Bajá un capítulo en pdf - Rolling Stone

Bajá un capítulo en pdf - Rolling Stone Bajá un capítulo en pdf - Rolling Stone

rollingstone.com.ar
from rollingstone.com.ar More from this publisher
14.05.2013 Views

estela flotaban quepis y calvas, turbantes y topis. Él no acertaba a distinguir ningún rostro a su alrededor en esos remolinos, y le costó un rato percibir una imagen con sentido: delante de una tienda, las garras de un tendero reposaban sobre sacos de arroz. Burton se reclinó en el asiento mientras el coche salía del puerto y doblaba para adentrarse en una calle ancha. Un chico esquivó por poco los cascos de los caballos como exigía la prueba de valor, y se premió a sí mismo con una sonrisa. A un hombre lo estaban afeitando junto a unas ruedas que daban vueltas. Le pusieron delante a un niño sin piel. Él se asustó un instante y lo olvidó de nuevo. El cochero parecía nombrar los edificios que flanqueaban la calle: Apollo Gate, detrás Fort, Secretariat, Forbes House. ¡Un cipayo! El cochero señaló una gorra que cubría unos mugrientos cabellos, más abajo, unas piernas delgadas y peludas bajo un pantalón de trabajo demasiado corto. Espantoso, pensó Burton, ésos son los soldados nativos que estarán bajo mi mando, cielo santo, esa ropa, puro teatro, hasta la expresión del rostro parece copiada de los británicos. El carruaje pasó al trote ante un racimo de mujeres con tatuajes en las manos y en los pies. Una boda, el cochero se regocijó. Las engalanadas desaparecieron deprisa al doblar la esquina. Los edificios, en su mayoría de tres pisos, parecían atacados por la gangrena. Un hombre expectoró en uno de los balcones de madera y escupió sus achaques a la calle. Los escasos edificios con porte parecían vigilantes de una colonia de leprosos. Burton divisaba una y otra vez entre las copas de las palmeras las cornejas de cabeza gris. En una ocasión, éstas describieron círculos por encima de un ángel de mármol al que una mujer cubierta con un velo besaba los pies. Poco antes de llegar al hotel vio cómo descendían unas cornejas sobre un cadáver. A veces, el cochero se volvió en plena marcha, no esperan a que llegue la muerte. El British Hotel de Bombay no se parecía un ápice al Hotel Britain de Brighton. En Bombay se pedía más dinero por menos confort, uno tenía que conseguir cama, mesa y silla. En Brighton ningún cadete borracho con pelo de brezo y aliento hediondo se subía de noche a una silla para mirar de hito en hito a sus vecinos de cuarto por encima de la pared de muselina. Burton, que no dormía desde hacía horas, apartó el mosquitero y arrojó al cadete el objeto más cercano que encontró debajo de su cama. El proyectil le acertó en plena cara. El 27

cadete se cayó de la silla, maldijo en voz baja hasta que se encendió una vela y se oyó un grito: el cadete había reconocido el proyectil, una rata que Burton había matado poco antes con una bota. Sólo la pared de tela protegía al enjuto cadete de sus propias amenazas. Burton metió por segunda vez la mano debajo de la cama y sacó una botella de brandy. Las lagartijas eran emisarios de la buena suerte; las ratas, del odio. Las lagartijas se adherían a la pared como miniaturas de colores. Las ratas se escondían. A veces en vano. Su vecino del otro lado era un sanitario militar en su primer destino. Sentado en el alféizar de la ventana miraba hacia el mar. Hasta que el viento le dio en la cara. «¡Atención», gritó por el dormitorio, «el viento trae hasta nosotros asado hindú!» Y su gritó atravesó la estrecha escalera aterrizando sobre la frente del parsi adormilado que atendía a los clientes con exagerado servilismo. «Cerrad ojos y escotillas.» El parsi abrió los ojos y sacudió la cabeza malhumorado. Esos malditos ghoras sólo soportaban aquella visión con viento en popa. El sanitario militar se negó a acompañar a Burton al lugar de la cremación. Había que guardarse de la falsa curiosidad, declaró como buen retoño de la prédica paterna, recién desvinculado de la tutela de su madre. Burton intenentonar una loa a la curiosidad, pero pronto percibió la escasa comprensión que merecían sus propias experiencias, la niñez en Italia y Francia como corresponde al hijo de un hombre inquieto, el periodo de internado en la pretendida patria. Con todo, el sanitario se dejó convencer para cruzar Carnac Road, la frontera entre el cerebro del imperio y sus intestinos, según averiguó Burton en su primer banquete de gala, en compañía de damas y caballeros que administraban de buen grado distritos enteros, hijos de tenderos ingleses de provincias, descendientes de alguaciles que eran conducidos sobre manos paganas de la sombra al fresco, más ricos y poderosos de lo que habían osado imaginar en sus sueños más audaces. Sus esposas cartografiaron meticulosamente el mapa de los prejuicios imperantes. Cada una de sus frases era una señal de aviso, engastada en la advertencia: ¡Preste atención, joven! Ellas habían levantado una topografía profusa y estaban seguras de los vocablos que correspondían a la India. El clima, «fatal»; la servidumbre, «de pocas luces»; las calles, «sépticas », y las mujeres indias, todo a la vez, por lo que, ¡preste atención, joven!, es preciso evitarlas a toda costa, aunque entretanto se hayan instaurado algunos vicios, como si no se pudiera exigir a nuestros hombres un poco de moral y de autocontrol. Lo mejor, no escucha- 28

