Bajá un capítulo en pdf - Rolling Stone

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14.05.2013 Views

detenido inclinándose ligeramente. Se agacha y vuelve a levantar la cabeza, su cuerpo no ofrece resistencia contra las numerosas manos que tiran de él. El hombre parece petrificado. Ahora alza la cabeza. Uno de los chacales se separa de la jauría, seguido por otros. Abandonan a ese hombre que sobresale entre ellos. El lahiya ve cómo los demás escribientes lo señalan con sus dedos sabihondos. El hombre alto se le acerca, el rostro marcado por un orgullo porfiado y un soso bigote gris. El lahiya sabe que esta vez los demás escritorzuelos se quedan con las ganas, a pesar de que se atan sus dhoti con indiferencia y se comportan como si el mundo no guardase secretos para ellos. Ese hombre alberga sin duda un deseo que sólo puede satisfacer el viejo lahiya. –Las cartas a las autoridades del Imperio Británico son mi especialidad. –No ha de ser una carta corriente... –También las cartas a la Honorable Compañía de las Indias Orientales. –¿Incluyendo a oficiales? –Por supuesto. –No debe ser una carta formal. –Escribiremos lo que desee. Pero es preciso guardar ciertas formalidades. Los señores insisten en la forma. La mínima falta en la composición, el más mínimo fallo en el tratamiento, y la carta no valdrá un anna. –Hay mucho que explicar. He asumido tareas que ningún otro... –Seremos tan minuciosos como el asunto lo requiera. –Fui su asistente durante muchos años. No sólo aquí, en Baroda... Yo lo acompañé cuando lo trasladaron... –Entiendo, entiendo. –Y le serví fielmente. –Sin duda. –Sin mí habría estado perdido. –Por supuesto. –¿Y cómo me recompensó por ello? –La ingratitud es el salario del noble. –¡Yo le salvé la vida! –¿Podría saber a quién va dirigida la carta? –A nadie. –¿A nadie? Eso es inusual. –A ninguna persona concreta. 31

–Entiendo. ¿Quiere usted utilizar la carta varias veces? –No. O mejor dicho, sí. No sé a quién he de entregarla. Todos los angrezi de la ciudad lo conocían, hace tiempo de eso, quizá demasiado, no sé, algunos seguro que siguen en Baroda. Esta mañana he visto al teniente Whistler. Ha pasado en un carruaje, uno de esos nuevos con medio techo de cuero, un hermoso coche. Ha estado a punto de atropellarme. Lo he reconocido enseguida. Visitó nuestra casa en varias ocasiones. Corrí tras el carruaje, tenía que detenerse pronto. Pregunté al cochero. –¿Y? –No, contestó, éste es el carruaje del coronel Whistler. No me había equivocado. Mi amo se burlaba de su nombre. –¡Así pues, escribiremos al coronel Whistler! Para manifestar su disposición, el lahiya abre el pequeño tintero, empuña la pluma, raspa para probar, se inclina hacia delante y permanece así. El polvo levantado por el recién llegado se ha posado. Una voz vacilante comienza su relato desde la luz martirizadora a la que el lahiya ya no quiere mirar parpadeando. Las conjeturas se convierten en insinuaciones, las insinuaciones en sombras, las sombras en personas, los desconocidos se convierten en personas con nombres, rasgos y rostro. El lahiya sujeta con fuerza la pluma entre los dedos, pero no entiende ni el desenlace ni el motivo de la biografía que ese hombre relata. Carece de sentido describir esos perfiles confusos. –Escuche. De esto así no sacará provecho. Unos cuantos pensamientos, notas y esbozos primero, después yo presentaré sugerencias sobre la manera de configurar la carta. –Pero... necesito saber cuánto costará. –Anticipe dos rupias, Naukaram-bhai. Más tarde veremos el trabajo que requiere. 2. De una sílaba A veces la ciudad, harta, eructaba. Todo olía a vómito. En el borde de la calle yacía un sueño a medio digerir que no tardaría en deshacerse. Una cuchara cortaba la carne de una papaya muy madura, las plantas del pie exudaban cilantro al regresar a casa desde el mercado. No sabía qué le repugnaba más, si la brisa marina, en la marea baja 32

det<strong>en</strong>ido inclinándose ligeram<strong>en</strong>te. Se agacha y vuelve a levantar la cabeza, su cuerpo no ofrece<br />

resist<strong>en</strong>cia contra las numerosas manos que tiran de él. El hombre parece petrificado. Ahora alza<br />

la cabeza. Uno de los chacales se separa de la jauría, seguido por otros. Abandonan a ese hombre<br />

que sobresale <strong>en</strong>tre ellos. El lahiya ve cómo los demás escribi<strong>en</strong>tes lo señalan con sus dedos<br />

sabihondos. El hombre alto se le acerca, el rostro marcado por <strong>un</strong> orgullo porfiado y <strong>un</strong> soso<br />

bigote gris. El lahiya sabe que esta vez los demás escritorzuelos se quedan con las ganas, a pesar<br />

de que se atan sus dhoti con indifer<strong>en</strong>cia y se comportan como si el m<strong>un</strong>do no guardase secretos<br />

para ellos. Ese hombre alberga sin duda <strong>un</strong> deseo que sólo puede satisfacer el viejo lahiya.<br />

–Las cartas a las autoridades del Imperio Británico son mi especialidad.<br />

–No ha de ser <strong>un</strong>a carta corri<strong>en</strong>te...<br />

–También las cartas a la Honorable Compañía de las Indias Ori<strong>en</strong>tales.<br />

–¿Incluy<strong>en</strong>do a oficiales?<br />

–Por supuesto.<br />

–No debe ser <strong>un</strong>a carta formal.<br />

–Escribiremos lo que desee. Pero es preciso guardar ciertas formalidades.<br />

Los señores insist<strong>en</strong> <strong>en</strong> la forma. La mínima falta <strong>en</strong> la composición, el más mínimo fallo <strong>en</strong> el<br />

tratami<strong>en</strong>to, y la carta no valdrá <strong>un</strong> anna.<br />

–Hay mucho que explicar. He asumido tareas que ningún otro...<br />

–Seremos tan minuciosos como el as<strong>un</strong>to lo requiera.<br />

–Fui su asist<strong>en</strong>te durante muchos años. No sólo aquí, <strong>en</strong> Baroda... Yo lo acompañé cuando lo<br />

trasladaron...<br />

–Enti<strong>en</strong>do, <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>do.<br />

–Y le serví fielm<strong>en</strong>te.<br />

–Sin duda.<br />

–Sin mí habría estado perdido.<br />

–Por supuesto.<br />

–¿Y cómo me recomp<strong>en</strong>só por ello?<br />

–La ingratitud es el salario del noble.<br />

–¡Yo le salvé la vida!<br />

–¿Podría saber a quién va dirigida la carta?<br />

–A nadie.<br />

–¿A nadie? Eso es inusual.<br />

–A ning<strong>un</strong>a persona concreta.<br />

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