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relatos premiados - Ayuntamiento de Albalate de Zorita

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II<br />

CERTAMEN DE<br />

CUENTO INFANTIL<br />

GANADOR:<br />

HASTA 12 AÑOS<br />

MERCÉ RUBIO ALBIOL


El rincón <strong>de</strong>recho <strong>de</strong>l pasillo central era ocupado por El<br />

Edificio: “El Gran Costurero”.<br />

Su estancia, era una estantería <strong>de</strong> tres pisos, cuidadosamente<br />

or<strong>de</strong>nada y compartía espacio con otros especímenes varios como cajas <strong>de</strong><br />

zapatos, una mochila escolar, otra <strong>de</strong>l gimnasio, el casco <strong>de</strong> la bicicleta y<br />

cajas <strong>de</strong> juguetes, las cuales, guardaban recuerdos <strong>de</strong> la infancia y algún<br />

que otro utensilio cuya utilidad era difícil <strong>de</strong> imaginar.<br />

El Gran Costurero tenía ya unos cuantos años, era una caja austera <strong>de</strong><br />

ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> pino, blanca, con las típicas betas amarillentas, en apertura<br />

horizontal con muchos <strong>de</strong>partamentos separados entre si con divisorias <strong>de</strong> la<br />

misma ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> pino.<br />

El paso <strong>de</strong>l tiempo había hecho la aparición <strong>de</strong> astillas en sus frontales,<br />

golpes y algunas magulladuras así como manchas <strong>de</strong> diversos colores. Pero,<br />

mantenía un aire señorial y elegante <strong>de</strong> la época pasada ,en la cual, sus<br />

servicios fueron muy importantes para la familia en la cual residía..<br />

En uno <strong>de</strong> aquellos <strong>de</strong>partamentos, vivía la familia <strong>de</strong> La Señora Botona..<br />

Una familia muy peculiar, compuesta por un montón <strong>de</strong> hijos <strong>de</strong> varios<br />

tamaños, colores, materiales y formas.<br />

Habían <strong>de</strong> plástico, nácar, metálicos, <strong>de</strong> pasta., cuadrados, redondos,<br />

<strong>de</strong> dos agujeros, <strong>de</strong> cuatro. Permanecían todos juntos, un poco hacinados<br />

esperando el día, en el que alguno <strong>de</strong> ellos marchase para empren<strong>de</strong>r una<br />

nueva vida en solitario, sin la compañía <strong>de</strong> todos sus hermanos.<br />

La familia Imperdible.<br />

Una familia reluciente y brillante muy unida entre sí y cuando<br />

marchaban, muy unida a sus nuevos compañeros.<br />

La familia Dedales.<br />

Una pareja muy simpática <strong>de</strong> ancianos un tanto <strong>de</strong>teriorados por el paso<br />

<strong>de</strong>l tiempo. Llevaban muchos años en aquel edificio, aunque anteriormente<br />

tenía otra ubicación.<br />

El Gran Costurero, en su época juvenil residía en una casa <strong>de</strong> campo, su<br />

ubicación más concretamente era el sobre <strong>de</strong> una típica mesa camilla. Su<br />

dueña, lo había cuidado con mucho esmero. Había sido el regalo <strong>de</strong><br />

cumpleaños, <strong>de</strong> aquel entonces su prometido y ahora ella lo había dado<br />

como recuerdo a su hija. La ubicación había cambiado, <strong>de</strong> un lugar amplio,<br />

soleado <strong>de</strong> una casa <strong>de</strong> campo a un pasillo un tanto oscuro <strong>de</strong> un piso <strong>de</strong><br />

ochenta metros cuadrados <strong>de</strong> una ciudad y compartiendo estancia con<br />

varios enseres. Pero, como recordaba la Familia Dedal, no solo la ubicación,<br />

sino también su uso. La Señora Dedal, recordaba los días <strong>de</strong> intenso trabajo,<br />

días enteros


<strong>de</strong>s<strong>de</strong> por la mañana con un <strong>de</strong>scanso para preparar la comida y comer<br />

y vuelta al trabajo. Incluso tar<strong>de</strong>s y noches con la compañía <strong>de</strong> la luz <strong>de</strong><br />

una lamparita <strong>de</strong> mesa. Era otra época. La señora <strong>de</strong> la casa cosía la ropa<br />

para toda la familia, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>de</strong>lantales que ahora ni tan siquiera se usan, a<br />

la ropa <strong>de</strong> diario, <strong>de</strong> arreglar y la ropa <strong>de</strong> casa como sábanas, cortinas,<br />

manteles... Ahora, la vida <strong>de</strong>l costurero y la <strong>de</strong> todos sus habitantes se<br />

resumía en una salida esporádica cuando algunos <strong>de</strong> los habitantes <strong>de</strong> la<br />

casa sufría algún percance, un <strong>de</strong>scosido, un botón extraviado, una orilla<br />

un tanto larga....<br />

Partimos ya <strong>de</strong> la premisa que todos los cambios <strong>de</strong> la sociedad<br />

tienen repercusión en las necesida<strong>de</strong>s y percepciones <strong>de</strong> las personas<br />

sobre el edificio. Es por ello que la innovación tiene que estar presente <strong>de</strong><br />

forma ineludible en este edilicio. Los cambios en la sociedad se generan<br />

mucho más rápido <strong>de</strong> lo que repercute en la innovación <strong>de</strong> la edificación,<br />

es por eso que Los Sres. Dedales y La señora Botona reflexionaron sobre su<br />

edificio en función <strong>de</strong> las necesida<strong>de</strong>s comunitarias, <strong>de</strong>l diseño, <strong>de</strong> la<br />

gestión integral, <strong>de</strong>l mantenimiento y en este sentido podían enumerar una<br />

serie <strong>de</strong> factores que <strong>de</strong>terminarían una evolución cualitativa <strong>de</strong> la<br />

vivienda, los cambios <strong>de</strong>mográficos, los habitantes <strong>de</strong> Gran Costurero iban<br />

disminuyendo , antes su dueños renovaban sus a habitante <strong>de</strong> forma<br />

periódica pero ahora ya hacia muchos tiempo que no entraban<br />

habitantes nuevos. Exigencias por la calidad <strong>de</strong> los <strong>de</strong>partamentos , sus<br />

habitante pensaban que le faltaba una mano <strong>de</strong> barniz y un poco <strong>de</strong><br />

aseo, un entorno <strong>de</strong> cambio les gustaría más que les ubicaran en otro<br />

espacio diferente a aquellas estantería llena <strong>de</strong> objetos, que les fuese<br />

reservado un lugar privilegiado el sobre <strong>de</strong> una mesa y que todo ello<br />

conllevaba aun mayor nivel adquisitivo, mayor intensidad competitiva, y<br />

un entorno <strong>de</strong> cambio que se traslada al modo <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r la vivienda.<br />

