ESTUDIOS DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA Arqueología y ...
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196 estUdios de antropología e Historia / arqUeología y patrimonio en el estado de Hidalgo Cuadro 3. Industria lítica del Epiclásico, con base en las colecciones de excavación de Chapantongo. especializado, tal vez en menor intensidad, está representado por instrumentos y objetos de hueso, por ejemplo agujas, además de piezas ornamentales y rituales, como pendientes y omexicahuastlis; este es el caso también para la manufactura de ornamentos en concha (Figura 3), ya que hay pendientes en valvas modificadas de pelecípodos de agua dulce (Valadez Azúa et al. 2005). Por otra parte, los macrorrestos vegetales evidencian una economía agrícola de temporal complementada por la recolección, dada la presencia de espinas terminales de maguey, frijol, maíz cónico, amaranto y chenopodium (Fournier y Bolaños 2006; Fournier en prensa); entre las presas de caza se encuentran conejos, liebres y venados, así como en baja proporción lince cuya piel tal vez se aprovechó así como algunos huesos, dado que hay una ulna trabajada; debió ser de importancia en la dieta la cría de perros dada la abundancia de restos óseos de canes, así como de guajolotes. Destaca además la presencia de berrendo entre los materiales óseos faunísticos, caparazones de tortugas de agua dulce que probablemente se atraparon para aprovechar la carne, al igual que almejas (concha dulceacuícola, Unio sp.) que debieron colectarse en los cauces aledaños a la localidad (Valadez Azúa et al. 2005). Son patentes elementos complejos de ritualidad que incluyen sacrificios humanos, como parte de un elaborado sistema cosmovisional con énfasis en el culto selenita, al Arqueología.indd 196 06/12/10 17:54
9 / el modo de vida preColombino de los otomíes de la región de tUla 197 menos entre uno de los grupos de linaje hegemónicos, que se manifiesta tanto en la orientación de algunos de los edificios como en ofrendas funerarias dedicadas a la luna (Fournier y Bolaños 2006). Entre éstos destaca una estructura residencial cuyos paramentos están orientados en función de marcadores del horizonte respecto a la posición de la luna en el solsticio de verano (Figura 3, k), según los estudios arqueoastronómicos realizados por Stanislaw Iwaniszewski (Iwaniszewski y Fournier 1999), además de la colocación de un altar con cráneos de adultos jóvenes en una pequeña plaza que se localiza frente a un templete con fachada en el estilo de talud-tablero (Figura 3, l). La última etapa deposicional del altar representa una de las fases lunares cuya designación persiste entre los otomíes de la Sierra de Puebla (Galinier 1990), el cuarto menguante (Taskhua Zana) o sea “luna del pie podrido”. En este altar destaca la ubicación del cráneo de una mujer en la posición central, mientras que en cada una de cuatro esquinas se encuentra el cráneo de un varón colocado sobre sus pies aún articulados; conforme a los análisis osteológicos y ante la ausencia de huellas de corte, se determinó que se trata de una decapitación metafórica de los individuos y del desmembramiento de los cadáveres, que se dejaron descomponer parcialmente (“podrir”) para posteriormente desprender cráneos y pies. Según el estudio arqueoastronómico (Iwaniszewski y Fournier 1999), resalta el hecho de que el cráneo femenino esté direccionado hacia marcadores en el horizonte relacionados con eclipses lunares que ocurrieron en el siglo VII de nuestra era. Si bien en depósitos anteriores que subyacen a este conjunto de cinco cráneos se encontraron los de otros 8 individuos, todos hombres, no guardan un orden semejante al del evento tardío aunque su ubicación indica que quedaron de espaldas a la posición de la luna, indicador de los opuestos comunes en la cosmovisión mesoamericana como probable símbolo de la oposición macho-hembra, luna-sol, Madre Vieja-Padre Viejo, es decir las deidades otomíes Sinana-Sidada. Es evidente que hubo un uso reiterativo del mismo espacio posiblemente vinculado con ceremonias cíclicas, cubriendo las ofrendas con cráneos y desenterrándolas total o parcialmente para colocar las cabezas de más individuos, marcando la zona con una laja con filos tallados de forma circular sobre la cual se colocó un bloque de toba