Critica 145 - Revista Crítica
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UNA PAREJA DEL CAMPO<br />
que a su vida de recién desposados le hacía falta paradójicamente un poco<br />
más de oxígeno, aceptaron vivir en aquel caserón en las afueras, metido en<br />
medio de un bosque umbrío, que el tío enfermizo les cedió a cambio de na -<br />
da. Hasta allí los acompañaron los amigos cuando se mudaron, y para no per -<br />
derse el espectáculo de la mutación de aquellas larvas en crisálidas, empezaron<br />
a visitarlos con cierta periodicidad.<br />
La casa era blanca, espaciosa, de dos pisos, con detalles de buen gusto<br />
por todos lados, a la que envolvía también una leyenda. Se contaba que allí<br />
la antigua dueña, una solterona neurótica, herida en lo más íntimo, había<br />
disparado al mayordomo cuando lo sorprendió en ciertas disquisiciones ama -<br />
torias con una oveja que apacentaba con sus corderillos en los alrededores,<br />
enterrándolo luego en el jardín. La fertilidad y belleza del sembrado de hor -<br />
tensias provenía al parecer de la calidad del abono, cuya composición quí -<br />
mica nadie desentrañaba hasta que el olfato de un experimentado sabueso,<br />
adscrito a la inspección policial, logró averiguar la causa.<br />
Pero esto había sucedido hacía tiempo, por lo que Romina, protegida<br />
por su mantra (remitido por un gurú californiano, falso por supuesto), al que<br />
se aferraba cada que la cogían los nervios en aquella desmañada soledad,<br />
decía no importarle.<br />
A la vuelta de la casa existía una caída de agua donde la pareja se baña -<br />
ba desnuda y entonaba cantos obscenos que hacían palidecer a la legión de ha -<br />
das gordas que merodeaba por allí, sin razón útil alguna. El tiempo, sobre todo<br />
al principio, fue su gran aliado y fuera de dar rienda suelta a sus instintos, que<br />
se extendían al hociqueo y la sodomía y al cosquillearse con una coliflor o una<br />
cola de marrano, su mínimo quehacer los gratificaba como a otros gratifica<br />
quebrarse el lomo veinte horas al día.<br />
Fue, llamémoslo así, su periodo azul, en el que Romina, hacendosa como<br />
era, para descansar del amor y sus somnolientas horas, fabricaba collares de<br />
achiras y hacía dulces variados, llenando aquellos predios de aromas ricos,<br />
que luego enfrascaba y vendía en la ciudad.<br />
Por su parte, Jean Pierre empezó a leer a Shakespeare en voz alta,<br />
primero a su amada y luego a quien apareciera por aquellos predios, a fin<br />
de superar el trauma de haber robado el volumen de las tragedias, allá en la<br />
infancia, con intenciones de prenderle fuego a la casa de sus padres.<br />
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