Critica 145 - Revista Crítica
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HACIA EL CASTILLO<br />
gemía y se convulsionaba, que había descubierto un nuevo juego y se entregaría<br />
a éste hasta extenuarse, mientras la angustia de K. aumentaba y hacía<br />
que el día se detuviera. Le daba la impresión de que el día llevaba horas de -<br />
tenido, aunque el cielo hubiera cambiado y el lugar comenzara a disolverse<br />
definitivamente bajo su resplandor. En ese cielo se sostenía inmóvil un pá -<br />
jaro negro, del otro lado de la hilera de casas que al ser bañadas por la luz<br />
sólo se percibían en silueta, como antes cuando había niebla. Y allí estaban<br />
aquellas otras sombras, la gente, y en el centro, en un cráter de asco y deses -<br />
peranza yacía él, K., a merced del padre, del castillo de todo el mundo y<br />
de sí mismo, para admitir que no se había presentado a la prueba. De pronto<br />
todo comenzó a moverse, el horizonte, la calle y el suelo empezaron a girar.<br />
Y en el mismo momento en que el horror por lo que sucedía aumentaba<br />
hasta ser insoportable, se transformó en cólera.<br />
Basta ya, repitió K., sorprendido por el volumen de su voz y también<br />
porque se hubiera atrevido a alzarla. Ya es bastante grave, continuó sin<br />
bajar la voz, poner a una persona a una posición como la mía, de lo cual di -<br />
fícilmente puedan enorgullecerse el pueblo y las autoridades. Aún peor que<br />
haya que explicar también qué debe hacerse. ¿Acaso no es evidente? Ahora<br />
bien, increpó a los que habían quedado paralizados ante la fuerza de su voz,<br />
quizás los señores se decidan a emprender algo y liberarme de mi situación,<br />
antes de que un mensajero del castillo o un funcionario, lo que sería aún peor,<br />
me descubra aquí y tenga que ver cómo el pueblo completo se divierte con<br />
esto, en lugar de cumplir su deber, pues es esto seguramente lo que se exige<br />
de todos. La mención del castillo interrumpió el ajetreo, aunque sólo por un<br />
breve tiempo. No el pueblo completo, dijo una voz, y otra comentó: ahora<br />
de repente sabe de los mensajeros del castillo, lo cual asombró al propio K.<br />
Después las primeras manos se dieron a la tarea de romper la coraza que<br />
cubría su cuerpo, pero también esos intentos desembocaron en un juego y<br />
fracasaron. A alguien se le ocurrió traer un hacha, y a otro un cuchillo, y el<br />
grupo comenzó a imaginarse cómo se debía manejar el hacha y dónde se<br />
debía apoyar el cuchillo. Primero en susurros y dirigiendo miradas furtivas<br />
a K., y por último en voz alta, discutieron el hacha de quién y el cuchillo de<br />
quién debía traerse, si debía ser uno del pueblo o de propiedad condal, y<br />
analizaron hasta qué punto sería posible establecer una división como esa, pues<br />
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