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Erotismos - Confiar

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CUENTOS<br />

EROTISMO DE SALÓN<br />

Selección y notas<br />

Elkin Obregón S.<br />

1


Primera edición<br />

5.000 ejemplares<br />

Medellín, mayo de 2008<br />

Edita:<br />

Fundación CONFIAR<br />

Calle 52 Nº 49-40<br />

Tel. 513 0339 - 571 8484 Ext: 201-364 Medellín<br />

cfundacion@confiar.com.co<br />

www.confiar.coop<br />

ISBN volumen: 978-958-44-3376-3<br />

ISBN obra completa: 958-4702-7<br />

Ilustración carátula:<br />

Alexánder Bermúdez Echeverri<br />

Diseño e Impresión:<br />

Pregón Ltda.<br />

2<br />

Este libro no tiene valor comercial<br />

y es de distribución gratuita


Índice<br />

LOS POCILLOS<br />

Mario Benedetti ..........................................7<br />

DEL ARCO DE LA VIEJA .........................21<br />

Fernando Sabino<br />

UN RAMO DE ROSAS ............................29<br />

William T. Higgins<br />

MOVIMIENTO PERPETUO ...................33<br />

Augusto Monterroso<br />

LÍNEA ERÓTICA ......................................45<br />

Nicholson Baker<br />

EL “MAGNIFICAT” ..................................65<br />

Matteo Bandello<br />

SEIS CUENTOS CORTOS<br />

COLOMBIANOS ......................................73<br />

3


LA LECCIÓN BIEN APRENDIDA...........85<br />

Anatole France<br />

JOSEFINA,<br />

ATIENDEA LOS SEÑORES .....................97<br />

Guillermo Cabrera Infante<br />

EL GUARDA VALORES .........................109<br />

Gustavo Gómez Vélez<br />

ALICE ......................................................115<br />

Rubem Fonseca<br />

EL INOCENTE ........................................125<br />

Graham Greene<br />

APÉNDICE ..............................................137<br />

CANASTILLA DE POEMAS ..................137


El cuerpo tiene a veces razones<br />

que el corazón sí entiende<br />

Proverbio anónimo


LOS POCILLOS<br />

Mario Benedetti<br />

7


MARIO BENEDETTI (1920). Escritor uruguayo,<br />

vivió muchos años en el exilio. Ha cultivado<br />

prácticamente todos los géneros literarios,<br />

en especial la poesía, la novela y el cuento. En<br />

este último campo merece mencionarse el volumen<br />

de relatos Montevideanas. Entre sus novelas<br />

más conocidas, destacan quizás La tregua y<br />

Gracias por el fuego.<br />

8


Los pocillos eran seis: dos rojos, dos negros,<br />

dos verdes, y además importados, irrompibles,<br />

modernos. Habían llegado como regalo<br />

de Enriqueta, en el último cumpleaños de<br />

Mariana, y desde ese día el comentario de cajón<br />

había sido que podía combinarse la taza<br />

de un color con el platillo de otro. “Negro con<br />

rojo queda fenomenal”, había sido el consejo<br />

estético de Enriqueta. Pero Mariana, en un<br />

discreto rasgo de independencia, había decidido<br />

que cada pocillo sería usado con su plato<br />

del mismo color.<br />

“El café está pronto, ¿lo sirvo?”, preguntó<br />

Mariana. La voz se dirigía al marido, pero<br />

los ojos estaban fijos en el cuñado. Éste parpadeó<br />

y no dijo nada, pero José Claudio contestó:<br />

“Todavía no. Espera un ratito. Antes<br />

quiero fumar un cigarrillo”. Ahora sí ella mi-<br />

9


ó a José Claudio y pensó, por milésima vez,<br />

que aquellos ojos no parecían de ciego.<br />

La mano de José Claudio empezó a moverse,<br />

tanteando el sofá. “¿Qué buscás?”, preguntó<br />

ella. “El encendedor”. “A tu derecha”.<br />

La mano corrigió el rumbo y halló el encendedor.<br />

Con ese temblor que da el continuado<br />

afán de búsqueda, el pulgar hizo girar varias<br />

veces la ruedita, pero la llama no apareció. A<br />

una distancia ya calculada, la mano izquierda<br />

trataba infructuosamente de registrar la<br />

aparición del calor. Entonces Alberto encendió<br />

un fósforo y vino en su ayuda. “¿Por qué<br />

no lo tirás?”, dijo, con una sonrisa que, como<br />

toda sonrisa para ciegos, impregnaba también<br />

las modulaciones de la voz. “No lo tiro<br />

porque le tengo cariño. Es un regalo de Mariana”.<br />

Ella abrió apenas la boca y recorrió el labio<br />

inferior con la punta de la lengua. Un<br />

modo como cualquier otro de empezar a<br />

recordar. Fue en marzo de 1953, cuando él<br />

cumplió treinta y cinco años y todavía veía.<br />

Habían almorzado en casa de los padres de<br />

José Claudio, en Punta Gorda; habían comido<br />

arroz con mejillones, y después se habían<br />

ido a caminar por la playa. Él le había pasado<br />

un brazo por los hombros y ella se había sen-<br />

10


tido protegida, probablemente feliz o algo semejante.<br />

Habían regresado al apartamento y<br />

él la había besado lentamente, morosamente,<br />

como besaba antes. Habían inaugurado<br />

el encendedor con un cigarrillo que fumaron<br />

a medias.<br />

Ahora el encendedor ya no servía. Ella<br />

tenía poca confianza en los conglomerados<br />

simbólicos, pero, después de todo, ¿qué servía<br />

aún de aquella época?<br />

“Este mes tampoco fuiste al médico”, dijo<br />

Alberto.<br />

“No”.<br />

“¿Querés que te sea sincero?”<br />

“Claro”.<br />

“Me parece una idiotez de tu parte”.<br />

“¿Y para qué voy a ir? ¿Para oírle decir<br />

que tengo una salud de roble, que mi hígado<br />

funciona admirablemente, que mi corazón<br />

golpea con el ritmo debido, que mis intestinos<br />

son una maravilla? ¿Para eso querés<br />

que vaya? Estoy podrido de mi notable salud<br />

sin ojos”.<br />

La época anterior a la ceguera, José Claudio<br />

nunca había sido un especialista en la exteriorización<br />

de sus emociones, pero Mariana<br />

no se ha olvidado de cómo era ese rostro<br />

antes de adquirir esta tensión, este resentimiento.<br />

Su matrimonio había tenido buenos<br />

momentos, eso no podía ni quería ocultarlo.<br />

11


Pero cuando estalló el infortunio, él se había<br />

negado a valorar su amparo, a refugiarse en<br />

ella. Todo su orgullo se concentró en un silencio<br />

terrible, testarudo, un silencio que seguía<br />

siendo tal, aun cuando se rodeara de palabras.<br />

José Claudio había dejado de hablar<br />

de sí.<br />

“De todos modos deberías ir”, apoyó<br />

Mariana. “Acordate de lo que siempre te decía<br />

Menéndez”.<br />

“Cómo no que me acuerdo. Para Usted<br />

No Está Todo Perdido. Ah, y otra frase famosa:<br />

La Ciencia No Cree En Milagros. Yo tampoco<br />

creo en milagros”.<br />

“¿Y por qué no aferrarte a una esperanza?<br />

Es humano”.<br />

“¿De veras?” Habló por el costado del cigarrillo.<br />

Se había escondido en sí mismo. Pero<br />

Mariana no estaba hecha para asistir, simplemente<br />

para asistir, a un reconcentrado.<br />

Mariana reclamaba otra cosa. Una mujercita<br />

para ser exigida con mucho tacto, eso era.<br />

Con todo, había bastante margen para esa<br />

exigencia; ella era dúctil. Toda una calamidad<br />

que él no pudiese ver; pero ésa no era la peor<br />

desgracia. La peor desgracia era que estuviese<br />

dispuesto a evitar, por todos los medios a su<br />

alcance, la ayuda de Mariana. Él menospreciaba<br />

su protección. Y Mariana hubiera que-<br />

12


ido —sinceramente, cariñosamente, piadosamente—<br />

protegerlo.<br />

Bueno, eso era antes; ahora no. El cambio<br />

se había operado con lentitud. Primero<br />

fue un decaimiento de la ternura. El cuidado,<br />

la atención, el apoyo, que desde el comienzo<br />

estuvieron rodeados por un halo constante<br />

de cariño, ahora se habían vuelto mecánicos.<br />

Ella seguía siendo eficiente, de eso no cabía<br />

duda, pero no disfrutaba manteniéndose solícita.<br />

Después fue un temor horrible frente<br />

a la posibilidad de una discusión cualquiera.<br />

Él estaba agresivo, dispuesto siempre a herir,<br />

a decir lo más duro, a establecer su crueldad<br />

sin posible retroceso. Era increíble cómo hallaba<br />

a menudo, aun en las ocasiones menos<br />

propicias, la injuria refinadamente certera, la<br />

palabra que llegaba hasta el fondo, el comentario<br />

que marcaba a fuego. Y siempre desde<br />

lejos, desde muy atrás de su ceguera, como si<br />

ésta oficiara de muro de contención para el<br />

incómodo estupor de los otros.<br />

Alberto se levantó del sofá y se acercó al<br />

ventanal.<br />

“Qué otoño desgraciado”, dijo. “¿Te fijaste?”<br />

La pregunta era para ella.<br />

“No”, respondió José Claudio. “Fijate vos<br />

por mí”.<br />

Alberto la miró. Durante el silencio, se<br />

sonrieron. Al margen de José Claudio, y sin<br />

13


embargo, a propósito de él. De pronto Mariana<br />

supo que se había puesto linda. Siempre<br />

que miraba a Alberto, se ponía linda. Él<br />

se lo había dicho por primera vez la noche del<br />

veintitrés de abril del año pasado, hacía exactamente<br />

un año y ocho días: una noche en<br />

que José Claudio le había gritado cosas muy<br />

feas, y ella había llorado, desalentada, torpemente<br />

triste durante horas y horas, es decir<br />

hasta que había encontrado el hombro de Alberto<br />

y se había sentido comprendida y segura.<br />

¿De dónde extraería Alberto esa capacidad<br />

para entender a la gente? Ella hablaba<br />

con él, o simplemente lo miraba, y sabía de<br />

inmediato que él la estaba sacando del apuro.<br />

“Gracias”, había dicho entonces. Y todavía<br />

ahora la palabra llegaba a sus labios directamente<br />

desde su corazón, sin razonamientos<br />

intermediarios, sin usura. Su amor hacia<br />

Alberto había sido en sus comienzos gratitud,<br />

pero eso (que ella veía con toda nitidez)<br />

no alcanzaba a despreciarlo. Para ella, querer<br />

había sido siempre un poco agradecer y otro<br />

poco provocar la gratitud. A José Claudio, en<br />

los buenos tiempos, le había agradecido que<br />

él, tan brillante, tan lúcido, tan sagaz, se hubiera<br />

fijado en ella, tan insignificante. Había<br />

fallado en lo otro, en eso de provocar la gratitud<br />

y había fallado tan luego en la ocasión<br />

14


más absurdamente favorable, es decir, cuando<br />

él parecía necesitarla más.<br />

A Alberto, en cambio, le agradecía el impulso<br />

inicial, la generosidad de ese primer socorro<br />

que la había salvado de su propio caos,<br />

y, sobre todo, ayudado a ser fuerte. Por su<br />

parte, ella había provocado su gratitud, claro<br />

que sí. Porque Alberto era un alma tranquila,<br />

un respetuoso de su hermano, un fanático<br />

del equilibrio, pero también, y en definitiva,<br />

un solitario. Durante años y años, Alberto<br />

y ella habían mantenido una relación<br />

superficialmente cariñosa, que se detenía<br />

con espontánea discreción en los umbrales<br />

del tuteo y sólo en contadas ocasiones dejaba<br />

entrever una solidaridad algo más profunda.<br />

Acaso Alberto envidiaba un poco la aparente<br />

felicidad de su hermano, la buena suerte<br />

de haber dado con una mujer que él consideraba<br />

encantadora. En realidad, no hacía<br />

mucho que Mariana había obtenido la confesión<br />

de que la imperturbable soltería de Alberto<br />

se debía a que toda posible candidata<br />

era sometida a una imaginaria y desventajosa<br />

comparación.<br />

“Y ayer estuvo Trelles”, estaba diciendo<br />

José Claudio, “a hacerme la clásica visita adulona<br />

que el personal de la fábrica me consagra<br />

una vez por trimestre. Me imagino que<br />

15


lo echarán a la suerte y el que pierde se embroma<br />

y viene a verme”.<br />

“También puede ser que te aprecien”, dijo<br />

Alberto, “que conserven un buen recuerdo<br />

del tiempo en que los dirigías, que realmente<br />

estén preocupados por tu salud. No siempre<br />

la gente es tan miserable como te parece<br />

de un tiempo a esta parte”.<br />

“Qué bien. Todos los días se aprende algo<br />

nuevo”. La sonrisa fue acompañada de un<br />

breve resoplido, destinado a inscribirse en<br />

otro nivel de ironía.<br />

Cuando Mariana había recurrido a Alberto,<br />

en busca de protección, de consejo,<br />

de cariño, había tenido de inmediato la certidumbre<br />

de que a su vez estaba protegiendo<br />

a su protector, de que él se hallaba tan<br />

necesitado de amparo como ella misma, de<br />

que allí, todavía tensa de escrúpulos y quizá<br />

de pudor, había una razonable desesperación<br />

de la que ella comenzó a sentirse responsable.<br />

Por eso, justamente, había provocado<br />

su gratitud, por no decírselo con todas las letras,<br />

por simplemente dejar que él la envolviera<br />

en su ternura acumulada de tanto tiempo<br />

atrás, por sólo permitir que él ajustara a la<br />

imprevista realidad aquellas imágenes de ella<br />

misma que había hecho transcurrir, sin hacerse<br />

ilusiones, por el desfiladero de sus melancólicos<br />

insomnios. Pero la gratitud pron-<br />

16


to fue desbordada. Como si todo hubiera estado<br />

dispuesto para la mutua revelación, como<br />

si sólo hubiera faltado que se miraran a<br />

los ojos para confrontar y compensar sus afanes,<br />

a los pocos días lo más importante estuvo<br />

dicho y los encuentros furtivos menudearon.<br />

Mariana sintió de pronto que su corazón<br />

se había ensanchado y que el mundo era<br />

nada más que eso: Alberto y ella.<br />

“Ahora sí podés calentar el café”, dijo José<br />

Claudio, y Mariana se inclinó sobre la mesita<br />

ratona para encender el mecherito de alcohol.<br />

Por un momento se distrajo contemplando<br />

los pocillos. Sólo había traído tres,<br />

uno de cada color. Le gustaba verlos así, formando<br />

un triángulo.<br />

Después se echó hacia atrás en el sofá y<br />

su nuca encontró lo que esperaba: la mano<br />

cálida de Alberto, ya ahuecada para recibirla.<br />

Qué delicia, Dios mío. La mano empezó a<br />

moverse suavemente y los dedos largos, afilados,<br />

se introdujeron entre el pelo. La primera<br />

vez que Alberto se había animado a hacerlo,<br />

Mariana se había sentido terriblemente<br />

inquieta, con los músculos anudados en una<br />

dolorosa contracción que le había impedido<br />

disfrutar de la caricia. Ahora no.<br />

Ahora estaba tranquila y podía disfrutar.<br />

Le parecía que la ceguera de José Claudio era<br />

una especie de protección divina.<br />

17


Sentado frente a ellos José Claudio respiraba<br />

normalmente, casi con beatitud. Con<br />

el tiempo, la caricia de Alberto se había convertido<br />

en una especie de rito y ahora mismo,<br />

Mariana estaba en condiciones de de aguardar<br />

el movimiento próximo y previsto. Como<br />

todas las tardes la mano acarició el pescuezo,<br />

rozó apenas la oreja derecha, recorrió<br />

lentamente la mejilla y el mentón. Finalmente<br />

se detuvo sobre los labios entreabiertos.<br />

Entonces ella, como todas las tardes, besó silenciosamente<br />

aquella palma y cerró por un<br />

instante los ojos. Cuando los abrió, el rostro<br />

de José Claudio era el mismo. Ajeno, reservado,<br />

distante. Para ella, sin embargo, ese momento<br />

incluía siempre un poco de temor. Un<br />

temor que no tenía razón de ser, ya que en el<br />

ejercicio de esa caricia púdica, riesgosa, insolente,<br />

ambos habían llegado a un técnica tan<br />

perfecta como silenciosa.<br />

“No lo dejes hervir”, dijo José Claudio.<br />

La mano de Alberto se retiró y Mariana<br />

volvió a inclinarse sobre la mesita. Retiró el<br />

mechero, apagó la llamita con la tapa de vidrio,<br />

llenó los pocillos directamente desde la<br />

cafetera.<br />

Todos los días cambiaba la distribución<br />

de los colores. Hoy sería el verde para José<br />

Claudio, el negro para Alberto, el rojo para<br />

ella. Tomó el pocillo verde para alcanzárse-<br />

18


lo a su marido, pero, antes de dejarlo en sus<br />

manos, se encontró con la extraña, apretada<br />

sonrisa. Se encontró además con unas palabras<br />

que sonaban más o menos así: “No, querida.<br />

Hoy quiero tomar en el pocillo rojo”.<br />

De Cuentos de mujeres infieles. Antología. Editorial<br />

Andrés Bello, Chile, 1996.<br />

Selección de Fernando Emmerich.<br />

19


DEL ARCO DE LA VIEJA<br />

Fernando Sabino


FERNANDO SABINO (1923-2004). Nació en<br />

Belo Horizonte, Brasil. Autor entre otras de Encuentro<br />

marcado, novela fundamental en la literatura<br />

brasilera del siglo XX, cultivó con mayor<br />

asiduidad la crónica y el relato breve, géneros<br />

que manejó con mano maestra, y un finísimo<br />

toque de humor e ironía. Algunos títulos:<br />

A mulher do vizinho, O gato sou eu, A vida real, O<br />

menino no espelho, etc.


