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Escrito por: Gonzalo Cáceres. Historiador y planificador urbano ...

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<strong>Escrito</strong> <strong>por</strong>: <strong>Gonzalo</strong> <strong>Cáceres</strong>. <strong>Historiador</strong> y <strong>planificador</strong> <strong>urbano</strong>. Profesor del Instituto<br />

de Estudios Urbanos y Territoriales de la Pontificia Universidad Católica de Chile.<br />

De los artefactos construidos colectivamente <strong>por</strong> el hombre, las ciudades son blanco regular<br />

de poderosas críticas. Es una práctica tan antigua como extendida amonestar a ciudades<br />

completas, zonas o fraccionamientos específicos. Con la excepción de edificios singulares,<br />

complejos peculiares o barrios especiales, lo construido en las ciudades latinoamericanas<br />

también suele concitar admoniciones. Por lo tanto, y con el mismo poder que imantan<br />

población e inversiones, nuestras ciudades atraen numerosas desafecciones. Aunque las<br />

excepciones parecen aumentar, la crítica a las ciudades puede alcanzar, incluso, tonalidades<br />

catastróficas y hasta apocalípticas.<br />

Si bien son menos excepcionales de lo que imaginaríamos, hay voces y recintos donde se<br />

acumula una narración benevolente sobre la ciudad o sobre núcleos de ella. Mientras las<br />

voces podemos singularizarlas en las así llamadas historias locales, los recintos suelen<br />

adquirir la figura de Museos de Ciudad. Dado que las muestras museográficas suelen<br />

vertebrarse en una exhibición auxiliada <strong>por</strong> un guión (en el extremo, implícito), nuestra<br />

unidad de análisis, en lo que sigue, serán los museos.<br />

Como se sabe, durante la segunda mitad del siglo XX, el circuito de la alta cultura agrega<br />

un nuevo integrante a su repertorio: Museos de ciudad. Aunque también los hay<br />

consagrados a zonas e inclusive a barrios, ahora nos concentraremos en los que <strong>por</strong> su<br />

nombre tienen la responsabilidad de narrar el ayer de una ciudad que hoy puede ser una<br />

urbe. ¿Qué podemos decir sobre ellos? Ubicados en áreas centrales, hospedados en


edificios patrimoniales y financiados, generalmente, <strong>por</strong> el erario fiscal, los Museos de<br />

Ciudad transitan a un ritmo predecible.<br />

Antes que preguntarnos cómo están organizados, resolvamos una duda anterior: ¿Qué se<br />

proponen? Salvo excepciones, su concepción es tan clara como unívoca: narrar los atributos<br />

de las ciudades donde se emplazan. Dicho de otro modo, su existencia está dedicada a<br />

reproducir una interpretación encomiástica sobre un pretérito que busca ser contado de un<br />

modo deshilvanado, pero efectista.<br />

Dependientes de sus colecciones originales, los Museos de la Ciudad descansan en una<br />

muestra permanente antes que en la variabilidad que brindan las exposiciones ocasionales<br />

¿Qué podemos encontrar en sus muestras permanentes? En el arranque de cualquier<br />

emprendimiento, la im<strong>por</strong>tancia del pasado rural se funde con el cometido de los padres<br />

fundacionales. Aunque su presente sea completamente <strong>urbano</strong> y muchas veces hasta<br />

cosmopolita, la arcadia rural es un hito identitario para casi cualquier Museo de Ciudad. En<br />

todo caso, se trata de una narración reluctante a las coloridades aborígenes o a las<br />

hibridaciones materiales propias de un mestizaje trepidante.<br />

Con seguridad, si la Municipalidad o el gobierno metropolitano dispone de recursos y<br />

espacio, el Museo dispondrá de una reproducción a escala de la ciudad urbanizada. ¿Cuál es<br />

la prosperidad que se busca representar tridimensionalmente en esa miniatura deshabitada?<br />