estela flotaban quepis y calvas, turbantes y topis. Él no acertaba a distinguir ningún rostro a su<br />

alrededor <strong>en</strong> esos remolinos, y le costó <strong>un</strong> rato percibir <strong>un</strong>a imag<strong>en</strong> con s<strong>en</strong>tido: delante de <strong>un</strong>a<br />

ti<strong>en</strong>da, las garras de <strong>un</strong> t<strong>en</strong>dero reposaban sobre sacos de arroz. Burton se reclinó <strong>en</strong> el asi<strong>en</strong>to<br />

mi<strong>en</strong>tras el coche salía del puerto y doblaba para ad<strong>en</strong>trarse <strong>en</strong> <strong>un</strong>a calle ancha. Un chico esquivó<br />

por poco los cascos de los caballos como exigía la prueba de valor, y se premió a sí mismo con<br />

<strong>un</strong>a sonrisa. A <strong>un</strong> hombre lo estaban afeitando j<strong>un</strong>to a <strong>un</strong>as ruedas que daban vueltas. Le<br />

pusieron delante a <strong>un</strong> niño sin piel. Él se asustó <strong>un</strong> instante y lo olvidó de nuevo. El cochero<br />

parecía nombrar los edificios que flanqueaban la calle: Apollo Gate, detrás Fort, Secretariat,<br />

Forbes House. ¡Un cipayo! El cochero señaló <strong>un</strong>a gorra que cubría <strong>un</strong>os mugri<strong>en</strong>tos cabellos,<br />

más abajo, <strong>un</strong>as piernas delgadas y peludas bajo <strong>un</strong> pantalón de trabajo demasiado corto.<br />

Espantoso, p<strong>en</strong>só Burton, ésos son los soldados nativos que estarán bajo mi mando, cielo santo,<br />

esa ropa, puro teatro, hasta la expresión del rostro parece copiada de los británicos. El carruaje<br />

pasó al trote ante <strong>un</strong> racimo de mujeres con tatuajes <strong>en</strong> las manos y <strong>en</strong> los pies. Una boda, el<br />

cochero se regocijó. Las <strong>en</strong>galanadas desaparecieron deprisa al doblar la esquina. Los edificios,<br />

<strong>en</strong> su mayoría de tres pisos, parecían atacados por la gangr<strong>en</strong>a. Un hombre expectoró <strong>en</strong> <strong>un</strong>o de<br />

los balcones de madera y escupió sus achaques a la calle. Los escasos edificios con porte<br />

parecían vigilantes de <strong>un</strong>a colonia de leprosos. Burton divisaba <strong>un</strong>a y otra vez <strong>en</strong>tre las copas de<br />

las palmeras las cornejas de cabeza gris. En <strong>un</strong>a ocasión, éstas describieron círculos por <strong>en</strong>cima<br />

de <strong>un</strong> ángel de mármol al que <strong>un</strong>a mujer cubierta con <strong>un</strong> velo besaba los pies. Poco antes de<br />

llegar al hotel vio cómo desc<strong>en</strong>dían <strong>un</strong>as cornejas sobre <strong>un</strong> cadáver. A veces, el cochero se<br />

volvió <strong>en</strong> pl<strong>en</strong>a marcha, no esperan a que llegue la muerte.<br />

El British Hotel de Bombay no se parecía <strong>un</strong> ápice al Hotel Britain de Brighton. En Bombay se<br />

pedía más dinero por m<strong>en</strong>os confort, <strong>un</strong>o t<strong>en</strong>ía que conseguir cama, mesa y silla. En Brighton<br />

ningún cadete borracho con pelo de brezo y ali<strong>en</strong>to hediondo se subía de noche a <strong>un</strong>a silla para<br />

mirar de hito <strong>en</strong> hito a sus vecinos de cuarto por <strong>en</strong>cima de la pared de muselina. Burton, que no<br />

dormía desde hacía horas, apartó el mosquitero y arrojó al cadete el objeto más cercano que<br />

<strong>en</strong>contró debajo de su cama. El proyectil le acertó <strong>en</strong> pl<strong>en</strong>a cara. El<br />

27

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!