14.05.2013 Views

Bajá un capítulo en pdf - Rolling Stone

Bajá un capítulo en pdf - Rolling Stone

Bajá un capítulo en pdf - Rolling Stone

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

ILIJA TROJANOW<br />

EL COLECCIONISTA DE MUNDOS<br />

Traducido del alemán por Rosa Pilar Blanco


Agradecimi<strong>en</strong>tos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 10<br />

Última transmutación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17<br />

India Británica<br />

Las historias del escribano del criado del señor . . . . . . . . . . . 25<br />

Arabia<br />

El peregrino, los sátrapas y el sello del interrogatorio . . . . . . . 181<br />

África Ori<strong>en</strong>tal<br />

La escritura se difumina <strong>en</strong> el recuerdo . . . . . . . . . . . . . . . . 273<br />

Revelación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 385<br />

Glosario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 395<br />

Índice


India Británica


Las historias del escribano<br />

del criado del señor<br />

0. Primeros pasos<br />

Tras meses de travesía expuesto a relaciones fortuitas, a habladurías sin cu<strong>en</strong>to, la lectura<br />

racionada con marejada, trueques con los criados de Indostán: vino de Oporto a cambio de<br />

vocabulario, aste aste* <strong>en</strong> la calma chicha, ¡m<strong>en</strong>uda resaca!, khatarnak y khabardar <strong>en</strong> la<br />

torm<strong>en</strong>ta delante del cabo, las olas golpeaban <strong>en</strong> empinada formación, ningún pasajero retuvo la<br />

c<strong>en</strong>a <strong>en</strong> aquella posición escorada. Ciertas cosas eran difíciles de expresar, los días se tornaron<br />

cada vez más extraños, cada cual hablaba consigo mismo, así fueron arrastrados a través<br />

del océano Índico.<br />

Después, el golfo. Las velas hinchadas atrapaban aire igual que las manos el agua. A través de<br />

<strong>un</strong>os prismáticos frotados con aceite de clavo de especia vieron, a primera vista, lo que ya habían<br />

olido. Resultaba imposible determinar cuándo alcanzarían tierra firme. La cubierta era la<br />

plataforma de observación, esc<strong>en</strong>ario de todos los com<strong>en</strong>tarios.<br />

–Es <strong>un</strong> tabla.<br />

Interrumpidos mi<strong>en</strong>tras conversaban j<strong>un</strong>to a la borda, los británicos se volvieron. Un nativo de<br />

edad, con <strong>un</strong> s<strong>en</strong>cillo vestido blanco de algodón, se <strong>en</strong>contraba justo detrás de ellos. Su corta<br />

estatura no hacía honor a la pot<strong>en</strong>cia de su voz. La barba blanca le llegaba hasta la barriga, pero<br />

t<strong>en</strong>ía la fr<strong>en</strong>te lisa. Les sonreía con amabilidad, a<strong>un</strong>que se les había acercado demasiado.<br />

–Un tambor doble. Un bol de Bom y Bay.<br />

El hombre sacó sus dos manos y brazos y los movió como acompañami<strong>en</strong>to de su voz grave.<br />

–A la izquierda la bahía b<strong>en</strong>dita, Bom Bahia, y a la derecha Mum-<br />

* Al final del libro <strong>un</strong> glosario (págs. 395-398) aclara el significado de las palabras extranjeras, que destacamos <strong>en</strong><br />

cursiva la primera vez que aparec<strong>en</strong> <strong>en</strong> la novela. (N. del E.)<br />

25


a Aai, la diosa de los pescadores. Un tintaal de cuatro sílabas. Si lo desean, se lo <strong>en</strong>seño.<br />

Se metió <strong>en</strong>tre ellos dos y com<strong>en</strong>zó a golpear con ambos dedos índice mi<strong>en</strong>tras sacudía la<br />

mel<strong>en</strong>a.<br />

Bom-Bom-Bay-Bay<br />

Bom-Bom-Bai-Bai<br />

Mum-Mum, Bai-Bai<br />

Bom-Bom-Bay-Bay.<br />

–Bárbaro y estrid<strong>en</strong>te, como le corresponde a <strong>un</strong> ritmo que su<strong>en</strong>a desde hace siglos: por <strong>un</strong> lado<br />

Europa, por otro la India. En realidad es s<strong>en</strong>cillo para aquel que sepa escuchar.<br />

Los ojos del hombre sonreían satisfechos. Los pasajeros de categoría fueron llamados para<br />

desembarcar: la chalupa esperaba, la India se hallaba a <strong>un</strong>os cuantos golpes de remo. Burton<br />

ayudó a subir los escalones a <strong>un</strong>a de las damas arrobadas. Cuando ella se acomodó, las manos <strong>en</strong><br />

el regazo, él se dio la vuelta. Vio al tamborilero de pelo y barba blancos, tieso sobre la cubierta,<br />

las piernas muy abiertas, los brazos cruzados a la espalda. Sus ojos se movían inquietos detrás de<br />

los gruesos cristales de las gafas. ¡Pas<strong>en</strong>, pas<strong>en</strong>! Pero vigil<strong>en</strong> su equipaje. Esto no es Gran<br />

Bretaña. ¡Pisan ustedes territorio <strong>en</strong>emigo! Y su risa escapó volando cuando la chalupa gimió <strong>en</strong><br />

su desc<strong>en</strong>so hacia el mar, colgada de las maromas.<br />

Durante el desembarco se reveló el <strong>en</strong>gaño de los prismáticos. El muelle se levantaba sobre<br />

pescado podrido, cubierto de orina seca y agua biliosa. Con las mangas se taparon de inmediato<br />

la nariz. Siglos de podredumbre apisonados por g<strong>en</strong>tes descalzas hasta convertirlos <strong>en</strong> tierra<br />

firme sobre la que chillaba <strong>un</strong> sudoroso <strong>un</strong>iformado. Los recién llegados acecharon a su<br />

alrededor, indecisos. La curiosidad quedó aplazada hasta nueva ord<strong>en</strong>. ¡Déj<strong>en</strong>os actuar a<br />

nosotros! ¡Nosotros nos <strong>en</strong>cargaremos de su trabajo! Richard Burton, con orgullosa<br />

circ<strong>un</strong>spección, atajó <strong>en</strong> indostaní el inglés pegajoso de <strong>un</strong> ag<strong>en</strong>te. Llamó a <strong>un</strong> culi que se<br />

mant<strong>en</strong>ía apartado ignorando el barullo, preg<strong>un</strong>tó, escuchó, negoció, vigiló sus baúles mi<strong>en</strong>tras<br />

los cargaban a la espalda para transportarlos hasta <strong>un</strong>o de los coches de p<strong>un</strong>to preparados. El<br />

cochero informó de que el trayecto era corto, y a bajo precio. El carruaje se deslizaba a través de<br />

la masa humana como <strong>un</strong>a lancha sirgada. En su<br />

26


estela flotaban quepis y calvas, turbantes y topis. Él no acertaba a distinguir ningún rostro a su<br />

alrededor <strong>en</strong> esos remolinos, y le costó <strong>un</strong> rato percibir <strong>un</strong>a imag<strong>en</strong> con s<strong>en</strong>tido: delante de <strong>un</strong>a<br />

ti<strong>en</strong>da, las garras de <strong>un</strong> t<strong>en</strong>dero reposaban sobre sacos de arroz. Burton se reclinó <strong>en</strong> el asi<strong>en</strong>to<br />

mi<strong>en</strong>tras el coche salía del puerto y doblaba para ad<strong>en</strong>trarse <strong>en</strong> <strong>un</strong>a calle ancha. Un chico esquivó<br />

por poco los cascos de los caballos como exigía la prueba de valor, y se premió a sí mismo con<br />

<strong>un</strong>a sonrisa. A <strong>un</strong> hombre lo estaban afeitando j<strong>un</strong>to a <strong>un</strong>as ruedas que daban vueltas. Le<br />

pusieron delante a <strong>un</strong> niño sin piel. Él se asustó <strong>un</strong> instante y lo olvidó de nuevo. El cochero<br />

parecía nombrar los edificios que flanqueaban la calle: Apollo Gate, detrás Fort, Secretariat,<br />

Forbes House. ¡Un cipayo! El cochero señaló <strong>un</strong>a gorra que cubría <strong>un</strong>os mugri<strong>en</strong>tos cabellos,<br />

más abajo, <strong>un</strong>as piernas delgadas y peludas bajo <strong>un</strong> pantalón de trabajo demasiado corto.<br />

Espantoso, p<strong>en</strong>só Burton, ésos son los soldados nativos que estarán bajo mi mando, cielo santo,<br />

esa ropa, puro teatro, hasta la expresión del rostro parece copiada de los británicos. El carruaje<br />

pasó al trote ante <strong>un</strong> racimo de mujeres con tatuajes <strong>en</strong> las manos y <strong>en</strong> los pies. Una boda, el<br />

cochero se regocijó. Las <strong>en</strong>galanadas desaparecieron deprisa al doblar la esquina. Los edificios,<br />

<strong>en</strong> su mayoría de tres pisos, parecían atacados por la gangr<strong>en</strong>a. Un hombre expectoró <strong>en</strong> <strong>un</strong>o de<br />

los balcones de madera y escupió sus achaques a la calle. Los escasos edificios con porte<br />

parecían vigilantes de <strong>un</strong>a colonia de leprosos. Burton divisaba <strong>un</strong>a y otra vez <strong>en</strong>tre las copas de<br />

las palmeras las cornejas de cabeza gris. En <strong>un</strong>a ocasión, éstas describieron círculos por <strong>en</strong>cima<br />

de <strong>un</strong> ángel de mármol al que <strong>un</strong>a mujer cubierta con <strong>un</strong> velo besaba los pies. Poco antes de<br />

llegar al hotel vio cómo desc<strong>en</strong>dían <strong>un</strong>as cornejas sobre <strong>un</strong> cadáver. A veces, el cochero se<br />

volvió <strong>en</strong> pl<strong>en</strong>a marcha, no esperan a que llegue la muerte.<br />

El British Hotel de Bombay no se parecía <strong>un</strong> ápice al Hotel Britain de Brighton. En Bombay se<br />

pedía más dinero por m<strong>en</strong>os confort, <strong>un</strong>o t<strong>en</strong>ía que conseguir cama, mesa y silla. En Brighton<br />

ningún cadete borracho con pelo de brezo y ali<strong>en</strong>to hediondo se subía de noche a <strong>un</strong>a silla para<br />

mirar de hito <strong>en</strong> hito a sus vecinos de cuarto por <strong>en</strong>cima de la pared de muselina. Burton, que no<br />

dormía desde hacía horas, apartó el mosquitero y arrojó al cadete el objeto más cercano que<br />

<strong>en</strong>contró debajo de su cama. El proyectil le acertó <strong>en</strong> pl<strong>en</strong>a cara. El<br />

