobre hepatitis<br />
B. Entre ellas se encontraba el siguiente pasaje:<br />
El virus <strong>de</strong> la hepatitis B se propaga a través <strong>de</strong> la sangre, el semen,<br />
los flujos vaginales y <strong>otros</strong> fluidos corporales. Los síntomas iniciales<br />
pue<strong>de</strong>n abarcar:<br />
• Fatiga.<br />
• Náuseas y vó<strong>mi</strong>tos.<br />
• Piel amarilla y orina turbia <strong>de</strong>bido a la ictericia.<br />
Tocaron a la puerta. Era <strong>mi</strong> padre.<br />
Sin ponerse el cubrebocas, tomó una silla y se sentó frente a mí,<br />
al pie <strong>de</strong> la cama, doblando la pierna y aclarándose la voz.<br />
—Hijo —me preguntó—, ¿sabes cómo pudiste haberte<br />
contagiado?<br />
1 0 6
—No tengo la menor i<strong>de</strong>a —respondí entre lágrimas, sin po<strong>de</strong>r<br />
verlo <strong>de</strong> frente—. No lo sé.<br />
—Ay, hijo, ¿qué hiciste? Mírate nomás.<br />
—Papá, no sé qué <strong>de</strong>cir.<br />
Pero sí sabía. Me hubiera gustado palomear las partes más<br />
<strong>de</strong>centes <strong>de</strong>l artículo y <strong>de</strong>jar en blanco las menos <strong>de</strong>corosas para<br />
él. Darle una lista con los nombres <strong>de</strong> gente sospechosa. Llorar<br />
juntos y en silencio al ter<strong>mi</strong>nar <strong>mi</strong> confesión. Abrazarlo como<br />
una forma indirecta <strong>de</strong> mostrar <strong>mi</strong> cariño culpable. Jurarle<br />
que ya nunca más, pero que me <strong>de</strong>jara cantar la canción <strong>de</strong> la<br />
Banquells para <strong>de</strong>spedirme <strong>de</strong> los escenarios.<br />
1 0 7<br />
*<br />
Antes consi<strong>de</strong>raba al cuerpo <strong>mi</strong> más discreto cómplice. Aun<br />
en los instantes <strong>de</strong> mayor plenitud, <strong>de</strong>bía conformarse con<br />
ser testigo presencial <strong>de</strong> sus <strong>mi</strong>smas obras. Cuánta nobleza:<br />
per<strong>mi</strong>tir tres orgasmos en una sola noche, la digestión <strong>de</strong> una<br />
co<strong>mi</strong>da inter<strong>mi</strong>nable, una proeza atlética o el saldo blanco<br />
<strong>de</strong> un fin <strong>de</strong> semana en los más bajos fondos sin pedir nada a<br />
cambio, sin protagonismos —y, sobre todo, sin antagonismos.<br />
Pero en la hepatitis nada más íntimo e intransferible, nadie<br />
más intruso e indiscreto, que <strong>mi</strong> cuerpo. Una vez convertido<br />
en la única historia que sabía contar a los <strong>de</strong>más, ya no hubo<br />
manera <strong>de</strong> alejarlo, mantenerlo a raya, ponerle lí<strong>mi</strong>tes. Tuve<br />
que hacerme uno con él. Abandoné a los <strong>otros</strong> que engendré en
la salud para ser éste que soy. Éste, recién casado en la pobreza<br />
con su cuerpo <strong>de</strong> siempre, sin saber cómo mantenerlo.<br />
“Me siento como una criatura <strong>mi</strong>tológica cuyo torso estuviera<br />
encerrado en una caja <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra o <strong>de</strong> piedra y, poco a poco, se<br />
fuera entumeciendo y solidificando [confiesa un sifilítico Alphonse<br />
Dau<strong>de</strong>t en su diario En la tierra <strong>de</strong>l dolor]. A medida que la parálisis<br />
va apo<strong>de</strong>rándose <strong>de</strong> él, <strong>de</strong> abajo a arriba, el enfermo se vuelve un<br />
