Critica 145 - Revista Crítica
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ceras, pues no reacciona lo mismo un<br />
hombre rebosante de salud que un hom -<br />
bre —poeta o no— que padece un dolor<br />
de muelas o que tiene el hígado congestionado.<br />
Ahora bien, resulta que en la primera<br />
década de este siglo en que, precisamen -<br />
te, Ramón López Velarde sufría los ine -<br />
ludibles ahogos de la pubertad, la vida<br />
de México estaba regida por la mano pa -<br />
ternal y ya suficientemente ca llosa o en -<br />
callecida del viejo dictador Porfirio Díaz.<br />
El viejo dictador había sido héroe<br />
de las guerras de Intervención y Refor -<br />
ma, había militado bajo el presidente<br />
Juárez en las filas del Partido Liberal<br />
que es tanto como decir que el viejo<br />
dictador era, si no precisamente enemigo<br />
personal de dios, sí, por lo menos,<br />
enemigo jurado de los ministros de dios<br />
sobre la Tierra.<br />
Pero es de sabios —reza el refrán—<br />
cambiar de opinión y tal vez por eso<br />
los dictadores de la América española<br />
han manifestado siempre una pasmosa<br />
facilidad para mudar de convicciones<br />
o, como dice gráficamente el pueblo de<br />
México, para voltear chaqueta.<br />
Por otra parte, los dictadores de la<br />
América española tienen, por lo común,<br />
un lado flaco: las mujeres o, si ustedes<br />
prefieren, la mujer, que a veces, cuan -<br />
do le da por colaborar con ellos, les re -<br />
sulta mujer fatal. (Parece que el ochen ta<br />
EL SUEÑO DE LA ALDEA<br />
por ciento de la incontestable fuerza po -<br />
lítica de Hitler le viene de que en sus de -<br />
cisiones nada tienen que ver las señoras.)<br />
Y así fue como por alguna de las dos<br />
razones apuntadas —señoras, cambio de<br />
chaqueta—, o por ambas a la vez, el an -<br />
tiguo perseguidor de curas permi tió que<br />
en las postrimerías de su gobier no los<br />
curas, abierta o solapadamente, dirigie -<br />
ran las conciencias de los mexicanos.<br />
Y como el clero católico conoce, des -<br />
de mucho tiempo antes que el doctor<br />
Goebels, los frutos que se recogen de<br />
una propaganda eficaz y no desaprovecha<br />
en un ápice las oportunidades que<br />
se le ofrecen, con la amable complicidad<br />
de las distinguidas damas del régimen,<br />
aprovechó admirablemente su posición<br />
para sembrar, en las ingenuas concien -<br />
cias que le estaban confiadas, un santo<br />
horror al pecado, advirtiendo que el pe -<br />
cado en aquellos días iba des de mirar<br />
al soslayo a una mujer hasta murmurar<br />
del gobierno y sus satélites.<br />
Y como, además, por aquellos días<br />
no se habían descubierto aun las mara -<br />
villosas propiedades terapéuticas de los<br />
arsenicales, el alma cándida y temero -<br />
sa de los jóvenes católicos de la época<br />
oscilaba como un péndulo entre el su -<br />
sodicho santo horror al pecado y al in -<br />
fierno y el horror, no menos santo pero<br />
mucho más concreto, a la sífilis y al<br />
hospital.<br />
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