De madrugada, el teléfono lo sacó de la<br />

cama.<br />

—A mi hija le sucedió una desgracia.<br />

Era una voz de vieja, lloriqueante. Al<br />

principio le costó entender. Si mal no recordaba,<br />

la hija era una muchacha con la que había<br />

tenido una relación hacía tiempos. Vivía<br />

con su madre en Flamengo. A donde ella fuera,<br />

la vieja iba detrás. Terminó por hartarse, y<br />

la dejó. Ahora la madre acudía justo a él.<br />

—Cálmese, voy para allá.<br />

Malhumorado, se vistió, subió al auto y<br />

arrancó. Por lo que había entendido, la joven<br />

había intentado suicidarse. ¿Y yo qué juego<br />

en eso? pensó, molesto: no fuera que la madre<br />

quisiera echarle la culpa a él, que no tenía<br />

ya nada que ver con esa gente.<br />

23


—Se encerró en el baño, diciendo que se<br />

iba a matar —le dijo la vieja, en cuanto llegó.<br />

Y se retorcía las manos, desesperada.<br />

—Está ahí adentro desde hace rato. ¿Y<br />

ahora qué hago, Virgen Santa?<br />

En mitad de la sala, una joven de jeans lo<br />

miraba, desconfiada.<br />

—Y tú, ¿quién eres? —preguntó él, interesado.<br />

—Es nuestra vecina —contestó la vieja,<br />

cortando su interés—. Le pedí que viniera a<br />

ayudarme. ¿Pero qué podíamos hacer las dos<br />

solas?<br />

Él se acercó al baño, golpeó la puerta. Silencio.<br />

Olor a gas no había. Pero podía haberse<br />

cortado las muñecas, o alguna tontería similar.<br />

Volvió a llamar. Nada.<br />

—Habría que derribarla.<br />

Sintiendo la aprobación de la vieja, arrimó<br />

el hombro a la puerta, que terminó por ceder.<br />

Ella estaba en camisón, sentada en la taza,<br />

las piernas estiradas, y parecía dormir. A su<br />

lado, en el suelo, un frasco de píldoras vacío.<br />

—¿No se lo dije? ¿No se lo dije? —cacareaba<br />

la madre, sin atreverse a mirar—. ¡Hija<br />

mía, pobre hijita mía!<br />

—Llevémosla a Urgencias, que aún hay<br />

tiempo. Ayúdeme a sacarla.<br />

La que ayudó fue la joven. La vieja sólo<br />

gimoteaba, impidiendo el paso. La hija balbucía<br />

palabras inconexas, el cuerpo desma-<br />

24


dejado. Salieron con ella cargada, con grandes<br />

dificultades lograron meterla en el auto;<br />

la vieja se hizo atrás, amparando la cabeza de<br />

la hija, y la joven a su lado, adelante.<br />

Apenas si hablaron durante el trayecto.<br />

En el hospital, el personal de turno les atendió<br />

de inmediato. Llevaron a la paciente a la<br />

sala de emergencias, ellos quedaron a la espera.<br />

Poco después regresó el médico:<br />

—No hay peligro: tomó un vomitivo y<br />

escupió un montón de comprimidos. Ahora<br />

está durmiendo. Pronto se pondrá bien. Ni<br />

siquiera tienen que esperar. Pueden venir a<br />

buscarla en la mañana.<br />

—Yo me haré cargo, quédense tranquilas—.<br />

Y llevó a las dos de regreso a Flamengo.<br />

—¿No quiere subir a tomar un café? —invitó<br />

la vieja.<br />

Contempló aquel rostro rechoncho, el<br />

pintalabios rojo en la boca marchita.<br />

—No, gracias. Voy a ver si descanso un<br />

poco, antes de ir a buscar a su hija.<br />

—Puede descansar aquí.<br />

Era la vecina quien lo sugería. La miró,<br />

sorprendido. La vieja le informó que la muchacha<br />

iba a hacerle compañía hasta la mañana,<br />

era una niña muy buena.<br />

—Bien, en ese caso…<br />

Subió, tomó con ellas el café. Como pronto<br />

amanecería, le sugirieron que descansara<br />

allí mismo, en el sofá de la sala, hasta que lle-<br />

25


gara la hora de ir al hospital. Y se marcharon<br />

ambas por el pasillo, la vieja recogiéndose en<br />

su cuarto, la joven en el cuarto de la hija.<br />

Él se quitó la chaqueta y los zapatos, y se<br />

acomodó como pudo en el sofá. Encendió un<br />

cigarrillo, antes de disponerse a dormir. Fue<br />

entonces cuando oyó la voz de la joven, allá<br />

en el pasillo.<br />

—Cierra los ojos, que voy a pasar.<br />

—Puedes pasar —dijo él, los ojos bien<br />

abiertos.<br />

Y vio pasar aquella inesperada recompensa<br />

para sus ojos cansados de tantas molestias:<br />

tacones altos, toc-toc-toc, toda empinada,<br />

sólo de bragas.<br />

—No vengas acá, porque la puerta está<br />

quebrada, no puedo cerrar —avisó ella desde<br />

el baño.<br />

Poco después volvía a pedir:<br />

—Cierra los ojos, que voy a pasar de nuevo.<br />

Esta vez, el no sólo no cerró los ojos, sino<br />

que esperó a que pasara, y un momento<br />

después fue tras ella. Tanteando en la penumbra<br />

del corredor, encontró entreabierta<br />

la puerta del cuarto. Entró silenciosamente,<br />

percibió en la oscuridad que ella estaba ya en<br />

la cama, esperándolo. Entonces se desnudó a<br />

toda prisa, sin decir una palabra se acomodó<br />

bajo las sábanas, a su lado.<br />

26


Ella lo acogió en sus brazos, y él sintió<br />

soplar muy bajo en su oído una voz ronca y<br />

nasal:<br />

—No hagas ruido, para no despertar a la<br />

niña.<br />

De O gato sou eu, Editora Record,<br />

Rio de Janeiro, 1983.<br />

Traducción para este libro de Elkin Obregón S.<br />

27


UN RAMO DE ROSAS<br />

William T. Higgins


WILLIAM THOMAS HIGGINS (1886-1967).<br />

Nació en Filadelfia, EE. UU. Graduado en leyes,<br />

ejerció el periodismo y la abogacía en diversos<br />

estados del sur de su país. Autor de tres novelas<br />

extensas, publicó también numerosos tomos<br />

de relatos cortos. Una de sus historias, Friendly<br />

Fire, fue llevada al cine con el título de The Happy<br />

Hooker.


Cuando cumplí quince años, mi padre<br />

me llamó a su despacho y, mirándome a los<br />

ojos, dijo:<br />

—Quiero la verdad. ¿Has estado ya con<br />

una mujer? Sabes a qué me refiero.<br />

Nunca le había mentido a mi padre, ni<br />

tampoco lo hice esa vez. Así que, ruborizándome<br />

hasta las orejas, confesé que no.<br />

—Lo suponía —dijo él—. Ya es tiempo<br />

de que te hagas un hombre. Te he concertado<br />

una cita para esta noche. Es una muchacha<br />

amable y comprensiva, a la que conozco<br />

por razones que no te importan. Se llama…<br />

bien, puedes decirle Molly. Ella te sabrá guiar<br />

y enseñar. No debes tener miedo. Todo saldrá<br />

de perlas.<br />

Me entregó un papel, con una dirección<br />

y la hora de la cita. Y, haciendo un gesto, me<br />

dio a entender que podía retirarme.<br />

31


—No tengo dinero —me atreví a susurrar.<br />

—No tienes dinero, pero tienes un padre<br />

—respondió mi padre—. Tú vé, y haz lo tuyo.<br />

Acudí puntualmente, venciendo mis recelos,<br />

más que todo por complacer a mi padre.<br />

Molly no resultó ser como yo temía. Me agradó<br />

su aspecto, su peinado, la discreción de su<br />

atuendo, la frescura del rostro. Sonriente, me<br />

abrió la puerta, y un poco después me abrió las<br />

puertas del cielo.<br />

Al día siguiente, mediada la mañana, volví<br />

a visitarla. Me recibió en el umbral, ataviada<br />

con una coqueta robe de chambre. Sin mediar<br />

palabra, estiré el brazo que llevaba a la espalda,<br />

le entregué un inmenso ramo de rosas, di media<br />

vuelta y salí a toda prisa.<br />

Esa noche, mi padre me llamó de nuevo a<br />

su despacho.<br />

—Molly telefoneó —dijo—. Me habló<br />

muy complacida de tu ramo de rosas. Fue un<br />

lindo gesto el tuyo, sin duda. Y no es fácil conseguir<br />

buenas rosas en esta época del año. Ahora<br />

sí que eres todo un hombre.<br />

Hizo una pausa, y añadió:<br />

—Por cierto, al vestirme esta mañana advertí<br />

la ausencia de dos dólares en mi cartera.<br />

Así que te irás a la cama sin cenar.<br />

32<br />

De Tales of Colorado,<br />

The New American Library, 1978.<br />

Traducción para este libro de Camilo Jiménez.


MOVIMIENTO PERPETUO<br />

Augusto Monterroso


AUGUSTO MONTERROSO (1921-2003).<br />

Guatemalteco, se radicó en México en 1944.<br />

Autor de cuentos, relatos, crónicas y una única<br />

novela. También de un libro autobiográfico,<br />

Los buscadores de oro. Otras obras: La oveja negra<br />

y demás fábulas, Obras completas y otros cuentos,<br />

Movimiento perpetuo, Lo demás es silencio. Monterroso<br />

es, entre otras muchas cosas, un finísimo<br />

humorista, y un prosista tan original como<br />

provocador.