árbol o una roca, igual que una ninfa <strong>de</strong> Las metamorfosis <strong>de</strong> Ovidio.”<br />
Más allá <strong>de</strong>l reposo absoluto, <strong>de</strong> la reclusión por tiempo in<strong>de</strong>finido,<br />
el paciente queda confinado a una cárcel <strong>de</strong> mínima seguridad.<br />
Sin po<strong>de</strong>r huir <strong>de</strong> la preocupación <strong>de</strong> las consultas, los exámenes y<br />
honorarios médicos; <strong>de</strong>l dolor que lo entume y solidifica, resguarda<br />
el tesoro <strong>de</strong> su progresiva inmovilidad. Un tesoro que no pue<strong>de</strong><br />
heredar a nadie porque en su interior oculta algo vivo, como un<br />
insecto en una gota <strong>de</strong> ámbar; un patrimonio formado con tesón,<br />
horror y fe. Ese patrimonio en disputa no es otro que su cuerpo: el<br />
cónyuge que lo visita, la celda que lo resguarda, el único título <strong>de</strong><br />
propiedad <strong>de</strong>l que podrá disponer cuando ter<strong>mi</strong>ne su sentencia.<br />
*<br />
A mediados <strong>de</strong> diciembre <strong>de</strong> 2003 fui con el Dr. Kershenobich a<br />
la Clínica Lomas Altas, una torre médica ubicada en la salida<br />
a Toluca. Cuando bajamos <strong>de</strong>l coche, <strong>mi</strong>s padres pidieron en la<br />
recepción una silla <strong>de</strong> ruedas para mí. Subimos al piso once y,<br />
antes <strong>de</strong> que cerraran las puertas <strong>de</strong>l elevador, me vi <strong>de</strong> reojo en<br />
sus cristales: los tenis suspendidos en el reposapiés, las manos<br />
entrelazadas sobre la rodilla izquierda, las ojeras disimuladas<br />
por un tapabocas. Todo un enfermo profesional.<br />
1 0 8
Señor, he aquí, el que amas está enfermo.<br />
—Pero qué dramático —exclamó Kershenobich al recibirme en<br />
la sala <strong>de</strong> espera.<br />
Esta enfermedad no es para muerte, mas por gloria <strong>de</strong> Dios.<br />
—Quítese el tapabocas y levántese <strong>de</strong> ahí, que no es para tanto.<br />
Y el que había estado muerto, salió, atadas las manos y los pies con<br />
vendas; y su rostro estaba envuelto en un sudario.<br />
—En primer lugar, no vuelva a ponerse el tapabocas: usted no es<br />
un foco ambulante <strong>de</strong> infección. En segundo, quiero que salga<br />
<strong>de</strong> aquí por su propio pie: está enfermo, pero no <strong>de</strong>sahuciado.<br />
Desatadle y <strong>de</strong>jadle ir.<br />
1 0 9<br />
*<br />
Y me volví la memoria <strong>de</strong> las fiestas, la botella <strong>de</strong> agua sin mensaje<br />
que flotaba en el mar turbulento <strong>de</strong> los antros;<br />
y vi a a<strong>mi</strong>gos sucumbir ante la genialidad <strong>de</strong>l alcohol, seguros<br />
<strong>de</strong> que yo sería su escriba, su mejor y único albacea, antes <strong>de</strong> que<br />
el sueño nos igualara;<br />
y vi a mo<strong>de</strong>los <strong>de</strong> revista per<strong>de</strong>r el equilibrio, sonreír con impaciencia<br />
a las tres <strong>de</strong> la mañana, llegar a mí con la esperanza <strong>de</strong><br />
que sabría contemplar en su interior inútil pero hermoso;
y vi la peste por doquier, asolando hoteles sin estrella, vagones<br />
<strong>de</strong> metro, cuartos oscuros, presentaciones <strong>de</strong> libros, citas a ciegas<br />