27


cadete se cayó de la silla, maldijo <strong>en</strong> voz baja hasta que se <strong>en</strong>c<strong>en</strong>dió <strong>un</strong>a vela y se oyó <strong>un</strong> grito: el<br />

cadete había reconocido el proyectil, <strong>un</strong>a rata que Burton había matado poco antes con <strong>un</strong>a bota.<br />

Sólo la pared de tela protegía al <strong>en</strong>juto cadete de sus propias am<strong>en</strong>azas. Burton metió por<br />

seg<strong>un</strong>da vez la mano debajo de la cama y sacó <strong>un</strong>a botella de brandy. Las lagartijas eran<br />

emisarios de la bu<strong>en</strong>a suerte; las ratas, del odio. Las lagartijas se adherían a la pared como<br />

miniaturas de colores. Las ratas se escondían. A veces <strong>en</strong> vano.<br />

Su vecino del otro lado era <strong>un</strong> sanitario militar <strong>en</strong> su primer destino. S<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> el alféizar de la<br />

v<strong>en</strong>tana miraba hacia el mar. Hasta que el vi<strong>en</strong>to le dio <strong>en</strong> la cara. «¡At<strong>en</strong>ción», gritó por el<br />

dormitorio, «el vi<strong>en</strong>to trae hasta nosotros asado hindú!» Y su gritó atravesó la estrecha escalera<br />

aterrizando sobre la fr<strong>en</strong>te del parsi adormilado que at<strong>en</strong>día a los cli<strong>en</strong>tes con exagerado<br />

servilismo. «Cerrad ojos y escotillas.» El parsi abrió los ojos y sacudió la cabeza malhumorado.<br />

Esos malditos ghoras sólo soportaban aquella visión con vi<strong>en</strong>to <strong>en</strong> popa.<br />

El sanitario militar se negó a acompañar a Burton al lugar de la cremación. Había que guardarse<br />

de la falsa curiosidad, declaró como bu<strong>en</strong> retoño de la prédica paterna, recién desvinculado de la<br />

tutela de su madre. Burton int<strong>en</strong>tó <strong>en</strong>tonar <strong>un</strong>a loa a la curiosidad, pero pronto percibió la escasa<br />

compr<strong>en</strong>sión que merecían sus propias experi<strong>en</strong>cias, la niñez <strong>en</strong> Italia y Francia como<br />

corresponde al hijo de <strong>un</strong> hombre inquieto, el periodo de internado <strong>en</strong> la pret<strong>en</strong>dida patria. Con<br />

todo, el sanitario se dejó conv<strong>en</strong>cer para cruzar Carnac Road, la frontera <strong>en</strong>tre el cerebro del<br />

imperio y sus intestinos, según averiguó Burton <strong>en</strong> su primer banquete de gala, <strong>en</strong> compañía de<br />

damas y caballeros que administraban de bu<strong>en</strong> grado distritos <strong>en</strong>teros, hijos de t<strong>en</strong>deros ingleses<br />

de provincias, desc<strong>en</strong>di<strong>en</strong>tes de alguaciles que eran conducidos sobre manos paganas de la<br />

sombra al fresco, más ricos y poderosos de lo que habían osado imaginar <strong>en</strong> sus sueños más<br />

audaces. Sus esposas cartografiaron meticulosam<strong>en</strong>te el mapa de los prejuicios imperantes. Cada<br />

<strong>un</strong>a de sus frases era <strong>un</strong>a señal de aviso, <strong>en</strong>gastada <strong>en</strong> la advert<strong>en</strong>cia: ¡Preste at<strong>en</strong>ción, jov<strong>en</strong>!<br />

Ellas habían levantado <strong>un</strong>a topografía profusa y estaban seguras de los vocablos que<br />

correspondían a la India. El clima, «fatal»; la servidumbre, «de pocas luces»; las calles, «sépticas<br />

», y las mujeres indias, todo a la vez, por lo que, ¡preste at<strong>en</strong>ción, jov<strong>en</strong>!, es preciso evitarlas a<br />

toda costa, a<strong>un</strong>que <strong>en</strong>tretanto se hayan instaurado alg<strong>un</strong>os vicios, como si no se pudiera exigir a<br />

nuestros hombres <strong>un</strong> poco de moral y de autocontrol. Lo mejor, no escucha-<br />

28


á usted <strong>un</strong> consejo más sincero, es ¡que se mant<strong>en</strong>ga alejado de todo lo extranjero!<br />

Tolva callejera. A cada paso, <strong>un</strong> roce. Burton t<strong>en</strong>ía que apartarse continuam<strong>en</strong>te de <strong>un</strong> salto, su<br />

at<strong>en</strong>ción se c<strong>en</strong>traba <strong>en</strong> los que cargaban, arrastraban, empujaban. En la marea humana sólo eran<br />

visibles las cargas, bultos descom<strong>un</strong>ales que flotaban y se balanceaban sobre el oleaje de cabezas<br />

oscilantes. Traperías. Talleres debajo de <strong>un</strong> montón de talleres iguales. Los v<strong>en</strong>dedores se<br />

abanicaban sobre las esteras; a sus espaldas, <strong>en</strong>tradas angostas que conducían a antros barrigudos<br />

como la rutina, infestados de moscas. Burton casi tuvo que suplicar a esos t<strong>en</strong>deros para que le<br />

v<strong>en</strong>dieran algo, y cuando se prestaban a ello, le ofrecían lo peor de lo que disponían, juraban la<br />

excel<strong>en</strong>cia de la mercancía bajo palabra de honor, hasta que él aceptaba el puñal o la deidad de<br />

piedra. Entonces com<strong>en</strong>zaba <strong>un</strong> tira y afloja por el precio, acompañado por reiterados suspiros y<br />

muecas.<br />

Hablas bi<strong>en</strong> el dialecto de estos tipos, com<strong>en</strong>tó el sanitario con retintín. Burton rió: las damas del<br />

día anterior se habrían quedado horrorizadas. Seguram<strong>en</strong>te pi<strong>en</strong>san que compartir <strong>un</strong> idioma es<br />

lo mismo que compartir el lecho. La Ciudad Negra, la parte más antigua de Bombay. De pronto,<br />

ante ellos <strong>un</strong> templo, <strong>un</strong>a mezquita, con manchas polícromas y adorno monocromo. Al sanitario<br />

le asqueaba la diosa deforme cuya grotesca cabeza era mucho más grande que el cuerpo.<br />

Alégrate de la sorpresa, al fin y al cabo ésta es la patrona de la ciudad con múltiples l<strong>en</strong>guas<br />

vernáculas, a<strong>un</strong>que la diosa <strong>en</strong> sí es muda. Pasaron j<strong>un</strong>to a <strong>un</strong>a tumba. Unas mazas p<strong>en</strong>dían de la<br />

pared al lado del cadáver, cubierto con <strong>un</strong>a tela verde bordada. El instrum<strong>en</strong>to mágico del santo<br />

Baba, les explicó <strong>un</strong> vigilante, calabazas de África. Leprosos y perros intocables. Los miembros<br />

secos de los m<strong>en</strong>digos estaban recubiertos del color sagrado; al lado vagaba <strong>un</strong>a vaca deforme,<br />

con su corta quinta pata pintada de naranja; algo más lejos <strong>un</strong> hombre sin miembros yacía sobre<br />

<strong>un</strong>a estera <strong>en</strong> medio de la calleja que conducía a la <strong>en</strong>trada trasera de la Gran Mezquita, a su<br />

alrededor monedas esparcidas como pústulas caídas. Un hombre desnudo de piel oscura det<strong>en</strong>ía<br />

la circulación. Iba embadurnado de grasa de la cabeza a los pies y <strong>un</strong> pañuelo rojo ceñía su<br />

fr<strong>en</strong>te. Empuñaba <strong>un</strong>a espada. Una nutrida multitud se congregaba <strong>en</strong> torno a sus alaridos<br />

inf<strong>un</strong>dados. Mostradme el camino recto, gritaba el hombre blandi<strong>en</strong>do la espada <strong>en</strong> el aire. Al<br />

lado de Burton, <strong>un</strong> anciano musitaba algo con la átona monotonía de <strong>un</strong>a oración, mi<strong>en</strong>tras el<br />

hombre desnudo blandía la espada a modo<br />

29


de látigo y la multitud se <strong>en</strong>fadaba con él poco a poco. ¿Qué pasa aquí? No <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>do qué ocurre.<br />

El sanitario se escondía detrás de Burton. El hombre desnudo dio vueltas <strong>en</strong> círculo con la espada<br />

estirada hasta que tropezó, la espada se le escurrió, y <strong>un</strong>os hombres de <strong>en</strong>tre la multitud se<br />

abalanzaron sobre él y com<strong>en</strong>zaron a golpearlo y a propinarle patadas. No te metas, le suplicaba<br />

el sanitario, eres alto, quizá seas fuerte, pero no puedes competir con estos salvajes. ¿Y si lo<br />

matan? ¡Eso ni nos va ni nos vi<strong>en</strong>e!<br />

Dos monzones, Dick, dijo el sanitario de vuelta a casa, ésa es la esperanza media de vida de <strong>un</strong><br />

recién llegado. No te preocupes, lo consoló Burton, eso seguro que sólo rige para qui<strong>en</strong>es viv<strong>en</strong><br />

con excesiva precaución y muer<strong>en</strong> de estiptiquez. ¿De estiptiquez?, musitó el sanitario. No estoy<br />

preparado para eso.<br />

1. El sirvi<strong>en</strong>te<br />

Nadie visitaría al lahiya a esas horas. No <strong>en</strong> ese mes de sequía. En el templo volverían a implorar<br />

lluvia a los dioses, pero él, ¿qué más iba a prometer a Ganesh? En realidad podría marcharse,<br />

cerrar su oficina, huir del polvo, pero su cobijo queda lejos. Ti<strong>en</strong>e preparados papel y pluma, a<br />

pesar de que nadie lo visitará. No a esa hora, ni <strong>en</strong> ese mes de sequía. Le falta sosiego para<br />

echarse la siesta. Se ha acostumbrado a no perder de vista a los demás escribanos, esos chacales.<br />

Cómo pelean por cada cli<strong>en</strong>te ap<strong>en</strong>as dobla la esquina ad<strong>en</strong>trándose <strong>en</strong> la calle, cómo tantean su<br />

inseguridad hasta que el cli<strong>en</strong>te se si<strong>en</strong>ta y expone su <strong>en</strong>cargo como si fuese <strong>un</strong> ruego. N<strong>un</strong>ca se<br />

dará cu<strong>en</strong>ta de cómo lo han <strong>en</strong>gañado esos infames canallas. Ellos todavía lo respetan y lo tem<strong>en</strong>.<br />