La familia <strong>de</strong> los Sres. Dedales eran muy cariñosos y siempre dispuesta<br />

a ayudar a los compañeros y sobre todo a los humanos, así ofrecer sus<br />

servicios y que los <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> su ama lucieran sanos y sin magulladuras.<br />

La familia <strong>de</strong> los Hilos muy parecida a la <strong>de</strong> los Botones, <strong>de</strong> diversos<br />

colores, colores llamativos, colores pastel, colores neutros, colores <strong>de</strong> luto<br />

por no <strong>de</strong>cir el negro, <strong>de</strong> diversos tamaños, bobinas gran<strong>de</strong>s, pequeñas,<br />

diversos grosores hilo <strong>de</strong> hilvanar, <strong>de</strong> bordar, <strong>de</strong> hacer punto <strong>de</strong> cruz, <strong>de</strong><br />

hacer ganchillo…<br />

Los niños <strong>de</strong> esta familia eran muy traviesos se<br />

metían en gran<strong>de</strong>s líos, jugando, jugando se<br />

entremezclaban entre sí y hacían una ma<strong>de</strong>jas <strong>de</strong> hilos<br />

liados imposibles <strong>de</strong> separar.


Como en todo edificio que se preste, había también un conserje que mantenía<br />

el or<strong>de</strong>n y la armonía en aquel edificio. Era la Señora Tijeras. Con sus dos<br />

gran<strong>de</strong>s ojos vigilaba que todos sus habitantes respetasen las normas y convivieran.<br />

Aquella comunidad <strong>de</strong> vecinos era tranquila, compartían lo que tenían y recibían<br />

<strong>de</strong> muy buen agrado al nuevo visitante. Entre sus activida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>stacaba<br />

establecer unas infraestructuras mínimas para que todos su usuarios pudieran acce<strong>de</strong>r<br />

a unos servicios y a unas condiciones <strong>de</strong> calidad a<strong>de</strong>cuados. Era un día<br />

soleado <strong>de</strong> finales <strong>de</strong> Mayo. Un día <strong>de</strong> primavera que pretendía pasar inadvertido,<br />

un día habitual. La familia se había levantado temprano y preparaba el <strong>de</strong>sayuno,<br />

había un poco <strong>de</strong> ajetreo y jaleo . Con el <strong>de</strong>sayuno servido en la mesa a<br />

base <strong>de</strong> café con leche, cereales <strong>de</strong> chocolate y algunas piezas <strong>de</strong> fruta, la madre<br />

cogió la camisa blanca la cual estaba por estrenar, un blanco reluciente y se<br />

dispuso a plancharla para disimular las rayas que <strong>de</strong>notan que la camisa era<br />

nueva, a en<strong>de</strong>rezarle el cuello y que su hijo luciera en la fiesta <strong>de</strong> graduación . El<br />

niño <strong>de</strong> la casa, ya no era tan niño, había conseguido lo que tanto esfuerzo y<br />

días <strong>de</strong> sacrificio...Después <strong>de</strong> pasar por la escuela y el instituto con muy buenos<br />

resultados pasó a la Universidad y optó por la letras y hoy era su fiesta <strong>de</strong> graduación,<br />

había estudiado Derecho y se había convertido en un flamante abogado..<br />

Al pasar la plancha por el cuello <strong>de</strong> la camisa, cual fue su sorpresa que salió<br />

un botón disparado. La señora <strong>de</strong> la casa, sin pensarlo dos veces y observando<br />

el gran reloj que presidía la cocina marchó hacia el pasillo, se paró <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la<br />

estantería y cogió el Gran Costurero y se lo llevó hasta la mesa <strong>de</strong> la cocina. Con<br />

rapi<strong>de</strong>z hilvanó una aguja con hilo blanco y se dispuso a elegir un botón, uno pequeño<br />

transparente con dos agujeros, los típicos <strong>de</strong> las camisas.<br />

La Señora Botona por un momento se estremeció, una alar<strong>de</strong> <strong>de</strong> pánico<br />

recorrió todo su cuerpo, uno <strong>de</strong> sus hijos le había llegado el día , salía <strong>de</strong>l Costurero<br />

para <strong>de</strong>sempeñar su tarea pero luego se armó <strong>de</strong> valor y se <strong>de</strong>spidió con<br />

enorme júbilo. Uno <strong>de</strong> sus hijos luciría elegante en aquel cuello <strong>de</strong> la camisa <strong>de</strong><br />

graduación. Estaría presente en uno <strong>de</strong> los días más importantes <strong>de</strong> aquella familia<br />

y en todas las fotos como recuerdo <strong>de</strong> la gran fiesta <strong>de</strong> graduación.<br />

Durante mucho tiempo habían permanecido todos juntos pero llegó el día<br />

igual que a su ama , uno <strong>de</strong> los niños ya se había hecho un hombre y marcharía<br />

<strong>de</strong> casa a empren<strong>de</strong>r nuevas aventuras y ha <strong>de</strong>sempeñar un trabajo tanto el niño<br />

que tanto había estudiado como el botón le había llegado su turno.<br />

La familia <strong>de</strong> los Hilos también se alegró por su colaboración y finalmente la<br />

Familia Dedal también actuó, <strong>de</strong>sempañó con éxito su trabajo y volvió a su casa<br />

El Gran Costurero a esperar otra salida.<br />

En este hogar todos convivían e intentaban llevarse lo mejor posible.<br />

Todos vivían en feliz paz y armonía, esperando que llegase<br />

el día para <strong>de</strong>sempeñar su función sin importarles la<br />

clase social, el tamaño o el color....<br />

como pasa en nuestro día a día, o tal vez no?.


II<br />

CERTAMEN DE<br />

RELATO CORTO<br />

PARA JOVENES DE 13 A 17 AÑOS<br />

GANADOR:<br />

JUANA CAROLINA SANTOS MILACHAY<br />

FINALISTAS:<br />

CHRISTIAN ESPADAS RUIZ<br />

ANDREA CABALLERO DE MINGO


Aquella mañana no pudo evitar reírse, viéndolo tan bien<br />

peinado y vestido <strong>de</strong>centemente, como nunca lo hacía. Quizá<br />

quería disimular la cara <strong>de</strong> gratificación que tenía en el rostro por<br />

todo lo acontecido la noche anterior, llevando la atención a otra<br />

parte. Se había peinado la melena hacia atrás y se había hecho una<br />

cola pequeñita contra la nuca, echándose algo <strong>de</strong> gel encima para<br />

mantener sus crespos incipientes y rebel<strong>de</strong>s quietos.<br />

Camile también estaba muy nerviosa por la noticia, y no podía<br />

evitar sonrojarse cada vez que le preguntaban. Sus manos aún no se<br />

acostumbraban a ese nuevo peso que llevaba, y se quedaba<br />

mirando el océano por la ventana <strong>de</strong> la oficina, respirando<br />