y juntas <strong>de</strong> comedores compulsivos, sexoadictos y alcohólicos<br />
anónimos;<br />
y oí a María, montada en la yegua <strong>de</strong>l champán, <strong>de</strong>cir al otro<br />
lado <strong>de</strong>l teléfono: “El mar es azul y yo soy infinita”;<br />
y oí a Jorge, a<strong>mi</strong>go entre poetas y poeta entre a<strong>mi</strong>gos, <strong>de</strong>cir<br />
<strong>mi</strong>entras bebía un güisqui a <strong>mi</strong> salud: “Dame tu edad y quemo<br />
el mundo”;<br />
y oí a <strong>mi</strong>s padres repetir la <strong>mi</strong>sma frase: “Esto es lo mejor que<br />
pudo haberte pasado”.<br />
*<br />
Llegado el momento, ¿qué preferimos: una honestidad <strong>de</strong>sbordante<br />
o pudorosa? Los cínicos escogerán la primera. Los aprensivos<br />
siempre optaremos por la segunda.<br />
La pregunta, claro está, se refiere a las consultas médicas.<br />
Sentado frente al doctor que le escucha inexpresivamente, lo<br />
que anhela todo aprensivo es una contradicción: que lleguen las<br />
buenas noticias sin <strong>de</strong>cir “agua va”, al más puro estilo <strong>de</strong>l realismo<br />
sucio, o las malas con una retórica lenta y piadosa.<br />
Kershenobich jamás compartió esta opinión durante los<br />
cinco años que fui su paciente. Tanto para las buenas noticias<br />
como para las malas, era directo, puntual y sin matices. Puras<br />
1 1 0
verda<strong>de</strong>s expeditas, carentes <strong>de</strong> imaginación o humor. Vestido<br />
en tonos pardos, enfundado en una bata corta y raída, luciendo<br />
zapatos ortopédicos, revisaba su bíper y atendía el teléfono<br />
<strong>mi</strong>entras interpretaba <strong>mi</strong>s últimos análisis. “Sus transa<strong>mi</strong>nasas<br />
están en niveles normales —lo escuché <strong>de</strong>cirme, sin gran<strong>de</strong>s<br />
variaciones, en consulta—, pero aún no aparece el anticuerpo<br />
<strong>de</strong> su hepatitis. Vuelva a hacerse estos análisis y regrese en seis<br />
meses. Ni una copa <strong>de</strong> vino ni sexo sin protección.”<br />
Hoy no puedo más que celebrar el método <strong>de</strong> Kershenobich. ¿Y<br />
si él hubiera sido todo sonrisas y esperanto médico? ¿Y si en la<br />
época aguda <strong>de</strong> <strong>mi</strong> hepatitis hubiera maquillado los peligros<br />
<strong>de</strong> <strong>mi</strong> situación con tal <strong>de</strong> granjearse <strong>mi</strong> simpatía, <strong>de</strong> ven<strong>de</strong>rme<br />
una tranquilidad a plazos?<br />
Llegado el momento <strong>de</strong> leer, cínicos y aprensivos preferimos<br />
intercambiar lugares. Los primeros, que van por la vida como<br />
apóstoles <strong>de</strong> la cru<strong>de</strong>za, se inclinan por el paisajismo espiritual,<br />
por el arabesco <strong>de</strong> una frase, por la morosa voluptuosidad <strong>de</strong> un<br />
adjetivo. Los segundos —a los que, parafraseando a Eliseo Diego,<br />
nos apocan los presagios pequeños— le rendimos pleitesía a la<br />
literalidad, a la oración nerviosa y breve, al estilismo <strong>de</strong> tomarnos<br />
el pelo. Unos y <strong>otros</strong>, eso sí, <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>mos <strong>de</strong> una condición<br />
para efectuar aquel “salto al vacío”: que los cínicos <strong>de</strong> pronto<br />
fantaseen con hacerlo como los <strong>de</strong>rviches; que los aprensivos<br />