Él ignora el motivo de sus temores, pero su voz, más vigorosa que su cuerpo, los manti<strong>en</strong>e a<br />

raya. Puede confiar <strong>en</strong> sus fuerzas, <strong>en</strong> su aspecto digno, <strong>en</strong> su nombre respetado, <strong>en</strong> su edad, que<br />

impone respeto. Esa hora del día, esa estación del año son desesperantes. La tierra se cali<strong>en</strong>ta y<br />

nada se mueve. Estira las piernas. El calor derrite la calle. Se pega a los cascos de <strong>un</strong> buey, que<br />

se niega a seguir caminando. El arriero lo golpea con ademán cansino, tras cada golpe <strong>un</strong> paso<br />

más hacia el final del camino.<br />

Ese hombre de allí, situado <strong>en</strong> medio de la calle, ¿no es <strong>un</strong> cli<strong>en</strong>te? Al instante lo acechan por<br />

doquier, es <strong>un</strong> hombre alto, que se ha<br />

30


det<strong>en</strong>ido inclinándose ligeram<strong>en</strong>te. Se agacha y vuelve a levantar la cabeza, su cuerpo no ofrece<br />

resist<strong>en</strong>cia contra las numerosas manos que tiran de él. El hombre parece petrificado. Ahora alza<br />

la cabeza. Uno de los chacales se separa de la jauría, seguido por otros. Abandonan a ese hombre<br />

que sobresale <strong>en</strong>tre ellos. El lahiya ve cómo los demás escribi<strong>en</strong>tes lo señalan con sus dedos<br />

sabihondos. El hombre alto se le acerca, el rostro marcado por <strong>un</strong> orgullo porfiado y <strong>un</strong> soso<br />

bigote gris. El lahiya sabe que esta vez los demás escritorzuelos se quedan con las ganas, a pesar<br />

de que se atan sus dhoti con indifer<strong>en</strong>cia y se comportan como si el m<strong>un</strong>do no guardase secretos<br />

para ellos. Ese hombre alberga sin duda <strong>un</strong> deseo que sólo puede satisfacer el viejo lahiya.<br />

–Las cartas a las autoridades del Imperio Británico son mi especialidad.<br />

–No ha de ser <strong>un</strong>a carta corri<strong>en</strong>te...<br />

–También las cartas a la Honorable Compañía de las Indias Ori<strong>en</strong>tales.<br />

–¿Incluy<strong>en</strong>do a oficiales?<br />

–Por supuesto.<br />

–No debe ser <strong>un</strong>a carta formal.<br />

–Escribiremos lo que desee. Pero es preciso guardar ciertas formalidades.<br />

Los señores insist<strong>en</strong> <strong>en</strong> la forma. La mínima falta <strong>en</strong> la composición, el más mínimo fallo <strong>en</strong> el<br />

tratami<strong>en</strong>to, y la carta no valdrá <strong>un</strong> anna.<br />

–Hay mucho que explicar. He asumido tareas que ningún otro...<br />

–Seremos tan minuciosos como el as<strong>un</strong>to lo requiera.<br />

–Fui su asist<strong>en</strong>te durante muchos años. No sólo aquí, <strong>en</strong> Baroda... Yo lo acompañé cuando lo<br />

trasladaron...<br />

–Enti<strong>en</strong>do, <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>do.<br />

–Y le serví fielm<strong>en</strong>te.<br />

–Sin duda.<br />

–Sin mí habría estado perdido.<br />

–Por supuesto.<br />

–¿Y cómo me recomp<strong>en</strong>só por ello?<br />

–La ingratitud es el salario del noble.<br />

–¡Yo le salvé la vida!<br />

–¿Podría saber a quién va dirigida la carta?<br />

–A nadie.<br />

–¿A nadie? Eso es inusual.<br />

–A ning<strong>un</strong>a persona concreta.<br />

31


–Enti<strong>en</strong>do. ¿Quiere usted utilizar la carta varias veces?<br />

–No. O mejor dicho, sí. No sé a quién he de <strong>en</strong>tregarla. Todos los angrezi de la ciudad lo<br />

conocían, hace tiempo de eso, quizá demasiado, no sé, alg<strong>un</strong>os seguro que sigu<strong>en</strong> <strong>en</strong> Baroda.<br />

Esta mañana he visto al t<strong>en</strong>i<strong>en</strong>te Whistler. Ha pasado <strong>en</strong> <strong>un</strong> carruaje, <strong>un</strong>o de esos nuevos con<br />

medio techo de cuero, <strong>un</strong> hermoso coche. Ha estado a p<strong>un</strong>to de atropellarme. Lo he reconocido<br />

<strong>en</strong>seguida. Visitó nuestra casa <strong>en</strong> varias ocasiones. Corrí tras el carruaje, t<strong>en</strong>ía que det<strong>en</strong>erse<br />

pronto. Preg<strong>un</strong>té al cochero.<br />

–¿Y?<br />

–No, contestó, éste es el carruaje del coronel Whistler. No me había equivocado. Mi amo se<br />

burlaba de su nombre.<br />

–¡Así pues, escribiremos al coronel Whistler!<br />

Para manifestar su disposición, el lahiya abre el pequeño tintero, empuña la pluma, raspa para<br />

probar, se inclina hacia delante y permanece así. El polvo levantado por el recién llegado se ha<br />

posado. Una voz vacilante comi<strong>en</strong>za su relato desde la luz martirizadora a la que el lahiya ya no<br />

quiere mirar parpadeando. Las conjeturas se conviert<strong>en</strong> <strong>en</strong> insinuaciones, las insinuaciones <strong>en</strong><br />

sombras, las sombras <strong>en</strong> personas, los desconocidos se conviert<strong>en</strong> <strong>en</strong> personas con nombres,<br />

rasgos y rostro. El lahiya sujeta con fuerza la pluma <strong>en</strong>tre los dedos, pero no <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>de ni el<br />

des<strong>en</strong>lace ni el motivo de la biografía que ese hombre relata. Carece de s<strong>en</strong>tido describir esos<br />

perfiles confusos.<br />

–Escuche. De esto así no sacará provecho. Unos cuantos p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos, notas y esbozos primero,<br />

después yo pres<strong>en</strong>taré suger<strong>en</strong>cias sobre la manera de configurar la carta.<br />

–Pero... necesito saber cuánto costará.<br />

–Anticipe dos rupias, Naukaram-bhai. Más tarde veremos el trabajo que requiere.<br />

2. De <strong>un</strong>a sílaba<br />

A veces la ciudad, harta, eructaba. Todo olía a vómito. En el borde de la calle yacía <strong>un</strong> sueño a<br />

medio digerir que no tardaría <strong>en</strong> deshacerse. Una cuchara cortaba la carne de <strong>un</strong>a papaya muy<br />

madura, las plantas del pie exudaban cilantro al regresar a casa desde el mercado. No sabía qué le<br />

repugnaba más, si la brisa marina, <strong>en</strong> la marea baja<br />

32


hedionda de algas y medusas varadas <strong>en</strong> la ar<strong>en</strong>a, o los aromas del desay<strong>un</strong>o musulmán, despojos<br />

de cabra fritos <strong>en</strong> pequeños hornos. La s<strong>en</strong>da de la humanidad estaba empedrada de taimadas<br />

seducciones.<br />

–Sir, no es mi estilo molestar a <strong>un</strong> caballero distinguido como usted, eso lo veo, lo distingo <strong>en</strong> el<br />

acto, no pi<strong>en</strong>se usted..., de ningún modo, yo soy <strong>un</strong> hombre s<strong>en</strong>cillo, no pret<strong>en</strong>do <strong>en</strong>gañarle, qué<br />

va, ni robarle su tiempo, Sir, <strong>en</strong> absoluto, si tan sólo me prestase <strong>un</strong> poco de at<strong>en</strong>ción, podría<br />

ayudarle.<br />

Burton deambulaba por la calle, <strong>un</strong> paseante ocioso que palpabalas casas con su at<strong>en</strong>ta mirada. El<br />

jov<strong>en</strong> oficial británico de barba poblada que caminaba con la cabeza alta llamaba la at<strong>en</strong>ción.<br />

–Seguram<strong>en</strong>te acaba usted de llegar. Resulta difícil. Sucede <strong>en</strong> todas partes después de la llegada,<br />

sin nadie a su lado, es difícil...<br />

–Aapka shubh naam kyaa hee? –preg<strong>un</strong>tó el oficial.<br />

–Are Bhagwaan, aap Hindi bolte hee? Me llamo Naukaram, para servirle, sahib, para servirle.<br />

Al cabo de <strong>un</strong>a semana, Burton sabía que la ciudad era <strong>un</strong> hervidero de indios serviles que<br />

consideraban a cada oficial, a cada blanco, <strong>un</strong>a vaca no sagrada que podían ordeñar a su antojo.<br />

Ya <strong>en</strong> las primeras rever<strong>en</strong>cias te metían la mano <strong>en</strong> el bolsillo.<br />

–¿Para servirme <strong>en</strong> qué?<br />

–Ha apr<strong>en</strong>dido usted deprisa nuestra l<strong>en</strong>gua, bahut atschi tarah. Ha llegado usted hace poco, <strong>en</strong><br />

el último barco proced<strong>en</strong>te de Inglaterra.<br />

–Estás bi<strong>en</strong> informado.<br />

–Sólo <strong>un</strong>a casualidad, sahib, mi hermano, mi primo, trabaja <strong>en</strong> el puerto, ya me <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>de.<br />

¿Qué quiere ese jov<strong>en</strong> de rostro precoz? Marcado por las p<strong>en</strong>alidades. Alto, <strong>un</strong> poco <strong>en</strong>corvado.<br />

Asombrosam<strong>en</strong>te pálido, el rostro afable, pero poco atractivo.<br />

–Cuanto antes <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tre <strong>un</strong> criado, mejor.<br />

–¿Y a ti qué te importa?<br />

–Yo, Ramji Naukaram, seré su criado.<br />

–¿Por qué te figuras que busco <strong>un</strong> criado?<br />

–¿Acaso ya lo ti<strong>en</strong>e?<br />

–No. Aún no t<strong>en</strong>go criado. Ni caballo.<br />

–Todo sahib necesita <strong>un</strong> criado.<br />

–¿Y por qué a ti precisam<strong>en</strong>te? ¿Por qué debería contratarte?<br />

Se detuvieron <strong>en</strong> <strong>un</strong> cruce donde otras ofertas acechaban a Burton. Al abandonar el hotel de<br />

madrugada se propuso que apr<strong>en</strong>dería a de-<br />

33


cir no, a mant<strong>en</strong>erse firme, antes de la tarde. Quería exponerse a todas las seducciones para<br />

demostrar que era capaz de resistirlas. Y ceder a ellas más tarde.<br />

–Sólo me satisface lo mejor.<br />

–Ay, sahib, ¿y qué significa lo mejor? Hay hombres, y mujeres, y los hombres que no toman a<br />

<strong>un</strong>a mujer porque a la vuelta de la esquina les espera quizás otra mejor, más hermosa, más rica,<br />

al final se quedan sin mujer. Más vale pájaro <strong>en</strong> mano que ci<strong>en</strong>to volando.<br />

