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relatos premiados - Ayuntamiento de Albalate de Zorita

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Coge el lapicero y la pequeña libreta <strong>de</strong> papel reciclado y se pone <strong>de</strong> nuevo a<br />

dibujar compulsivamente esas pequeñas cúpulas doradas. Ya llevamos comprados en<br />

lo que va <strong>de</strong> mes, media docena <strong>de</strong> rotuladores <strong>de</strong> un color que imita al oro. No<br />

importa. Ella va perfeccionando la técnica y es en lo único que notamos algún tipo <strong>de</strong><br />

avance.<br />

Cada día, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tomar su té ardiente y sus dos pastelitos <strong>de</strong> vainilla con<br />

azúcar glas, se limpia los restos <strong>de</strong> migas <strong>de</strong> la comisura <strong>de</strong> los labios, dobla la servilleta<br />

por la mitad, luego otra mitad, hace <strong>de</strong>spués un triángulo, luego otro más pequeño y<br />

cuando ha terminado este proceso y la tela ha quedado reducida a la mínima<br />

expresión, la <strong>de</strong>posita con cuidado en la esquina izquierda <strong>de</strong> la ban<strong>de</strong>ja <strong>de</strong> alpaca.<br />

Se recuesta un poco en su sillón <strong>de</strong> terciopelo color menta, se estira la falda y<br />

pone sus manos blanquísimas y huesudas, una sobre la otra. La mirada, en todo ese<br />

rato, ha estado perdida. Los ojos un poco bajos, sin dirigirse a ningún objeto concreto.<br />

Tiene los tiempos perfectamente medidos y sabe que ahora toca colocar la<br />

mesita plegable a la altura <strong>de</strong> sus rodillas y, sobre estas, la libreta <strong>de</strong> papel reciclado y<br />

el bote <strong>de</strong> porcelana <strong>de</strong>scascarillada que contiene sus rotuladores.<br />

A veces le pongo pequeñas pruebas para comprobar si su mente reacciona a los<br />

estímulos, si podremos volver a su mal carácter, que ahora tanto añoro, si algún día<br />

volverá a la curiosidad que durante años fue su glándula vital. Pero ella permanece<br />

inmutable durante todas las horas <strong>de</strong>l día. Apenas ya habla y cuando lo hace, las<br />

palabras, susurradas, salen <strong>de</strong> su boca entreabierta en un monocor<strong>de</strong> tono <strong>de</strong> voz.<br />

Cada etapa anterior, por terrible que nos parezca, es la antesala <strong>de</strong> una peor.<br />

Sabemos que cualquier <strong>de</strong>terioro será siempre irreversible, que ya no hay marcha<br />

atrás. En su estado, nos han advertido, se bajan escalones que jamás se volverán a<br />

subir.<br />

Incluso cuando estos escalones no eran solo metáforas sino bloques <strong>de</strong> cemento<br />

recubiertos <strong>de</strong> mármol, y eran los peldaños que nos permitían acce<strong>de</strong>r a la primera<br />

planta <strong>de</strong> mi casa; en ese terrible momento, nos dimos cuenta <strong>de</strong> la rapi<strong>de</strong>z <strong>de</strong> su<br />

<strong>de</strong>terioro. De repente había olvidado cómo bajar un tramo <strong>de</strong> escaleras que apenas<br />

unos minutos antes acababa <strong>de</strong> subir sin ninguna dificultad. Aquello fue el comienzo<br />

<strong>de</strong> su <strong>de</strong>sapren<strong>de</strong>r, la marcha atrás <strong>de</strong>finitiva.<br />

Sus pies <strong>de</strong>jaron <strong>de</strong> escuchar a su cerebro y sus pasos, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces, se<br />

volvieron <strong>de</strong> cristal. Ya no era capaz <strong>de</strong> poner voz a los pensamientos, pero la<br />

expresión <strong>de</strong> su mirada ante aquel repentino “acantilado” <strong>de</strong>lataba su angustia.<br />

Los objetos, por aquella época, ya iban apareciendo por los rincones más<br />

inesperados: teléfonos móviles <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l frigorífico, medias <strong>de</strong> nylon en la olla exprés,<br />

restos <strong>de</strong> comida mordisqueada entre su colección <strong>de</strong> pañuelos <strong>de</strong> seda...<br />

Por entonces aún se maquillaba sola. Llevaba haciéndolo media vida: polvos<br />

translúcidos, ver<strong>de</strong> para los ojos, rímel, y el color rosa melocotón en sus labios, que<br />

tanto la favorecía.

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