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Critica 145 - Revista Crítica

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GABRIEL RODRÍGUEZ LICEAGA<br />

146<br />

lefónica tras otra. Quería suplicarle que lo dejara pasar al baño. También que -<br />

ría convencerla de que abortara al hijo. Llevaba poco menos de cuatro meses<br />

gestándose. El tiempo pasó rapidísimo. Le quedaban dos cigarros. Los últimos<br />

dos cigarros del mundo. Le dolían los dientes, necesitaba mear. Nece -<br />

sitaba solucionar el problema antes que Teresita se enterara. Basilio marcó<br />

de nuevo pero ella seguía empotrada en la necedad de no responder.<br />

Adentro y arriba, Laura lloraba vestida de sombras. Cada que su teléfono<br />

sonaba, el rostro se le iluminaba de un verde fluorescente más bien té -<br />

trico. Cada que leía en la pantalla del celular el nombre de Basilio, lo maldecía.<br />

Hace rato que asomó la mirada entre las cortinas rumbo a la calle no pudo dis -<br />

tinguirlo de pie en la esquina. Sólo se alcanzaba a ver un pequeño punto rojo<br />

subiendo y bajando entre eructos de humo. Laura miraba con miedo. En ca -<br />

da una de las esquinas del cuarto aparecía y desaparecía un niño de piel os -<br />

cura solicitando teta entre berridos.<br />

Laura no quería ser madre. ¿Pero… y si decidía serlo? Brillaba el teléfono<br />

testarudamente. Harta, decidió silenciar su luz aprisionándola primero<br />

con ambas manos y luego entre sus muslos. Su mente elegía probables nombres<br />

para el bebé o la bebé: Luis, Luisa. Mario, María. Gustavo, Daniela,<br />

Javier... No había dormido en días. Para evitar observarse en los espejos, los<br />

retiró momentáneamente. No quería reconocerse hinchada y macilenta. Tam -<br />

bién le urgía un corte de cabello. Menos mal que no se hizo el estúpido ta -<br />

tuaje de mariposa en la cintura, lo imaginaba deforme y rasgado por culpa<br />

de una panza con hijo. Un hijo que tiene calentura porque le están saliendo<br />

los dientes o que necesita dinero para el recreo o tiene alergias en la piel<br />

y muelas picadas. Laura sentía ganas de vomitar solamente porque le dijeron<br />

que iba a sentirlas. Imaginaba su carne desgarrándose, sus diminutos senos<br />

alimentando, el centro del mundo entre sus piernas brillando como un sol.<br />

Basilio se sacó la verga dispuesto a orinar en el mismo charco que aparentemente<br />

formó con escupidas. En medio de la meada comenzó a vibrar<br />

su teléfono.<br />

—¿Bueno? ¿Tere? —respondió suspendiendo la chis.<br />

Era Laura.<br />

—¿Cómo planeas pagarlo? —dijo ella con voz firme.

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