Lo de hoy es seguro, nadie sabe lo que sucederá mañana.<br />

Dos días después se le ocurrió <strong>un</strong>a idea.<br />

–Quiero ver la ciudad de noche.<br />

–¿Acudir al club, sahib?<br />

–La ciudad verdadera.<br />

–Verdadera, ¿a qué se refiere?<br />

–Muéstrame los lugares donde se diviert<strong>en</strong> los nativos.<br />

–¿Qué desea hacer allí, sahib?<br />

–Lo mismo que los parroquianos. Lo que les <strong>en</strong>treti<strong>en</strong>e a ellos debe <strong>en</strong>tret<strong>en</strong>erme a mí.<br />

Esta vez, Burton no se llevó consigo al sanitario, a qui<strong>en</strong> habría dejado ext<strong>en</strong>uado el recorrido.<br />

Ni <strong>un</strong>a sola luz, cada ser que se topaba con ellos iba embutido <strong>en</strong> su propia <strong>en</strong>voltura polvori<strong>en</strong>ta.<br />

Las calles se estrechaban, las bifurcaciones eran tan numerosas que Burton, de haber ido solo, se<br />

habría perdido. Tuvieron que continuar a pie. S<strong>en</strong>tía <strong>un</strong>a t<strong>en</strong>sión inesperada, se preg<strong>un</strong>taba si<br />

oiría los pasos antes de que <strong>un</strong> puñal le atravesara la piel. La idea le excitaba, el comi<strong>en</strong>zo de la<br />

noche le complacía. Delante de ellos brillaba <strong>un</strong>a hilera de casas. Se aproximaron y acertaron a<br />

distinguir edificios aislados, todos de tres pisos, cada <strong>un</strong>o de ellos provisto de <strong>un</strong> balcón. En los<br />

balcones había mujeres que se asomaban por <strong>en</strong>cima de la barandilla y le gritaban, Hamara ghar<br />

ana, atscha din hee. Con voz demasiado alta y ávida para lograr seducirlo e impulsarlo a<br />

ad<strong>en</strong>trarse <strong>en</strong> la planta baja, abierta como <strong>un</strong>a ti<strong>en</strong>da, donde seguro que <strong>un</strong>a mujer anciana dirigía<br />

el decurso posterior. Llevaban el rostro int<strong>en</strong>sam<strong>en</strong>te maquillado, sobrepasaban sus propias<br />

voces, el resto <strong>en</strong> el primer piso eran saris ondeantes. No bonito, sahib, ¿verdad? ¿Vi<strong>en</strong><strong>en</strong><br />

muchos aquí? Los que ti<strong>en</strong><strong>en</strong> poco sí vi<strong>en</strong><strong>en</strong>, pero eso no bu<strong>en</strong>o. Ahora veremos algo mejor,<br />

sahib. Pasaron ante <strong>un</strong>a casa <strong>en</strong> la que Naukaram sabía que se fumaba opio. El oro<br />

34


de mis patrones, p<strong>en</strong>só Burton, la fu<strong>en</strong>te de toda plata, para ser exactos. El humo que él t<strong>en</strong>ía que<br />

proteger. Se sintió t<strong>en</strong>tado de <strong>en</strong>trar <strong>en</strong> el antro del opio, pero los hombres apostados delante de<br />

la <strong>en</strong>trada, hieráticos como figuras de cera, le desconcertaron. No se pued<strong>en</strong> mover, explicó<br />

Naukaram, demasiado opio.<br />

La auténtica recom<strong>en</strong>dación no estaba lejos, también allí los edificios, cada <strong>un</strong>o con balcón,<br />

t<strong>en</strong>ían varios pisos de altura, pero por la barandilla trepaban flores frescas <strong>en</strong> lugar de cortesanas.<br />

Vamos, <strong>en</strong>tremos. No, sahib, <strong>en</strong>tre usted, yo esperaré fuera. ¡Tonterías, tú vi<strong>en</strong>es conmigo, no<br />

olvides que estás a prueba! Los recibió <strong>un</strong> hombre delgado, hasta tal p<strong>un</strong>to sumiso que Burton<br />

habría jurado que se había inclinado, a pesar de que todo el rato permaneció erguido delante de<br />

ellos. Les aseguró, verboso, que eran bi<strong>en</strong>v<strong>en</strong>idos, mi<strong>en</strong>tras miraba irritado la casaca desgastada<br />

de Naukaram. Deseo que se port<strong>en</strong> bi<strong>en</strong> con mi acompañante, ord<strong>en</strong>ó Burton, al percatarse de la<br />

lucha que Naukaram <strong>en</strong>tablaba consigo mismo para traspasar el umbral. Siguieron al<br />

recepcionista hasta <strong>un</strong>a sala opul<strong>en</strong>ta, perceptiblem<strong>en</strong>te más fresca, el suelo cubierto de espesas<br />

alfombras, a <strong>un</strong> lado <strong>un</strong> grupo de músicos que <strong>en</strong> esos mom<strong>en</strong>tos descansaba. Un aroma dulzón<br />

flotaba <strong>en</strong> el ambi<strong>en</strong>te. Se acomodaron <strong>en</strong> <strong>un</strong> rincón con cojines; ap<strong>en</strong>as el hombre delgado se<br />

hubo retirado, <strong>un</strong>a mujer les sirvió bebidas frías y dulces. Una cosa le llamó la at<strong>en</strong>ción <strong>en</strong> ella:<br />

el bonito ombligo y la tr<strong>en</strong>za negra que le colgaba hasta la cintura. Estas mujeres sab<strong>en</strong><br />

componer versos, le susurró Naukaram. Llevan hermosos vestidos, otras mujeres no. Una mujer<br />

grácil se acercó flotando, y Burton estaba dispuesto a r<strong>en</strong>dirse a la magia de su aspecto cuando<br />

ella dirigió <strong>un</strong>as preg<strong>un</strong>tas a Naukaram, tan rápidas y directas como si le lanzase dardos,<br />

mi<strong>en</strong>tras observaba a Burton como si fuera <strong>un</strong> pez expuesto <strong>en</strong> el mercado. Ella tomó asi<strong>en</strong>to a<br />

su lado y le sonrió con sus ojos verdes, <strong>un</strong>a promesa ambigua. Igual que <strong>un</strong>a concha de perla que<br />

se abre l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te. Él le perdonó el tosco interrogatorio y el desvergonzado exam<strong>en</strong>.<br />

–Éste asegura que usted conoce nuestro idioma.<br />

–Solam<strong>en</strong>te si me habla muy despacio y sonríe después de cada palabra.<br />

–¿Desea que cante para usted?<br />

–Si me explica la canción...<br />

Ella asintió a los músicos, se levantó, retrocedió <strong>un</strong>os pasos mirando a Burton a los ojos, y se<br />

meció <strong>en</strong> la cautivadora melodía, des-<br />

35


pacio, como <strong>en</strong> <strong>un</strong> columpio, hasta que batió palmas y empezó a cantar.<br />

Qui<strong>en</strong> hace el bi<strong>en</strong> toda la vida,<br />

r<strong>en</strong>ace como gota,<br />

como rocío <strong>en</strong> mis labios.<br />

Qui<strong>en</strong> ha sido virtuoso toda la vida,<br />

descansará <strong>en</strong> <strong>un</strong>a boca de ostra,<br />

suavem<strong>en</strong>te acostado <strong>en</strong> mi boca.<br />

Pero la máxima felicidad es<br />

yacer cual perla blanca,<br />

cual perla <strong>en</strong>tre mis pechos.<br />

La mujer permaneció cerca de él durante toda la canción, con los labios contraídos, los ojos<br />

verdes <strong>en</strong>trecerrados, como si fueran peligrosos y hubiese que protegerse de ellos. La pirueta de<br />

la mujer terminó tan cerca de Burton, que éste habría podido besarle el ombligo. Ella se reclinó,<br />

dejó caer la cabeza <strong>en</strong> la nuca y se quedó inmóvil. Su falda seguía temblando <strong>en</strong> cada pliegue,<br />

igual que su pecho bajo la tela de hilos de oro. En las manos de la mujer aparecieron dos<br />

pequeños címbalos que golpeó mi<strong>en</strong>tras seguía bailando. Cuando la canción se extinguió, Burton<br />

creyó que estaba más agotado que la mujer. Ésta se quedó quieta, el rostro ll<strong>en</strong>o de esperanza.<br />

–Ti<strong>en</strong>e que darle dinero.<br />

–No deseo of<strong>en</strong>derla.<br />

–Oh, no, sahib, la of<strong>en</strong>sa es no darle nada.<br />

Burton alargó la mano, el billete <strong>en</strong>tre los dedos. El regocijo <strong>en</strong> los ojos de la mujer fue evid<strong>en</strong>te.<br />

Le arrebató el billete como si no quisiera que los dedos de él se animaran. A continuación se dio<br />

la vuelta y desapareció tras <strong>un</strong>a cortina.<br />

–Me ha parecido que se reía de mí.<br />

–No, sahib. Sólo que usted da mal el dinero.<br />

–¿Demasiado poco?<br />

–No. Dinero sufici<strong>en</strong>te, pero ti<strong>en</strong>e usted que jugar con él, fíjese, así...<br />

–Eso es ridículo. No voy a convertirme <strong>en</strong> <strong>un</strong> pelele.<br />

El olor dulzón que flotaba <strong>en</strong> el ambi<strong>en</strong>te se debía a los narguiles <strong>en</strong> los que, según le explicó<br />

<strong>un</strong>a de las mujeres, a través del agua pura se filtraba tabaco persa mezclado con hierbas, azúcar<br />

sin refinar y difer<strong>en</strong>tes especias. Pruébelo, le gustará. Ella sacó de <strong>un</strong> bolsillo invisi-<br />

36


le <strong>en</strong>tre sus ropas <strong>un</strong>a boquilla de madera y com<strong>en</strong>zó a aspirar de la pipa.<br />

No habría sido capaz de precisar cuánto tiempo bailaron y cantaron para él las mujeres, cantos<br />

asc<strong>en</strong>d<strong>en</strong>tes que se superaban a sí mismos, y ritmos que se solapaban, <strong>un</strong>os ritmos machacones,<br />

palpitantes, int<strong>en</strong>sos, y los textos que no ocultaban nada, y el efecto de la leche que no era leche,<br />

sino soma, eso lo había apr<strong>en</strong>dido de Naukaram, bebida del espíritu, bebida prodigiosa, bu<strong>en</strong>a<br />

para rezos y partos, y los dijes resplandeci<strong>en</strong>tes, fosforesc<strong>en</strong>tes, incandesc<strong>en</strong>tes, y las cad<strong>en</strong>as <strong>en</strong><br />

los pies y <strong>en</strong> los brazos, y el talle desnudo, la leve curva del vi<strong>en</strong>tre, la paradisiaca sinuosidad del<br />

ombligo, y la sonrisa fascinadora proced<strong>en</strong>te de ning<strong>un</strong>a parte, y el pelo suelto por el que se<br />

deslizaba sin cesar <strong>un</strong>a mano agitándolo. Después no habría podido decir si se decidió<br />

espontáneam<strong>en</strong>te por <strong>un</strong>a. Ella lo tomó de la mano, <strong>un</strong>a habitación <strong>en</strong> el primer piso, <strong>un</strong>a cama<br />

alta, y lo desnudó. Luego lavó su cuerpo con cuidado y agua cali<strong>en</strong>te. La mujer acercó <strong>un</strong>a flor a<br />

su cara. Recuerda el aroma. Este aroma te proporcionará recuerdos felices. Sobre todo las flores.<br />