Pape: Satan, pape: Stan Aleppe.<br />

Dante, Infierno, VII<br />

—¿Te acordaste?<br />

Luis se enredó en un complicado pero en<br />

todo caso débil esfuerzo mental para recordar<br />

qué era lo que necesitaba haber recordado.<br />

—No.<br />

El gesto de disgusto de Juan le indicó que<br />

esta vez debía de ser algo realmente importante<br />

y que su olvido le acarrearía las consecuencias<br />

negativas de costumbre. Así siempre.<br />

La noche entera pensando no debo olvidarlo<br />

para a última hora olvidarlo. Como<br />

hecho adrede. Si supieran el trabajo que le<br />

costaba tratar de recordar, para no hablar ya<br />

de recordar. Igual que durante toda la primaria:<br />

¿Nueve por siete?<br />

—¿Qué te pasó?<br />

—¿Que qué me pasó?<br />

35


—Sí; cómo no te acordaste.<br />

No supo qué contestar. Un intento de<br />

contrataque:<br />

—Nada. Se me olvidó.<br />

—¡Se me olvidó! ¿Y ahora?<br />

—¿Y ahora?<br />

Resignado y conciliador, Juan le ordenó<br />

o, según después Luis, quizá simplemente le<br />

dijo que no discutieran más y que si quería<br />

un trago.<br />

Sí. Fue a servirse él mismo. El whisky con<br />

agua, en el que colocó tres cubitos de hielo<br />

que con el calor empezaron a disminuir rápidamente<br />

aunque no tanto que lo hiciera<br />

decidirse a poner otro, tenía un sedante color<br />

ámbar. ¿Por qué sedante? No desde luego<br />

por el color, sino porque era whisky, whisky<br />

con agua, que le haría olvidar que tenía que<br />

recordar algo.<br />

—Salud.<br />

—Salud.<br />

—Qué vida —dijo irónico Luis moviéndose<br />

en la silla de madera y mirando con placidez<br />

a la playa, al mar, a los barcos, al horizonte;<br />

al horizonte que era todavía mejor<br />

que los barcos y que el mar y que la playa,<br />

porque más allá uno ya no tenía que pensar<br />

ni imaginar ni recordar nada.<br />

Sobre la olvidadiza arena varios bañistas<br />

corrían enfrentando a la última luz del<br />

36


crepúsculo sus dulces pelos y sus cuerpos ya<br />

más que tostados por varios días de audaz<br />

exposición a los rigores del astro rey. Juan los<br />

miraba hacer, meditativo. Meditaba pálidamente<br />

que Acapulco ya no era el mismo, que<br />

acaso tampoco él fuera ya el mismo, que sólo<br />

su mujer continuaba siendo la misma y que<br />

lo más seguro era que en ese instante estuviera<br />

acariciándose con otro hombre detrás de<br />

cualquier peñasco, o en cualquier bar o a bordo<br />

de cualquier lancha. Pero aunque en realidad<br />

no le importaba, eso no quería decir que<br />

no pensara en ello a todas horas. Una cosa<br />

era una cosa y otra otra. Julia seguiría siendo<br />

Julia hasta la consumación de los siglos, tal<br />

como la viera por primera vez seis años antes,<br />

cuando, sin provocación y más bien con<br />

sorpresa de su parte, en una fiesta en la que<br />

no conocía casi a nadie, se le quedó viendo y<br />

se le aproximó y lo invitó a bailar y él aceptó<br />

y ella lo rodeó con sus brazos y comenzó<br />

a incitarlo arrimándosele y buscándolo con<br />

las piernas y acercándosele suave pero calculadoramente<br />

como para que él pudiera sentir<br />

el roce de sus pechos y dejara de estar nervioso<br />

y se animara.<br />

—¿Te sirvo otro? —dijo Luis.<br />

—Gracias.<br />

Y en cuanto pudo lo besó y lo cercó y lo<br />

llevó a donde quiso y le presentó a sus amigos<br />

37


y lo emborrachó y esa misma noche, cuando<br />

aún no sabían ni sus apellidos y cuando como<br />

a las tres y media de la mañana ni siquiera<br />

podía decirse que hubieran acabado de entrar<br />

en su departamento —el de ella—, sin<br />

darle tiempo a defenderse aunque fuera para<br />

despistar, lo arrastró hasta su cama y lo poseyó<br />

en tal forma que cuando él se dio cuenta<br />

de que ella era virgen apenas se extrañó, no<br />

obstante que ella lo dirigió todo, como ése y<br />

el segundo, el tercero y el cuarto año de casados,<br />

sin que por otra parte pudiera afirmarse<br />

que ella tuviera nada, ni belleza, ni talento,<br />

ni dinero; nada, únicamente aquello.<br />

—El hielo no dura nada —dijo Luis.<br />

—Nada.<br />

Únicamente nada.<br />

Julia entró de pantalones, con el cabello<br />

todavía mojado por la ducha.<br />

—¿No invitan?<br />

—Sí; sírvete.<br />

—Qué amable.<br />

—Yo te sirvo —dijo Luis.<br />

—Gracias. ¿Te acordaste?<br />

—Se le volvió a olvidar; qué te parece.<br />

—Bueno, ya. Se me olvidó y qué.<br />

—¿No van a la playa? —dijo ella.<br />

Bebió su whisky con placer: no hay que<br />

dejar entrar la cruda.<br />

38


Los tres quedaron en silencio. No hablar<br />

ni pensar en nada. ¿Cuántos días más? Cinco.<br />

Contando desde mañana, cuatro. Nada.<br />

Si uno pudiera quedarse para siempre, sin ver<br />

a nadie. Bueno, quizá no. Bueno, quién sabía.<br />

La cosa estaba en acostumbrarse. Bien tostados.<br />

Negros, negros.<br />

Cuando la negra noche tendió su manto<br />

pidieron otra botella y más agua y más hielo<br />

y después más agua y más hielo. Empezaron<br />

a sentirse bien. De lo más bien. Los astros<br />

tiritaban azules a lo lejos en el momento<br />

en que Julia propuso ir al Guadalcanal a<br />

cenar y bailar.<br />

—Hay dos orquestas.<br />

—¿Y por qué no cuatro?<br />

—¿Verdad?<br />

—Vamos a vestirnos.<br />

Una vez allí confirmaron que tal como<br />

Juan lo había presentido para el Guadalcanal<br />

era horriblemente temprano. Escasos gringos<br />

por aquí y por allá, bebiendo tristes y bailando<br />

graves, animados, aburridos. Y unos<br />

cuantos de nosotros alegrísimos, cuándo no,<br />

mucho antes de tiempo. Pero como a la una<br />

principió a llegar la gente y al rato hasta podía<br />

decirse, perdonando la metáfora, que no<br />

cabía un alfiler. En cumplimiento de la tradición,<br />

Julia había invitado a Juan y a Luis<br />

a bailar; pero después de dos piezas Juan ya<br />

39


no quiso y Luis no era muy bueno (se le olvidaban<br />

afirmaba los pasos y si era mambo o<br />

rock). Entonces, como desde hacía uno, dos,<br />

tres, cuatro años, Julia se las ingenió para encontrar<br />

con quién divertirse. Era fácil. Lo único<br />

que había que hacer consistía en mirar de<br />

cierto modo a los que se quedaban solos en<br />

las otras mesas. No fallaba nunca. Pronto<br />

vendría algún joven (nacional, de los nuestros)<br />

y al verla rubia le preguntaría en inglés<br />

que si le permitía, a lo que ella respondería<br />

dirigiéndose no a él sino a su marido en demanda<br />

de un consentimiento que de antemano<br />

sabía que él no le iba a negar y levantándose<br />

y tendiendo los brazos a su invitante,<br />

quien más o menos riéndose iniciaría rápidas<br />

disculpas por haberla confundido con<br />

una norteamericana y se reiría ahora desconcertado<br />

de veras cuando ella le dijera que sí,<br />

que en efecto era norteamericana, y pasaría<br />

aún otro rato cohibido, toda vez que a estas<br />

alturas resultaba obvio que ella vivía desde<br />

muchos años antes en el país, lo cual convertía<br />

en francamente ridículo cualquier intento<br />

de reiniciar la plática sobre la manoseada<br />

base de si llevaba mucho tiempo en México<br />

y de si le gustaba México. Pero entonces<br />

ella volvería a darle ánimo mediante la infalible<br />

táctica de presionarlo con las piernas para<br />

que él comprendiera que de lo que se trata-<br />

40


a era de bailar y no de hacer preguntas ni de<br />

atormentarse esforzándose en buscar temas<br />

de conversación, pues, si bien era bonito sentir<br />

placer físico, lo que a ella más le agradaba<br />

era dejarse llevar por el pensamiento de que<br />

su marido se hallaría sufriendo como de costumbre<br />

por saberla en brazos de otro, o imaginando<br />

que aplicaría con éste ni más ni menos<br />

que las mismas tácticas que había usado<br />

con él, y que en ese instante estaría lleno<br />

de resentimiento y de rabia sirviéndose<br />

otra copa, y que después de otras dos se voltearía<br />

de espaldas a la pista de baile para no<br />

ver la archisabida maniobra de ellos consistente<br />

en acercarse a intervalos prudenciales<br />

a la mesa separados más de la cuenta como<br />

dos inocentes palomas y hablando casi a gritos<br />

y riéndose con él para en seguida alejarse<br />

con maña y perderse detrás de las parejas<br />

más distantes y abrazarse a su sabor y besarse<br />

sin cambiar palabra pero con la certeza de<br />

que dentro de unos minutos, una vez que su<br />

marido se encontrara completamente borracho,<br />

estarían más seguros y el joven nacional<br />

podría llevarlos a todos en su coche con ella<br />

en el asiento delantero como muy apartaditos<br />

pero en realidad más unidos que nunca<br />

por la mano derecha de él buscando algo entre<br />

sus muslos, mientras hablaría en voz alta<br />

de cosas indiferentes como el calor o el frío,<br />

41


según el caso, en tanto que su marido simularía<br />

estar más ebrio de lo que estaba con el exclusivo<br />

objeto de que ellos pudieran actuar a<br />

su antojo y ver hasta dónde llegaban, y emitiría<br />

de vez en cuando uno que otro gruñido<br />

para que Luis lo creyera en el quinto sueño y<br />

no pensara que se daba cuenta de nada. Después<br />

llegarían a su hotel y su marido y ella<br />

bajarían del coche y el joven nacional se despediría<br />

y ofrecería llevar a Luis al suyo y éste<br />

aceptaría y ellos les dirían alegremente adiós<br />

desde la puerta hasta que el coche no arrancara,<br />

y ya solos entrarían y se servirían otro<br />

whisky y él la recriminaría y le diría que era<br />

una puta y que si creía que no la había visto<br />

restregándose contra el mequetrefe ése, y ella<br />

negaría indignada y le contestaría que estaba<br />

loco y que era un pobre celoso acomplejado,<br />

y entonces él la golpearía en la cara con<br />

la mano abierta y ella trataría de arañarlo y<br />

lo insultaría enfurecida y empezaría a desnudarse<br />

arrojando la ropa por aquí y por allá y él<br />

lo mismo hasta que ya en la cama, empleando<br />

toda su fuerza, la acostaría boca abajo y la<br />

azotaría con un cinturón destinado especialmente<br />

a eso, hasta que ella se cansara del juego<br />

y según lo acostumbrado se diera vuelta y<br />

lo recibiera sollozando no de dolor ni de rabia<br />

sino de placer, del placer de estar una vez<br />

más con el único hombre que la había poseí-<br />

42


do y a quien jamás había engañado ni pensaba<br />

engañar jamás.<br />

—¿Me permite? —dijo en inglés el joven<br />

nacional.<br />

De Movimiento perpetuo, Editorial Seix Barral,<br />

Biblioteca Breve, 1981.<br />

43


LÍNEA ERÓTICA<br />

Nicholson Baker


NICHOLSON BAKER (1956). Nació en Rochester,<br />

New York. Novelista, crítico, musicólogo.<br />

Su primera novela, The mezzanine, data de<br />

1988. Quizás su obra de ficción más célebre sea<br />

Vox, de donde proviene el extracto que aquí se<br />

reproduce. En 1992 ganó el National Books Critics<br />

por un libro de ensayos, Double ford: Libraries<br />

and the assault of paper, apasionada defensa<br />

del libro.


