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6. Eliminación de obstáculos<br />
Con m<strong>en</strong>os de doce criados no puedo organizar la casa, había afirmado con tono solemne<br />
Naukaram. A continuación, Burton le había permitido escoger a doce criados. Vete a saber cómo<br />
y dónde los re<strong>un</strong>ió. Le traía sin cuidado. Por el mom<strong>en</strong>to había decidido dejar pl<strong>en</strong>a libertad a<br />
Naukaram. Burton aceptó a los doce desconocidos de piel oscura que se deslizaban <strong>en</strong> la<br />
habitación, desempeñaban su trabajo <strong>en</strong> sil<strong>en</strong>cio y, por lo demás, observaban <strong>un</strong>a sumisión casi<br />
imperceptible, las palmas de las manos <strong>un</strong>a sobre la otra, la mirada fija <strong>en</strong> él. A veces se olvidaba<br />
de ellos y se asustaba cuando metían ruido. Compartía los días <strong>en</strong> el b<strong>un</strong>galow con ellos; los días<br />
claros, que se tornaban más calurosos y pegajosos, se s<strong>en</strong>taba al escritorio, detrás de la celosía<br />
que lo blindaba del exterior. Así podía leer y escribir con cierta comodidad. ¿Qué otra cosa podía<br />
hacer? En las horas posteriores al amanecer <strong>en</strong>señaba el abecé de la instrucción a <strong>un</strong>a tropa<br />
reclutada al azar y desmotivada, y habría requerido cierta ofuscación considerar importante la<br />
tarea de formar a esa soldadesca imperial. La seguridad de ese puesto exterior <strong>en</strong> el recinto no<br />
suscitaba preocupación alg<strong>un</strong>a, los nativos estaban tranquilos, las últimas pérdidas se remontaban<br />
a <strong>un</strong>os años atrás, cuando, durante <strong>un</strong> desfile <strong>en</strong> el palacio del maharajá, <strong>un</strong> elefante <strong>en</strong>loqueció y<br />
aplastó a varios cipayos. Por lo demás reinaba tal sil<strong>en</strong>cio que creía oír el latido del cerrilismo.<br />
Le asqueaba el pegajoso embrutecimi<strong>en</strong>to de <strong>un</strong>a vida consagrada al billar y al bridge, se negaba<br />
a esperar a que transcurriera el tiempo que debía estar de servicio h<strong>un</strong>dido <strong>en</strong> cojines tan gruesos<br />
como <strong>en</strong>mohecidos, con la mirada clavada <strong>en</strong> aquellas uñas <strong>en</strong> las que se acumulaban la ar<strong>en</strong>a y<br />
el polvo. Sólo había <strong>un</strong>a posibilidad de no desperdiciar la vida: apr<strong>en</strong>der idiomas. Los idiomas<br />
eran <strong>un</strong> arma con la que se liberaría de las ataduras del tedio, impulsaría su carrera, aguardaría<br />
tareas más ambiciosas. En el barco había pescado indostaní sufici<strong>en</strong>te como para ori<strong>en</strong>tarse con<br />
tosquedad y no hacer el ridículo ante los nativos, y eso –según había comprobado para asombro<br />
suyo– era más de lo que eran capaces incluso los oficiales cond<strong>en</strong>ados desde hacía tiempo a la<br />
India. Uno de ellos hablaba exclusivam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> imperativo; otro utilizaba siempre la conjugación<br />
fem<strong>en</strong>ina, todos sabían que repetía de forma maquinal las palabras de su amante nativa. Un<br />
escocés no había podido adaptar su ac<strong>en</strong>to, de manera que sus compatriotas lo <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dían con<br />
esfuerzo y los nativos nada. Si se av<strong>en</strong>turaba <strong>en</strong> el in-<br />
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