Todo olía a flores, puerta y portal, retratos de los antepasados, vigas del techo, cojines y el<br />

cabello de esa mujer que se despojaba de sus ropas, <strong>un</strong>a nube tras otra, y él se <strong>en</strong>dureció como el<br />

cañón de <strong>un</strong> fusil, y ella le mordió suavem<strong>en</strong>te el lóbulo de la oreja y susurró algo que no<br />

<strong>en</strong>t<strong>en</strong>dió hasta que ella, recorriéndole el cuello con la l<strong>en</strong>gua, llegó al lóbulo de la otra oreja.<br />

Rath ki rani, murmuró ella, era fácil de <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der, reina de la noche, pero ¿qué significaba? ¿Su<br />

nombre quizá, su apodo de cortesana? Ella exploraba su cuerpo con movimi<strong>en</strong>tos gratos y<br />

naturales, hasta que hizo algo que le estremeció, ella saboreaba su dureza, la dosificaba, no debía<br />

terminar, ni siquiera cuando ella deslizó sus pechos por el rostro masculino, ni cuando se dejó<br />

caer arrastrándolo al abismo y él se permitió <strong>un</strong>os gritos ahogados. Ella alzó la pelvis, él volvió a<br />

ver <strong>en</strong> su mano la flor, la mano desapareció bajo la pelvis de ella, y ya no pudo aguantar más, se<br />

deshizo d<strong>en</strong>tro de ella con <strong>un</strong>os empujones postreros y ruidosos, y la flor debió quedar aplastada,<br />

pues cuando se t<strong>en</strong>dió j<strong>un</strong>to a la mujer agotado, <strong>un</strong> blando aroma lo sedujo. El aroma de la reina<br />

de la noche.<br />

A él le habría gustado quedarse horas <strong>en</strong> la cama alta, pero cuando el aroma se desvaneció,<br />

percibió impaci<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> el cuerpo desnudo que yacía a su lado. Mi tiempo ha pasado, p<strong>en</strong>só<br />

Burton. No, se corrigió, mi tiempo acaba de empezar, y m<strong>en</strong>udo comi<strong>en</strong>zo, se dijo cuando<br />

Naukaram y él abandonaban la casa del primer hechizo y se <strong>en</strong>-<br />

37


caminaban hasta el lugar donde habían mandado esperar al coche de p<strong>un</strong>to.<br />

–¿Adónde vamos ahora?<br />

–A su hotel, sahib.<br />

–Antes te llevaremos a tu casa.<br />

–No, sahib, no hace falta. No es problema.<br />

–No querrás recorrer media ciudad.<br />

–No andaré mucho, sahib, desde aquí me queda media hora de camino.<br />

–Si insistes... Bu<strong>en</strong>as noches.<br />

Naukaram se apeó. Ya se había deslizado <strong>en</strong> medio de la oscuridad cuando volvió a escuchar su<br />

nombre.<br />

–Has superado el exam<strong>en</strong>, Naukaram. Te contrataré. Pero ti<strong>en</strong>es que estar dispuesto a trasladarte<br />

conmigo al norte, a <strong>un</strong>as cuatroci<strong>en</strong>tas millas de aquí, a <strong>un</strong> lugar llamado Baroda. Ayer me <strong>en</strong>teré<br />

de que me trasladan. Necesitaré <strong>un</strong> criado.<br />

La respuesta vino de la oscuridad.<br />

–Todo está escrito, sahib, todo obedece a <strong>un</strong> plan. Sé dónde está Baroda. Lo sé con exactitud,<br />

pues procedo de ese lugar. Estup<strong>en</strong>do, sahib, con usted regresaré a casa.<br />

3. Naukaram<br />

II Aum Ekaaksharaaya namaha I Sarvavighnopashantaye namaha I Aum Ganeshaya namaha II<br />

–Estoy preparado.<br />

–Conocí a mi señor, el capitán Richard Francis Burton, <strong>en</strong> Bombay. Me recom<strong>en</strong>daron a él, que<br />

acababa de llegar de Anglestan y buscaba <strong>un</strong> sirvi<strong>en</strong>te digno de confianza. Me tomó<br />

inmediatam<strong>en</strong>te a su servicio.<br />

–¡No! Así, no. ¿Acaso eres Sayajirao seg<strong>un</strong>do, que empiezas a hablar por las bu<strong>en</strong>as como si<br />

todo el m<strong>un</strong>do te conociera? Primero t<strong>en</strong>emos que pres<strong>en</strong>tarte. Tu orig<strong>en</strong>, tu familia, para que los<br />

destinatarios sepan de quién procede la carta.<br />

–¿Y qué voy a decir de mí?<br />

–¿Acaso estoy al tanto de tu vida? ¿Te conozco? Habla con <strong>en</strong>tera libertad, más adelante omitiré<br />

lo que sea superfluo.<br />

38


–¿Que hable de mí mismo?<br />

–¡Empieza!<br />

–Bi<strong>en</strong>. Nací <strong>en</strong> Baroda, <strong>en</strong> el palacio. En la mitad equivocada del palacio. Fui <strong>un</strong> niño <strong>en</strong>fermizo<br />

y que provocó muchas preocupaciones. Quizá debería m<strong>en</strong>cionar primero que no me crié con mi<br />

padre, mi madre y mis hermanos. No los conocí hasta más tarde, y a mis padres, para ser exactos,<br />

no los conocí jamás. Me visitaron si<strong>en</strong>do <strong>un</strong> muchacho <strong>un</strong>a sola vez, lo cual quizá no t<strong>en</strong>ga<br />

demasiada trasc<strong>en</strong>d<strong>en</strong>cia. Mi familia servía desde hacía g<strong>en</strong>eraciones a los Gaekwad, desde la<br />

época <strong>en</strong> que <strong>un</strong>o de los Gaekwad fue la mano derecha de Shivaji. Uno de mis antepasados luchó<br />

a su lado, <strong>en</strong> la gran batalla, no, esto no hace al caso, seguro que sólo es <strong>un</strong> cu<strong>en</strong>to de nuestra<br />

familia, <strong>un</strong>a bonita historia de la que <strong>en</strong>orgullecernos. Creo que fui el hijo m<strong>en</strong>or. Antes de<br />

concebirme, mi madre había dado seis hijos a mi padre, todos sanos y fuertes. A mi padre el<br />

nacimi<strong>en</strong>to de su primer retoño lo colmó de felicidad; el seg<strong>un</strong>do, de orgullo; el tercero, de<br />

satisfacción; después aceptó cada hijo con absoluta naturalidad. Pero no exist<strong>en</strong> b<strong>en</strong>diciones<br />

obvias, al m<strong>en</strong>os eso creo. Uno debería ser consci<strong>en</strong>te de sus b<strong>en</strong>diciones. Cuando mi madre<br />

com<strong>en</strong>zó a s<strong>en</strong>tir los dolores del parto, mi padre visitó al jyotish de palacio. Debía de ser <strong>un</strong><br />

hombre impaci<strong>en</strong>te, pues fue incapaz de esperar a saber si ese día estaba bajo <strong>un</strong>a bu<strong>en</strong>a estrella.<br />

Fue <strong>un</strong> error, se llevó <strong>un</strong>a desagradable sorpresa. La posición de los astros, el número siete, el<br />

número nueve, la fecha y la edad de mi padre, la edad de mi madre y...<br />

–Basta. Déjate de chácharas.<br />

–¿Chácharas? ¿No crees <strong>en</strong> eso? Era el jyotish del maharajá.<br />

–Pert<strong>en</strong>ezco a la Satya Shodak Samaj, si sabes lo que esto significa.<br />

Hemos abjurado de esas supersticiones primitivas.<br />

–Pero la constelación era <strong>en</strong> verdad muy ominosa. Como la sequía y la in<strong>un</strong>dación al mismo<br />

tiempo. Una suerte excesiva, explicó el jyotish, puede transformarse <strong>en</strong> su contrario. La salud del<br />

recién nacido corría peligro, el futuro de la familia ofrecía malos augurios. Mi padre se s<strong>en</strong>tía<br />

muy preocupado. Quiso saber qué podía hacer. Sólo hay <strong>un</strong>a posibilidad de salvación, dijo el<br />

jyotish. Su mujer, o sea, mi madre, ti<strong>en</strong>e que traer al m<strong>un</strong>do <strong>un</strong>a niña. Eso restablecerá el ord<strong>en</strong>.<br />

El jyotish despidió a mi padre con <strong>un</strong> frasquito de aceite de niim y <strong>un</strong>os cuantos proverbios que<br />

debía recitar mi<strong>en</strong>tras la comadrona frotaba el vi<strong>en</strong>tre de mi madre <strong>en</strong> círculos, <strong>en</strong> el s<strong>en</strong>tido de<br />

las agujas del reloj, <strong>un</strong>a vez cada hora...<br />

39


–Basta. No estamos escribi<strong>en</strong>do <strong>un</strong> manual de brujería.<br />

–Mi nacimi<strong>en</strong>to se acercaba. Todos los sirvi<strong>en</strong>tes del maharajá que <strong>en</strong> ese mom<strong>en</strong>to no t<strong>en</strong>ían<br />

que trabajar se congregaron ante la cámara de mis padres y rezaron con fervor pidi<strong>en</strong>do <strong>un</strong>a niña.<br />

Los dolores persistían, las plegarias se int<strong>en</strong>sificaban. Uno fue a buscar a <strong>un</strong> pujari, otro<br />

recolectó dinero, compró cocos y guirnaldas. No sé si el sacerdote conocía de verdad las<br />

oraciones para el nacimi<strong>en</strong>to de <strong>un</strong>a niña o se las inv<strong>en</strong>tó sobre la marcha.<br />

–Un artista de la improvisación.<br />

–¿Perdón?<br />

–Olvídalo. No te preocupes.<br />

–En pl<strong>en</strong>a noche se abrió la puerta, el pujari se había marchado hacía mucho, sólo alg<strong>un</strong>os<br />

amigos permanecían j<strong>un</strong>to a mi padre cuando la comadrona salió con el recién nacido <strong>en</strong> los<br />

brazos. Es <strong>un</strong>a criatura muy hermosa, dijo ella feliz, bu<strong>en</strong>a y sana. Sana, ¿qué significa eso de<br />

sana?, gritó mi padre. ¿Es <strong>un</strong>a niña? Y la comadrona, exhausta, debió de olvidar la razón de tanta<br />

agitación y le contestó: No, gracias a Krishna, no, es <strong>un</strong> chico. Mi padre se golpeó la fr<strong>en</strong>te y<br />

gritó tan fuerte que los c<strong>en</strong>tinelas acudieron <strong>en</strong> tromba. Los amigos se congregaron alrededor de<br />

mi padre int<strong>en</strong>tando consolarlo. Nadie prestó at<strong>en</strong>ción a la comadrona, que se retiró conmigo a la<br />

habitación y me depositó j<strong>un</strong>to a mi madre. La agitación era tan grande que olvidaron depositar<br />