—¿Nada más que una bata? 1<br />

—Bueno, no, debajo llevo una camiseta<br />

de manga corta y ropa interior, claro.<br />

—Qué ropa interior?<br />

—Gris, blanca, en un tono así. Total, que<br />

salgo y veo el montón de vídeos X, todos apilados<br />

en lo alto del televisor, en sus cajas de<br />

color naranja. En la tienda usan cajas marrones<br />

para los vídeos normales, los de aventuras,<br />

los de comedia, los en que muere hasta<br />

el apuntador, etcétera, y meten en una caja<br />

totalmente distinta, de color naranja, los vídeos<br />

para mayores. Es para evitar confusiones,<br />

con la cantidad de cuentos de navidad y<br />

de versiones porno de la Cenicienta que andan<br />

ahora por ahí. Nunca había visto más de<br />

1. Pregunta ella al chico con el que mantiene la conversación.<br />

(N. del A.).<br />

47


uno de estos vídeos en concreto, pero, por<br />

supuesto, sé muy bien lo que llevan dentro,<br />

y me parece estupendísimamente, apoyo la<br />

pornografía con todo mi entusiasmo. Pero resulta<br />

que de pronto vi de antemano mi propia<br />

excitación, en toda su crudeza, me vi pasando<br />

a todo meter las partes aburridas, en<br />

busca de una buena imagen, o por lo menos<br />

bastante buena como para correrme con ella,<br />

y el sonido del aparato de vídeo en avance rápido,<br />

ese ruido de robot industrial, y, total,<br />

que pensé: no, no, no, aunque en uno de los<br />

vídeos trabaje Lisa Meléndez, que está… que<br />

es encantadora, pensé que no, que no quería<br />

verlos tan en seguida. Menos mal que también<br />

me había comprado la revista Juggs, porque<br />

esa reacción antinaranja ya me había sucedido<br />

antes. Hay momentos en que apetece<br />

una imagen fija.<br />

—Para eso está el botón de pausa —apuntó<br />

ella.<br />

—Bueno, sí, pero salen unas rayas como<br />

de diente de sierra en la pantalla.<br />

—Más ven cuatro cabezas que sólo dos,<br />

como suele decirse. De todas formas, siempre<br />

tendrá mejor resolución una página de<br />

revista, supongo.<br />

—Siempre —dijo él—. ¡Pero no queda<br />

ahí la cosa! No, de verdad, no te rías. No hay<br />

fotograma de película que tenga la calidad de<br />

48


una foto. La foto capta a la mujer en el momento<br />

en que sus dulcijas alcanzan la perfección<br />

de la expresividad, poniendo el alma<br />

al descubierto; o, mejor dicho, las respectivas<br />

almas, porque cada una tiene su propia<br />

personalidad. En las fotos, las mujeres tienen<br />

los pezones tan variados y tan comunicativos<br />

como los ojos, o casi.<br />

—¿Qué es eso de las dulcijas?<br />

—Bueno, es que a veces me gusta evitar<br />

lo de decir “pechos”, o cualquiera de sus sinónimos<br />

más o menos jergales. Pero, como<br />

te estaba diciendo, no tienes más que fijarte<br />

en la pérdida de poder de provocación que<br />

se produce cuando pasamos de la revista Playboy<br />

al canal Playboy de televisión, exactamente<br />

con la misma chica, sólo que en la tele<br />

se ven los movimientos entre pose y pose.<br />

Aunque la verdad es que no tengo el canal<br />

Playboy, de modo que lo capto con todos los<br />

rayados y los cruces del circuito de codificación,<br />

y ando siempre saltando entre Playboy<br />

y los dos canales de uno y otro lado, porque a<br />

veces, justo al cambiar de canal, hay un momento<br />

en que la imagen resulta visible, y se<br />

capta un torso amarillo brillante, o una dulcija<br />

enterita, con su pezón al rojo vivo, que<br />

primero se tambalea, luego vacila y al final se<br />

desmenuza. Tengo observado que la codificación<br />

funciona peor cuando no se mueve nada<br />

49


en la imagen, es decir, cuando es una imagen<br />

televisiva de una imagen de revista, como si<br />

a la codificación le pasara lo mismo que a mí,<br />

que la dejasen anonadada las imágenes fijas,<br />

con su poderío. Una vez me quedé hasta las<br />

dos y media de la madrugada haciendo eso,<br />

saltando de canal en canal.<br />

—Ya. ¿Y qué más?<br />

—De acuerdo. Qué más. Estuve hojeando<br />

el Juggs todo nuevecito, con muchas expectativas,<br />

pero no sé… Resulta que la chica<br />

más sexi estaba en un ambiente de piscina,<br />

y a mí las piscinas me rebajan mucho el<br />

erotismo… Quiero decir, en general me rebajan<br />

mucho el erotismo, porque ya te supondrás<br />

la enorme cantidad de ambientes de piscina<br />

que ha podido uno ver en las revistas,<br />

pero hay algo en eso de que sea un sitio público<br />

y al aire libre, al sol… Peor es un ambiente<br />

de playa, que me descoloca por completo…<br />

O sea, bueno, si estuviese desterrado<br />

en una isla desierta con nada más que unas<br />

páginas de una revista masculina donde se<br />

viera una mujer desnuda en una isla desierta,<br />

con las formas de la arena, artísticamente<br />

arriñonadas en torno a los cachetes del culo,<br />

pues a lo mejor renunciaba a mis principios<br />

y me masturbaba con ella… ¿Qué te parece<br />

la palabra?<br />

50


—¿Masturbarse? Ni me gusta ni me deja<br />

de gustar.<br />

—Vamos a inventarnos una palabra nueva<br />

—dijo él.<br />

—Para mí misma, a veces lo llamo “hacerme<br />

tiritar un poco”.<br />

—Vale, sí, es una posibilidad. ¿Qué tal<br />

“tocar el violín”? La terminación en –in queda<br />

de los más fino. No, pero mejor refoscacharse.<br />

—Refoscacharse.<br />

—Eso es. Mirando el Juggs, a pasar de tratarse<br />

del decorado de piscina, intenté refoscachármela,<br />

y había una foto en que la chica<br />

me miraba directamente a los ojos, tendida<br />

sobre una colchoneta amarilla, apoyada en<br />

los codos, y tenía las dulcijas tan en su punto<br />

de perfección y de belleza, con los pezones<br />

sin erguir, con unas aréolas blandas y tolerantes,<br />

que es lo que hace falta en una foto<br />

ambientada en una piscina, porque nada más<br />

ver un pezón erecto piensa uno en agua fría,<br />

sin excitación de ninguna clase. Por cierto:<br />

que te conste que no soy uno de esos desgraciados<br />

que andan merodeando por los supermercados,<br />

en la sección de pollos ultracongelados,<br />

en espera de que a las mujeres se les<br />

repunten los pezones con el frío. No me ponen<br />

ni siquiera mínimamente cachondo los<br />

concursos de camisetas mojadas, porque ten-<br />

51


go que imaginar la correspondiente excitación<br />

en la mujer, y el frío es lo contrario del<br />

sexo. En todo caso, en los concursos de camisetas<br />

mojadas, a lo mejor logro convencerme<br />

de que la chica está utilizando el impacto del<br />

agua fría, los escarceos y los chorreones, para<br />

hacer posible algo que de otro modo no<br />

lo sería, y que la pone cachonda. O sea: que<br />

quiere enseñar los pechos, que está orgullosa<br />

de ellos, pero sabiendo muy bien que no<br />

es de las que se atreven a tirar para adelante<br />

y hacer un estriptís, o algo así, y el chapuzón<br />

en agua fría la distrae lo suficiente como para<br />

convencerla de que se trata de una diversión<br />

inofensiva… Así, y sólo así, es como logro<br />

excitarme con un concurso de camisetas<br />

mojadas. ¿Comprendes?<br />

—Me hago cargo. De modo que estás mirando<br />

a la chica de Juggs.<br />

—Sí, y ella me devuelve la mirada, de una<br />

forma muy llamativa, con una expresión de<br />

mucho gozo y de mucha lucidez. Luego, sus<br />

codos ejercen auténtica presión sobre la almohada<br />

de la colchoneta amarilla, que parece<br />

como si fuera a reventar, y estoy a punto<br />

de hacerme a la idea de marcarme un refosco<br />

a ese compás, cuando resulta que no, que<br />

hay demasiadas cosas que desentonan: el fotógrafo<br />

la ha hecho peinarse con coleta, cogida<br />

con una especie de cintajo grueso de po-<br />

52


liéster, color púrpura, y es un horror, lo de<br />

siempre, lo de toda la vida, los hombres pretendiendo<br />

que una mujer de veintiocho años<br />

se convierta en una niña pequeña, imponiéndole<br />

esos iconos de adolescencia, la coleta, y,<br />

la verdad, ¿cuándo ha sido la última vez que<br />

has visto una chica joven con coleta? Por no<br />

mencionar, ya de paso, el hecho de que las<br />

chicas jóvenes también son un descoloque.<br />

De modo que ahí estaba esa mujer hermosa,<br />

atenta, adorable, de no menos de veinticinco<br />

años, y lo único que yo veía era el carapollas<br />

del fotógrafo tendiéndole la cinta de poliéster<br />

y diciéndole: “Vale, muy bien, ahora sujétate<br />

el pelo con la cosa ésta”. Y en ese momento<br />

comprendí que necesitaba hablar con<br />

una mujer real, sin imágenes de ninguna clase,<br />

ni avance rápido, ni pausa, ni fotos de revistas.<br />

Y ahí estaba el anuncio.<br />

—Pero ya habías llamado a estos números,<br />

¿verdad? —preguntó ella.<br />

—Unas pocas veces, pero sin éxito ninguno.<br />

Y este número en concreto no recuerdo<br />

haberlo marcado antes: 2VOX.<br />

—¿Qué quieres decir con lo de “éxito”?<br />

—Que no me salió ninguna mujer con algo<br />

de chispa. Bueno, mejor dicho, que me salieron<br />

poquísimas mujeres, punto y aparte,<br />

excepto las pagadas por el servicio telefónico<br />

para dar charla sexual de modo mecánico<br />

53


y soltar un gemido cuando corresponde. Lo<br />

que suele salir es un hombre diciendo “oiga,<br />

¿hay alguna dama a la escucha?”. Pero también<br />

es verdad que de vez en cuando hay alguna<br />

verdadera mujer que llama. Y así, al revés<br />

que con las fotos, cabe al menos la remota<br />

posibilidad de que se produzca el encaje en<br />

algún momento. A lo mejor estoy pasándome<br />

de presuntuoso, pero creo que tú y yo encajamos,<br />

que existe la posibilidad.<br />

—Sí.<br />

—En cierto modo, es igual que la radio.<br />

¿Sabes que nunca he entrado en una tienda<br />

a comprar un disco? Será por eso por lo que<br />

nunca he aprendido a apreciar la música que<br />

va perdiendo volumen poco a poco, tal como<br />

tú la describes, porque en la radio cada canción<br />

empalma con la siguiente, en fundido.<br />

Pero me parece a mí que es indispensable esa<br />

sensación de azar que se tiene oyendo música<br />

pop por la radio, porque al fin y al cabo<br />

de lo que se trata es de que alguien conoce<br />

a alguien, entre tropecientos millones de<br />

seres humanos que hay en el mundo, la única<br />

persona que le gusta, o una de las pocas<br />

personas que encuentra adecuadas. En cambio,<br />

si te compras el disco, o la cinta, eres tú<br />

quien controla en qué momento la escuchas,<br />

cuando lo que en realidad quieres es que sea<br />

como una lotería, como el destino, recorrer<br />

54


el dial para arriba y para abajo, buscando la<br />

canción que quieres, en la esperanza de que<br />

alguna emisión la esté emitiendo… Y qué intensa<br />

alegría cuando al fin aparece en un giro<br />

del botón. Haces algo más que oírla, es como<br />

si la cazaras al vuelo.<br />

—Por otra parte —dijo ella—, si la cinta<br />

es tuya, con ello das muestra de algún discernimiento:<br />

sabes lo que te gusta, sabes cómo<br />

hacerte feliz, no te zambulles en un maremágnum<br />

de posibilidades fortuitas, esperando<br />

pasivamente que a algún disyoquei se<br />

le ocurra poner lo que a ti te gusta. De pequeño,<br />

tal vez, de pronto estás en un balcón, y<br />

hace solecito, y piensas: caramba, qué agradable<br />

es esto, y qué poco me lo esperaba. Pero<br />

ya de mayor piensas “sé que voy a experimentar<br />

determinado tipo de placer cuando<br />

salga al balcón y me siente en esa silla, y es<br />

ahora cuando quiero sentir dicho placer”.<br />

—Bueno, muy bien, pues la razón por la<br />

que me puse en contacto con este número<br />

fue porque los placeres que andaba buscando<br />

hasta ese momento no me llenaban, y probé<br />

con la esperanza de tener suerte, de que surgiera<br />

la conversación…<br />

—No me llegaste a decir qué pasó con la<br />

Campanilla de Walt Disney en videoclub.<br />

—Bueno, pues en la escena que vi, y era<br />

la primera vez que veía algún trozo de esa<br />

55


película de Disney, por cierto, y no te olvides<br />

de que andaba con el ánimo un poco alterado,<br />

ahí en la tienda, con mis tres películas naranja<br />

y mi revista para hombres en el maletín…<br />

Total, que en la escena de que te hablo<br />

Campanilla revolotea de un modo la mar de<br />

garboso, con mucho tiiing del xilófono y dejando<br />

una estela de lucecitas, y piensas: vale,<br />

la típica imagen del hada, bah. Y es diminuta,<br />

es una chica de clase acomodada, pero diminuta,<br />

no pasa de medio palmo. Una mujer<br />

insustancial, mágica, toda encanto waltdisneiano.<br />

Y de pronto ocurre. Se detiene en<br />

mitad del aire, y se mira, y tiene unos pechos<br />

muy pequeños…<br />

—¿No quedamos en que no te gustaba la<br />

palabra pechos?<br />

—Sí, tienes razón, pero a veces es la que<br />

mejor cuadra. Casi siempre, si quieres que<br />

te diga la verdad. Total, que tiene los pechos<br />

muy pequeñines, pero unas caderitas la mar<br />

de anchas, y unos muslitos la mar de anchos,<br />

y lleva un trajecito como rasgado o cortado<br />

en picos, que apenas si la cubre, y va y se<br />

mira, poniendo unos morritos adorables y<br />

se coloca las manos en las caderas como para<br />

medírselas, y menea tristemente la cabeza.<br />

Demasiado grandes, parece decir. Bueno,<br />

¡me puso a cien! ¡Esa cosa tan chiquitita, con<br />

aquellos caderones! Y en seguida, un segun-<br />

56


do más tarde, se queda atrapada en una cómoda<br />

entre un montón de artículos de costura,<br />

y trata de salir volando por la cerrradura,<br />

pero no… Le sobran caderas y ¡se queda<br />

atascada!<br />

—Suena como para asarse de calentura,<br />

efectivamente.<br />

—Y lo era.<br />

—¿Te acuerdas de Los caballeros las prefieren<br />

rubias, cuando Marilyn Monroe está en<br />

un barco y trata de pasar por un ojo de buey,<br />

pero las caderas no se lo permiten?<br />

—No, no me acuerdo. Voy a tener que<br />

alquilarla.<br />

—Tendría gracia que la Marilyn se<br />

hubiera inspirado en Campanilla —dijo<br />

ella—. Si quieres que te diga la verdad, a<br />

mí también me pareció vagamente sexual el<br />

Peter Pan de Walt Disney.<br />

—Bueno, sí… J. M. Barrie era uno de<br />

aquellos farsantes de antaño, y es evidente<br />

que algo de lo que reprimía se cuela en todas<br />

las versiones de su obra.<br />

—Y la chica, la protagonista, flotando<br />

por ahí en bata —dijo ella—. Eso sí que me<br />

dejó interesada. Y también que resulta demasiado<br />

mayor para compartir el dormitorio<br />

con sus hermanos pequeños. Me acuerdo<br />

perfectamente. Andaría yo por los doce años.<br />

Vi la película con mi amiga Pamela, que lue-<br />

57


go ha salido lesbiana, creo, con su pan se lo<br />

coma. Montábamos la tienda de campaña en<br />

su dormitorio, comíamos galletas Saltines y<br />

leíamos juntas la enciclopedia médica. Marcaban<br />

con una línea de puntos el sitio por<br />

donde el médico tenía que cortar el cartílago<br />

en una operación para meter un poco las orejas.<br />

Y al final de cada artículo decía, porque<br />

estaba hecho con preguntas y respuestas, decía:<br />

“¿Cuándo pueden reanudarse las relaciones<br />

maritales?”. Y la respuesta siempre era de<br />

cuatro a seis semanas. Estuviera donde estuviera<br />

la línea de puntos, las relaciones maritales<br />

siempre se podían reanudar al cabo de<br />

cuatro a seis semanas. Y una vez me leyó ella<br />

a mí una novela de amor, entera, en una noche.<br />

Me dormí por la mitad y luego me desperté.<br />

Pamela estaba ya un poco ronca, pero<br />

seguía leyendo. Y otra vez, a lo mejor aquella<br />

misma noche, le conté una fantasía sexual<br />

que tengo de vez en cuando de que estoy en<br />

un sitio donde me dicen que me quite la ropa<br />

y me meta en el tubo.<br />

—Perdón, ¿en qué?<br />

—En el tubo, en un tubo largo —dijo<br />

ella—. Me deslizo dentro, con los pies por<br />

delante, y empiezo a bajar por ese tubo tan<br />

largo, sobre una especie de lenta corriente<br />

de aceite. ¿Te acuerdas de esos toboganes de<br />

agua que se ponian en el césped, y que des-<br />

58


truían la hierba? Éste no es tan rápido, sino<br />

mucho más lento, pero sin fricción, dentro<br />

de un tubo luminoso. Mientras voy bajando<br />

aparecen en el tubo muchos pares de manos,<br />

un poco por delante de mí, agitándose a<br />

ciegas, como buscando algo que palpar, y en<br />

seguida entro en contacto con ellas, por los<br />

pies, y ellas tratan de agarrarme los tobillos,<br />

pero tienen los dedos chorreando aceite, y según<br />

avanzo van subiéndome por las piernas,<br />

reteniéndome con bastante fuerza, pero sin<br />

fricción, gracias al aceite, y luego me presionan<br />

el estómago cuando les pasa por encima,<br />

y se vuelven como para recibir mis pechos,<br />

con ambos pulgares casi tocándose, y me resabalan<br />

muy despacito por los pechos, apretándomelos,<br />

y, figúrate, en la fantasía tengo<br />

unos pechos enormes, de modo que las manos<br />

tardan un montón de tiempo en recorrérmelos.<br />

—¡Uau! ¿Qué dijo tu querida amiga Pamela<br />

cuando le contaste tal cosa?<br />

—Al terminar de describírselo le pregunté<br />

si ella también tenía pensamientos parecidos,<br />

y me dijo “¡No!”, como muy ofendida.<br />

Me dice: “¡No! Cuéntame otro”. ¿Crees<br />

tú que se habrá hecho lesbiana por culpa de<br />

mi tubo?<br />

—Bueno, lo que te digo es que yo, desde<br />

luego, sí que me hubiera metido a lesbiana.<br />

59


Pero ahora, ¿quieres aclararme una cosa?<br />

¿Ahora mismo cómo tienes la luz en la habitación<br />

en que te encuentras, en el cuarto de<br />

estar-comedor? ¿Encendida o apagada?<br />

—Encendida. Es una lámpara de mesa.<br />

La puedo apagar, si prefieres.<br />

—Sí, quizá así resulte…<br />

—Escucha —hubo un clic.<br />

—¿A que la cubertería resplandece ahora<br />

a la luz de la luna? —dijo él.<br />

—No la distingo.<br />

—¿Te has fijado alguna vez en ese intersticio<br />

que hay en las películas, más bien en las<br />

de televisión, cuando aparece un personaje<br />

femenino pensando, tranquilamente, en un<br />

primer plano del rostro, y de pronto se vuelve,<br />

alarga el brazo y apaga la luz de la mesilla<br />

de noche, clic; pero, claro, es un plató, con luces<br />

muy estudiadas por todas partes, de modo<br />

que cuando la mujer acciona el interruptor<br />

tiene que coincidir con la supresión de las<br />

principales fuentes de luz, cataclás, y entonces<br />

el problema está en que la película cinematográfica<br />

no opera en la oscuridad, de modo<br />

que tiene que seguir habiendo un buen nivel<br />

de luz, pero dando la impresión de oscuridad,<br />

y al mismo tiempo que se suprimen las<br />

grandes luces incandescentes tiene que entrar<br />

en funcionamiento la imitación de luz<br />

de luna o tienen que verse por la ventana las<br />

60


luces de la calle, y, con todo ello, a veces pasa<br />

algo raro y se produce un milisegundo de desfase<br />

mientras se encienden los filamentos de<br />

la luz de luna artificial, el tiempo que invierten<br />

en calentarse y alcanzar su máximo; de<br />

modo que en ese momento de cambio se ve<br />

el otro juego de luces, el que tiene que transmitir<br />

la impresión de que “el dormitorio está<br />

a oscuras y tranquilo”, cubriendo la cama<br />

y las paredes de la habitación? ¿Te has fijado<br />

alguna vez?<br />

—No —dijo ella—. Pero te prometo que<br />

me fijaré la próxima vez que mire la tele, porque<br />

me ha sonado muy interesante.<br />

—Fíjate —dijo él—. Por el momento, te<br />

alegrará saber que la farola de alumbrado público<br />

que se ve desde mi ventana está empezando<br />

a entrar en funcionamiento.. Es un<br />

efecto de lo más asombroso. La luz no se enciende<br />

de pronto, no es nada parecido a lo<br />

que acabo de describirte. Va viniendo muy<br />

gradualmente, en un período de más de veinte<br />

minutos. Al principio pasa por una fase de<br />

color naranja oscuro. Rara vez me da tiempo<br />

de verlo completo, claro, con los horarios tan<br />

agitados que llevo. Pero cuando lo hago me<br />

parece bellísimo. Es tan gradual, que no distingue<br />

uno si es que la luz se ha hecho más<br />

brillante o que el cielo se ha oscurecido. Claro,<br />

son las dos cosas, pero no sabe uno cuál<br />

es la que más pesa. Y luego, dentro de cinco<br />

61


minutos, más o menos, habrá un momento<br />

en que la luz de la farola será exactamente<br />

del mismo color que el cielo, entiéndeme,<br />

el mismo amarillo-verde-violeta, como quieras<br />

llamarlo, de modo que parece como si hubiera<br />

un agujero de cielo en mitad de los árboles<br />

que hay al otro lado de la calle, en las<br />

ramas, cuando en la realidad es la farola de<br />

este lado.<br />

Hubo una pausa.<br />

—Óyeme —dijo ella—. Esto está empezando<br />

a resultar muy caro, a dólar por minuto,<br />

o lo que sea que cueste.<br />

—Noventa y cinco centavos el medio<br />

minuto, creo.<br />

—Bueno, pues dame tu número y te llamo<br />

yo—dijo ella.<br />

—De acuerdo, pero…<br />

—Pero, ¿qué?<br />

—Que tendrás que encender la luz para<br />

anotar el número —dijo él.<br />

—¿Por qué? Tengo muy buena memoria<br />

para los números.<br />

—Sí, supongo, mucho mejor que la mía<br />

tendrá que ser. Pero, ¿y si en este caso concreto<br />

se te borra el número de la cabeza?<br />

—Vale, de acuerdo, no corramos riesgos.<br />

Enciendo la luz y lo apunto.<br />

—Pero, ¿y si te equivocas al apuntarlo,<br />

sólo porque ésta es una ocasión excepcional,<br />

62


y por primera vez en tu vida pones dos guarismos<br />

en orden inverso?<br />

—Sí, dislexia sexual.<br />

—¡Exacto! U otra cosa: ¿y si cuelgas y<br />

vas a buscar otra Coca Cola Light y al final<br />

decides que no, que qué estupidez, que no te<br />

apetece llamarme? ¿Cómo sé yo que no vas a<br />

dejar de llamarme?<br />

—Sí que te llamo —dijo ella—. Lo estoy<br />

pasando muy bien.<br />

—De acuerdo, pero, ¿y si llamas, y ya,<br />

con la interrupción, aunque sólo estemos un<br />

minuto desconectados, resulta que nos cambia<br />

la suerte, y de pronto perdemos la naturalidad<br />

con que nos estamos tratando ahora<br />

mismo, y no hay forma de recuperar el tono<br />

íntimo, con lo fácil que nos ha resultado la<br />

primera vez?<br />

—Está bien, de acuerdo, me has convencido.<br />

No me des tu teléfono.<br />

—La verdad, me parece barato, dos dólares<br />

el minuto, por una cosa así. Lo necesito.<br />

No me importaría pagar veinte dólares<br />

el minuto. Y esta línea, además, no tiene límite<br />

de tiempo. Por lo menos, eso dice mi<br />

anuncio: SIN LÍMITE DE TIEMPO, en letras<br />

grandes.<br />

—Está bien, de acuerdo —dijo ella.<br />

De Vox, Editorial Alfaguara, 1992.<br />

Traducción de Ramón Buenaventura.<br />

63


EL “MAGNIFICAT”<br />

Matteo Bandello


MATTEO BANDELLO (1485-1561). Nació<br />

en Catelnuovo, Italia. Estudió letras y ciencias<br />

en Milán y Nápoles. Sus ideas políticas le valieron<br />

destierros y persecuciones. Su obra más significativa<br />

es la colección de relatos Novelas cortas,<br />

escrita a lo largo de toda su vida. De sus Novelas<br />

tomaron temas escritores como Stendhal,<br />

Byron y Musset; Shakespeare extrajo de ellas el<br />

argumento de Romeo y Julieta, Mucho ruido y pocas<br />

nueces y La noche de Epifanía.