podamos concentrarnos en los males y culpas <strong>de</strong> los <strong>otros</strong> sin<br />
sentirnos aludidos. Así, una transmutación exitosa <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>rá <strong>de</strong><br />
que los cínicos enfermen y, en su vulnerabilidad, tengan corazón<br />
para leer novelas ejemplares; <strong>de</strong> que los aprensivos nos curemos y,<br />
en nuestra beatitud, tengamos vísceras para leer cuentos crueles.<br />
1 1 1
Alguna vez, sentado en la sala <strong>de</strong> espera <strong>de</strong> Kershenobich, leí<br />
un artículo sobre los egipcios en una revista médica. Según<br />
el texto, los enamorados tenían la costumbre <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirse “te<br />
quiero con el <strong>hígado</strong>”. Recién salido <strong>de</strong> una relación y a punto<br />
<strong>de</strong> entrar a consulta, la frase no sólo me pareció falsa, sino <strong>de</strong><br />
pésimo gusto.<br />
Semanas <strong>de</strong>spués, me contradije y escribí este poema:<br />
TANTA LUZ AMARILLA DUELE AHORA<br />
—Los ojos <strong>de</strong> quien esto,<br />
como lobos.<br />
Allá abajo, <strong>mi</strong>s padres<br />
con su brindis la víspera<br />
<strong>de</strong>l año nuevo,<br />
pidiendo por el alta<br />
<strong>de</strong> su hijo.<br />
Las uvas, a las doce.<br />
Y el 13, yo, solapas<br />
<strong>de</strong> un traje a <strong>mi</strong> medida,<br />
que a fuerza <strong>de</strong> unos parches<br />
fui solar,<br />
pericia en ictericia.<br />
—Cuarentena por dos,<br />
caído el veinte.<br />
Noé<br />
tapando el agujero<br />
*<br />
1 1 2<br />
Hepatitis B
en la ma<strong>de</strong>ra<br />
<strong>de</strong> padre o <strong>de</strong> patriarca<br />
que tuve hasta polilla.<br />
—Lo que siguió <strong>de</strong>spués<br />
(muy vago, bíblico)<br />
cayó en reposo,<br />
a la altura<br />
<strong>de</strong>l <strong>hígado</strong> paciente,<br />
hospitalario.<br />
—Te quiero con el <strong>hígado</strong>,<br />
mentaban ficus, gansos,<br />
faraones,<br />
la orina oscureciéndose<br />
y el pobre <strong>de</strong> Roberto,<br />
el <strong>de</strong>tective<br />
que no encontró a Beatriz<br />
sino a su amor hepático,<br />
imposible.<br />
—“Jamás una <strong>de</strong>sgracia<br />
fue tan lu<strong>mi</strong>nosa<br />
o amarilla<br />
como la cara<br />
que le vieron<br />
al asomar<br />
algunos girasoles,<br />
las manchas<br />
<strong>de</strong> un sol que interfería<br />
en sus asuntos<br />
con la Voz,<br />
muy cerca <strong>de</strong> Damasco,<br />
1 1 3
cuando lo madrugaron,<br />
ca<strong>mi</strong>no <strong>de</strong> la carne.”<br />
—San Chárbel, fiel a<strong>mi</strong>go:<br />
no lo llames;<br />
dado a la trampa,<br />
asiste su caída.<br />
De haber sabido,<br />
nunca hubiese<br />
cruzado la frontera<br />
con su gomorra flor<br />
<strong>de</strong> contrabando<br />
el mero día<br />
<strong>de</strong> quedarse estatuas.*<br />
*Hay seis voces a lo largo <strong>de</strong>l poema.<br />
La primera es un retrato moral, sexual y físico <strong>de</strong>l enfermo en cama, la noche <strong>de</strong>l 31 <strong>de</strong><br />
diciembre <strong>de</strong> 2003.<br />
La segunda es una parábola don<strong>de</strong> el enfermo es comparado con Noé, que reúne pecados<br />
por parejas en el arca <strong>de</strong> su cuerpo.<br />