<strong>en</strong>cima de mi l<strong>en</strong>gua <strong>un</strong> trozo mojado de algodón.<br />

–Bu<strong>en</strong>o, pues ya que has nacido, podrás revelarme para qué me has contado todo esto. ¿Crees<br />

que el coronel Whistler desea saber que habría sido preferible que fueses niña?<br />

–Me he dejado llevar por los recuerdos.<br />

–Hemos de anotar lo que hable a tu favor. T<strong>en</strong>emos que mostrar tu ab<strong>un</strong>dante experi<strong>en</strong>cia como<br />

sirvi<strong>en</strong>te, describir tu fortaleza, m<strong>en</strong>cionar tus éxitos, proclamar tus aptitudes. A nadie le interesa<br />

la desgracia que acarreas. Eso puedes compartirlo con tu esposa.<br />

–No t<strong>en</strong>go esposa.<br />

–¿Que no ti<strong>en</strong>es esposa? ¿Eres viudo?<br />

–No, no he llegado a casarme. Una vez me <strong>en</strong>amoré, pero la cosa no acabó bi<strong>en</strong>.<br />

–Lo ves, eso es importante. Siempre has sido sirvi<strong>en</strong>te, tan fiel que ni siquiera has <strong>en</strong>contrado<br />

tiempo para casarte.<br />

–No fue ésa la razón.<br />

40


–¿Y eso qué importa? ¿Estás seguro de los motivos por los que hiciste o dejaste de hacer algo?<br />

¿Quién lo sabe con exactitud? Prosigue.<br />

–Mi padre no quiso aguardar a que Vidhaataa consignase mi destino. Quería ahorrar tela y<br />

dulces. Me llevó inmediatam<strong>en</strong>te a Surat, a casa de <strong>un</strong>os pari<strong>en</strong>tes. Les dio las piezas de oro que<br />

el diwan le había <strong>en</strong>tregado por compasión la mañana posterior al parto. Como mi padre estaba<br />

tan confuso, p<strong>en</strong>só que había t<strong>en</strong>ido <strong>un</strong>a hija. A cambio de esa dote, si puedo llamarlo así, los<br />

pari<strong>en</strong>tes se mostraron dispuestos a cuidarme. Y el jyotish confirmó a mi padre que la desgracia<br />

estaría conjurada siempre que yo viviera a la sufici<strong>en</strong>te distancia.<br />

–¿Has terminado de <strong>un</strong>a vez con esa historia indecible? Estás agotando mi paci<strong>en</strong>cia aún más que<br />

este calor. Descansemos <strong>un</strong> rato. La tarea será más difícil de lo que p<strong>en</strong>saba. ¡Y <strong>un</strong> poco más<br />

cara! Necesitaremos varios días.<br />

–¿Varios días? ¿Tanto?<br />

–No deberíamos precipitarnos <strong>en</strong> redactar esta carta. Contar más de lo necesario no es malo. Deje<br />

la selección <strong>en</strong> mis manos. Pero dos rupias me temo que no serán sufici<strong>en</strong>tes. Le costará más.<br />

4. Favor concedido<br />

Nadie había advertido a Burton de que la casa de madera que le habían asignado estaba vacía<br />

desde hacía meses. Una casa deshabitada <strong>en</strong> la India se desmorona con el paso de las estaciones.<br />

La destrucción no se percibía por fuera, salvo las v<strong>en</strong>tanas rotas. Naukaram y él tiraron de la<br />

puerta, que rechinó, y lo lam<strong>en</strong>taron <strong>en</strong> el acto. Hedía a excrem<strong>en</strong>tos de mono, <strong>un</strong>a peste<br />

inm<strong>un</strong>da. Burton decidió no <strong>en</strong>trar hasta que Naukaram hubiera contratado a alg<strong>un</strong>os ayudantes y<br />

limpiado la casa. Entretanto se quedó ante la puerta contemplando la selva; le habían asignado el<br />

b<strong>un</strong>galow <strong>en</strong> el extremo más alejado del cuartel, el acantonami<strong>en</strong>to del regimi<strong>en</strong>to, distante<br />

ap<strong>en</strong>as tres millas al este-sudeste de la ciudad. Su solar lindaba con el terr<strong>en</strong>o abierto. Tanto<br />

mejor, la situación le distanciaría de sus compañeros. Naukaram limpió <strong>un</strong> sillón de mimbre y lo<br />

arrastró a la veranda para que Burton se s<strong>en</strong>tara. Con vistas al mezquino jardín, no muy grande ni<br />

exuberante, comprimido por <strong>un</strong> muro de piedra, pero que al m<strong>en</strong>os contaba con <strong>un</strong> árbol banyan<br />

y <strong>un</strong>as cuantas palmeras. Entre dos de éstas po-<br />

41


día colgar <strong>un</strong>a hamaca. Del barrio de los nativos <strong>en</strong> la hondonada sólo columbraba las torres y<br />

minaretes. El resto era <strong>un</strong>a mezcolanza completam<strong>en</strong>te indigesta; eso le habían dicho a<br />

escondidas los veteranos (qué bi<strong>en</strong> les iba esa palabra) <strong>en</strong> el club de oficiales del regimi<strong>en</strong>to esa<br />

mañana. Nuestra calle principal, le informaron, desemboca directam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> ese revoltijo. Por<br />

suerte, tuerce antes a la derecha, hacia la plaza de revista de tropas, no es preciso cabalgar colina<br />

abajo. T<strong>en</strong>emos que def<strong>en</strong>der esa loma, <strong>en</strong> s<strong>en</strong>tido metafórico, ya me <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>des. Burton no<br />

participó <strong>en</strong> las risas cómplices. Sal a caballo lo más temprano posible, anticípate al calor, que no<br />

se te olvide, y toma la dirección opuesta, la selva es mucho m<strong>en</strong>os peligrosa que la ciudad.<br />

Mucho m<strong>en</strong>os peligrosa. Aquí nuestra vida transcurre d<strong>en</strong>tro del cuartel. Nos levantamos<br />

temprano, terminamos el trabajo temprano. El señor del palacio se porta bi<strong>en</strong>. No ambiciona el<br />

m<strong>en</strong>or deseo de oponer resist<strong>en</strong>cia. Muy al contrario. Muy al contrario. Por la mañana, revista,<br />

después <strong>un</strong>a cabalgada de control y ya nos hemos ganado el desay<strong>un</strong>o. Tú juegas al billar, ¿no?<br />

¿O como mínimo al bridge? ¡Haremos de ti <strong>un</strong> excel<strong>en</strong>te jugador! A lo que todos –le habían<br />

rodeado, seguram<strong>en</strong>te para pot<strong>en</strong>ciar el espíritu de cuerpo– rieron, y <strong>en</strong> sus rostros suspicaces<br />

notó que esperaban que se sumase a sus risas. Les había decepcionado. Consolaos, compañeros,<br />

le habría gustado decirles, no será la última vez.<br />

Burton oyó cómo abrían bruscam<strong>en</strong>te las v<strong>en</strong>tanas. Se levantó y contempló su nuevo hogar a<br />

través de la reja. Era espacioso. El suelo no estaba revestido de tablas, ni el techo artesonado, las<br />

paredes estaban desnudas como el cráneo de <strong>un</strong> peregrino. El <strong>en</strong>tramado del tejado descubierto<br />

era <strong>un</strong>a visión poco frecu<strong>en</strong>te, a<strong>un</strong>que no resultaba desagradable. En las vigas se abombaban<br />

gruesas cuerdas de las que seguram<strong>en</strong>te pronto colgarían pesados abanicos.<br />

–Naukaram, esa casita de la esquina parece deshabitada, y m<strong>en</strong>os acogedora aún que esta cuadra,<br />

¿es <strong>un</strong> cobertizo para herrami<strong>en</strong>tas?<br />

–Bubukhaana, sahib.<br />

–A lo mejor me explicas qué significa eso.<br />

–Casa <strong>en</strong> la que vive mujer.<br />

–¿Tu mujer?<br />

–No. No mi mujer.<br />

–Pues la mía tampoco, te lo aseguro.<br />

–Quién sabe, sahib, quién sabe.<br />

42


Como si no hubiera navegado por medio m<strong>un</strong>do, las cosas a su alrededor le hacían s<strong>en</strong>tirse como<br />

<strong>en</strong> casa: las estancias del club de oficiales, las paredes con pesadas molduras de madera, tapices<br />

hogareños de color azul zafiro, adornados con medallones, que habían sido importados de Wilton<br />

y que <strong>en</strong> alg<strong>un</strong>as partes ya se abombaban. Su primera noche <strong>en</strong> el «club». Como debutante. No<br />

necesitó adaptarse. Ni <strong>un</strong> ápice. Tan sólo superar su repugnancia. Eran Oxford y Londres,<br />

siempre lo mismo, y vuelta a empezar. Todo le resultaba familiar, los cuadros, los marcos,<br />

alg<strong>un</strong>os caballos pintados que brillaban por el barniz, las re<strong>un</strong>iones <strong>en</strong> el jardín <strong>en</strong>galanadas con<br />

<strong>en</strong>jambres de niños, pesado de digerir como <strong>un</strong> pastel de Navidad; todo le resultaba tan familiar:<br />

las mesas bajas, los sillones, el bar, las botellas, hasta los bigotes. Todo aquello de lo que había<br />

huido se abalanzaba sobre él.<br />

–Sin abanicos morirá usted durante la canícula. Necesita imperiosam<strong>en</strong>te <strong>un</strong> khelassy.<br />

–O varios.<br />

–¿Para los abanicos?<br />

–Por supuesto. Y <strong>en</strong>cárguese de que el khelassy revise con regularidad los cordeles de los que<br />

cuelga la maldita pieza. Con el tiempo se part<strong>en</strong> <strong>en</strong> dos.<br />

–Conf<strong>un</strong>dimos al jov<strong>en</strong> con tantos detalles. Escuche: <strong>en</strong> estas latitudes t<strong>en</strong>drá que vérselas con<br />

vagos redomados que son infatigables a la hora de inv<strong>en</strong>tar disculpas para escaquearse del<br />

trabajo.<br />

–El argum<strong>en</strong>to de la pureza es especialm<strong>en</strong>te refinado.<br />

–Con eso no se juega.<br />

–A qui<strong>en</strong> no lo compr<strong>en</strong>de le sacan lo que dese<strong>en</strong>.<br />