En aquellos días en que el memorable señor<br />

Giovanni Bentivoglio junto a sus señores<br />

hijos ostentaba el imperio de la riquísima y<br />

gran Bolonia, florecían en aquella ciudad los<br />

estudios de la razón cesárea y pontificia, junto<br />

con los de medicina y todas las demás artes<br />

liberales.<br />

De continuo se congregaban allí hombres<br />

solemnes muy doctos en sus especialidades.<br />

De toda Italia y aun de Francia y España,<br />

concurría la juventud a Bolonia a instruirse<br />

en las distintas disciplinas, que le resultaran<br />

placenteras.<br />

Así como eran diversos los estudiantes,<br />

en su procedencia e ingenio, también lo eran<br />

sus profesores. La mayor parte de éstos no<br />

sólo se esmeraban en mejorar la doctrina y<br />

educación de sus discípulos, sino que también<br />

se esforzaban con el ejemplo de su vida<br />

67


y de sus costumbres. Había también aquellos<br />

otros a quienes les bastaba con la enseñanza<br />

docta y en cuyos círculos demostraban sus<br />

argumentos con brillantez y agudeza; al terminar<br />

sus lecciones, se dedicaban a escuchar<br />

las dudas de sus discípulos y se mostraban<br />

diligentes por dilucidarlas con erudición, intentando<br />

satisfacer a todos.<br />

Entre ellos había un doctor, más cercano<br />

a los ochenta que a los sesenta, que gozaba<br />

de una gran reputación y experiencia,<br />

cuyos consejos eran muy estimados; pero,<br />

si alguien lo apartaba de su especialidad, lo<br />

convertía en pez fuera del agua. Era muy parecido<br />

a un gran doctor de esta ciudad que<br />

se enojó con el administrador de su casa de<br />

campo, e intentó por todos los medios quitarle<br />

el cuidado de su propiedad. Esto ocurrió<br />

porque, habiéndole dado el sirviente la<br />

noticia de que una cerda había parido nueve<br />

crías, le dijo luego que la yegua había tenido<br />

un hermoso potrillo.<br />

—Entonces —dijo el doctor al siervo—,<br />

ignorante, ¿me quieres robar? ¿No me has dicho<br />

que fueron nueve los cochinillos? ¿Y pretendes<br />

que una yegua tan robusta haya tenido<br />

un solo potrillo? ¡No, no... esto no está<br />

bien! Encuéntrame los otros potrillos, si no<br />

quieres ir a parar a manos de la justicia.<br />

68


Comprobad, señores míos, la costumbre<br />

de salar el azúcar.<br />

En cuanto a nuestro profesor, que debió<br />

haber sido en su juventud un gran papamoscas,<br />

regresando en una ocasión después de las<br />

clases a su casa en compañía de algunos estudiantes,<br />

vio pasar por debajo de las arcadas a<br />

una joven de hermosas proporciones y preguntó<br />

a sus discípulos quién era. Le dijeron<br />

que era una dama caritativa que no permitía<br />

que nadie muriese desesperado.<br />

Siguió el doctor hasta su hogar y, tras<br />

despedir a los demás estudiantes, retuvo consigo<br />

a un sagaz calabrés que gozaba de toda<br />

su confianza y a quien con frecuencia invitaba<br />

a comer. Ante el joven reveló haber quedado<br />

prendado de aquella bellísima mujer, y<br />

que moriría si no conseguía satisfacer su placer<br />

con ella.<br />

—Señor, yo la conozco muy bien —le<br />

respondió el calabrés—, y en verdad que es<br />

muy hermosa y agradable. Por mí daría su<br />

corazón; si así lo deseáis, la conduciré a esta<br />

casa cada vez que sea de vuestro agrado y<br />

la haré entrar por la puerta trasera del jardín<br />

para que nadie la vea. Pero os prevengo que<br />

vende cara su mercancía y no vendrá sin obtener<br />

antes un par de ducados.<br />

Al oir esto el doctor, que poca cuenta tenía<br />

de sus fuerzas, le respondió:<br />

69


—Por eso no te preocupes, pues te daré<br />

un doble ducado, de aquellos que exhiben la<br />

efigie de nuestro señor Giovanni.<br />

Sin pérdida de tiempo, corrió hacia la caja,<br />

cogió el dinero y, entregándoselo al calabrés,<br />

le dijo:<br />

—Sabes que mañana no daré clases; mira<br />

de traerla del modo que me has dicho.<br />

Partió de inmediato el estudiante y al encontrarse<br />

con la mujer le dijo:<br />

—Quiero que mañana, a una hora apropiada,<br />

vayas a una casa para solazar a mi<br />

maestro. Es viejo y precisará que le prodigues<br />

muchas caricias; luego te daré una paga que<br />

te dejará satisfecha.<br />

Era aquella una mujer ambiciosa, que por<br />

una moneda se entregaba a quien la solicitase.<br />

El escolar pensaba darle solamente tres<br />

monedas y apropiarse del resto del doblón.<br />

El viejo doctor, esperando la hora de encontrarse<br />

con la joven, no cabía en su propia piel<br />

y se desmayaba de anticipado gozo. Según lo<br />

convenido, el calabrés condujo a la joven hasta<br />

el profesor, quien la esperaba ya en la cama.<br />

Ella entró a la habitación y, después de<br />

desnudarse, se introdujo en el lecho; lo besó<br />

una y mil veces, a la par que le hacía toda<br />

clase de caricias para conseguir excitarlo. Se<br />

esforzaba por despertar al perezoso, pero éste<br />

no conseguía levantar cabeza. El profesor<br />

70


se encolerizaba y la mujer trataba de consolarlo<br />

con ardientes caricias; pero, viendo que<br />

todo era en vano, le dijo:<br />

—Maestro, no os aflijáis por ahora. Ya<br />

volveré en otra ocasión en que estéis mejor<br />

dispuesto. Entretanto os daré un consejo: recordad<br />

el Magnificat que os resultará de gran<br />

ayuda.<br />

—¿Qué diablos quieres decir con eso del<br />

Magnificat? —le respondió el doctor—¡Ya lo<br />

aprendí de joven!<br />

—Así lo creo —repuso la joven—, pero<br />

recordad que al atardecer, cuando se entona<br />

el Magnificat, todos se yerguen y descubren<br />

la cabeza. ¡Enseñadle a este dormilón a hacer<br />

lo mismo!<br />

Y así diciendo, se levantó de la cama y<br />

se marchó.<br />

Por esto, señores míos, resulta cierto<br />

aquel proverbio que dice: “Aquel que siendo<br />

burro cree ser ciervo, al saltar el foso se da<br />

cuenta”.<br />

De Cuentos eróticos. 1. Editorial Bruguera, 1978.<br />

Selección y Traducción de Óscar Balmayor.<br />

71


SEIS CUENTOS CORTOS<br />

COLOMBIANOS


EL GALLO<br />

Efe Gómez (1876-1936)<br />

El gallo de San Luis Gonzaga, en la cresta<br />

un clavel sangrante, rútilos los ojos, saliente<br />

el pecho, se pasea gallardo. Cada vez<br />

que asienta las patas parece que sonaran, como<br />

campanadas, los espolones asesinos. Con<br />

movimientos cortos, explosivos, mueve el<br />

cuello: a lo largo de él la luz corre, chorrea.<br />

Cruza la gallina blanca de las ánimas<br />

benditas: una polla de primera postura.<br />

Cacareo sonoro, piropo saleroso, olé galante.<br />

La polla se detiene, emocionada, a picar<br />

un grano que se traga. El gallo gira en su redor,<br />

y el ala crujiente barre, raya el suelo. Corre<br />

la polla provocadora. La sigue a escape, la<br />

alcanza, la muerde del copete, la sujeta… La<br />

crispatura suprema.<br />

La polla sale sacudiéndose. El gallo se<br />

planta, y, altanero, bate las alas, se yergue y<br />

75


canta. Sigue su paseo, y al ir por debajo de la<br />

cuerda en donde han puesto a secar la ropa<br />

al sol, se agacha: le parece que no cabe, que<br />

va a tropezar en la cuerda la erguida cabeza<br />

altanera.<br />

Gallo pa’ bien fullero —piensa el viejo<br />

Cosme Zúñiga—, cuidao no cabes, maldito.<br />

Si del suelo a esa cuerda hay como dos varas<br />

y media, y tú tendrás como dos cuartas de<br />

la cresta al suelo… Para eso sí, es que… ¡ah!<br />

Así era yo cuando muchacho. Recuerdo que<br />

una noche de luna llena en que salía de casa<br />

de Marcela, al brincar de la puerta al patio<br />

me agaché, porque creí que me iba a topetar<br />

con la luna, que estaba al frente, en medio<br />

del cielo…<br />

76


SUEÑO<br />

Eduardo Serrano Orejuela (1946)<br />

Ahora sólo me resta esperar que quien<br />

me sueña no despierte antes de mi cita con<br />

la bella Andrea.<br />

POTRA DE NÁCAR<br />

La mujer más hermosa del mundo pasó a<br />

mi lado y yo le recité en homenaje:<br />

—Ni nardos ni caracolas tienen el cutis<br />

tan fino, ni los cristales con luna relumbran<br />

con ese brillo.<br />

Se volvió hacia mí, me examinó de abajo<br />

arriba como si no creyera en mi existencia y,<br />

sin que le temblara la voz, me dijo:<br />

—Pero ni esta noche, ni nunca, correrás<br />

el mejor de los caminos, montado en esta potra<br />

de nácar, sin bridas y sin estribos.<br />

Estupefacto, la vi alejarse para siempre,<br />

su negra cabellera flotando en el luminoso<br />

viento de la tarde. Desde entonces he renun-<br />

77


ciado a los piropos eruditos. La luz del entendimiento<br />

me hace ser muy comedido.<br />

78


EL CATALEJO<br />

David Sánchez Juliao (1945)<br />

Una mujer amó a un marinero. Un buen<br />

día, el marinero tuvo que viajar… por años.<br />

La mujer entonces, compró un catalejo para<br />

sentarse a mirar el mar a la espera de su hombre.<br />

Pasó el tiempo. La mujer aprendió el sabor<br />

de la espera y supo del color de la añoranza;<br />

y ambas cosas le gustaron. Un día, el<br />

marinero volvió, y se amaron como locos por<br />

tres meses; rompieron la cama y deshilaron<br />

la hamaca. Pero un buen día (otro), el hombre<br />

se levantó y encontró a la mujer instalada<br />

en la terraza mirando al horizonte por el<br />

catalejo. “¿Qué buscas?”, preguntó el hombre,<br />

y la mujer respondió: “A ti”.<br />

79


LA MUJER DE CRIN<br />

Maribel García Morales (1960)<br />

La llanaura se fue consumiendo en sus<br />

jornadas de búsqueda, hasta sentir próximo<br />

el encuentro. Galopó con más prisa y sus<br />

cascos marcaron un ritmo de fuego sobre el<br />

camino de piedra. A lo lejos divisó el portal<br />

de la hacienda, igual al de sus sueños, y el<br />

cansancio cedió a su deseo. Apuró el trote y<br />

pronto arribó a su destino.<br />

En la mecedora, el hombre la aguardaba.<br />

Bello, igual al príncipe soñado que la hizo<br />

abandonar a su manada y emprender aquella<br />

travesía.<br />

Agotada, se recostó a sus pies, cerró los<br />

ojos y lentamente fue dejando su aspecto<br />

montuno y se convirtió en una bella mujer.<br />

Sin importarle su desnudez, sensual, se acercó<br />

al hombre que parecía dormido y lo besó<br />

en los labios. Él, momificado por la espera,<br />

recibió aquel beso añorado y se derrumbó<br />

81


dejando en su lugar una tenue nube de polvo<br />

que se confundió con el que dejaron los cascos<br />

de la mujer que huyó, otra vez, convertida<br />

en yegua salvaje.<br />

82


VISITA CONYUGAL<br />

José Zuleta Ortiz (1960)<br />

La muchacha va a la visita conyugal, lleva<br />

un tesoro oculto en su vientre. Después de<br />

ser sellada llega a la primera puerta: manos<br />

de centinela la tocan, le miran los pechos, retiran<br />

sus calzones, revisan sus nalgas, requisan<br />

su sexo. La dejan seguir… Llega a la segunda<br />

puerta de hierro, pronuncia el nombre<br />

de su hombre, él viene por ella.<br />

—Coroné, tengo lo tuyo.<br />

En la celda el hombre la ayuda a sacar de<br />

su adentro la sustancia exquisita. La fuman,<br />

retozan… El hombre la sella con sus labios,<br />

mira sus pechos, las manos que aguardaron<br />

la tocan, revisa sus nalgas, requisa su sexo,<br />

traspasa la puerta, se dicen sus nombres, se<br />

coronan. La muchacha sale de la visita conyugal,<br />

lleva un tesoro oculto en su vientre.<br />

83


84<br />

De Segunda antología del cuento corto colombiano.<br />

Universidad Pedagógica Nacional, 2007.<br />

Compilación de Guillermo Bustamante Zamudio<br />

y Harold Kremer.


LA LECCIÓN BIEN<br />

APRENDIDA<br />

Anatole France


ANATOLE FRANCE (1844-1924). Uno de los<br />

más importantes e influyentes escritores franceses<br />

de su tiempo. Novelista, cuentista, ensayista.<br />

Algunas obras: El lirio rojo, Los dioses tienen<br />

sed, La isla de los pingüinos, Cuentos de Jaques<br />

Tournebroche. Recibió en 1921 el Premio Nobel<br />

de literatura.