profundamente y repitiéndose que todo aquello era real, y que en<br />

efecto, ella había aceptado la propuesta que Thomas le había<br />

hecho apenas la víspera. Se repetía la pregunta <strong>de</strong> saber si había<br />

estado en sus cabales -y sobria- cuando le puso las cartas sobre la<br />

mesa. Trató <strong>de</strong> sumergirse entre el trabajo para no pensar ni pasar<br />

vergüenzas innecesarias en la oficina, pero no lograba concentrarse.<br />

Thomas no cesaba <strong>de</strong> mirarla, asomando la nariz por encima<br />

<strong>de</strong>l monitor <strong>de</strong>l computador, haciéndole bromas levantando<br />

pícaramente las cejas y sacándole la lengua. Camile tenía que<br />

mor<strong>de</strong>rse el dorso <strong>de</strong> la mano para no caerse <strong>de</strong> la risa. Jeff, su jefe,<br />

pasaba <strong>de</strong> cuando en cuando <strong>de</strong>dicándoles miradas irritadas y<br />

algunos carraspeos reclamando or<strong>de</strong>n en la sala. En un par <strong>de</strong><br />

ocasiones atrapó a Thomas fuerza <strong>de</strong> su puesto alar<strong>de</strong>ando con<br />

algunos <strong>de</strong> sus amigos <strong>de</strong> la noticia y le golpeó con la tabla <strong>de</strong><br />

resultados, cosa que para el mediodía todo el gel y la peineta que<br />

tan esmeradamente se había aplicado esa mañana ya se había<br />

echado a per<strong>de</strong>r (por supuesto, algunos camaradas <strong>de</strong> oficina, con<br />

sus saludos efusivos y felicitaciones, le habían colaborado a<br />

recuperar su <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n habitual).<br />

A la hora <strong>de</strong>l almuerzo, él quiso abordar a Camile pero no pudo.<br />

Una jauría <strong>de</strong> secretarias, señoritas <strong>de</strong>l tinto, gerentes cuarentonas y<br />

un par <strong>de</strong> afeminados chismosos la acorralaron en el segundo<br />

exacto en que sonaba el aviso para el <strong>de</strong>scanso. Con tanta gente<br />

amontonada en aquella esquina, cualquiera pensaría que el edificio<br />

se inclinaría en cualquier momento. La pobre Camile quedó<br />

atrapada contra la ventana <strong>de</strong> su cubículo, tratando <strong>de</strong> respon<strong>de</strong>r<br />

cortésmente las preguntas <strong>de</strong> sus compañeros y haciendo caso<br />

omiso <strong>de</strong> las señoras que buscaban sonsacarle los “<strong>de</strong>talles sucios”<br />

<strong>de</strong> la noche anterior. Entre todos se rotaban su mano <strong>de</strong>recha, cuyo<br />

<strong>de</strong>do anular estaba ahora aprisionado por una argollita <strong>de</strong> plata con<br />

una piedrecilla azul.


Ella repartía la mirada sonrojada entre los azulejos <strong>de</strong>l techo, el<br />

suelo y la ventana, tratando <strong>de</strong> hacer lo posible por encontrar los ojos<br />

claros <strong>de</strong> Thomas en medio <strong>de</strong> ese corto trayecto. Por un momento lo<br />

vio, apoyado contra una <strong>de</strong> las columnas que dividían los cubículos<br />

más cercanos a la salida <strong>de</strong>l piso. Sostenía una taza <strong>de</strong> café en las<br />

manos mientras conversaba animadamente con Joe, y por<br />

momentos, alternaba su mirada con la <strong>de</strong> Camile, que ya se le<br />

notaba al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sesperación. La observó mientras le<br />

gesticulaba <strong>de</strong>spacio con esos labios finitos <strong>de</strong> rosa pastel: “Volemos”.<br />

Era una suerte <strong>de</strong> código <strong>de</strong> rescate que tenían, un <strong>de</strong>seo<br />

compartido para huir <strong>de</strong> las situaciones incómodas, y cómo no, esta<br />

vez no iba a ser la excepción. Thomas se le acercó muy lentamente,<br />

antojado, y no se percató <strong>de</strong> los gritos <strong>de</strong> las mujeres que corrían para<br />

<strong>de</strong>jarle libre el campo junto a Camile, ni <strong>de</strong> los aviones que treinta<br />

segundos más tar<strong>de</strong> impactaban contra el edificio.<br />

Calló sobre ella, en el suelo, y sintieron cómo el edificio temblaba<br />

bajo sus pies. Los escritorios estaban astillados, algunos habían caído<br />

sobre compañeros y corrían ríos <strong>de</strong> sangre <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> ellos.<br />

Escuchaban gritos estremecedores mientras que el vértigo por la<br />

caída aumentaba y los gritos eran cada vez mayores. Las ventanas<br />

estaban todas con los vidrios rotos, y el humo comenzaba a ascen<strong>de</strong>r<br />

y se hacía más <strong>de</strong>nso. Camile comenzó a toser. No respiraba.<br />

Thomas arrancó un trozo <strong>de</strong> su camisa, y lo mojó en el agua que<br />

caía <strong>de</strong> un florero ya roto en el escritorio contiguo. Se lo ofreció a<br />

Camille que respiraba contra él, y le miraba suplicante. Fue ella quien<br />

tomó la última resolución. Agarró a Thomas <strong>de</strong>l brazo, quien la ayudó<br />

a incorporarse, y lo arrastró hacia el marco <strong>de</strong> la ventana. Debajo <strong>de</strong><br />

ellos no era posible ver absolutamente nada. No quisieron mirar atrás,<br />

estando ya tan cerca <strong>de</strong>l final, sabiendo que los cadáveres <strong>de</strong> sus<br />

compañeros los ro<strong>de</strong>aban. Camile le regaló a Thomas un último beso,<br />

y se escapó en una lágrima el recuerdo <strong>de</strong> todos los sueños que<br />

habían querido construir apenas la noche anterior.<br />

Se tomaron <strong>de</strong> la mano, se miraron a los ojos y luego al ahora<br />

vacío y oscurecido Nueva York. Susurraron a la vez “Volemos” y se<br />

<strong>de</strong>jaron caer entre las llamas.<br />

A la mañana siguiente, apareció en primera plana la fotografía<br />

<strong>de</strong> la catástrofe <strong>de</strong>l 11 <strong>de</strong> Septiembre, en el que murieron 2.500<br />

víctimas. Entre los escombros no encontraron a ninguno <strong>de</strong> los dos<br />

cuerpos. Uno <strong>de</strong> los rescatistas, sin saberlo, tropezó con la argollita <strong>de</strong><br />

plata y la joya azul, para siempre partida en mil pedacillos.


