Critica 145 - Revista Crítica
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MARIANNE GRUBER<br />
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y aquel no lo tranquilizó por unos instantes. No había motivo de preocupa -<br />
ción. Una vez más era sólo un sueño, un simple sueño. En algún momento<br />
despertaría en una cama con una sábana blanca y fundas blancas y reflexio -<br />
naría sobre aquellas extrañas imágenes, trataría de descubrirles un sentido<br />
oculto, para encontrar quizás lo contrario, una cadena de casualidades a la<br />
que se atribuía arbitrariamente un significado, o también para descubrir que<br />
el sentido consistía en la falta de sentido de las imágenes; un esfuerzo que bien<br />
podría equivaler al intento de hacerse de una visión de la vida en la cual ésta<br />
conservara sus naturales y graves ascensos y caídas, pero al mismo tiempo fue -<br />
ra reconocida como una nada, como un sueño, como un estar flotando. Como<br />
un sueño, repetía sin palabras, como un estado de suspensión para despertar<br />
en un cuarto blanco, en una cama con vestidura blanca. Y entonces le pasó<br />
por la cabeza que probablemente el blanco, aunque carente de sentido, podría<br />
significar algo, posiblemente el final de los colores. ¿Eso no sugería el final<br />
de todo? Entonces soñaría precisamente su propia muerte y también tendría<br />
que sufrirla si seguía soñando.<br />
Pero no era un sueño. Conocía a aquella gente aunque le fueran extra -<br />
ños, conocía la calle, las casas, el rincón donde yacía, aunque no reconocie -<br />
ra nada. Todo aquello existía y permanecería, nada podría apartar las sombras,<br />
las figuras, las miradas. Observó con un temor creciente a la gente del pueblo.<br />
¿Cómo había ido él a parar allí? ¿Cuándo? Y sobre todo, ¿por qué? ¿No había<br />
partido de su país con un plan definido, con un proyecto y con esperanzas, que<br />
a juzgar por su situación probablemente debió abandonar por completo. Todo<br />
movimiento que percibía, toda imagen le recordaba lo olvidado, aquello de lo<br />
que ya no tenía recuerdo alguno. El castillo, la eterna añoranza. Ningún padre<br />
le había hablado de eso, y sin embargo le parecía que se hubiera puesto en ca -<br />
mino por orden de un padre, para someter a prueba algo que era inescrutable.<br />
Basta ya, dijo en voz baja, pero los que lo rodeaban no se detuvieron.<br />
Unos animaban a los otros, bailaban alrededor de él en semicírculo y proba -<br />
blemente hubieran cerrado una rueda a no ser por la pared de la casa. Sólo<br />
una joven permanecía apartada, pálida e inmóvil, con la cabeza baja. Los de -<br />
más chillaban y de vez en cuando tiraban de la coraza que los encerraba,<br />
aunque sin tratar en serio de romperla. Por último parecieron haberlo olvidado<br />
casi por completo y se alejaron, un montón de gente que bailoteaba,