Critica 145 - Revista Crítica
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ELIZABETH MIRABAL Y CARLOS VELAZCO<br />
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nosotros. Ésas eran las que se le ocurrían, aparte de “Duérmete, mi niño”, que<br />
la conoce todo el mundo. Las recogí en El reino del abuelo: “Ya se murió el<br />
burro, / que acarrea el vinagre, / ya lo llevó Dios / de esta vida miserable.” Ha -<br />
ce poco escuché un disco donde un español la canta, y no es exactamente la<br />
misma letra, pero es la canción: “ya estiró la pata, / ya torció el jocico / y con<br />
el rabico decía adiós, perico”. “Papá, ¿cómo se te ocurría dormirnos con esa<br />
canción tan triste?”, le decía. Él se quedaba un rato callado: “Pero es que<br />
la parte que a ustedes más le gustaba era: turuturuturu que turuturuturu.” Es<br />
verdad. “¡Pero, viejo, la letra es terrible!” Otra, que nos cantaba, era: “No<br />
llores, no / que la vida es muy breve, / todo se pasa, / como una sombra le -<br />
ve.” Se las enseñó Julián Orbón; es una tonada del cancionero anónimo as -<br />
turiano. Se podrán imaginar. Así y todo, mis hermanos, crueles, durmieron<br />
a sus hijos, y yo también a mis sobrinos Ismael y María José, con esas canciones,<br />
¡qué eran las que nos sabíamos!<br />
—¿En qué consistía la participación de Rapi, Lichi y Fefé en las tertulias<br />
de los amigos de Orígenes?<br />
—Un poco que El Turco Sentado se trasladó a ese pueblito perdido en<br />
los mapas de la ciudad. Los domingos llegaban Cintio, Fina, Octavio Smith,<br />
Agustín Pí, Lezama, Julián Orbón, Cleva Solís, Samuel Feijoó, y traían a<br />
nuestros primos. Hacíamos lo que hacen todos los niños, jugar, sencillamen -<br />
te; eran nuestros tíos que venían a casa. Algo de lo que me arrepentiré toda<br />
mi vida, pero qué le vamos a hacer, fue un día que papá nos dijo: “Hoy vie -<br />
ne un amigo, escritor argentino, y quiero que lo conozcan”, pero me coinci -<br />
día con un partido de baloncesto. Yo tendría trece o catorce años, estudiaba<br />
la secundaria y jugaba baloncesto. Cerca de la hora, mis hermanos no sé<br />
dónde estaban, y yo: “Papá, me tengo que ir.” “No, hijita, espera, que están<br />
al llegar.” Vestida para salir, llegó el carro, la visita subió al estudio, y mamá<br />
me avisó: “Ve, que tu padre quiere que te conozcan.” Vi a Lezama, y senta -<br />
do a su lado un señor al que me presentaron: Julio Cortázar. “Mucho gusto.”<br />
“¡Ah!, encantada.” “Bueno, me voy a un juego de básquet.” Dejé al señor Ju -<br />
lio Cortázar sentado en el estudio de mi casa, se podrán imaginar. Todavía me<br />
doy cabezazos contra la pared.<br />
—Se dice que Eliseo Diego sentía celos del cariño de María Zambrano<br />
hacia Lezama Lima.