Lo último que esperaba escuchar a través <strong>de</strong>l auricular era la noticia <strong>de</strong>l<br />

fallecimiento <strong>de</strong> mi mejor amigo. Su padre con un hilo <strong>de</strong> voz apenas audible ha<br />

creído oportuno comunicarme este suceso tan impactante por lo inesperado. Es<br />

algo para lo que ninguno estábamos preparados, si bien es cierto que el carácter<br />

<strong>de</strong> Andrés había experimentado un cambio brusco en los últimos tiempos y su<br />

estado <strong>de</strong> ánimo se encontraba por los suelos. Pero, ¿quién podía reprochárselo<br />

habida cuenta <strong>de</strong> que el bar que regentábamos entre ambos se encontraba al<br />

bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la quiebra? ¿Quien no se vuelve retraído y amargado cuando las <strong>de</strong>udas<br />

te asfixian y los clientes, nuestra fuente <strong>de</strong> ingreso, brillan por su ausencia? Claro<br />

que había percibido su cambio. Al igual que reconocía que yo tampoco era el<br />

mismo joven ilusionado que años atrás había inaugurado junto a mi inseparable<br />

amigo <strong>de</strong> la infancia aquel establecimiento prometedor. Sin embargo no quise<br />

ahondar más en su herida y pensé que se sobrepondría a aquel bache. Juntos<br />

lograríamos reponernos, igual que habíamos superado otras crisis anteriores. El<br />

tiempo pondría cada cosa en su sitio y las aguas volverían a su cauce. Solo había<br />

que mantener la calma y <strong>de</strong>jar que los acontecimientos se sucediesen.<br />

Cometí un error al pensar así. No supe reconocer que Andrés era más frágil<br />

que yo. Por otro lado tampoco podía sospechar que los problemas le superasen y<br />

las fuerzas le flaqueasen. Esa fuerza necesaria e imprescindible para luchar contra<br />

la bancarrota y enfrentarse a ella.<br />

Echando la vista atrás y rememorando los últimos acontecimientos pienso que<br />

el vencimiento <strong>de</strong>l seguro <strong>de</strong> nuestro local fue la fatídica gota que colmó el vaso.<br />

-Esto es el fin. –anunció. –No tenemos dinero para renovar el seguro. ¿Te das<br />

cuenta lo que eso significa? No po<strong>de</strong>mos arriesgarnos a que suceda el más mínimo<br />

inci<strong>de</strong>nte mientras estemos asegurados. Sería nuestra ruina. Nada ni nadie nos<br />

ampararía. Teniendo en cuenta las condiciones tan adversas pienso que<br />

<strong>de</strong>beríamos recapacitar y poner fin <strong>de</strong> inmediato a esta absurda situación. Ya<br />

hemos reunido las suficientes trampas como para que nuestros hijos e incluso los<br />

hijos <strong>de</strong> nuestros hijos, si algún día llegan a tenerlos, tengan que amortizarlas<br />

durante el resto <strong>de</strong> sus días.<br />

Recuerdo que no le presté <strong>de</strong>masiada atención a su discurso. Estaba<br />

enfrascado repasando el contrato <strong>de</strong> la compañía <strong>de</strong> seguros, buscando una<br />

cláusula milagrosa que nos rescatase <strong>de</strong> las <strong>de</strong>sagradables circunstancias que<br />

estábamos atravesando.<br />

Como era <strong>de</strong> esperar, no existía tal párrafo. Aquel formulario tan solo se<br />

limitaba a enumerar hipotéticos sucesos y la compensación económica que nos<br />

aportarían ciertas <strong>de</strong>sgracias. Pero única y exclusivamente cuando los cobros<br />

estuviesen al día. Uno <strong>de</strong> estos percances fingidos llamó mi atención y recuerdo<br />

que solté un comentario irónico al respecto.<br />

-Escucha esto, Andrés. Si uno <strong>de</strong> nosotros falleciese ahora <strong>de</strong> forma súbita,<br />

sacaría al otro <strong>de</strong> un gran apuro. No te vas a creer qué cantidad tan <strong>de</strong>sorbitada<br />

reembolsa el seguro en estos casos.<br />

Hoy me arrepiento haber pronunciado aquellas palabras, aunque<br />

lógicamente no podía adivinar el efecto que iban a producir aquel día en la<br />

aturdida mente <strong>de</strong> mi amigo.


Veo sus ojos, lacrimosos, in<strong>de</strong>cisos, atravesándome con su mirada. Por un<br />

instante tuve la sensación que quería confiarme algo. Compartir algún secreto<br />

conmigo. Pero no fue así. De improviso <strong>de</strong>jó caer el vaso vacío sobre la barra.<br />

Últimamente se había aficionado <strong>de</strong>masiado a la bebida. Tal vez pretendía ahogar<br />

sus problemas en el alcohol. Fue rápidamente al baño y a su salida <strong>de</strong>dicó una<br />

última mirada a su alre<strong>de</strong>dor. Luego se marchó. Sin pronunciar palabra. La última<br />

imagen que tengo <strong>de</strong> él grabada en mi retina es la <strong>de</strong> su espalda ligeramente<br />

encorvada, como si acabase <strong>de</strong> envejecer diez años <strong>de</strong> golpe.<br />

Al día siguiente Andrés no apareció por el bar. Es más, pasó toda una larga<br />

semana sin que diese señales <strong>de</strong> vida. Intenté llamarle en repetidas ocasiones pero<br />

siempre tenía el teléfono <strong>de</strong>scolgado por lo que no hubo manera <strong>de</strong> contactar con<br />

él. Pese a todo no me alarmé. Pensé que seguiría bajo los efectos <strong>de</strong> la <strong>de</strong>presión y<br />

que en ese estado <strong>de</strong> ánimo simplemente no le apetecía ver a nadie, que<br />

necesitaba un tiempo para poner sus i<strong>de</strong>as en or<strong>de</strong>n y reflexionar.<br />

Hace un rato acabo <strong>de</strong> enterarme <strong>de</strong> los motivos <strong>de</strong> ese mutismo. Su padre<br />

con la voz embargada por la emoción me ha facilitado toda la información <strong>de</strong> la<br />

que disponen. Sospechan que todo sucedió <strong>de</strong> manera rápida e inesperada incluso<br />

para el propio Andrés. Al parecer la muerte le ha sorprendido recostado en el sofá<br />

con la tele puesta, bebiendo un último trago. Se baraja la posibilidad <strong>de</strong> que se<br />

tratase <strong>de</strong> un paro cardíaco, tal vez acelerado por el abuso <strong>de</strong> alcohol y tabaco.<br />

