La redoma encantada - Biblioteca Virtual Universal
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PASCUALA.- Te prenderían, te llevarían a presencia del conde.<br />
DOROTEA.- (Aparte. A eso he venido.) ¿Dónde se ha alojado el conde?<br />
PASCUALA.- En la galería de los trofeos, que es el costado de la fábrica que menos ha<br />
padecido. (Mirando adentro.) ¡Ay Jesús! Que ya están aquí.<br />
DOROTEA.- ¿Quienes?<br />
PASCUALA.- Mi marido y los soldados. Ya no puedes huir.<br />
DOROTEA.- Escóndeme en cualquier parte. (Para sí. Oiré lo que digan.)<br />
PASCUALA.- En esta pieza. Ven. (<strong>La</strong> hace entrar por la puerta de la derecha.) Procura<br />
estar con silencio, o eres perdida.<br />
Escena II<br />
DON LAÍN. SOLDADOS.- PASCUALA. DOROTEA, oculta.<br />
LAÍN.- Pues, señor, allá nos aguarde por muchos años.<br />
PASCUALA.- ¿Quién?<br />
LAÍN.- Mi duplicado, el otro yo, Garabito.<br />
PASCUALA.- ¿Qué decís? ¿Ha muerto?<br />
LAÍN.- Se han empleado todos los medios conducentes. Íbamos dándole caza a lo largo del<br />
Duero; ve que ya le podía alcanzar una bala, y... ¡zas! Embócase de cabeza en el río, y tú<br />
que le viste.<br />
PASCUALA.- ¿Y no hubo entre vosotros una alma capaz de socorrerle?<br />
DOROTEA.- (Asomándose a la ventanilla.) No estaba yo lejos.<br />
LAÍN.- Sí tal: Beeker y Strans se arrojaron al agua tras él. Esos dos muchachones que ves<br />
ahí, que son dos atunes.