La tercera es una acotación previa a la toma cerrada <strong>de</strong>l convaleciente.<br />
La cuarta es una historia abreviada <strong>de</strong>l <strong>hígado</strong>. Al final, se habla <strong>de</strong> Roberto Bolaño, autor<br />
<strong>de</strong> la novela Los <strong>de</strong>tectives salvajes, que murió a causa <strong>de</strong> una insuficiencia hepática.<br />
La quinta es un anuncio <strong>de</strong> la enfermedad que se vincula con la famosa visión <strong>de</strong> Pablo<br />
<strong>de</strong> Tarso, te<strong>mi</strong>do perseguidor <strong>de</strong> cristianos a quien, según el libro <strong>de</strong> los Hechos, “le ro<strong>de</strong>ó<br />
un resplandor <strong>de</strong> luz <strong>de</strong>l cielo”. Cuando caía a tierra, cegado por el resplandor, escuchó a<br />
Jesús reclamarle: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”<br />
La sexta es un rezo a Chárbel Mahlouf, santo libanés a quien el sujeto omnisciente <strong>de</strong>l<br />
poema agra<strong>de</strong>ce haber intercedido por él ante la Santísima Trinidad para su curación.<br />
Las seis voces, por separado o en conjunto, son mías —lo cual prueba que todo, hasta la<br />
sinceridad, es un montaje.<br />
Por eso hay que confiar en la sinceridad <strong>de</strong> los extraños. Aunque se monten sobre ti,<br />
aunque te enfermen.<br />
1 1 4
1 1 5<br />
*<br />
“Aún no aparece el anticuerpo <strong>de</strong> la hepatitis. —Solía <strong>de</strong>cirme<br />
Kershenobich sin quitar la vista <strong>de</strong> su bloc <strong>de</strong> recetas:— Hágase<br />
<strong>de</strong> nuevo un análisis <strong>de</strong> transa<strong>mi</strong>nasas, un perfil <strong>de</strong> funciones<br />
hepáticas completas y vuelva en seis meses”.<br />
Cuestión <strong>de</strong> método, afirmarán algunos. Cuestión <strong>de</strong> estilo,<br />
reprocharán <strong>otros</strong>. A la luz <strong>de</strong> <strong>mi</strong> curación, el discurso <strong>de</strong> <strong>mi</strong><br />
hepatólogo me parecía el más <strong>de</strong>seable por su sinceridad y laconismo.<br />
Cierto: el <strong>de</strong>sapego y la ambigua moraleja <strong>de</strong> su evaluación<br />
eran innecesarios, pero hoy seguiría prefiriéndolos al buen<br />
trato <strong>de</strong> Iturral<strong>de</strong>. A diferencia suya, Kershenobich me or<strong>de</strong>nó<br />
dieta libre, reposo relativo, vigilancia, abstinencia alcohólica y<br />
<strong>de</strong> prácticas sexuales <strong>de</strong> riesgo. Fue él, hombre <strong>de</strong> pocas palabras<br />
sin consuelo, quien me salvó la vida.<br />
No resulta difícil comparar a Iturral<strong>de</strong> con César Aira y a<br />
Kershenobich con Roberto Bolaño. Aunque los dos hayan escrito<br />
sobre el <strong>hígado</strong> y sus pa<strong>de</strong>ci<strong>mi</strong>entos (uno en Diario <strong>de</strong> la hepatitis<br />
y otro en “Literatura + enfermedad = enfermedad”), la diferencia<br />
entre ambos es enorme: Aira utiliza la hepatitis como un recurso<br />
<strong>de</strong> la imaginación contra la esterilidad, impensable en alguien<br />
tan prolífico como él, <strong>mi</strong>entras que Bolaño ensaya pasajes <strong>de</strong> su<br />
autobiografía en un texto que aborda los vínculos entre la enfermedad<br />
y el arte.<br />