Una ola <strong>de</strong> sentimientos confusos me inva<strong>de</strong>. Estoy aturdido. Por un lado, como<br />

es lógico, me siento apenado por el fallecimiento <strong>de</strong> mi socio. No es justo que<br />

alguien tan joven como él se muera así sin más. Tenía toda una vida por <strong>de</strong>lante,<br />

mucho por lo que luchar. O eso al menos era que lo hubiésemos <strong>de</strong>seado quienes le<br />

conocíamos y le apreciábamos. Por otro lado se me viene a la mente la cláusula <strong>de</strong>l<br />

seguro, y como aún no había vencido el plazo para renovar el contrato, <strong>de</strong> repente<br />

me doy cuenta que voy a recibir una gran cantidad <strong>de</strong> dinero como recompensa<br />

por la muerte <strong>de</strong> mi socio. O dicho con otras palabras: la muerte <strong>de</strong> Andrés me va a<br />

salvar el pellejo. No sé si reír o llorar. La cabeza parece que me va a estallar. Siento<br />

nauseas. Pienso que para atajar estos síntomas <strong>de</strong> <strong>de</strong>bilidad <strong>de</strong>bería tomarme un<br />

analgésico y me dirijo al baño don<strong>de</strong> guardamos un botiquín relativamente bien<br />

surtido.<br />

Para mi sorpresa me encuentro con los envoltorios vacíos. No queda ni un solo<br />

comprimido <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> los envoltorios. Tan solo un frasco solitario <strong>de</strong> agua oxigenada<br />

y unas cuantas tiritas dan fe <strong>de</strong> que allí alguna vez se han guardado medicamentos<br />

<strong>de</strong> primeros auxilios.<br />

Ahora lo veo todo claro. La última visita <strong>de</strong> Andrés al baño no fue precisamente<br />

para aliviar su vejiga, si no para aprovisionarse <strong>de</strong> calmantes y analgésicos, que más<br />

tar<strong>de</strong> <strong>de</strong>bió ingerir en la intimidad <strong>de</strong> su hogar. Al parecer mis palabras acerca <strong>de</strong> la<br />

cláusula <strong>de</strong>l seguro habían calado hondo en su mente. Toda mi vida estaré en<br />

<strong>de</strong>uda con Andrés por la manera altruista, completamente <strong>de</strong>sinteresada, que<br />

<strong>de</strong>mostró al entregar su vida <strong>de</strong> forma voluntaria a cambio <strong>de</strong> que nuestro negocio<br />

no se perdiera.


Jared estudió la hoja en blanco que tenía frente a sí. La pluma ya<br />

estaba lista, una gota <strong>de</strong> tinta oscilando peligrosamente en el vacío.<br />

Jared suspiró y <strong>de</strong>jó que su sabia mirada se pasease por la habitación,<br />

admirando cada <strong>de</strong>talle. Des<strong>de</strong> los gruesos volúmenes encua<strong>de</strong>rnados<br />

en piel auténtica, pasando por su pulcro escritorio, con la mesa recién<br />

barnizada, rebosante <strong>de</strong> sobres sin abrir, importantes documentos que<br />

firmar, su tintero lleno <strong>de</strong> tinta y su pluma preferida. Sus ojos no <strong>de</strong>jaron<br />

<strong>de</strong> observar su tesoro más preciado, sus <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>nados cua<strong>de</strong>rnos <strong>de</strong><br />

notas llenos <strong>de</strong> añadidos. Días, semanas, meses, incluso años enteros <strong>de</strong><br />

trabajo sin mácula, recopilados con todo lujo <strong>de</strong> <strong>de</strong>talles entre aquellas<br />

páginas, y él seguía sin encontrar su momento. El momento que lo<br />

catapultaría a la gloria. Sentía que se ahogaba mirando sin cesar<br />

aquella hoja vacía, aquella pluma empapada en tinta, aquella mano<br />

que la esgrimía, pero que no se atrevía a dar el paso final.<br />

Con renovadas energías al dar con aquella clase <strong>de</strong> pensamientos<br />

negativos, Jared bajó la pluma y comenzó a escribir. Primero con<br />

ornamentados trazos, logrando una perfecta caligrafía, <strong>de</strong>spués más<br />

rápidamente.<br />

La primera línea fue sencilla. Unas cuantas letras <strong>de</strong> presentación<br />

sobre lo que iba a ser la historia. La segunda fue más complicada, sobre<br />

todo porque Jared tuvo que nombrar al primer personaje <strong>de</strong> la obra.<br />

Eligió un nombre al azar y siguió escribiendo, salvando aquel pequeño<br />

obstáculo. La tercera y la cuarta línea se complicaron con extrema<br />

facilidad. Comenzaba con una breve <strong>de</strong>scripción <strong>de</strong>l personaje principal<br />

y el papel que éste jugaba exactamente en la obra. Aquella fue la<br />

primera piedra que Jared encontró en su camino hacia la victoria. ¿Qué<br />

historia <strong>de</strong>bía contar? ¿Cuál sería la más apropiada? ¿Qué argumento<br />

se ajustaría más al carácter <strong>de</strong>l personaje que había escogido para<br />

protagonizarla? Jared comenzó a ponerse nervioso en cuanto<br />

comprendió que en su cabeza no había respuesta para aquellas difíciles<br />

preguntas. Acuchilló una línea tras otra, <strong>de</strong>sdibujando su perfecta<br />

caligrafía, emborronando <strong>de</strong> manchas <strong>de</strong> tinta el lienzo. Se quedó<br />

mirando su obra, como hacía siempre en aquel punto, y acto seguido<br />

arrojó su creación al hogar con todas sus fuerzas. Las llamas engulleron<br />

sus i<strong>de</strong>as sin apenas hacer ruido, solo con un ligero y efímero crepitar.<br />

Jared se frotó las manos con fuerza, hirviendo <strong>de</strong> rabia, amargura e<br />

impotencia por lo sucedido. Encendió su pipa preferida y apuró unas<br />

profundas caladas que lo relajaron al instante, logrando una mísera<br />

porción <strong>de</strong> la paz que parecía no encontrar nunca en ningún lugar. Miró<br />

hacia abajo. Otra hoja en blanco lo esperaba, lista para ser usada, lista<br />

para que Jared volviera a intentar escribir. Ahogó un grito <strong>de</strong> enojo.<br />

Aquel era el problema. Su gran problema. Los problemas <strong>de</strong> la gente<br />

solían ser los que atormentaban a los ciudadanos normales en los


tiempos que corrían: el hambre, el dinero, la enfermedad, la muerte… La<br />

gente se encerraba en sus casas cuando advertían en sus vecinos las<br />

primeras e inequívocas señales <strong>de</strong> que se podía producir una epi<strong>de</strong>mia.<br />