En tiempos del rey Luis XI vivía en París,<br />

en un aposento alfombrado, una burguesa<br />

llamada Violante, que era muy hermosa de<br />

rostro y bien formada en todo su cuerpo. Tenía<br />

una cara tan deliciosa, que el señor Jacobo<br />

Tribouillard, doctor en derecho y cosmógrafo<br />

renombrado, la visitaba con frecuencia<br />

y solía decirle:<br />

—Al veros, señora, me parece creíble, y<br />

hasta indudable, lo que refiere Cucurbitos Piger<br />

en un escolio de Estrabo, a saber: que la<br />

insigne Ciudad y Universidad de París fue llamada<br />

en otro tiempo con el nombre de Lutecia<br />

o Leucècia, o de otro modo semejante derivado<br />

de “Leuke”, es decir, la Blanca, porque<br />

sus damas tenían el descote como la nieve,<br />

aunque no siempre tan puro, blanco y deslumbrante<br />

como el vuestro, señora.<br />

A lo cual Violante respondía:<br />

87


—Me basta que mi descote no sea horrible<br />

al punto de asustar, como los de varias damas<br />

que yo conozco, y si lo enseño es para<br />

seguir la moda, pues considero una impertinencia<br />

diferenciarse de todas las demás.<br />

La señora Violante se había casado en<br />

la flor de su juventud con un jurisconsulto<br />

del Tribunal Supremo, hombre muy áspero<br />

y muy agrio para recriminar y abrumar<br />

a los infelices, pero enclenque y enfermizo<br />

de complexión, hasta el punto de no parecer<br />

apto para dar alegría en su casa ni disgustos<br />

fuera de ella. A ese hombre le interesaban<br />

más que su esposa los sacos de procesos,<br />

que ciertamente no tenían tan buena<br />

figura; eran toscos, hinchados, informes; pero<br />

el jurisconsulto pasaba las noches sobre<br />

ellos. Siempre discreta, la señora Violante no<br />

pudo sentir afecto por un marido tan poco<br />

afectuoso; y el señor Jacobo Tribouillard decía<br />

de ella que era prudente, segura, tranquila,<br />

afirmada y confirmada en la fe conyugal,<br />

tanto como la Lutecia romana. Y lo aseguraba,<br />

por la sencilla razón de no haber sabido<br />

jamás que faltase a sus deberes. Los hombres<br />

honrados guardaban acerca de este punto<br />

una duda prudente, porque las acciones<br />

ocultas aparecerán sólo en el Juicio Final; pero<br />

reflexionaban que aquella señora era muy<br />

aficionada a las joyas y a los encajes, y que<br />

88


llevaba a las reuniones y a las iglesias trajes<br />

de terciopelo, de seda y de brocado, guarnecidos<br />

con pieles de marta; sin embargo, eran<br />

demasiado prudentes para opinar si, al tiempo<br />

de ser la condenación de los cristianos que<br />

la veían tan hermosa y tan bien ataviada, se<br />

condenaba ella con alguno. En estas indecisiones<br />

hubieran jugado a cara o cruz la virtud<br />

de la señora Violante, lo cual era muy honroso<br />

para esta dama. En verdad su confesor, el<br />

hermano Juan Tureluse, la reprochaba continuamente.<br />

—¿Suponéis, señora —le decía—, que la<br />

venerable Catalina ganó el cielo con una vida<br />

como la vuestra, sin más que lucir el descote<br />

y mandarse traer de la ciudad de Génova<br />

velillos de encajes?<br />

Era un enorme razonador, muy severo<br />

para las flaquezas humanas, que no perdonaba<br />

lo más mínimo y creía haberlo hecho<br />

todo cuando asustaba. La amenazó con el infierno<br />

por haberse lavado el rostro con leche<br />

de burra.<br />

Pero nadie supo de cierto si aquella mujer<br />

adornó convenientemente la cabeza de su<br />

viejo marido, y el señor Felipe Coetquis solía<br />

decirle con retintín:<br />

—¡Cuidadito, señora: es muy calvo y<br />

puede constiparse!<br />

89


El señor Felipe de Coetquis era un caballero<br />

de gallarda presencia, tan hermoso como<br />

una sota del noble juego de los naipes.<br />

Había conocido a la señora Violante una noche<br />

en un baile, y después de bailar con ella<br />

hasta hora muy avanzada habíala conducido<br />

en la grupa de su caballo mientras el jurisconsulto<br />

chapoteaba entre el barro del arroyo<br />

a la luz de las movibles antorchas de los<br />

cuatro lacayos borrachos. En aquel baile y en<br />

aquella cabalgata el señor Felipe de Coetquis<br />

concibió acerca de la señora Violante la idea<br />

de que tenía los pechos abultados y la carne<br />

maciza. Inmediatamente prendóse de ella, y<br />

como no era hombre de doblez, le dijo con<br />

claridad lo que deseaba: verla completamente<br />

desnuda entre sus brazos.<br />

A lo cual ella respondió:<br />

—Caballero Felipe, no sabéis con quién<br />

habláis. Soy una dama virtuosa.<br />

Y esto muy bien podría significar:<br />

“Caballero Felipe, volved mañana”.<br />

Volvió al día siguiente, y ella le dijo:<br />

—¿Qué prisa tenéis?<br />

Aquellos aplazamientos causaban mucha<br />

inquietud y muchas desazones al caballero,<br />

el cual se hallaba ya decidido a creer,<br />

como el señor Triboullard, que la señora Violante<br />

era otra Lutecia. ¡De tal modo se parecen<br />

todos los hombres por su fatuidad! Es ne-<br />

90


cesario advertir que la dama no le había consentido<br />

siquiera que la besase en la boca, lo<br />

cual no pasa de ser un entretenimiento gracioso<br />

y una ligereza delicada.<br />

Así estaban las cosas, cuando el hermano<br />

Juan Turelure fue llamado a Venecia por el<br />

general de su Orden para que predicase a los<br />

turcos recientemente convertidos a la verdadera<br />

religión. Antes de partir, el buen hermano<br />

fue a despedirse de su penitente, y le reprochó<br />

con mayor severidad que de costumbre<br />

sus inclinaciones a una vida licenciosa. La<br />

exhortó vivamente a la penitencia y le aconsejó<br />

que se pusiera un cilicio sobre la piel, incomparable<br />

remedio contra los deseos dañinos<br />

y medicina sin igual para las criaturas<br />

propensas a los pecados carnales.<br />

Ella le dijo:<br />

—Hermanito, no me pidáis demasiado.<br />

Pero ni siquiera la escuchó, y amenazóla<br />

con el infierno si no se enmendaba. Luego<br />

le ofreció hacer cuantas comisiones le diera.<br />

Esperaba que la señora le rogaría que le trajese<br />

alguna medalla bendita, un rosario, y acaso,<br />

lo cual era mucho mejor, un poco de tierra<br />

del Santo Sepulcro que los turcos llevan<br />

de Jerusalén entre rosas secas, y que los frailes<br />

italianos se encargan de vender; pero la señora<br />

Violante le hizo el siguente encargo:<br />

91


—Hermanito: puesto que vais a Venecia,<br />

donde hay muy hábiles cristaleros, os agradecería<br />

mucho que me trajerais un espejo, el<br />

más claro que sea posible hallar.<br />

El hermano Juan Turelure prometió servirla.<br />

Durante la ausencia de su confesor la señora<br />

Violante hizo la misma vida de siempre,<br />

y cuando el caballero Felipe le decía: “¿No sería<br />

muy dulce que nos gozáramos?”, ella contestaba<br />

suavemente: “Hace mucho calor; mirad<br />

la veleta por si el tiempo cambia”. Y las<br />

honradas gentes que tenían puestos los ojos<br />

en la señora Violante desesperaban de que<br />

adornase jamás con unos cuernos a su despreciable<br />

marido. “Es pecado”, decían.<br />

A su regreso de Italia, el hermano Juan<br />

Turelure se presentó a la señora Violante y le<br />

dijo que le traía lo que ella deseaba:<br />

—Miraos en este espejo, señora.<br />

Y sacó de su hábito una calavera.<br />

—Tal es vuestro espejo; porque esta calavera<br />

perteneció a la más hermosa dama veneciana;<br />

era como sois vos, y vos acabareis<br />

pronto siendo igual a ella.<br />

La señora Violante, cuando se repuso de<br />

la sorpresa y de la repugnancia que aquello le<br />

ocasionó, dijo al hermano, con bastante firmeza,<br />

que admitía la lección y que no dejaría<br />

de aprovecharla.<br />

92


—No se borrará de mi memoria, hermanito,<br />

el espejo que me traéis de Venecia y en<br />

el cual me veo, no como soy ahora, sino como<br />

seré después. Os prometo amoldar mi<br />

conducta a esta idea.<br />

El hermano Juan Turelure no esperaba<br />

tan excelentes propósitos, y se mostró muy<br />

satisfecho.<br />

—¿De modo, señora, que resolvéis cambiar<br />

de vida? ¿Me prometéis regir vuestra<br />

conducta conforme a la idea que esta cabeza<br />

descarnada vino a infundiros? ¿Se lo prometéis<br />

a Dios lo mismo que a mí?<br />

Ella preguntó:<br />

—¿Es preciso?<br />

El hermano lo consideraba preciso.<br />

—Pues lo haré.<br />

—Señora: me parece muy bien, pero no<br />

hay que desdecirse.<br />

—Aseguro que no me volveré atrás.<br />

Después de oir semejante promesa, el hermano<br />

Juan Turelure se retiró muy satisfecho.<br />

Y por la calle gritaba:<br />

—¡Esto es admirable! Con la ayuda de<br />

Dios Nuestro Señor he logrado que se encaminase<br />

hacia las puertas del cielo una señora<br />

que hasta el presente, sin que se pudiera decir<br />

que fornicaba de la manera expresada por el<br />

Profeta (C. XIV, V. 18), empleaba para tentar<br />

a los hombres el barro con que el Creador la<br />

93


formó para servirle y adorarle. Abandonará<br />

sus costumbres para tener otras mejores en<br />

lo sucesivo. Yo conseguí cambiarla por completo.<br />

¡Alabado sea el Señor!<br />

Apenas había salido de la casa el buen<br />

hermano, cuando el caballero Felipe de Coetquis<br />

entró, y se acercó a la puerta del aposento<br />

donde sa hallaba la señora Violante.<br />

Ella le recibió sonriente y le condujo a un<br />

cuartito alfombrado y con muchos almohadones,<br />

donde el caballero Felipe no había entrado<br />

jamás. Aquello le hizo esperar una buena<br />

fortuna, y ofreció a la señora unos confites<br />

que llevaba en una caja:<br />

—¡Chupad, chupad, señora! Son más<br />

dulces que el azúcar, pero no lo son tanto como<br />

vuestros labios.<br />

A lo cual replicó la señora que era vano y<br />

necio juzgar de una fruta sin haberla mordido.<br />

Él dio la respuesta oportuna con un beso<br />

en la boca.<br />

Ella no se disgustó mucho y limitóse a<br />

decir que era una mujer honrada. Él respuso<br />

que se congratulaba de saberlo y le aconsejó<br />

que no encerrara su honra en un escondrijo<br />

donde peligraba, porque seguramente se la<br />

quitarían de allí muy pronto.<br />

—Probad —adujo ella, dándole unos cachetitos<br />

con la sonrosada palma de su mano.<br />

94


Pero él tenía ya la costumbre de apoderarse<br />

de todo, conforme a sus deseos. Ella gritó:<br />

—No he de consentirlo. ¡Mal haya…!<br />

¡Caballero, no haréis tal cosa…! ¡Amigo<br />

mío…! ¡Corazón mío…! ¡El goce me mata!<br />

Y cuando hubo acabado de suspirar y de<br />

expirar, dijo graciosamente:<br />

—Caballero Felipe, no estéis orgulloso<br />

de haberme gozado por sorpresa. Si obtuvisteis<br />

de mí lo que deseabais, fue por mi gusto,<br />

y sólo me resistí lo bastante para ser vencida<br />

según mi deseo. Dulce amigo, soy vuestra.<br />

Si a pesar de vuestros atractivos, que me<br />

agradaron siempre, y a pesar de vuestra ternura<br />

amistosa , no os concedí lo que acabáis<br />

de quitarme con mi consentimiento, fue porque<br />

yo no había reflexionado bastante; no tenía<br />

prisa, y aletargada en una suave indolencia<br />

no disfruté las ventajas de mi juventud<br />

ni de mi hermosura… Pero el buen hermano<br />

Juan Turelure me ha dado una lección provechosa…<br />

Me hizo comprender lo que valen<br />

las horas y cuán rápidamente nos marchita el<br />

tiempo. Hace poco me ha enseñado una calavera<br />

y me ha dicho: “Así vas a ser pronto”,<br />

con lo cual me hizo sentir la conveniencia de<br />

no renunciar a los goces amorosos durante el<br />

breve tiempo que nos ofrece la vida.<br />

Estas palabras y las caricias con que la<br />

señora las acompañó, inclinaron al caballe-<br />

95


o Felipe a no perder un instante, a obrar del<br />

modo que más convenía a su honor y provecho,<br />

en goce y gloria de su querida, y a multiplicar<br />

las pruebas indudables que en ocasiones<br />

parecidas ha de ofrecer un honrado y<br />

leal servidor.<br />

Después de lo cual dióse por satisfecha la<br />

señora, le acompañó hasta la puerta, le besó<br />

graciosamente en los ojos y le dijo:<br />

—Amigo Felipe, ¿verdad que da gusto seguir<br />

los preceptos del hermano Juan Turelure?<br />

96<br />

De Humorismo internacional. Editorial B. Bauzá,<br />

Barcelona, 1931.<br />

Sin crédito de traducción.


JOSEFINA, ATIENDE<br />

A LOS SEÑORES<br />

Guillermo Cabrera Infante


GUILLERMO CABRERA INFANTE<br />

(1929-2005). Escritor cubano, novelista, cuentista,<br />

ensayista, traductor, crítico de cine. Tras su<br />

deserción del régimen de Fidel Castro se exilió<br />

en Europa, donde murió. Quizás su libro más<br />

célebre es la novela Tres tristes tigres. Otros libros:<br />

Habana para un infante difunto, Así en la<br />

paz como en la guerra, Arcadia todas las noches,<br />

Cine o sardina, etc. La peculiar ortografía del relato<br />

que aquí se incluye busca reflejar sin duda<br />

los modos y acentos del habla popular cubana.