–Supongamos por ejemplo que usted quiere leer el periódico mi<strong>en</strong>tras le lavan los pies. En <strong>un</strong><br />

chillumchi grande y bonito.<br />

–Nosotros lo llamamos chi-chi.<br />

–La g<strong>en</strong>te como nosotros no le da vueltas a algo así, pero al tipo que lava sus pies los demás lo<br />

consideran impuro, pues los pies son impuros y usted es cristiano y por tanto impuro de por sí.<br />

–Cuesta creerlo, ¿verdad?<br />

–Así que no podrá <strong>en</strong>cargarse de ningún trabajo <strong>en</strong> la casa que le exija <strong>en</strong>trar <strong>en</strong> contacto con<br />

otros criados. Los de linaje más elevado ni siquiera tocarían el chi-chi. Así que incluso para <strong>un</strong><br />

trabajo tan simple necesita a <strong>un</strong>o que vierta el agua y a otro que le seque los pies. Pero no acaba<br />

ahí la cosa. No se imagina lo impuro que se considera al chico que limpia el retrete. Éste no sirve<br />

para ningún otro trabajo.<br />

43


–Uno topa continuam<strong>en</strong>te con excusas parecidas y, créame, ni siquiera después de cinco o diez<br />

años las habrá oído todas.<br />

Lo examinaban con suma at<strong>en</strong>ción, sigui<strong>en</strong>do las instrucciones a las que esos hombres, solteros<br />

casi sin excepción, se <strong>en</strong>tregaban con afán. Lo ponían a prueba. Su aptitud para ser el cuarto<br />

hombre, el novato, el abogado de los chistes malos, el juram<strong>en</strong>tado.<br />

–Lo más importante es quién vigila a la chusma.<br />

–Tratándose de solteros es <strong>un</strong> as<strong>un</strong>to delicado, pero a quién se lo voy decir.<br />

–Uno debe resignarse lisa y llanam<strong>en</strong>te a que los asist<strong>en</strong>tes no sirv<strong>en</strong> para nada. Cuando lo haya<br />

aceptado, no habrá qui<strong>en</strong> lo des<strong>en</strong>gañe. La educación es <strong>un</strong>a pamplina. ¿Habéis visto que haya<br />

mejorado alg<strong>un</strong>o de ellos? El látigo es lo mejor para mant<strong>en</strong>erlos alejados de los hurtos.<br />

–Si usted me preg<strong>un</strong>ta, yo daría <strong>un</strong> valor extraordinario al sircar.<br />

–¿Sircar? ¿Para qué es tan es<strong>en</strong>cial?<br />

–Usted ti<strong>en</strong>e que confiar <strong>en</strong> él. No debe albergar la m<strong>en</strong>or duda. Ni la más mínima. Él lleva la<br />

bolsa de usted.<br />

–¿Un sircar? ¿Hoy <strong>en</strong> día? Cielo santo, gracias a la rupia de plata disponemos de moneda única.<br />

Nuestro querido doctor H<strong>un</strong>tington vive todavía <strong>en</strong> <strong>un</strong>a era <strong>en</strong> que había que hacer malabarismos<br />

con tantas monedas difer<strong>en</strong>tes que se requería <strong>un</strong>a destreza especial.<br />

–Yo no puedo cargar con el dinero. ¿Acaso voy a contarlo <strong>en</strong> público? Y después, ¿dónde me<br />

lavo las manos?<br />

–Pidamos otra botella <strong>en</strong> honor de nuestro griffin.<br />

–Le diré <strong>un</strong>a cosa, Burton. En su casa sólo reinará el ord<strong>en</strong> si algui<strong>en</strong> <strong>en</strong>seña a los sirvi<strong>en</strong>tes lo<br />

que vale <strong>un</strong> peine. No pret<strong>en</strong>derá usted castigarlos <strong>en</strong> persona, ¿eh? Es demasiado fatigoso, y con<br />

este calor, perjudicial para la salud. Procúrese <strong>un</strong> criado que discipline a los demás.<br />

–¿Y ése no ti<strong>en</strong>e nombre?<br />

Durante <strong>un</strong> instante reinó el sil<strong>en</strong>cio. A Burton le resultaba insoportable mirar las jetas de esos<br />

profetas contumaces. Él era <strong>un</strong> peregrino al que deseaban desori<strong>en</strong>tar. Lo insoportable había sido<br />

trasplantado, sólo era viable allí, <strong>en</strong> ese club de oficiales, <strong>en</strong> ese invernadero. Tanto más fácil le<br />

resultaría a él despreciarlo.<br />

–Ríase, Burton, ríase; averigüe qué le apetece, diviértase sin ningún escrúpulo, sólo hay <strong>un</strong>a cosa<br />

que no debería usted descuidar bajo ningún concepto: ¡Beba a diario vino de Oporto! Una botella<br />

preserva de la fiebre.<br />

44


5. Naukaram<br />

II Aum Siddhivinaayakaaya namaha I Sarvavighnopashantaye namaha I Aum Ganeshaya<br />

namaha II<br />

–Continúa.<br />

–Mi señor, el capitán Richard Francis Burton, se trasladó <strong>en</strong> barco de Bombay a Baroda poco<br />

después de su llegada. Y como yo ya le había sido útil <strong>en</strong> las semanas que había pasado <strong>en</strong><br />

Bombay...<br />

–Imprescindible su<strong>en</strong>a mejor.<br />

–Imprescindible. Como me había hecho imprescindible, me llevó consigo. Yo regresaba por<br />

primera vez a mi ciudad natal.<br />

–Donde fuiste recibido como <strong>un</strong> rey.<br />

–Nadie me conocía. Surgí de la nada. Iba bi<strong>en</strong> vestido. Sahib Burton me había dado <strong>en</strong> Bombay<br />

dinero para comprar kurtas nuevos. Yo era <strong>un</strong> hombre muy solicitado. Buscaba criados para <strong>un</strong><br />

oficial de la Jan Kampani Badahur...<br />

–La Honorable Compañía de las Indias Ori<strong>en</strong>tales. ¿Ves cuán alerta he de estar? Si <strong>en</strong> la carta se<br />

deslizan faltas similares, lo máximo que conseguirás será <strong>un</strong> empleo como limpiador de letrinas.<br />

–En cuanto me descubrieron, los pari<strong>en</strong>tes ya no se apartaron de mí. Mis padres habían fallecido.<br />

Pero todos los demás presumían de mí. A partir del seg<strong>un</strong>do día se esforzaron por <strong>en</strong>contrarme<br />

esposa. Yo int<strong>en</strong>taba olvidar cómo se deshicieron de mí <strong>en</strong>viándome a esa horr<strong>en</strong>da Surat.<br />

–¿Pret<strong>en</strong>des conmoverme hasta las lágrimas?<br />

–Todos deseaban pescar <strong>un</strong> empleo. En primer lugar mis hermanos, faltaría más, que se<br />

recuperaron <strong>en</strong>seguida de la sorpresa de mi exist<strong>en</strong>cia. He de confesar que mis padres les habían<br />

contado que yo había muerto <strong>en</strong> el parto. Ellos int<strong>en</strong>taron <strong>en</strong>gatusarme. Cuántos años perdidos,<br />

hermano, me decían. T<strong>en</strong>emos que recuperarlos. No volveremos a separarnos n<strong>un</strong>ca más. Me<br />

miraban a los ojos y, por <strong>un</strong> instante, estuve a p<strong>un</strong>to de creerlos, hasta tal p<strong>un</strong>to se cre<strong>en</strong> las<br />

personas su propia palabrería. Queremos honrarte, t<strong>en</strong>emos que gozar de ti como <strong>un</strong> regalo<br />

inesperado. Así babeaban <strong>en</strong> mi pres<strong>en</strong>cia, sin cesar, mis seis hermanos. Yo aceptaba las<br />

numerosas at<strong>en</strong>ciones. Lo consideraba <strong>un</strong> desagravio, <strong>un</strong> desagravio ridículo e insignificante.<br />

Cómo se esforzaban por causar bu<strong>en</strong>a impresión. Yo me fijé bi<strong>en</strong>, juzgué sin<br />

45


<strong>un</strong> asomo de pasión quién valía la p<strong>en</strong>a y quién no. Poseo bu<strong>en</strong> olfato para las personas, se puede<br />

confiar <strong>en</strong> mí, escríbalo. Cuando me decidí por doce personas, les expliqué a cada <strong>un</strong>a de ellas<br />

que t<strong>en</strong>ían que obedecerme. Como es lógico, también al sahib, cuando les hablase directam<strong>en</strong>te.<br />

En todo lo demás, a mí. Sólo yo ejercía influ<strong>en</strong>cia sobre el sahib, y si no se sometían a mí podía<br />

<strong>en</strong>cargarme <strong>en</strong> cualquier mom<strong>en</strong>to de...<br />

–Doce criados y dos señores...<br />

–¡Sahib Burton jamás tuvo problemas con los criados a lo largo de todos esos años! Lo cual es<br />

mérito mío.<br />

–¿Cuánto te pagaban?<br />

–¿Quiénes?<br />

–Tus pari<strong>en</strong>tes y subordinados.<br />

–¿Cómo dice?<br />

–Los ordeñaste. Habrías sido muy tonto si les hubieras regalado <strong>un</strong> empleo tan lucrativo.<br />

–Sahib Burton me <strong>en</strong>tregaba <strong>un</strong>a cantidad fija para todos los gastos. Les pagaba con eso. Ellos<br />

estaban satisfechos. Sin excepción. Yo t<strong>en</strong>ía el gobierno de la casa bajo control. Era <strong>un</strong> b<strong>un</strong>galow<br />

bonito, por desgracia situado <strong>en</strong> el extremo más alejado del cuartel. Los trayectos eran largos.<br />

Sahib Burton se adaptó <strong>en</strong>seguida. Los demás oficiales le llamaban griffin, recién llegado, pero<br />

eso duró poco. Mi señor pert<strong>en</strong>ecía a ese tipo de personas que vayan a donde vayan pronto<br />

conoc<strong>en</strong> el lugar mejor que qui<strong>en</strong>es se han pasado allí la vida <strong>en</strong>tera. Se adaptó deprisa, no se<br />

imagina con qué rapidez apr<strong>en</strong>día. Si yo poseyera esa facultad, las cosas no habrían terminado ni<br />

la mitad de mal.<br />

–¿Caíste <strong>en</strong> desgracia?<br />

–Me mandaron a casa, sin carta de recom<strong>en</strong>dación, sin refer<strong>en</strong>cias. ¡Después de tantos años! Sólo<br />

<strong>un</strong>a pequeña indemnización y la ropa que vestía. No fue sólo error mío. De mí se esperaba más<br />

que de los demás. Siempre ha sido así.<br />

–Sin duda, sin duda.<br />

–No se puede poner el final por <strong>en</strong>cima de todo lo demás, ¿verdad? El final no puede t<strong>en</strong>er tanta<br />

importancia.<br />

–Escucha, yo no m<strong>en</strong>cionaré tus flaquezas, las facetas más desagradables de tu historia, pero<br />

debería conocerlas. Cuanto más sepa, mejor, ya me <strong>en</strong>ti<strong>en</strong>des. Prosigue.<br />