En no pocas o<strong>por</strong>tunidades, la maqueta nos remite a un momento exultante, pero sin data<br />

rigurosa. Inadvertidamente, la representación liliputiense prefiere ilustrar la inauguración<br />

de un obra pública antes que el estropicio causado <strong>por</strong> una catástrofe flamígera. ¿Qué más<br />

albergan los Museos de Ciudad? Casi con seguridad, una galería de personalidades<br />

públicas, en su enorme mayoría hombres. ¿Por qué están ahí? Para el saber oficial, su<br />

presencia es obvia y muchas veces nos remite a un cargo ostentado, generalmente público<br />

aunque no necesariamente dirimido <strong>por</strong> la voluntad popular.<br />

Omitamos lo que son y preguntémonos <strong>por</strong> lo que no son o <strong>por</strong> lo que no tienen los Museos<br />

de Ciudad. La lista de ausencias es más larga que la de presencias. Los Museos de Ciudad<br />

no suelen analizar desafíos <strong>urbano</strong>s cardinales ni tampoco problemáticas de ninguna<br />

especie. Substitutivamente, las muestras prefieren narrar, a la manera de una historia<br />

localista, cronológica y descriptiva, un elogio edificante.<br />

Como era presumible esperar, las voces insumisas no están contenidas en el Museo como<br />

tampoco la condición efímera que la vida urbana casi siempre supone. No debiera llamar a<br />

sorpresa que si agregamos el Archivo de la Ciudad al análisis (generalmente contiguo al<br />

Museo), el resultado es igualmente conservador. En una frase, la criba de documentos sigue<br />

un patrón obsecuente al consagrado <strong>por</strong> el Museo ya que lo que se suele coleccionar son las<br />

expresiones locales de los poderes predominantes. Por lo tanto, los archivos de ciudad<br />

suelen desinteresarse <strong>por</strong> los habitantes ordinarios y sobrerepresentan a los conspicuos, lo<br />

mismo que a las instituciones más lustrosas. El municipio, en el caso que la ciudad esté<br />

contenida en una sola unidad administrativa, suele ser el pilar de un Museo y de un Archivo<br />

devenidos en amanuenses de un pasado desproblematizado. Por lo tanto, las actas del<br />

Consejo Municipal o los oficios de las autoridades urbanas, son piezas cauteladas con<br />

llamativa devoción.


Para finalizar, volvamos la vista nuevamente en el Museo de la Ciudad y reflexionemos<br />

sobre si podría ser algo más que un notario obsecuente. Aunque la respuesta es sí,<br />

arranquemos con dos negaciones que fungen como habituales tenazas: a) Los Museos de<br />

Ciudad fuerzan recorridos que desahucian el contrapunto con las preguntas del presente. b)<br />

Conminados a crear un momento fundacional, la linealidad cronológica de los Museos se<br />

deposita ahí donde aparecen las personalidades. Los procesos <strong>urbano</strong>s, usualmente<br />

inadvertidos, son desafiliados del guión, exiliados del escaparate y va<strong>por</strong>izados del díptico.<br />

Con todo, y pese a la filigrana conservadora que los museos generalmente exudan, su<br />

existencia no está condenada a un pasar tradicionalista. Alternativamente, ¿podemos<br />

imaginar a los Museos menos dependientes de sus colecciones permanentes? A riesgo de<br />

desnaturalizarlos, algunos establecimientos están bifurcando en direcciones contrapuestas.<br />

De ser posible, girar su derrotero y preferir una trepidante política de exhibiciones, es una<br />

opción que visibilizaría la diversidad que la ciudad siempre anida. De cumplirse tal aserto,<br />

entonces: ¿vamos al Museo?<br />

El presente artículo se nutre de dos intervenciones. La primera ocurrió en el marco de un<br />

encuentro ciudadano: Ñuñoa: patrimonio cultural y experiencia territorial, verificado el 26<br />

de septiembre del 2009. La segunda fue elaborada especialmente para el Seminario<br />

Archivos Urbanos y tuvo lugar el 08 de octubre del 2009. El cierre del artículo, se inspira<br />

en varios de los diálogos que junto a Valentina Rozas sostuvimos con el historiador<br />

catalán Ricard Vinyes en enero del 2010.

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