Sin ironía aparente, el personaje <strong>de</strong> Aira confiesa en la introducción<br />
al Diario...:
Si me encontrara <strong>de</strong>shecho por la <strong>de</strong>sgracia, <strong>de</strong>struido, impotente,<br />
en la última <strong>mi</strong>seria física o mental, o las dos juntas, [...] lo más<br />
probable sería que, aun teniendo una lapicera y un cua<strong>de</strong>rno a<br />
mano, no escribiera. Nada, ni una línea, ni una palabra. No escribiría,<br />
<strong>de</strong>finitivamente.<br />
Aprensivo en vías <strong>de</strong> curación, viajé a Buenos Aires en abril <strong>de</strong><br />
2004, don<strong>de</strong> me topé en una librería <strong>de</strong>sierta <strong>de</strong> la calle Florida<br />
con el Diario... Deseaba un libro que me reflejara con tolerable<br />
honestidad, así que lo compré enseguida. Por <strong>de</strong>sgracia, el<br />
Diario... resultó <strong>de</strong>cepcionante. Reconocí la astucia y pulcritud<br />
<strong>de</strong> sus apuntes durante los veinte <strong>mi</strong>nutos que tardé en leerlo,<br />
pero me dio una impresión si<strong>mi</strong>lar a la que tuve con Iturral<strong>de</strong>:<br />
<strong>de</strong>masiados diplomas en la pared, <strong>de</strong>masiados papeles en el<br />
escritorio, <strong>de</strong>masiadas segurida<strong>de</strong>s teóricas, una bata <strong>de</strong>masiado<br />
blanca con el nauseabundo aroma a limpio <strong>de</strong> las tintorerías.<br />
Por su parte, Bolaño reconoce al co<strong>mi</strong>enzo <strong>de</strong> “Literatura +<br />
enfermedad = enfermedad”:<br />
Escribir sobre la enfermedad, sobre todo si uno está gravemente<br />
enfermo, pue<strong>de</strong> ser un suplicio. [...] Pero también pue<strong>de</strong> ser un<br />
acto liberador. Ejercer, durante unos <strong>mi</strong>nutos, la tiranía <strong>de</strong> la enfermedad<br />
[...]. Escribir mal, hablar mal, disertar sobre fenómenos<br />
tectónicos en <strong>mi</strong>tad <strong>de</strong> una cena <strong>de</strong> reptiles, qué liberador es y qué<br />
merecido me lo tengo, proponerme a la compasión ajena y luego<br />
insultar a diestra y siniestra.<br />
Así como Aira no muestra una experiencia articulada <strong>de</strong>l dolor,<br />
el pathos en Bolaño es la experiencia <strong>mi</strong>sma. Por fortuna, nadie<br />
1 1 6
menos trágico y solemne que Bolaño. Compuesto por doce breves<br />
episodios, su texto es una estruendosa y agridulce carcajada<br />
que el autor soltó a los cincuenta años, en espera <strong>de</strong> un transplante<br />
<strong>de</strong> <strong>hígado</strong>.<br />
Muchos escritores <strong>de</strong>sahuciados se esfuerzan por <strong>de</strong>jar un perfil<br />
impecable <strong>de</strong> sí <strong>mi</strong>smos. Bolaño hace lo contrario y expresa, por<br />
ejemplo, una última e inesperada voluntad:<br />
Follar es lo único que <strong>de</strong>sean los que van a morir. Follar es lo único<br />
que <strong>de</strong>sean los que están en las cárceles y en los hospitales. Los<br />
impotentes lo único que <strong>de</strong>sean es follar. Los castrados lo único<br />
que <strong>de</strong>sean es follar. Los heridos graves, los suicidas, los seguidores<br />
irre<strong>de</strong>ntos <strong>de</strong> Hei<strong>de</strong>gger. Incluso Wittgenstein, que es el más gran<strong>de</strong><br />
