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Como si no hubiera navegado por medio m<strong>un</strong>do, las cosas a su alrededor le hacían s<strong>en</strong>tirse como<br />
<strong>en</strong> casa: las estancias del club de oficiales, las paredes con pesadas molduras de madera, tapices<br />
hogareños de color azul zafiro, adornados con medallones, que habían sido importados de Wilton<br />
y que <strong>en</strong> alg<strong>un</strong>as partes ya se abombaban. Su primera noche <strong>en</strong> el «club». Como debutante. No<br />
necesitó adaptarse. Ni <strong>un</strong> ápice. Tan sólo superar su repugnancia. Eran Oxford y Londres,<br />
siempre lo mismo, y vuelta a empezar. Todo le resultaba familiar, los cuadros, los marcos,<br />
alg<strong>un</strong>os caballos pintados que brillaban por el barniz, las re<strong>un</strong>iones <strong>en</strong> el jardín <strong>en</strong>galanadas con<br />
<strong>en</strong>jambres de niños, pesado de digerir como <strong>un</strong> pastel de Navidad; todo le resultaba tan familiar:<br />
las mesas bajas, los sillones, el bar, las botellas, hasta los bigotes. Todo aquello de lo que había<br />
huido se abalanzaba sobre él.<br />
–Sin abanicos morirá usted durante la canícula. Necesita imperiosam<strong>en</strong>te <strong>un</strong> khelassy.<br />
–O varios.<br />
–¿Para los abanicos?<br />
–Por supuesto. Y <strong>en</strong>cárguese de que el khelassy revise con regularidad los cordeles de los que<br />
cuelga la maldita pieza. Con el tiempo se part<strong>en</strong> <strong>en</strong> dos.<br />
–Conf<strong>un</strong>dimos al jov<strong>en</strong> con tantos detalles. Escuche: <strong>en</strong> estas latitudes t<strong>en</strong>drá que vérselas con<br />
vagos redomados que son infatigables a la hora de inv<strong>en</strong>tar disculpas para escaquearse del<br />
trabajo.<br />
–El argum<strong>en</strong>to de la pureza es especialm<strong>en</strong>te refinado.<br />
–Con eso no se juega.<br />
–A qui<strong>en</strong> no lo compr<strong>en</strong>de le sacan lo que dese<strong>en</strong>.<br />
–Supongamos por ejemplo que usted quiere leer el periódico mi<strong>en</strong>tras le lavan los pies. En <strong>un</strong><br />
chillumchi grande y bonito.<br />
–Nosotros lo llamamos chi-chi.<br />
–La g<strong>en</strong>te como nosotros no le da vueltas a algo así, pero al tipo que lava sus pies los demás lo<br />
consideran impuro, pues los pies son impuros y usted es cristiano y por tanto impuro de por sí.<br />
–Cuesta creerlo, ¿verdad?<br />
–Así que no podrá <strong>en</strong>cargarse de ningún trabajo <strong>en</strong> la casa que le exija <strong>en</strong>trar <strong>en</strong> contacto con<br />
otros criados. Los de linaje más elevado ni siquiera tocarían el chi-chi. Así que incluso para <strong>un</strong><br />
trabajo tan simple necesita a <strong>un</strong>o que vierta el agua y a otro que le seque los pies. Pero no acaba<br />
ahí la cosa. No se imagina lo impuro que se considera al chico que limpia el retrete. Éste no sirve<br />
para ningún otro trabajo.<br />
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