también trabajado y redondo; cabe destacar que entre los huicholes y hasta la actualidad en las ceremonias de fuego nuevo, se entierran y desentierran los ídolos cuya ubicación en espacios abiertos y de circulación cotidiana queda marcada precisamente con un bloque masivo pétreo (Jáuregui y Jáuregui 2005), lo cual nos lleva a suponer que en el contexto ritual de Chapantongo pudo ocurrir algo semejante. Con base en la analogía etnolingüística que se aplicó para la interpretación de las connotaciones rituales y simbólicas del altar citado, podría considerarse como altamente factible que entre las poblaciones epiclásicas de la región de Tula los otomíes constituyeron uno de los componentes biolingüísticos, o tal vez el único. Este planteamiento Arqueología.indd 197 06/12/10 17:54
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menos entre uno de los grupos de linaje hegemónicos, que se manifiesta tanto en la<br />
orientación de algunos de los edificios como en ofrendas funerarias dedicadas a la luna<br />
(Fournier y Bolaños 2006). Entre éstos destaca una estructura residencial cuyos paramentos<br />
están orientados en función de marcadores del horizonte respecto a la posición<br />
de la luna en el solsticio de verano (Figura 3, k), según los estudios arqueoastronómicos<br />
realizados por Stanislaw Iwaniszewski (Iwaniszewski y Fournier 1999), además de<br />
la colocación de un altar con cráneos de adultos jóvenes en una pequeña plaza que se<br />
localiza frente a un templete con fachada en el estilo de talud-tablero (Figura 3, l). La<br />
última etapa deposicional del altar representa una de las fases lunares cuya designación<br />
persiste entre los otomíes de la Sierra de Puebla (Galinier 1990), el cuarto menguante<br />
(Taskhua Zana) o sea “luna del pie podrido”. En este altar destaca la ubicación del cráneo<br />
de una mujer en la posición central, mientras que en cada una de cuatro esquinas<br />
se encuentra el cráneo de un varón colocado sobre sus pies aún articulados; conforme<br />
a los análisis osteológicos y ante la ausencia de huellas de corte, se determinó que se<br />
trata de una decapitación metafórica de los individuos y del desmembramiento de los<br />
cadáveres, que se dejaron descomponer parcialmente (“podrir”) para posteriormente<br />
desprender cráneos y pies. Según el estudio arqueoastronómico (Iwaniszewski y<br />
Fournier 1999), resalta el hecho de que el cráneo femenino esté direccionado hacia<br />
marcadores en el horizonte relacionados con eclipses lunares que ocurrieron en el siglo<br />
VII de nuestra era. Si bien en depósitos anteriores que subyacen a este conjunto<br />
de cinco cráneos se encontraron los de otros 8 individuos, todos hombres, no guardan<br />
un orden semejante al del evento tardío aunque su ubicación indica que quedaron de<br />
espaldas a la posición de la luna, indicador de los opuestos comunes en la cosmovisión<br />
mesoamericana como probable símbolo de la oposición macho-hembra, luna-sol, Madre<br />
Vieja-Padre Viejo, es decir las deidades otomíes Sinana-Sidada. Es evidente que<br />
hubo un uso reiterativo del mismo espacio posiblemente vinculado con ceremonias<br />
cíclicas, cubriendo las ofrendas con cráneos y desenterrándolas total o parcialmente<br />
para colocar las cabezas de más individuos, marcando la zona con una laja con filos<br />
tallados de forma circular sobre la cual se colocó un bloque de toba también trabajado<br />
y redondo; cabe destacar que entre los huicholes y hasta la actualidad en las ceremonias<br />
de fuego nuevo, se entierran y desentierran los ídolos cuya ubicación en espacios<br />
abiertos y de circulación cotidiana queda marcada precisamente con un bloque masivo<br />
pétreo (Jáuregui y Jáuregui 2005), lo cual nos lleva a suponer que en el contexto ritual<br />
de Chapantongo pudo ocurrir algo semejante.<br />
Con base en la analogía etnolingüística que se aplicó para la interpretación de las<br />
connotaciones rituales y simbólicas del altar citado, podría considerarse como altamente<br />
factible que entre las poblaciones epiclásicas de la región de Tula los otomíes constituyeron<br />
uno de los componentes biolingüísticos, o tal vez el único. Este planteamiento<br />
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