Pero eso a Jared no le importaba en absoluto. Era una ordinariez<br />

concentrarse en aquellos temas vanales. Por mucho que sus vecinos<br />

rogaran, su hambre nunca sería saciada <strong>de</strong>l todo, su dinero no se<br />

multiplicaría, la enfermedad no los esquivaría y la muerte acabaría por<br />

arrastrarlos cuando llegara el momento preciso. Para los <strong>de</strong>más<br />

ciudadanos, aquellos temas eran <strong>de</strong>masiado importantes como para no<br />

pensar en ellos, pero para aquel extraño señor, los temas realmente<br />

importantes eran aquellos que nacían en la mente. Y él tenía un<br />

problema gravísimo. Pa<strong>de</strong>cía una extraña enfermedad que muchos<br />

parecían no compren<strong>de</strong>r o no valorar lo suficiente como para temerla.<br />

Su enfermedad era la falta <strong>de</strong> inspiración. No muchos conocían aquella<br />

sensación, pero los que la habían experimentado en algún momento<br />

habían aprendido a temerla con toda su alma. Era como caminar por<br />

una extensa y bien surtida biblioteca en la que todos los libros estaban en<br />

blanco, porque, ¿en qué idioma se podían escribir las i<strong>de</strong>as? Había<br />

muchos clientes en aquella biblioteca, clientes que se <strong>de</strong>jaban llevar por<br />

su mente y tomaban la i<strong>de</strong>a perfecta.<br />

La no-inspiración era precisamente lo contrario. Era entrar en un<br />

cuarto vacío, con algún que otro libro polvoriento y sin ninguna i<strong>de</strong>a<br />

válida. El cliente estaba con<strong>de</strong>nado a vagar por el reducido espacio en<br />

busca <strong>de</strong> una buena i<strong>de</strong>a, un rayo <strong>de</strong> luz en aquel lugar oscuro, en<br />

aquel ruinoso templo <strong>de</strong> aguas negras.<br />

Aunque, por supuesto, siempre había un salvador. Los gran<strong>de</strong>s<br />

bancos <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as que habían comenzado sus larga y provechosas vidas<br />

siendo cuartos ruinosos. Siempre llegaba alguien que conservaba la<br />

esperanza, cogía un libro sin nada y lo llenaba con sus propios<br />

pensamientos. Ponía su mente al servicio <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más clientes.<br />

Y aquella era precisa y elementalmente lo que Jared no podía o no<br />

quería compren<strong>de</strong>r. Que la no-inspiración no era estar en un cuarto<br />

cochambroso, sin ninguna i<strong>de</strong>a, sin ningún pensamiento aprovechable,<br />

sino que era el no po<strong>de</strong>r mol<strong>de</strong>arlo para crear con sus cimientos un<br />

templo <strong>de</strong>l saber.<br />

Pero claro, para Jared, aquello no tenía lugar.<br />

Para un escritor frustrado, aquello no podía ser.


II<br />

CERTAMEN DE<br />

RELATO CORTO<br />

PARA LEER EN<br />

POCOS MINUTOS<br />

PARA MAYORES DE 18 AÑOS<br />

GANADOR:<br />

OSCAR CASADO DIAZ<br />

FINALISTAS:<br />

ZANITA MARIA ROSAS DE MIGUEL<br />

JAVIER REVILLA CUESTA


Mientras escribo estas líneas, mi vecina, cuyo nombre me es<br />

<strong>de</strong>sconocido, llega a casa. Me alcanza el sonido <strong>de</strong> la llave en la<br />

cerradura, el imperceptible quejido <strong>de</strong> los goznes, el leve golpeo <strong>de</strong>l cierre<br />

que apenas advierto. Continúo presionando las teclas cuando <strong>de</strong>ja las<br />

llaves sobre el mueble <strong>de</strong>l recibidor, cuando entra en la cocina y abre la<br />

puerta <strong>de</strong>l ten<strong>de</strong><strong>de</strong>ro para que entre el aire <strong>de</strong> la calle, cuando se dirige<br />

al dormitorio para cambiarse <strong>de</strong> ropa. Des<strong>de</strong> que me mudé a este piso<br />

hace dos años, he cruzado con ella unos rápidos, indiferentes saludos. En<br />

el portal, en el <strong>de</strong>scansillo, en la escalera, cruzamos miradas y palabras<br />

esquivas, acaso perece<strong>de</strong>ras. Una vez cambiada <strong>de</strong> ropa, mi vecina<br />

entra en el baño. Tardará en salir, pues le llevará tiempo quitarse el<br />

maquillaje en una ceremonia que ritualiza diariamente ante el espejo. A<br />

pesar <strong>de</strong> vivir puerta con puerta, en pisos únicamente separados por una<br />

fila <strong>de</strong> ladrillos, reconozco no saber nada <strong>de</strong> ella. De esa mujer anónima,<br />

solo puedo traer a la memoria sus trazos más superficiales: unos borrosos<br />

rasgos faciales y un cuerpo <strong>de</strong>lgado <strong>de</strong> poco más <strong>de</strong> cuarenta años,<br />

acaso anguloso, siempre bien vestido. Desconozco que odia el azul; que<br />

viaja al extranjero todos los veranos; que ha a<strong>de</strong>lgazado casi cinco kilos<br />

en siete semanas; que apenas mantiene relación con sus padres; que<br />

hace dos meses que su marido le pidió el divorcio.<br />

Mientras escribo estas líneas, vuelve a la cocina y toma un vaso<br />

ancho que prepara con un par <strong>de</strong> hielos. En el salón, lo colma <strong>de</strong> ginebra;<br />

<strong>de</strong>spués se acerca a la ventana, don<strong>de</strong> permanece varios minutos,<br />

esperando que la bebida se enfríe. Tan indiferente a sus pensamientos<br />

como a su vida, yo continúo redactando, ignorante <strong>de</strong> su sufrimiento.<br />

Nunca sabré que ha avisado en el trabajo <strong>de</strong> que tomaría unos días libres<br />

y así, en ese margen <strong>de</strong> tiempo, po<strong>de</strong>r cortarse la piel <strong>de</strong> su vientre y<br />

meter la mano en su interior para sacar al lobo <strong>de</strong> la angustia que la<br />

ahoga, que la <strong>de</strong>vora por <strong>de</strong>ntro, con <strong>de</strong>ntelladas crueles, sangrientas,<br />

salvajes.<br />

Mientras escribo, <strong>de</strong>cidida vuelve al baño. Apoya el vaso en un<br />

lateral <strong>de</strong>l lavabo y abre la pequeña puerta <strong>de</strong>l mueble. De éste toma un<br />

frasco <strong>de</strong> secobarbital, <strong>de</strong> un plástico oscuro, casi opaco, conseguido<br />

gracias a una vieja amiga que trabaja en una farmacia. Lo abre<br />

lentamente, <strong>de</strong>posita algunas pastillas rojas en su mano temblorosa. Antes<br />

