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Panorama
Análisis
“Cuando lo que está en juego
es el desarrollo”
El conflicto con el campo puso en evidencia el fracaso de una política sin políticas.
Hemos fluído hacia el crecimiento pero nos mostramos incapaces de
construir desarrollo.
Escribe: Lic. Marcela Viviana Jaimes.
Desde hace cinco años la economía
argentina crece. Nuestro PBI está un
36% arriba que en el 2001 y 25% por
encima del año 1998, sin embargo,
el ingreso promedio de los ocupados
apenas se encuentra en los niveles del
2001 y es un 12% inferior al de 1998.
A esto hay que sumar la existencia de
13 millones de pobres y una coyuntura
con problemáticas (como la droga y
la violencia creciente) que deben entenderse
como elementos ineludibles
que, en breve, darán nacimiento a una
tenaz demanda social. Además, dicho
reclamo social podrá argumentarse a
través de la propia legitimidad que le
ha otorgado este gobierno, al menos,
desde su faz discursiva.
Queda claro que hasta ahora el gobierno
descansó sobre los resultados de
un crecimiento sostenido durante más
de 5 años de bonanza económica, no
obstante y dadas las circunstancias, se
impone empezar a leer correctamente
el evidente deterioro de la cuestión
social frente a un panorama que reúne
las siguientes salientes.
Las fuerzas políticas nunca fueron tan
volátiles como hasta ahora y el conflicto
agropecuario lo ha demostrado.
No se pudieron construir liderazgos, ni
mucho menos, alianzas lo suficientemente
sólidas como para sustentar los
reclamos del campo (que pasan por el
desarrollo, en contraste a una política
que apunta al crecimiento cuantitativo).
Hoy, los partidos políticos son
cáscaras vacías y los realineamientos
y escisiones producidos en ellos son
cuestionados por la sociedad sin que
se vislumbre la mínima posibilidad de
un vertebramiento político nuevo capaz
de borrar el estigma que señala
a lo político como sinónimo de “cosa
sucia”.
Adicionalmente, la ausencia del Congreso
Nacional, devenido en la “escribanía”
del Ejecutivo nacional y el
colapso global de las instituciones del
Estado, conforman un escenario pernicioso
para la sociedad en su conjunto.
Además, ni siquiera las decisiones del
Ejecutivo nacional pasan por el análisis
de los respectivos ministerios que lo
constituyen. Es sabido que ni siquiera
existen reuniones de gabinete y que
las decisiones oficiales –fueran del sector
que fueren-, nacen del discurrir de
dos o tres apóstoles que cogobiernan
el destino de todos los argentinos.
Hay que sumar a lo antedicho la consciencia
social creciente respecto de las
economías regionales. Lo que subyace
en el fondo del conflicto del agro es
la necesidad que tienen las provincias
de manejar lo suyo. Es revelador que
se hayan dado cuenta de su significancia
para el erario nacional acele-
rando así sus reclamos en torno a un
federalismo real y no declamativo. Las
provincias han tomado nota de lo que
producen y quieren ser resarcidas con
caminos y puertos para producir más,
crecer y desarrollarse. Y lo hacen con
virulencia porque sucede que si antes
el gobierno les quitaba el 40 % de lo
producido hoy ese porcentaje supera
el 75 %.
Pero hay más para creer seriamente
en que la demanda social se hará oir
fuertemente. Me refiero a la cuestión
internacional. En ese sentido, el
diputado nacional Claudio Lozano,
expresa “Más allá del mantenimiento
de precios elevados para los productos
que la Argentina coloca en el mundo,
la evidencia del proceso recesivo en
los Estados Unidos pone sobre el escenario
interrogantes importantes.
No sólo aquellos relativos a la suba
de los costos para el financiamiento
de nuestra economía en un contexto
donde se elevan los vencimientos por
deuda pública, sino también aquellos
que remiten a la duración que tendrá
la recesión, a la extensión que ésta
pueda tener sobre los países de Europa,
a los efectos que producirá sobre
el crecimiento económico de quienes
le venden al Norte y nos compran a
nosotros (Ej.: China, Brasil, etc.), o al
carácter coyuntural o estructural de