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Critica 145 - Revista Crítica

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ELKIN RESTREPO<br />

78<br />

apetitosa para individuos libidinosos que fingen ser más inocentes que su<br />

víctima.<br />

Araceli era virginal como las flores de mayo y aún desconocía, joven co -<br />

mo era, qué suerte le guardaba la vida. Sabía, eso sí, que no era un interés<br />

ordinario el que la movía a escuchar a su sibilino maestro, y, si un día, como<br />

empezó a suceder luego, el placer se mezcló de manera descarada al capullo<br />

de sus ideales, fue porque —como se lo explicaron en detalle Jean Pierre y<br />

Romina durante una sesión redondeada de excesos alcohólicos—, no hay idea -<br />

les sin placer, al menos que éstos sean falsos.<br />

No digamos que Araceli cayó en la trampa de los juegos de palabras,<br />

pero sí en las que el sexo tiende a una núbil muchacha cuya curiosidad se<br />

abre como orquídea atrapamoscas. Una tarde aceptó que Romina, con deli -<br />

cadezas de Celestina improvisada, la desnudara, a la par que con palabras<br />

suntuosas, en griego antiguo, la instruyera acerca de aquellas prácticas an -<br />

cestrales que, sobre las plumas de los cojines desbaratados y dispuestos por<br />

la mano de la providencia en el piso del gran salón —a cada instante deforma -<br />

do por las llamas que envolvían los leños en la chimenea—, no tardaron en<br />

hacerse realidad allí mismo.<br />

Lo cierto es que Jean Pierre, aportando también lo suyo, tocaba la dul -<br />

zaina y bailaba a saltos como un macho cabrío, hasta que, molesto con su mu -<br />

jer porque ésta, olvidándose de todo pacto, demoraba en cederle el lugar entre<br />

las piernas, los abrazos y los besos de Araceli, refunfuñó, coceó y babeó has -<br />

ta perder la paciencia por completo, ya que aquélla, en pleno rapto, parecía<br />

sorda a sus reclamos, o, mejor, con oídos sólo para sus propios quejidos, mu -<br />

cho más rítmicos y acelerados que los muy tímidos arrullos de paloma de la<br />

muchacha, elevándola, a la señora de casa, en espiral hasta un punto del cual,<br />

por lo pronto, no podía descender.<br />

Jean Pierre, relegado, viéndose en el dilema de encallar en algún ángu -<br />

lo de esta figura doble o salir del festejo, optó por resignarse a labores complementarias,<br />

mientras Romina, gata siamesa, acabado lo empezado, de nuevo<br />

volvía a comenzar, hasta que, necesitados ambos de una solución, llamémos -<br />

la salomónica, cada uno se hizo a una región de la anatomía de la doncella,<br />

más presta aún a dejar de serlo, cualquiera fuera la forma, en medida que el<br />

tiempo transcurría.

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