Bueno, la cosa es que cuando uno tiene<br />

una casa no puede dejarse pasar la mota, porque<br />

ya se sabe que camalión que no muerde…<br />

Porque, mire, por ejemplo, esa muchacha<br />

Josefina. Es de lo mejorsito. Limpia, asiadita,<br />

no arma bronca nunca y vive aquí, con<br />

lo que uno la tiene siempre a mano, y nunca<br />

anda regatiando que si le ha quedado poco,<br />

que si el tanto por siento de la casa, que si es<br />

mucho, que si esto que si lo otro y lo de más<br />

allá. Por ese lado no tiene un defectico. Bueno,<br />

pero sin embargo, no hay quién la haga<br />

moverse de la cama. Mire que yo le digo: Josefina,<br />

has esto, Josefina, has lo otro. Josefina,<br />

esta niña, muévete. Sé más viva. Pues ni<br />

con eso. Y le ando atrás todo el bendito día.<br />

Porque a diligente sí que no me gana nadie.<br />

Si no, ¿cómo cre usté que yo hubiera llegado<br />

a montar este localsito? No crea que me he<br />

99


ganado esto con el sudor de mi sintura nada<br />

más. Qué va. De eso nada. A fuerza de espabilarme<br />

y de trabajar muy pero muy duro. Y<br />

no sólo horizontal. Porque, el difunto, que<br />

en pas descanse, no me dejó más que deudas.<br />

Y ya usté sabe lo que era esto: yo aquí,<br />

una mujer sola para atenderlo todo y llevarlo<br />

adelante. Pero yo ni dormía (bueno, igualito<br />

que ahora). A las cuatro o a las cinco cuando<br />

se iba el último cliente, yo cogía y me ponía<br />

a contar el dinero y a repartir lo de cada una<br />

(porque eso sí: a repartir parejo lo que con<br />

justicia le toca a cada una, no hay quién me<br />

gane). Pues después que repartía el dinero,<br />

levantaba al chiquito que me limpia y le hasía<br />

ponerse a trabajar a esa hora. Bueno y para<br />

no cansarlo, me acostaba dos o tres horas<br />

nada más y a las ocho ya estaba yo despertando<br />

a las muchachas que tienen el turno<br />

de por la mañana para que se arreglaran y resibieran<br />

limpias y compuestas a los clientes<br />

mañaneros. Porque usté sabe que hay gente<br />

que tienen sus manías y vienen por aquí al<br />

ser de día para coger a las muchachas frescas<br />

y descansadas, y otros para evitar lo de las<br />

enfermedades. Vea, ¡como si una noche pudiera<br />

borrar las cruses! Pero bueno, hijo, hay<br />

que complaserlos a todos —porque eso sí: si<br />

una fama tengo yo es la de ser complasiente,<br />

porque para mí siempre el cliente, como<br />

100


es el que paga, tiene la razón y no porque éste<br />

sea un negocio de andar en cueros, no vaya<br />

a pensar que no hay que darle a cada uno<br />

lo que pida. Bueno, pero para no cansarlo, le<br />

diré… ¿por dónde iba yo? Ah sí.<br />

Pues mire usté, después de las ocho ya no<br />

paraba yo: vaya a la plasa a hacer los mandados,<br />

cáigale arriba a la cosinera, después<br />

de comer, a resibir a las que duermen fuera<br />

y ponerlas pronto a trabajar, (porque usté<br />

sabe que si una fama tiene mi casa es la de<br />

tener siempre muchachas a disposición del<br />

que venga, a cualquier hora del día que venga,<br />

hasta las dos o las tres de la madrugada).<br />

Bueno, pues después de eso, me pongo<br />

a sacar lo que hayan ganado las vitrolas de<br />

los tres pisos, reviso cómo anda el baresito y<br />

mando al chiquito a la bodega, si hase falta<br />

cualquier bobería, y luego como ya es hora de<br />

la comida, pues a comer; y al acabar ya es de<br />

noche y bueno, para no cansarlo, que ya es<br />

la hora de empesar el ajetreo de a verdá verdá.<br />

Bueno, pues en todo ese tiempo, ¿qué cre<br />

que ha estado haciendo Josefina? ¡Dormiendo!<br />

Yo la he dejado porque ella lo único que<br />

pide es que la dejen dormir y ni siquiera anda<br />

peliando por la comida, que si es poco que<br />

si es mala, como algunas que yo conosco, y<br />

claro, yo la dejo dormir porque tengo que tenerla<br />

contenta; porque ella es muy solicita-<br />

101


da por la clientela buena, pero rialmente esa<br />

muchacha es un dolor de cabesa contante.<br />

Yo comprendo que ella tiene proglemias de<br />

a verdá, pero ¡por favor! Quién no los tiene.<br />

Bueno, y usté me ve a mí detrás de ella: Josefina,<br />

vieja, baja que te buscan. Esta niña, ¿por<br />

qué no estás en el resibidor, atendiendo a la<br />

gente y no aquí tirada en la cama? Pues ella<br />

ni caso que me hase y entonses no me queda<br />

más remedio que mandar a buscar a Bebo, su<br />

marido, y únicamente así es como ella se levanta,<br />

se arregla y está dispuesta a trabajar.<br />

Yo creo que ella no se da cuenta de cómo la<br />

trato, con qué considerasión. Porque bueno,<br />

vamos a ver: si ella estuviera en uno de esos<br />

guachinches de entra que te conviene, y no<br />

en una casa como ésta, de las grandes, respetada,<br />

autorisada por la polisía y sin un proglemia<br />

nunca, donde no se arresiben menores<br />

y hay que tocar para entrar y no entra todo<br />

el que quiere; ¡y en la calle que está! Porque<br />

usté sabe que eso de tener una calle seria<br />

no lo consigue todo el mundo. Pero bueno,<br />

para no cansarlo, voy a terminar de contarle<br />

lo de Josefina.<br />

Claro que ella no se llama Josefina. Ése es<br />

el nombre para el negosio, pero todo el mundo<br />

cre que es el de a verdá, y yo creo que le<br />

conviene esa crensia. Yo no voy a cogerme<br />

las glorias de habérselo puesto,. Fue ella mis-<br />

102


ma la que lo escogió, porque no le gustaban<br />

nada los de siempre, de Berta, de Siomara, de<br />

Margó, y los demás. Así que se quedó Josefina.<br />

Claro que tampoco es de por aquí. Es de<br />

Pinar. Ella vino de allá a trabajar en una casa<br />

particular. Por Almendares. Y aunque ganaba<br />

poco, estaba contenta porque le daban cuarto<br />

y comida y sus ventisinco. Y entonse llegó<br />

este Bebo (que tampoco se llama Bebo), que<br />

entonse tenía uniforme. Y la enamoró y a la<br />

semana se metía en su cuarto de ensima del<br />

garaje. Y ya usté se puede imaginar el resto.<br />

Bueno, total: que él dejó de ser soldado y ella<br />

dejó de ser criada. Ella al principio se resistió<br />

y cuando me la trajeron aquí la primera ves,<br />

mordía. No hablaba con nadie. Hasta trató<br />

de matarse. ¿Usté no ha visto las marcas que<br />

tiene en la muñeca? Pero se acostumbró, como<br />

se acostumbra uno a todo. Yo al prinsipio<br />

era igual y ya ve usté. Ahora, que yo después<br />

de todo he tenido suerte. Ella no.<br />

Ella se le fue un día a Bebo con un chulo<br />

medio alocado, bien paresido él, Cheo, que<br />

vino de Caimanera: un verdadero pico de oro.<br />

Figúrese que le disen Cheo Labia. Pues no duró<br />

mucho. Entonse fue cuando ella se metió<br />

en aquello de las carrosas de carnaval y usté<br />

recuerda lo del fuego. Bueno, total: que tuvieron<br />

que cortarle el braso y el otro la dejó.<br />

Entonse yo por pena la fui a visitar al hospi-<br />

103


tal y al salir fue ella la que me pidió que la trajiera<br />

de nuevo. Luego volvió con Bebo. Y para<br />

que vea usté lo que es la gente, en ves de<br />

perjudicarla lo del braso, la benefisió. Y con<br />

su defegto y todo, es la que más hase. Porque<br />

oiga, hay gente para todo. Dígamelo a<br />

mí que a lo largo de mi carrera me he topado<br />

con cada uno. Conosí un tipo que no quería<br />

acostarse más que con mujeres con barriga y<br />

siempre andaba cayéndole atrás a las en estado.<br />

Había otro tipo que se privaba por las<br />

cojas. ¡Y cómo las pagaba! Podrá crer que ese<br />

tipo no las quería para acostarse, sino que<br />

las desnudaba a las pobres y se ponía a acarisiarle<br />

la pierna mala, hasta que le ocurría y<br />

se iba, sin haberse quitado ni el sombrero. Y<br />

allá en Caimanera conosí un yoni, marinero<br />

él, que no quería más que biscas. Decía<br />

cokay, cokay, y de ahí no había quién lo sacara.<br />

¡Hay cada uno!<br />

Bueno para no cansarlo, esta muchachita,<br />

Josefina (porque como usté habrá visto<br />

es linda sin cuento), se volvió la perla de mi<br />

casa. Y es claro, en esas condisiones hay que<br />

complaserla y por eso es que yo la tengo como<br />

la tengo, que le doy lo que pida. Si no.<br />

¿Esigente? ¿Ella? Si no pide ni agua. Ahora<br />

que desde que volvió, después del susedido,<br />

tengo que guardarle de su parte para que se<br />

compre pastillas pa dormir. Sin que se ente-<br />

104


e Bebo, claro. Porque parese que ella se acostumbró<br />

en el hospital, pa dormir y aguantar<br />

los dolores y eso, pienso yo, a tomar esas<br />

pílduras y ahora no hay quién se las quite.<br />

Entonse es cuando único molesta, cuando le<br />

falta su sedonal y no viene rápido el chiquito<br />

de la botica con el mandado. Oiga y que<br />

eso es como la mariguana y la cocaína. Un visio.<br />

Yo digo que con visios sí que no se puede<br />

ni trabajar ni vivir tampoco. Porque, diga,<br />

bastante tiene una ya con estar esclavisada<br />

a un hombre para que también tenga que<br />

estar gobernada por unos frijolitos de esos.<br />

Pero bueno, ése es su único alivio y como a<br />

mí no me cuesta ni dinero ni trabajo guardarle<br />

su parte y encargarle con el chiquito<br />

las pílduras, pues lo hago. Ahora que es una<br />

lástima: una niña tan bonita como ella. Porque<br />

eso sí: ella es un cromo. Un cromito. Pero<br />

bueno, resinnación. Ella nasió con mala<br />

pata. Primero lo del camión y ahora lo del niño,<br />

no es jarana. Porque eso último sí que no<br />

lo quiero ni pa mi peor enemiga. Porque hay<br />

que ver cómo se esperansa uno con una barriga.<br />

Ya cre usté que va a salir de todos los<br />

apuros y que el hombre se va a regenerar y a<br />

portarse como persona desente de ahí palante.<br />

Aunque luego uno se desilusione, como<br />

me pasó a mí. Aunque a Dios grasias, mi hija<br />

me salió buena. Está mucho mejor que yo.<br />

105


Porque oiga, ahí en Panamá está ganando lo<br />

que quiere y es la envidia de todas las que hasen<br />

el Canal: desde negras jamaiquinas hasta<br />

fransesas. Bueno, para no cansarlo, como<br />

le iba disiendo: eso del niño sí que fue un jaquimaso.<br />

Porque perder un braso, bueno todavía<br />

queda otro para acarisiar y si no, la boca:<br />

mientras no se pierda lo que está entre las<br />

piernas. Pero ella pasó una. Las de Caíñas, sí<br />

señor. Ella que como le dije estaba tan esperansada<br />

y va, y la criatura le nase muertesita.<br />

Ahora mejor así: porque era un femómemo,<br />

un verdadero mostro. Oiga, un femómemo<br />

completo. Hasta podía haberlo enseñado<br />

en un circo, que Dios me perdone. Es claro,<br />

eso la acabó de arrebatar. Estaba como boba,<br />

hubo días que ni salió del cuarto. Pero bueno,<br />

se le pasó. Es claro, que si no hubiera sío<br />

por las pastillas. Uté ve, ahí sí que la ayudaron<br />

mucho.<br />

Bueno, para no cansarlo: que si esa muchacha<br />

no estuviera conmigo que soy considerada<br />

y hasta me he encariñado con ella, la<br />

pasaría muy mal, porque yo sí que no la molesto<br />

y con tal que ella me cumpla. Porque si<br />

algo tengo yo es que soy comprensible, yo<br />

entiendo los proglemias de cada cual y respeto<br />

el dolor ajeno, claro mientras no me afette.<br />

Ni a mí ni a mi negosio. Porque como disen<br />

los americanos bisne si es bisne. Pero esa mu-<br />

106


chacha Josefina, como le he contado, le tengo<br />

afecto de madre de a verdá. Sin motivo, porque<br />

mi hija es mucho más joven (y así y todo<br />

quién va a desir que yo tenga ya una hija<br />

de veinte años, eh), es más joven y es más bonita;<br />

además que mi hija tiene su apreparasión.<br />

Porque eso sí: yo siempre me dije… Usté<br />

perdone, con permiso, me va a disculpar<br />

un momentico porque por ahí entra el Senador<br />

con su gente, siempre bien acompañado<br />

el Senador. Quiay Senador. Cómo le va. Enseguida<br />

estoy con usté. (Aquí enternós: el Senador<br />

está metido con Josefina, dise que no<br />

hay quién se mueva como ella, además dise<br />

que ese mocho de braso lo ersita como ninguna<br />

cosa; me dise el Senador. Esa manquita<br />

tuya vale un tesoro, cará, dise. Si no fuera<br />

tan dormilona, dise. Ahora que hasta dormida<br />

se mueve, dise. Se mueve. Es una anguila<br />

la chiquita, dise él. ¡Ese Senador es el demonio!)<br />

Bueno perdóneme. Que tengo que llamar<br />

a esa muchacha antes que el Senador se<br />

me impasiente, ¡Josefina! ¡Josefina!<br />

Josefina, atiende a los señores.<br />

De Narradores cubanos contemporáneos.<br />

Colección Ariel Universal, Ecuador. 1974.<br />

107


EL GUARDA VALORES<br />

Gustavo Gómez Vélez


GUSTAVO GÓMEZ VÉLEZ (1966). Nació en<br />

Itagüí, Antioquia. Estudió literatura y artes escénicas<br />

en la Universidad de Antioquia. Ha publicado,<br />

entre otros textos, los libros de cuentos<br />

Los amoríos de Silvana Blert y Usted no tiene quién<br />

me quiera. Varios relatos suyos están incluidos<br />

en antologías de cuentos colombianos. Actualmente<br />

es coordinador del programa Palabra viva,<br />

de la Casa de la Cultura de Envigado.


Y fue aquella mujer de ojos negros y piel<br />

canela quien me hizo sentir como un bebé.<br />

Me abrazó con sus manos tiernas y me apretó<br />

entre sus senos. ¡Oh dulce fragancia su<br />

olor imborrable!<br />

Recuerdo la primera vez. Me miró con<br />

esos ojos oscuros detallándome con gran interés.<br />

Pero, me desanimé cuando caminó dos<br />

o tres pasos más allá para mirar a otro que<br />

estaba a mi lado, blanco él, fornido y muy<br />

atractivo. Finalmente se decidió por mí. Salió<br />

rodeándome con su brazo y agradeciendo haberla<br />

librado de aquel zurrón convencional.<br />

Al comienzo de la convivencia con esta<br />

mujer de mis sueños, que ya era de carne y<br />

hueso, fui muy cauteloso respecto a sus afectos,<br />

y a veces dentro de mí, existieron vacíos<br />

enormes que luego se fueron llenando con<br />

su vanidoso bienestar. Poco a poco me ocupé<br />

de sus cosas.<br />

111


Antes de aparecer esta maravilla de la naturaleza,<br />

ninguna, de las que por momentos<br />

me dejaron huella, había logrado llenarme y<br />

demostrar la capacidad de mantener sus extravagantes<br />

cariños y ocultar sus más íntimos<br />

secretos. Cuando visitábamos algunos<br />

lugares ella me presentaba: “Ésta es mi nueva<br />

adquisición”. Yo comprendía, y tenía que hacerlo<br />

ante una mujer que muchos deseaban y<br />

que yo poseía a la saciedad. Aunque no puedo<br />

negar los celos que tuve que soportar. En una<br />

semana me cambió por tres. No imaginan los<br />

ratos que pasé en un rincón del apartamento,<br />

lleno de nada, esperándola, pensando que iba<br />

a dejarme. Sólo una esperanza me mantenía,<br />

y era que, no sé si por moda yo conservaba<br />

sus labios, esos besos de sabor, las fragancias<br />

que brotaban de su cuerpo, y además, conocía<br />

en detalle el diario íntimo, donde describía<br />

algunas de las experiencias con los hombres<br />

que había tenido. No sé si antes de mí,<br />

algún otro bolsón lo supo, pero me enorgullecía<br />

saber que guardaba sus energías y que<br />

se las proporcionaba a la hora que ella quisiese.<br />

Algunas de esas noches de celo, no llegó.<br />

Aparecía a la madrugada requiriendo de mis<br />

servicios, dizque para no llegar tarde al trabajo,<br />

y halándome de un extremo me sacaba<br />

el dinero para el taxi, porque para eso sí era<br />

yo su preferido. Un día me llevó al trabajo.<br />

112


Cuando el jefe salió de la oficina para una diligencia<br />

acudió en mi ayuda para que le arreglara<br />

el cabello. Hasta me llevaba al vientre<br />

(¿cuántos no habrán estado ahí?).<br />

Una vez, antes de ir a su trabajo me bajó<br />

el cierre e introdujo su mano piel canela y<br />

yo quietecito sin poder hacer nada. Su cara<br />

se llenaba de rubor. Luego me dijo: “Hoy no<br />

te necesito porque salgo con Enrique el de la<br />

Bolsa de Valores”. Y se iba la muy campante,<br />

y yo que me reventaba con su orgullo repleto<br />

de carajadas y fruslerías.<br />

Al fin se quedó con el tipo de la Bolsa de<br />

Valores, y entonces como ya no tenía que trabajar,<br />

no me buscaba para nada. Que lo mejor<br />

era dejarme por ahí tirado en un escaparate<br />

al lado de otros bolsones, que como yo,<br />

sufrimos los rigores del consumo. Y de nuevo<br />

vacío. Ya ni sus secretos, su perfume, en vez<br />

de haberse comprado a ese otro zurrón convencional.<br />

Este escaparate huele a mil demonios,<br />

y yo, viejo bolso, guardo el olor de esa<br />

mujer que me hizo sentir como un bebé.<br />

De Los amoríos de Silvana Blert y otros cuentos.<br />

Tercer Mundo editores, Bogotá, 1997.<br />

113


ALICE<br />

Rubem Fonseca


RUBEM FONSECA (1925). Nació en el estado<br />

brasilero de Minas Gerais, pero casi todas sus<br />

historias suceden en Rio de Janeiro. Novelista,<br />

cuentista, guionista cinematográfico. Sus relatos<br />

oscilan entre la violencia más cruda y el tono<br />

irónico y mordaz de muchos de ellos. Su primera<br />

novela, El caso Morel, fue incautada por la policía.<br />

Otros títulos, entresacados de una extensa<br />

obra: El cobrador, El gran arte, Pasado negro, Agosto,<br />

El enfermo Molière, Pequeñas criaturas.