<strong>de</strong> metérselas en la boca, se mira en el espejo y <strong>de</strong>scubre, con tristeza,<br />

que está llorando. Una tras otra, ayudándose <strong>de</strong> la ginebra, traga cada<br />

píldora, consumando una liturgia sagrada y enfermiza, anhelante <strong>de</strong><br />

muerte. Yo la acompaño a apenas unos metros con el sonido apagado<br />

<strong>de</strong> mis teclas formando estas palabras. Nunca sabré que, tras vaciar el<br />

frasco, esperó ante el espejo un tiempo in<strong>de</strong>finido, confuso, hasta que<br />

tuvo miedo <strong>de</strong> acabar su vida sobre las frías baldosas <strong>de</strong>l baño. Por eso,<br />

mientras continúo escribiendo, avanza con pasos torpes, apoyando su


mareo en las pare<strong>de</strong>s, empujando su respiración irregular por el pasillo<br />

hacia el lejano dormitorio. Con dificultad se arrastra hasta la cama. Al<br />

tumbarse, su cabeza confusa recuerda imágenes, palabras inconexas. El<br />

miedo se mezcla con una tristeza ciertamente distante, acaso húmeda, y<br />

pue<strong>de</strong> ver, sentada junto a ella, una silueta espectral y borrosa que la<br />

observa en silencio. Pronto cerrará los ojos para no <strong>de</strong>spertar nunca, y yo,<br />

separado <strong>de</strong> ella tan solo por una pared <strong>de</strong> ladrillo, seguiré escribiendo,<br />

ajeno a la soledad inerte <strong>de</strong> su cuerpo, ignorante <strong>de</strong> su sufrimiento, <strong>de</strong> su<br />

nombre y <strong>de</strong> su muerte.


Coge el lapicero y la pequeña libreta <strong>de</strong> papel reciclado y se pone <strong>de</strong> nuevo a<br />

dibujar compulsivamente esas pequeñas cúpulas doradas. Ya llevamos comprados en<br />

lo que va <strong>de</strong> mes, media docena <strong>de</strong> rotuladores <strong>de</strong> un color que imita al oro. No<br />

importa. Ella va perfeccionando la técnica y es en lo único que notamos algún tipo <strong>de</strong><br />

avance.<br />

Cada día, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tomar su té ardiente y sus dos pastelitos <strong>de</strong> vainilla con<br />

azúcar glas, se limpia los restos <strong>de</strong> migas <strong>de</strong> la comisura <strong>de</strong> los labios, dobla la servilleta<br />

por la mitad, luego otra mitad, hace <strong>de</strong>spués un triángulo, luego otro más pequeño y<br />

cuando ha terminado este proceso y la tela ha quedado reducida a la mínima<br />

expresión, la <strong>de</strong>posita con cuidado en la esquina izquierda <strong>de</strong> la ban<strong>de</strong>ja <strong>de</strong> alpaca.<br />

Se recuesta un poco en su sillón <strong>de</strong> terciopelo color menta, se estira la falda y<br />

pone sus manos blanquísimas y huesudas, una sobre la otra. La mirada, en todo ese<br />

rato, ha estado perdida. Los ojos un poco bajos, sin dirigirse a ningún objeto concreto.<br />

Tiene los tiempos perfectamente medidos y sabe que ahora toca colocar la<br />

mesita plegable a la altura <strong>de</strong> sus rodillas y, sobre estas, la libreta <strong>de</strong> papel reciclado y<br />

el bote <strong>de</strong> porcelana <strong>de</strong>scascarillada que contiene sus rotuladores.<br />

A veces le pongo pequeñas pruebas para comprobar si su mente reacciona a los<br />

estímulos, si podremos volver a su mal carácter, que ahora tanto añoro, si algún día<br />

volverá a la curiosidad que durante años fue su glándula vital. Pero ella permanece<br />

inmutable durante todas las horas <strong>de</strong>l día. Apenas ya habla y cuando lo hace, las<br />

palabras, susurradas, salen <strong>de</strong> su boca entreabierta en un monocor<strong>de</strong> tono <strong>de</strong> voz.<br />

Cada etapa anterior, por terrible que nos parezca, es la antesala <strong>de</strong> una peor.<br />

Sabemos que cualquier <strong>de</strong>terioro será siempre irreversible, que ya no hay marcha<br />

atrás. En su estado, nos han advertido, se bajan escalones que jamás se volverán a<br />

subir.<br />

Incluso cuando estos escalones no eran solo metáforas sino bloques <strong>de</strong> cemento<br />

recubiertos <strong>de</strong> mármol, y eran los peldaños que nos permitían acce<strong>de</strong>r a la primera<br />

planta <strong>de</strong> mi casa; en ese terrible momento, nos dimos cuenta <strong>de</strong> la rapi<strong>de</strong>z <strong>de</strong> su<br />

<strong>de</strong>terioro. De repente había olvidado cómo bajar un tramo <strong>de</strong> escaleras que apenas<br />

unos minutos antes acababa <strong>de</strong> subir sin ninguna dificultad. Aquello fue el comienzo<br />

<strong>de</strong> su <strong>de</strong>sapren<strong>de</strong>r, la marcha atrás <strong>de</strong>finitiva.<br />

Sus pies <strong>de</strong>jaron <strong>de</strong> escuchar a su cerebro y sus pasos, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces, se<br />

volvieron <strong>de</strong> cristal. Ya no era capaz <strong>de</strong> poner voz a los pensamientos, pero la<br />

expresión <strong>de</strong> su mirada ante aquel repentino “acantilado” <strong>de</strong>lataba su angustia.<br />

Los objetos, por aquella época, ya iban apareciendo por los rincones más<br />

inesperados: teléfonos móviles <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l frigorífico, medias <strong>de</strong> nylon en la olla exprés,<br />

restos <strong>de</strong> comida mordisqueada entre su colección <strong>de</strong> pañuelos <strong>de</strong> seda...<br />

Por entonces aún se maquillaba sola. Llevaba haciéndolo media vida: polvos<br />

translúcidos, ver<strong>de</strong> para los ojos, rímel, y el color rosa melocotón en sus labios, que<br />

tanto la favorecía.