filósofo <strong>de</strong>l siglo XX, lo único que <strong>de</strong>seaba era follar. Hasta los<br />
muertos, leí en alguna parte, lo único que <strong>de</strong>sean es follar. Es triste<br />
tener que ad<strong>mi</strong>tirlo, pero es así.<br />
Hasta los sanos, añadiría yo. Hasta los abste<strong>mi</strong>os. Hasta los<br />
practicantes obsesivos <strong>de</strong>l sexo seguro. Hasta Kershenobich, que<br />
salvó a un paciente cuya salud se vio comprometida por follar.<br />
Resulta irónico ad<strong>mi</strong>tirlo, pero es así.<br />
1 1 7<br />
*<br />
Y tuve <strong>mi</strong>edo <strong>de</strong> embriagarme, <strong>de</strong> cometer fornicio, <strong>de</strong> que me<br />
siguiera pasando lo mejor;<br />
y vi botellas vacías, condones rotos y gran<strong>de</strong>s oportunida<strong>de</strong>s<br />
por doquier;
y vi a <strong>mi</strong>s a<strong>mi</strong>gos lanzándose al precipicio <strong>de</strong> la pro<strong>mi</strong>scuidad, y<br />
unos lo hicieron boca arriba y <strong>otros</strong> boca abajo;<br />
y vi a <strong>mi</strong>s a<strong>mi</strong>gos entrando al laberinto <strong>de</strong> la abstinencia, y unos<br />
lo hicieron <strong>de</strong> frente y <strong>otros</strong> <strong>de</strong> espaldas;<br />
y vi impreso en la barda <strong>de</strong> un terreno baldío: “Vivimos la resaca<br />
<strong>de</strong> una orgía en la que nunca participamos”;<br />
y una vez curado, cuando al fin pu<strong>de</strong> volver a embriagarme y<br />
cometer fornicio, me volví un recuerdo <strong>de</strong> las fiestas, un genio<br />
prematuro en las co<strong>mi</strong>das, un intocable, un pesticida con<br />
instrucciones <strong>de</strong> uso, un daltónico para María, un bombero<br />
para Jorge, un hijo pródigo, un <strong>mi</strong>nistro <strong>de</strong> salud;<br />
y vi que era bueno.<br />
*<br />
—Tu curación fue un <strong>mi</strong>lagro. Espero que hayas aprendido.<br />
(Bendito sea Dios que ter<strong>mi</strong>nó este infierno.)<br />
—Sí, lo tengo muy presente. (Papá, ¿te acuerdas <strong>de</strong> la noche en que<br />
me preguntaste si sabía cómo pu<strong>de</strong> haberme contagiado?)<br />
—No pue<strong>de</strong>s volver a ponerte en una situación así. Debes extremar<br />
tus precauciones en todo momento. (¿Por qué la pregunta?)<br />
—No sé qué haría sin uste<strong>de</strong>s. (Porque siento que te <strong>de</strong>bo una<br />
explicación.)<br />
1 1 8
—Eres lo más sagrado que tenemos tu mamá y yo. (¿Qué caso<br />
tiene ahora? Mejor pasar la página.)<br />
—Los quiero mucho. (Tienes razón, papá. Ya fue.)<br />
—Nos<strong>otros</strong> más. (Primero Dios, hijo.)<br />
1 1 9<br />
*<br />
Asegura Dau<strong>de</strong>t que “el enfermo se vuelve un árbol o una<br />
roca”. Pero el enfermo, en realidad, es un árbol o una roca que<br />
respira. Es Daphne, consciente aún cuando las ramas <strong>de</strong> laurel<br />
co<strong>mi</strong>enzan a cubrirla toda. Es la estatua inconclusa <strong>de</strong> un<br />
centauro mortal, <strong>mi</strong>tad hombre y <strong>mi</strong>tad pórfido. “Dichoso el<br />
árbol, que es apenas sensitivo, / y más la piedra dura porque<br />
ésa ya no siente”, escribió Rubén Darío en versos que parecen<br />
ampliar la afirmación <strong>de</strong> Dau<strong>de</strong>t. Sin embargo, el árbol y<br />
la piedra dura jamás conocerán la libertad, condicional si se<br />