–Él no estaba acostumbrado a tantos criados. A mí eso, por <strong>en</strong>tonces, me sorpr<strong>en</strong>día. Hasta que<br />

conocí muchos años después la mo-<br />

46


destia y s<strong>en</strong>cillez con que había vivido <strong>en</strong> su patria. Sólo con <strong>un</strong> criado y <strong>un</strong> cocinero. Eso no lo<br />

supe hasta que viajé con él a Inglaterra y a Francia...<br />

–¿Estuviste <strong>en</strong> el país de los fir<strong>en</strong>gi?<br />

–De allí me <strong>en</strong>viaron de vuelta a casa.<br />

–Eso no lo has m<strong>en</strong>cionado.<br />

–Me llevó consigo a su país. Así de importante era para él.<br />

–¿Cómo no me lo has dicho antes? Eres <strong>un</strong> hombre con experi<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> el país de los fir<strong>en</strong>gi. Eso<br />

te revaloriza.<br />

–Ahora ya lo sabe.<br />

–No conozco a ningún sirvi<strong>en</strong>te que haya estado <strong>en</strong> Inglaterra.<br />

–Yo era más que <strong>un</strong> simple sirvi<strong>en</strong>te.<br />

–¿Un amigo?<br />

–No, amigo no, es imposible ser amigo suyo.<br />

–¿Hombre de confianza, quizás? Eso su<strong>en</strong>a bi<strong>en</strong>. Naukaram, hombre de confianza del capitán<br />

Burton. Continúa.<br />

–Capitán Richard Francis Burton, quizá sea mejor escribir el nombre completo.<br />

–Por supuesto. Y aún sería mejor que no me ocultases nada. Cuanto más t<strong>en</strong>ga que corregir, más<br />

costará.<br />

–Ti<strong>en</strong>e que quedar bi<strong>en</strong>, lo mejor posible. Necesito <strong>en</strong>trar de nuevo al servicio de <strong>un</strong> angrezi. He<br />

nacido para esto. No he olvidado ning<strong>un</strong>o de mis errores. La primera vez que lo afeitaron estuvo<br />

a p<strong>un</strong>to de ocurrir <strong>un</strong> homicidio. Él dormía aún, quiero decir que cuando le <strong>en</strong>jabonaron la cara<br />

estaba adormilado. El hajaum, navaja <strong>en</strong> mano, se disponía a com<strong>en</strong>zar el afeitado cuando sahib<br />

Burton abrió los ojos. No sé qué creyó ver, rodó por <strong>en</strong>cima de la cama, la cara rebosante de<br />

espuma. Los ut<strong>en</strong>silios del hajaum se cayeron, sahib Burton se precipitó al suelo. Agarró su<br />

pistola y seguro que habría disparado de no haber sido porque le grité: Todo va bi<strong>en</strong>, sahib, no<br />

hay peligro, todo va bi<strong>en</strong>. ¡Sólo iban a afeitarlo! Él blandía la pistola hacia mí, am<strong>en</strong>azando con<br />

pegarme <strong>un</strong> tiro a la próxima sorpresa de ese tipo.<br />

–¿Diste crédito a esa am<strong>en</strong>aza?<br />

–Sí, cuando se apoderaban de él los malos espíritus, lo creía muy capaz.<br />

–Entonces, ciertam<strong>en</strong>te, tuviste <strong>un</strong> gran mérito. Salvaste la vida a <strong>un</strong> barbero.<br />

47


6. Eliminación de obstáculos<br />

Con m<strong>en</strong>os de doce criados no puedo organizar la casa, había afirmado con tono solemne<br />

Naukaram. A continuación, Burton le había permitido escoger a doce criados. Vete a saber cómo<br />

y dónde los re<strong>un</strong>ió. Le traía sin cuidado. Por el mom<strong>en</strong>to había decidido dejar pl<strong>en</strong>a libertad a<br />

Naukaram. Burton aceptó a los doce desconocidos de piel oscura que se deslizaban <strong>en</strong> la<br />

habitación, desempeñaban su trabajo <strong>en</strong> sil<strong>en</strong>cio y, por lo demás, observaban <strong>un</strong>a sumisión casi<br />

imperceptible, las palmas de las manos <strong>un</strong>a sobre la otra, la mirada fija <strong>en</strong> él. A veces se olvidaba<br />

de ellos y se asustaba cuando metían ruido. Compartía los días <strong>en</strong> el b<strong>un</strong>galow con ellos; los días<br />

claros, que se tornaban más calurosos y pegajosos, se s<strong>en</strong>taba al escritorio, detrás de la celosía<br />

que lo blindaba del exterior. Así podía leer y escribir con cierta comodidad. ¿Qué otra cosa podía<br />

hacer? En las horas posteriores al amanecer <strong>en</strong>señaba el abecé de la instrucción a <strong>un</strong>a tropa<br />

reclutada al azar y desmotivada, y habría requerido cierta ofuscación considerar importante la<br />

tarea de formar a esa soldadesca imperial. La seguridad de ese puesto exterior <strong>en</strong> el recinto no<br />

suscitaba preocupación alg<strong>un</strong>a, los nativos estaban tranquilos, las últimas pérdidas se remontaban<br />

a <strong>un</strong>os años atrás, cuando, durante <strong>un</strong> desfile <strong>en</strong> el palacio del maharajá, <strong>un</strong> elefante <strong>en</strong>loqueció y<br />

aplastó a varios cipayos. Por lo demás reinaba tal sil<strong>en</strong>cio que creía oír el latido del cerrilismo.<br />

Le asqueaba el pegajoso embrutecimi<strong>en</strong>to de <strong>un</strong>a vida consagrada al billar y al bridge, se negaba<br />

a esperar a que transcurriera el tiempo que debía estar de servicio h<strong>un</strong>dido <strong>en</strong> cojines tan gruesos<br />

como <strong>en</strong>mohecidos, con la mirada clavada <strong>en</strong> aquellas uñas <strong>en</strong> las que se acumulaban la ar<strong>en</strong>a y<br />

el polvo. Sólo había <strong>un</strong>a posibilidad de no desperdiciar la vida: apr<strong>en</strong>der idiomas. Los idiomas<br />

eran <strong>un</strong> arma con la que se liberaría de las ataduras del tedio, impulsaría su carrera, aguardaría<br />

tareas más ambiciosas. En el barco había pescado indostaní sufici<strong>en</strong>te como para ori<strong>en</strong>tarse con<br />

tosquedad y no hacer el ridículo ante los nativos, y eso –según había comprobado para asombro<br />

suyo– era más de lo que eran capaces incluso los oficiales cond<strong>en</strong>ados desde hacía tiempo a la<br />

India. Uno de ellos hablaba exclusivam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> imperativo; otro utilizaba siempre la conjugación<br />

fem<strong>en</strong>ina, todos sabían que repetía de forma maquinal las palabras de su amante nativa. Un<br />

escocés no había podido adaptar su ac<strong>en</strong>to, de manera que sus compatriotas lo <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dían con<br />

esfuerzo y los nativos nada. Si se av<strong>en</strong>turaba <strong>en</strong> el in-<br />

48


dostaní, contestaban cortésm<strong>en</strong>te y con pesar que por desgracia no <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dían el inglés, que el<br />

sahib esperase <strong>un</strong> mom<strong>en</strong>to y traerían a <strong>un</strong> traductor.<br />

Tras las obligaciones del regimi<strong>en</strong>to, Burton se s<strong>en</strong>taba ante su escritorio y se sumergía hasta<br />

altas horas de la noche <strong>en</strong> las gramáticas que había adquirido <strong>en</strong> Bombay. Rara vez le<br />

molestaban. Había corrido la voz de que el griffin era <strong>un</strong> tipo raro. No le resultaba fácil quedarse<br />

s<strong>en</strong>tado tan tranquilo. No hacía ni medio año que había partido de Gre<strong>en</strong>wich con la esperanza de<br />

pasar de la cotidianidad mezquina al reino de los admirables actos heroicos y asc<strong>en</strong>sos rápidos,<br />

de <strong>en</strong>contrar la gloria y el honor. Hombres de su edad t<strong>en</strong>ían al mando a tres mil sikhs, que<br />

conquistaban para Su Majestad territorios mayores que Irlanda.<br />

Las gotas de sudor le corrían por los brazos y la espalda, y las moscas zumbaban a su alrededor.<br />

Afganistán estaba <strong>en</strong> otra parte y ya pacificado, y a él no le quedaba más remedio que pron<strong>un</strong>ciar<br />

palabras <strong>en</strong> voz alta, repetirlas ci<strong>en</strong>tos de veces. Ap<strong>en</strong>as callaba, oía el zumbido de los mosquitos<br />

de los que no se libraba, daba igual con cuánta frecu<strong>en</strong>cia golpease el aire gritando al mismo<br />

tiempo la palabra que hacía suya <strong>en</strong> ese mom<strong>en</strong>to. Sólo había <strong>un</strong>a estrategia para v<strong>en</strong>cer a esa<br />

plaga. T<strong>en</strong>ía que permanecer inmóvil <strong>en</strong> la silla, los ojos fijos <strong>en</strong> el libro abierto ante sí, <strong>en</strong> la<br />

sigui<strong>en</strong>te palabra inglesa a la que como tantas veces se le habían asignado dos concordancias –la<br />

doblez de los nativos se manifestaba <strong>en</strong> su l<strong>en</strong>guaje, había referido el oficial que conjugaba <strong>en</strong><br />

fem<strong>en</strong>ino–. Él era <strong>un</strong>a víctima solapada, el oído experim<strong>en</strong>tado para el mosquito que se acercaba<br />

zumbando, pratikshaa karna, <strong>un</strong>a de las concordancias, a repetir despacio, cada sílaba <strong>un</strong> trago<br />

de agua, ahora el mosquito estaba cerca, intezaar karna, la otra concordancia, que repitió varias<br />

veces, sintió cómo el mosquito se posaba <strong>en</strong> su brazo y picaba. Entonces golpeó.<br />

–¡Naukaram!<br />

–Sí, sahib.<br />

–Únicam<strong>en</strong>te a base de gramática no avanzaré. Necesito <strong>un</strong> profesor,<br />

¿puedes conseguirme <strong>un</strong>o idóneo?<br />

–Puedo int<strong>en</strong>tarlo.<br />

–¿En la ciudad?<br />

–Sí, <strong>en</strong> la ciudad.<br />

–Otra cosa más, Naukaram.<br />

–Sí, sahib.<br />

49


–A partir de ahora te prohíbo pron<strong>un</strong>ciar <strong>un</strong>a sola palabra <strong>en</strong> inglés <strong>en</strong> mi pres<strong>en</strong>cia. ¡Habla<br />

indostaní! O gujarati o lo que demonios sea, pero ni <strong>un</strong>a palabra más de inglés.<br />

–¿Y si se pres<strong>en</strong>ta alg<strong>un</strong>a visita?<br />

–Lo imprescindible. Solam<strong>en</strong>te lo imprescindible.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!