Como tantas otras cosas, este gesto cotidiano cesó <strong>de</strong> repente un día, sin previo<br />

aviso: el espejo le <strong>de</strong>volvía una imagen <strong>de</strong>sconocida. Se acabó maquillando los ojos<br />

con la barra <strong>de</strong> labios rosa melocotón y la boca con el lápiz ver<strong>de</strong> <strong>de</strong> los ojos.<br />

Habíamos bajado otro escalón.<br />

Esta tar<strong>de</strong>, retiro los restos <strong>de</strong> su merienda, sus migajas <strong>de</strong>l pastelito <strong>de</strong> vainilla y el<br />

plato nevado <strong>de</strong> azúcar glas, y su servilleta, reducida ahora a un minúsculo triángulo.<br />

Coloco la mesita sobre sus rodillas, el cua<strong>de</strong>rno, el bote <strong>de</strong> porcelana <strong>de</strong>scascarillada<br />

y me dispongo a disfrutar como cada día <strong>de</strong>l exquisito dibujo <strong>de</strong> sus cúpulas doradas.<br />

Pero esta tar<strong>de</strong> no pasa nada. Hoy no ha movido las manos. Solo mira, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> mi<br />

insistencia, esos extraños objetos que he colocado frente a ella. Al instante, sus ojos se<br />

pier<strong>de</strong>n <strong>de</strong> nuevo en un punto infinito. Ha bajado otro escalón.<br />

Su pequeño cerebro dañado ha elegido <strong>de</strong>spedirse con los recuerdos <strong>de</strong> aquel<br />

viaje a Moscú, junto a sus padres, meses antes <strong>de</strong> su boda. Aquellos últimos días felices<br />

antes <strong>de</strong> enfrentarse a un matrimonio mal elegido, lleno <strong>de</strong> claroscuros y<br />

adversida<strong>de</strong>s. Una historia y una persona, mi padre, que se convirtieron en lo primero<br />

que olvidó.<br />

Observo esos <strong>de</strong>licados dibujos con sus pequeñas cúpulas <strong>de</strong> color dorado y<br />

sonrío pensando que, al final, la enfermedad le ha dado la tregua que la vida le fue<br />

burlando.


Era mi primer día <strong>de</strong> trabajo en el psiquiátrico <strong>de</strong> Teruel. Mis<br />

recuerdos <strong>de</strong> aquel día son confusos salvo en lo referente a un<br />

caso curioso que me tocó reconocer a media mañana. En la<br />

consulta entró un hombre <strong>de</strong> avanzada edad y con un poblado<br />

bigote. Creo que puedo reproducir la conversación con aquel<br />

enfermo casi palabra por palabra.<br />

— Buenos días, dígame su nombre.<br />

— Yuri Zhivago, respondió el anciano con naturalidad.<br />

Examiné sus facciones. Ciertamente con aquel bigote<br />

selvático y aquel flequillo <strong>de</strong> sheriff <strong>de</strong> una película <strong>de</strong> vaqueros<br />

aquel hombre se daba un aire a Omar Sarif o, por lo menos, a<br />

Jose Antonio Griñán, el presi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> la Junta <strong>de</strong> Andalucía.<br />

— ¿Y a qué se <strong>de</strong>dica usted?, — le pregunté.<br />

— Soy cirujano y poeta.<br />

La respuesta era coherente, todos hemos visto Doctor<br />

Zhivago. Normalmente por la consulta <strong>de</strong> un psiquiatra pasan<br />

infinidad <strong>de</strong> casos anodinos y sin miga. Cuando llega un caso tan<br />

peculiar, tengo que reconocerlo, un cosquilleo <strong>de</strong>spierta mi<br />

instinto psicoanalista y trato <strong>de</strong> penetrar a toda costa en esa<br />

mente perturbada para tener el placer <strong>de</strong> <strong>de</strong>smenuzar cada<br />

entresijo <strong>de</strong> sus conexiones neuronales. Tenía ante mí un caso<br />

evi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> transferencia <strong>de</strong> personalidad por sugestión. El cine<br />

es el séptimo arte, no lo dudo, pero lleva asociado a su esencia<br />

estos daños colaterales que llenan las consultas <strong>de</strong> los psicólogos.<br />

Le seguí la corriente, tenía ganas <strong>de</strong> divertirme.<br />

— ¿Está usted casado?<br />

— Claro, con Tonya Gromeko, — puntualizó el con un<br />

suspiro.<br />

— ¿Y usted la ama?<br />

— Sí,— respondió al instante, aunque luego permaneció<br />

unos segundos con la vista fija en el suelo.<br />

— Pero también amo a Lara,…compulsivamente, — añadió.<br />

Durante un buen rato estuvimos charlando <strong>de</strong> la revolución<br />

bolchevique, <strong>de</strong>l zar Nicolás II <strong>de</strong> Rusia y <strong>de</strong> los acontecimientos<br />

convulsos que <strong>de</strong>sembocaron en el nacimiento <strong>de</strong> la Unión<br />

Soviética. El hombre estaba plenamente convencido <strong>de</strong> vivir en<br />

esa época histórica y <strong>de</strong> que el psiquiátrico <strong>de</strong> Teruel era el<br />

hospital don<strong>de</strong> ejercía <strong>de</strong> médico. No es que mis conocimientos<br />

acerca <strong>de</strong> la historia rusa fueran extensos pero sí había leído la<br />

novela <strong>de</strong> Boris Pasternak y había visto un par <strong>de</strong> veces la<br />

película <strong>de</strong> David Lean, lo suficiente para percatarme <strong>de</strong> que mi<br />

paciente estaba muy bien documentado. Por lo <strong>de</strong>más, no era


un trastornado peligroso, se pasaba el día escribiendo poemas a<br />

Lara y vestía casaca y gorros rusos, lo cual en el invierno turolense<br />

<strong>de</strong>bía serle muy útil.<br />

Cuando salió <strong>de</strong> mi consulta pedí su ficha. Santiago Lafuera<br />

Morales, natural <strong>de</strong> Covaleda, en Soria e ingresado en el<br />

psiquiátrico <strong>de</strong>s<strong>de</strong> 1984. Siempre había creído ser el personaje<br />

principal <strong>de</strong> la película Doctor Zhivago.<br />

Cuando ya estaba tranquilamente en mi casa navegando<br />

en internet y actualizando mi perfil <strong>de</strong> Facebook <strong>de</strong> repente me<br />

acordé <strong>de</strong>l Doctor Zhivago. Hacía tiempo que había visto la<br />

película por última vez y sentí la curiosidad <strong>de</strong> investigar sobre<br />

ello. En internet da igual lo que busques, siempre hay miles <strong>de</strong><br />

páginas que hablan <strong>de</strong> ello. Dí con una que ofrecía bastantes<br />

<strong>de</strong>talles <strong>de</strong>l rodaje. Parte <strong>de</strong> la película se había rodado en Soria<br />

a principios <strong>de</strong> los sesenta. Muchos <strong>de</strong> los extras habían sido los<br />

propios habitantes <strong>de</strong> esa zona rural <strong>de</strong> Soria, explicaba la<br />

página. En una foto aparecía el niño que había interpretado al<br />

Yuri Zhivago niño que pier<strong>de</strong> a su madre en las primeras escenas<br />

<strong>de</strong> la película. Una luz amarillenta caía sobre sus cejas<br />

arqueadas. Observé sus ojos, la curvatura <strong>de</strong> sus labios, el perfil<br />

<strong>de</strong> su rostro llamando a las puertas <strong>de</strong> la adolescencia. Me<br />

resultaba muy familiar, no había duda. Y si la hubiera habido, la<br />

habría disipado el pie <strong>de</strong> foto: “Santiago Lafuera Morales, que<br />

interpretó al Doctor Zhivago en las escenas <strong>de</strong> su infancia”.

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