quiere, <strong>de</strong>l recién curado.<br />
Con el tacto que tuvo al recibirme cinco años atrás,<br />
Kershenobich me anunció un lunes <strong>de</strong> enero <strong>de</strong> 2009 que nuestras<br />
consultas habían ter<strong>mi</strong>nado: el dichoso anticuerpo había<br />
aparecido. Guardé enseguida los análisis, recogí <strong>mi</strong>s cosas,<br />
estreché la mano <strong>de</strong> Kershenobich por última vez y abandoné<br />
Lomas Altas para abordar un taxi rumbo a <strong>mi</strong> <strong>de</strong>partamento.<br />
Esa noche dormí tanto, que no recuerdo haber soñado nada.<br />
Al día siguiente, en el trayecto a una cena, me <strong>de</strong>tuve para cerrar<br />
los ojos y llenar los pulmones <strong>de</strong> aire en el Parque México. Pese a
haber respirado con una sensación inédita <strong>de</strong> paz, lo hice también<br />
con un dolor y una nostalgia incomprensibles.<br />
Des<strong>de</strong> entonces, <strong>mi</strong> cuerpo y yo volvimos a ser los cómplices <strong>de</strong><br />
antes: él, un <strong>de</strong>chado <strong>de</strong> nobleza y yo, el colmo <strong>de</strong> la ingratitud.<br />
*<br />
Y vi que llevaba puesto el uniforme <strong>de</strong> primaria, y que estaba<br />
peinado con la raya en medio, y que recitaba <strong>mi</strong> poema en un<br />
imaginario Festival <strong>de</strong>l Día <strong>de</strong>l Hígado;<br />
y volvió el sol, y volvió el día, y yo volví también;<br />
y ahora, si me lo per<strong>mi</strong>ten, les voy a interpretar un éxito más <strong>de</strong><br />
la Banquells: “Ese hombre no se toca”. Para todos uste<strong>de</strong>s.<br />
1 2 0
14 Preludio y fuga en yo menor<br />
22 Elogio <strong>de</strong> lo nulo<br />
26 Del séptimo arte como sexto sentido<br />
30 Orquesta vacía<br />
40 Digesto<br />
46 Permanencia involuntaria<br />
56 Contrafábula<br />
60 Como en feria<br />
76 A un tiempo<br />
80 Punto <strong>de</strong> rompi<strong>mi</strong>ento<br />
100 El alma elefante<br />
102 <strong>Historia</strong> <strong>de</strong> <strong>mi</strong> <strong>hígado</strong><br />
Índice
Asesoría tipográfica: Juan Carlos<br />
López Escobar y Hugo Ortíz.<br />
<strong>de</strong> diseño y diagramático: Daniel<br />
Blanca Leonor Ocampo. Concepto<br />
ambas <strong>de</strong> Enschedé Font Foundry.<br />
diseñada por Christoph Noordzij,<br />
diseñada por Bram <strong>de</strong> Does, y Collis<br />
tipografías utilizadas son Trinite 1<br />
Maresa Oskam—Roux. Las<br />
Cué. Supervisión en imprenta:<br />
Redacción y corrección <strong>de</strong> estilo:<br />
<strong>Historia</strong> <strong>de</strong> <strong>mi</strong> <strong>hígado</strong> y <strong>otros</strong> <strong>ensayos</strong><br />
la Ad<strong>mi</strong>nistración Pública Estatal.<br />
<strong>de</strong> Hernán Bravo Varela se<br />
ter<strong>mi</strong>nó <strong>de</strong> impri<strong>mi</strong>r en febrero<br />
<strong>de</strong> 2011, en los talleres <strong>de</strong> Grupo<br />
Editorial JANO S.A. <strong>de</strong> C.V.,<br />
ubicados en Lerdo poniente no.<br />
864, esquina Agustín Millán,<br />
colonia Electricistas Locales,<br />
C.P. 50040, Toluca, Estado <strong>de</strong><br />
México. La edición consta <strong>de</strong><br />
1 000 ejemplares y estuvo al<br />
cuidado <strong>de</strong>l Consejo Editorial <strong>de</strong>