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historia de la conquista y población de la provincia de venezuela

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an un mi<strong>la</strong>gro. De pronto, ven “...una canoa con cuatro indios, que no les<br />

parecieron sino ángeles a aquellos <strong>de</strong>rrotados peregrinos” [p. 40]. Los indios<br />

los socorren con maíz, yucas y batatas, pero no bien reciben ese “bastimento”,<br />

los soldados intentan sujetarlos y comérselos. Están débiles, y<br />

sólo pue<strong>de</strong>n atrapar a uno. Luego <strong>de</strong> saciarse, vuelve a perturbarlos el mutuo<br />

recelo. Tres regresan a <strong>la</strong> montaña, y se esfuman para siempre. El cuarto,<br />

Francisco Martín, afligido por una l<strong>la</strong>ga que le impi<strong>de</strong> caminar, se aferra<br />

a un ma<strong>de</strong>ro y se <strong>de</strong>ja llevar por <strong>la</strong> corriente. A <strong>la</strong>s pocas horas encuentra<br />

una pob<strong>la</strong>ción indígena, don<strong>de</strong> lo socorren. El cacique lo adopta, y Martín<br />

se convierte en un indio pleno: <strong>de</strong>snudo, idó<strong>la</strong>tra, sin pudor.<br />

En este punto Oviedo (como un siglo antes lo ha hecho fray Pedro<br />

Simón en sus Noticias) impone al re<strong>la</strong>to una pausa y vuelve su atención hacia<br />

<strong>la</strong>s fatalida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l po<strong>de</strong>r. Cuando regresa, en el capítulo IX, <strong>de</strong>scribe el<br />

extraño reencuentro <strong>de</strong> Martín –“...tan convertido ya en indio, y bien hal<strong>la</strong>do<br />

en sus groseras costumbres, que ni aún señas aparentes <strong>de</strong> español le<br />

habían quedado” [p. 46]– con sus antiguos compañeros <strong>de</strong> milicia. Es el<br />

propio Martín quien se a<strong>de</strong><strong>la</strong>nta a los contingentes indios, en vísperas <strong>de</strong><br />

una batal<strong>la</strong>. Los españoles no logran persuadirse <strong>de</strong> que es uno <strong>de</strong> ellos<br />

hasta que el compañero perdido, narrándoles “su infortunio”, logra que lo<br />

i<strong>de</strong>ntifiquen. Los abrazos que le prodigan no impi<strong>de</strong>n que, meses más tar<strong>de</strong>,<br />

sienta me<strong>la</strong>ncolía <strong>de</strong> su mujer y <strong>de</strong> sus hijos y se fugue <strong>de</strong> Coro. Rescatado<br />

<strong>de</strong> nuevo, vuelve a su tribu, hasta que, cuando lo atrapan por tercera<br />

vez, es enviado al “...Nuevo Reino <strong>de</strong> Granada, para que quitada <strong>la</strong> ocasión<br />

con <strong>la</strong> distancia, olvidase <strong>la</strong> aflicción que tanto lo enajenaba” [p. 48].<br />

Cada paso <strong>de</strong>l re<strong>la</strong>to es un oxímoron, una visión al revés <strong>de</strong> <strong>la</strong> realidad,<br />

una construcción que navega contra <strong>la</strong> corriente: los indios que salvan a<br />

Martín y a sus compañeros <strong>de</strong> perecer por hambre son vistos como ángeles,<br />

lo que no impi<strong>de</strong> que uno <strong>de</strong> esos ángeles sea <strong>de</strong>vorado; <strong>la</strong> piedad <strong>de</strong><br />

los indios no es un sentimiento natural, sino un hecho que sobreviene <strong>de</strong><br />

pronto, sin preparación, como los rayos: “Tuvo lugar <strong>la</strong> piedad en el bruto<br />

corazón <strong>de</strong> aquellos bárbaros” [p. 40, cursivas agregadas]. Francisco Martín,<br />

<strong>de</strong> vuelta entre los españoles –a cuyo encuentro ha ido voluntariamente–,<br />

siente una y otra vez me<strong>la</strong>ncolía <strong>de</strong> su mujer y <strong>de</strong> sus hijos indios, y una<br />

y otra vez los abandona. La fuerza <strong>de</strong> su <strong>de</strong>seo (<strong>de</strong> su apetito, como dice el<br />

BIBLIOTECA AYACUCHO<br />

XLV

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