Tomo 1 - Renta Básica de las Iguales

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Monarcas: ¿demócratas o déspotas? Estos días, todos pudimos ver la represión tal brutal de la policía marroquí contra las personas que se manifestaban contra los abusos de los derechos humanos que padece el pueblo saharaui. Pero este no es un hecho aislado: sabemos que la monarquía alauita se ha distinguido siempre por su tiranía, por la opresión de su propio pueblo, tanto en relación con la negación de derechos ciudadanos, como en relación con la apropiación de riqueza y los niveles de pobreza a que somete a sus gentes. Si no es nada nuevo, ¿cuál es la cuestión ahora? Muy sencilla: ¿Puede el rey de España, qué se considera demócrata, tener como amigo otro rey, el de Marruecos, que está demostrando ser uno de los monarcas más ruines y tiranos de todos los que existen, qué no son pocos? ¿Puede el rey de España, qué proclama abiertamente en Luxemburgo su vocación por la democracia, mantenerse en silencio ante los hechos que estos días están ocurriendo en El Aaiún? ¿Puede más la amistad personal que tiene con el rey tirano que las obligaciones éticas que se supone ha de cumplir por ser el responsable de la presidencia del Estado español? ¿Podemos exigirle al rey de España, y presidente del Estado, que condene los hechos y que repudie su amistad con un déspota? En la mayoría de los casos, estos silencios casi siempre responden a expresiones de complicidad. Y, ante la gravedad del tema, no puedo evitar que me pregunte: ¿cuál de los dos reyes es el más tirano? Porque ya conocen el dicho que el que calla, otorga. Ya metidos en harina real, entiendo que la reina de España, como máxima representante de la Cooperación española, vaya frecuentemente a la India y otros países, a comprobar el resultado de la labor de las ONGs españolas que realizan proyectos caritativos en esos países: Lo que ya me cuesta más entender es el que todavía no se haya asomado al Estado saharaui para preocuparse por los acuciantes problemas que está viviendo ese pueblo. Quizás la respuesta está en que los pobres de la India y los otros países viven situaciones más humildes y acuciantes mientras que las que tienen los saharauis apenas tienen relevancia. Quizás, pero yo lo dudo. Todo este comportamiento me reafirma en una posición: que la familia real está tan cogida de intereses e ideologías como el resto de los mortales. Están con las gentes que simpatizan y se despreocupan de las que pueden ser conflictivas. Al final, los reyes son ellos: demócratas o tiranos según el momento y la coyuntura política. Nunca están con el pueblo. Por eso he de confesar que simpatizo con Cromwell y Saint-Just. El inglés le tuvo que decir a su rey: te cortaré la cabeza con la corona puesta; y cumplió su palabra. Y el francés, más comedido, le dijo al suyo: te juzgaremos según los derechos de la gente; fue guillotinado para rechazar la fuerza del rey por medio de la fuerza popular. No menos insensibilidad muestra nuestro gobierno, cuyo ministro de Exteriores se ha limitado a casi desautorizar las visitas de parlamentarios españoles, a un lugar que está bajo el protectorado de las Naciones Unidas, todo por no empañar las ‘relaciones de amistad’ con el gobierno marroquí. El gobierno español está más interesado en comerciar con regímenes dictatoriales que defender valores democráticos. 18
Tanto el representante marroquí como el ministro español manifestaron que están “satisfechos por el clima de diálogo fructífero” entre Madrid y Rabat. Está claro que al gobierno español, y a la familia real, los derechos humanos del pueblo saharaui no les quitan el sueño. Pero incluyendo nuestra responsabilidad como ciudadanos, ¿qué hacemos los republicanos españoles actuales ante este conspicuo y sospechoso comportamiento de la familia real y de los gobernantes socialistas? A los monarcas, supongo que llegará el día en que haya que pedirles que se vayan, como le dijeron a su abuelo Alfonso XIII los republicanos que pedían la Segunda; y a los socialistas no votarlos en las próximas elecciones. Es lo menos que podemos hacer si no queremos participar en esta complicidad silenciosa. Barcelona, junio del 2005 19
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