Nuestro hijo Gabriel, de catorce años, era<br />

gago. Mi mujer Celina y yo lo habíamos llevado<br />

a varios especialistas, pero su gaguera<br />

continuaba.<br />

Gabriel era estudioso y aprobaba el año<br />

en todas las materias, menos en portugués,<br />

que siempre debía rehabilitar. Conseguíamos<br />

un profesor que le diera clases particulares, y<br />

aún así pasaba con dificultad.<br />

Si el profesor cambiaba, lo que podía suceder<br />

cuando Gabriel pasaba de año, Celina<br />

y yo buscábamos al nuevo profesor para hablarle<br />

de las dificultades de nuestro hijo. Ese<br />

año, cuando concertamos la entrevista, supimos<br />

que quien iba a enseñar portugués a<br />

Gabriel era una profesora, llamada Alice, que<br />

había sido transferida de otra escuela, una<br />

mujer de aproximadamente cuarenta años,<br />

separada, sin hijos.<br />

117


La profesora preguntó si Gabriel era amigo<br />

de la lectura y mi mujer respondió que la<br />

detestaba, y se irritaba cuando un profesor<br />

ordenaba leer un libro de la bibliografía. La<br />

profesora Alice dijo que eso era común, a los<br />

jóvenes, con algunas excepciones, no les gustaba<br />

leer.<br />

Unos meses después, la profesora Alice<br />

nos telefoneó para pedirnos que fuéramos a<br />

la escuela. Nos recibió gentilmente y dijo que<br />

se habían realizado las primeras pruebas y<br />

que Gabriel había tenido un rendimiento por<br />

debajo de lo aceptable. Agregó que le harían<br />

falta clases particulares. Mi mujer dio un suspiro,<br />

era ella quien se encargaba de los gastos<br />

de la familia y conocía mejor que yo nuestra<br />

situación económica. Siempre pensé que Gabriel<br />

debería estudiar en una escuela pública,<br />

pero Celina quería que asistiera al mejor colegio,<br />

cuya mensualidad costaba una fortuna.<br />

La profesora Alice era una mujer inteligente<br />

y debió haber advertido nuestro embarazo.<br />

O tal vez no había tenido la sensibilidad<br />

de leer nuestro semblante, sólo había<br />

notado por nuestras ropas que no pertenecíamos<br />

al mismo nivel económico y social<br />

de los otros padres que tenían hijos en aquel<br />

colegio. Hubo un instante en que advertí que<br />

la profesora Alice había mirado los zapatos<br />

de Celina, y las mujeres entienden de zapa-<br />

118


tos, y son capaces de descubrir, por los zapatos<br />

de una mujer, el nivel económico y social<br />

al que pertenece.<br />

Después de consultar una agenda, la profesora<br />

Alice dijo que podría darle clases particulares<br />

a Gabriel sin cobrar por ello.<br />

Celina y yo alegamos, sin mucha convicción,<br />

que no queríamos imponerle ese trabajo,<br />

pero la profesora Alice fue categórica y<br />

anotó para todos los martes y jueves por la<br />

noche clases particulares en su casa.<br />

Aquello nos dejó aliviados, no sólo dejaríamos<br />

de pagar por las clases sino que éstas<br />

no se dictarían en nuestro pequeño e incómodo<br />

departamento.<br />

Un mes más tarde noté que Gabriel estaba<br />

acostado en su cuarto, leyendo. Le pregunté<br />

de qué libro se trataba y él me respondió<br />

que se lo había prestado la profesora Alice.<br />

Le pregunté si era buena profesora, y él<br />

respondió que era legal.<br />

Le conté a Celina el episodio. Ella no creyó<br />

que Gabriel estuviera leyendo un libro, dijo<br />

que odiaba los libros. Agregué que era un<br />

libro de Machado de Assis y ella hizo una<br />

mueca, diciendo que cuando a ella le ordenaban<br />

en el colegio leer a Machado de Assis no<br />

se sentía capaz y le pedía a una amiga que le<br />

contara la trama del libro, y añadió que Machado<br />

de Assis era terriblemente aburrido.<br />

119


Más tarde, cuando estábamos en la cama,<br />

mi mujer dijo, esa profesora Alice es una<br />

hechicera.<br />

Hechicera buena, completó después de<br />

una pausa.<br />

Pero la profesora Alice era mucho más<br />

hechicera de lo que suponíamos. Además de<br />

haber sacado una buena nota en la segunda<br />

prueba y de acostumbrarse a leer diariamente,<br />

incluso dejando de ver el juego de fútbol<br />

en la televisión, Gabriel dejó de gaguear.<br />

Celina se acordó del médico que había dicho<br />

que para curar la gaguera de Gabriel necesitaría<br />

usar un tal método holístico. Nos<br />

explicó de qué se trataba, lo escribió en un<br />

papel, que yo guardé. La gaguera, según lo<br />

escrito por el médico, sólo podría curarse por<br />

medio del holismo, que busca la integración<br />

de los aspectos físicos, emocionales y mentales<br />

del ser humano. Según el médico, no somos<br />

apenas materia física, ni solamente conciencia,<br />

ni tan sólo emociones, somos una totalidad<br />

que debe analizarse integralmente. El<br />

tratamiento holístico costaría una fortuna.<br />

Creo que el médico no miró los zapatos de<br />

Celina.<br />

Lo cierto es que Gabriel ya no gagueaba,<br />

y al comentar el asunto en la oficina un colega<br />

me dijo que aquello era muy común, los<br />

niños gaguean hasta cierta edad y de repente<br />

dejan de gaguear.<br />

120


Gabriel no sólo hablaba con desembarazo,<br />

también había dejado de tener el aspecto<br />

retraído de antes. Haberse curado de la gaguera<br />

le había hecho mucho bien. Y también<br />

a Celina, que se sintió perdonada. Tuvimos<br />

a Gabriel cuando ella tenía dieciséis años y<br />

yo dieciocho, todavía solteros. Y ella, que era<br />

muy católica, yo diría que incluso una beata,<br />

pensaba que la deficiencia de Gabriel había<br />

sido una especie de castigo divino, y se<br />

sentía culpable.<br />

Invitamos a la profesora Alice a cenar en<br />

nuestra casa. Era una persona agradable, inteligente<br />

y muy locuaz. El que permaneció<br />

muy callado durante la cena fue Gabriel, sin<br />

duda por miedo de gaguear delante de la profesora.<br />

Yo lo incité varias veces, pero él respondía<br />

con monosílabos.<br />

Celina le preguntó a la profesora si Gabriel<br />

aún necesitaba de aquellas clases extras, dijo<br />

que no queríamos abusar de su generosidad.<br />

Alice respondió que el muchacho marchaba<br />

muy bien, sobre todo en la parte de redacción,<br />

pues ahora leía bastante, pero aún presentaba<br />

algunas insuficiencias en gramática.<br />

Un día recibí una llamada telefónica de<br />

un comisario de menores de nombre Lacerda,<br />

quien me dijo que quería hablar en reserva<br />

conmigo. Pedí un permiso en la oficina y<br />

señalé una hora de la tarde en que Celina estaría<br />

trabajando.<br />

121


Lacerda se identificó al llegar. Después<br />

me preguntó si conocía a la profesora Alice<br />

Peçanha. Contesté que sí. Lacerda me dijo<br />

que había ido al colegio y había sabido que<br />

mi hijo de catorce años, Gabriel, estaba recibiendo<br />

clases particulares con ella, en su casa,<br />

durante las noches. Asentí. Él entonces<br />

me dijo que la profesora Alice Peçanha había<br />

sido obligada a abandonar la escuela donde<br />

enseñaba antes, en otra ciudad, por haber<br />

sido acusada de abusar sexualmente de un<br />

alumno de trece años, a quien daba también<br />

clases particulares, pero la acusación no había<br />

sido debidamente comprobada.<br />

Las mujeres pedófilas, dijo Lacerda, son<br />

escasas, esa atracción sexual de un adulto por<br />

niños se da más en los hombres. Luego, con<br />

voz grave, dijo que le gustaría hablar con mi<br />

hijo, para preparar el informe que sería enviado<br />

al juzgado.<br />

En cuanto terminó de hablar le pregunté<br />

si el hecho de que una mujer tuviera relaciones<br />

con un chico de catorce años le haría<br />

mal a éste. El comisario respondió que el Estatuto<br />

del Niño y del Adolescente decía que<br />

era una acción criminal someter a un adolescente,<br />

no importaba el sexo, a una explotación<br />

sexual. Niños y niñas recibían el mismo<br />

tratamiento ante la ley, si no se aceptaba que<br />

un hombre adulto tuviera relaciones sexua-<br />

122


les con una niña, lo que llegaba a ser considerado<br />

presunta violación, tampoco se podía<br />

aceptar que una mujer adulta tuviera relaciones<br />

sexuales con un niño. Dijo que era<br />

un deber de ellos, los comisarios, de acuerdo<br />

a la ley, garantizar la inviolabilidad de la integridad<br />

física, psíquica y moral del niño y<br />

del adolescente, de ambos sexos. Lo lamentaba<br />

mucho, pero debía tener una conversación<br />

con mi hijo. Si éste confirmaba que la<br />

profesora Alice abusaba de él, sería procesada<br />

de acuerdo a la ley.<br />

Me mostré de acuerdo, le pedí esperar<br />

mientras iba al colegio, que quedaba cerca,<br />

traería a mi hijo para que hablara con él.<br />

Cuando volví con mi hijo el comisario dijo<br />

que quería hablar con él sin mi presencia.<br />

Salí de la sala y los dejé a solas.<br />

El comisario Lacerda debía ser un hombre<br />

meticuloso, pues estuvo conversando<br />

con mi hijo casi dos horas. Después abrió la<br />

puerta de la sala y me llamó. Dijo que mi hijo<br />

le había dicho que la profesora Alice jamás<br />

lo había tocado. Y que, según su experiencia<br />

en interrogar a menores, no le cabía duda de<br />

que decía la verdad.<br />

Antes de despedirse, lamentó el tiempo<br />

que perdía haciendo investigaciones basadas<br />

en informes falsos.<br />

123


Permanecimos en silencio en la sala, mi<br />

hijo y yo, sin mirarnos las caras. Después de<br />

algún tiempo, Gabriel dijo que había seguido<br />

mis instrucciones, haciendo exactamente lo<br />

que yo le había ordenado, tan a la perfección<br />

que el comisario le había creído. Le respondí<br />

que había hecho bien. Gabriel dijo que le gustaba<br />

la profesora, que lo había curado de la<br />

gaguera, le había hecho tomar gusto a la lectura,<br />

y que lo que los dos hacían en la cama<br />

no era ningún pecado. Le respondí que el caso<br />

estaba cerrado, que su madre no necesitaba<br />

saber nada de aquello, y que tampoco yo<br />

quería saber nada más.<br />

Gabriel dijo que esa noche tenía clase con<br />

la profesora Alice, me preguntó si debía ir. Le<br />

respondí que sí, debía ir a todas las clases en<br />

casa de la profesora Alice.<br />

Gabriel me dio un abrazo. Y no hablamos<br />

más del asunto.<br />

124<br />

De Ella y otras mujeres.<br />

Grupo Editorial Norma, Bogotá, 2008.<br />

Traducción de Elkin Obregón S.


EL INOCENTE<br />

Graham Greene


GRAHAM GREENE (1904-1991). Novelista<br />

y cuentista inglés, autor de novelas y relatos,<br />

con frecuencia de intriga, en muchos de los cuales,<br />

sea cual sea su género, subyace una honda<br />

preocupación moral. Algunos títulos: El poder y<br />

la gloria, El tercer hombre, Nuestro hombre en La Habana,<br />

Un americano impasible. Varias de sus historias<br />

han sido llevadas al cine inglés y al norteamericano,<br />

entre ellas El tercer hombre, filme considerado<br />

un auténtico cásico de los años 50.


Había sido un error el llevar allí a Lola,<br />

y lo comprendí desde el instante mismo en<br />

que descendimos del tren, en la pequeña estación<br />

pueblerina. En una tarde de otoño,<br />

uno se acuerda más de su niñez que en cualquier<br />

otra época del año, y el rostro vivo de<br />

mi acompañante y la maletita en la que pretendía<br />

llevarlo todo para la noche no combinaba<br />

demasiado con el antiguo almacén de<br />

granos, situado al otro lado del canal, las luces<br />

que titilaban sobre la colina y los anuncios<br />

de una antigua película. Pero había dicho:<br />

“Vámonos al campo”, y el nombre de<br />

Bishop’s Hendron fue el primero que acudió<br />

a mi cabeza. Nadie me conocería allí, y no se<br />

me había ocurrido que el pueblo fuera a recordarme<br />

tantas cosas.<br />

Incluso el viejo mozo de equipajes despertó<br />

mis añoranzas.<br />

127


—Habrá un coche a la entrada —dije a Lola.<br />

Y, efectivamente, así era, aunque al principio<br />

no pude verle, sumido en la contemplación<br />

de dos taxis. “El lugar resurge de nuevo<br />

ante mi vista”, pensé. Estaba todo muy oscuro,<br />

y la leve niebla otoñal, y el olor de la hojarasca<br />

húmeda y del agua del canal, me resultaban<br />

altamente familiares.<br />

—¿Por qué has escogido este pueblo?<br />

—preguntó Lola—. Me parece muy triste.<br />

Era inútil explicarle que a mí no me causaba<br />

semejante impresión, y añadir que la<br />

arena apilada junto al canal había estado<br />

siempre en aquel sitio. Tomé el maletín, muy<br />

ligero como dije antes, y con el cual intentábamos,<br />

más que otra cosa, rodearnos de cierta<br />

atmósfera de respetabilidad, y nos pusimos<br />

en marcha. Atravesamos el puentecillo<br />

arqueado y pasamos ante el arruinado hospicio.<br />

Cuando tenía cinco años, vi cómo un<br />

hombre de mediana edad penetraba en él para<br />

suicidarse. Llevaba un cuchillo en la mano,<br />

y muchas personas lo perseguían por la<br />

escalera.<br />

—Jamás creí que el campo fuese así —dijo<br />

Lola.<br />

El hospicio constaba de varias alas, de fea<br />

construcción, semejantes a grises bloques de<br />

piedra, y nada más. Pero para mí era tan familiar<br />

como todo lo demás. Durante el ca-<br />

128


mino, me pareció estar escuchando deliciosos<br />

acordes.<br />

Era preciso decir algo a Lola. No era culpa<br />

suya si no se hallaba allí como en su casa.<br />

Pasamos ante la escuela y la iglesia, y salimos<br />

a la antigua y amplia calle Principal. Yo me<br />

sentía de nuevo como en mis doce años. De<br />

no haber venido, jamás habría podido saber<br />

que dicho sentimiento fuese tan fuerte, porque<br />

no recordaba aquella época de mi existencia<br />

como particularmente feliz o desgraciada.<br />

Fueron unos años rutinarios; pero ahora,<br />

con el olor de las fogatas y el frío que parecía<br />

levantarse de la propia humedad de las<br />

piedras, comprendí la causa de que me conmoviera<br />

tanto. Lo que yo percibía no era otra<br />

cosa sino el aroma de la inocencia.<br />

—Hay una posada excelente —dije a Lola—.<br />

Nadie nos molestará en ella, ya lo verás.<br />

Cenaremos, beberemos un poco y nos acostaremos.<br />

Pero lo peor de todo, era que no podía menos<br />

de desear hallarme solo. No había vuelto<br />

a aquel pueblo desde los días de mi infancia,<br />

y ello me había impedido comprobar lo bien<br />

que recordaba hasta sus menores detalles.<br />

Cosas que creía olvidadas, como los montones<br />

de arena, volvían a mí, acompañadas de<br />

sufrimiento y de nostalgia. Me hubiera sentido<br />

muy feliz aquella noche, deambulando en<br />

129


la noche otoñal, recogiendo sugerencias de<br />

esa época de la vida en la que, por desgraciados<br />

que nos sintamos, no dejamos de confiar<br />

en el mañana. No sería igual volver en otra<br />

ocasión, porque entonces se interpondría el<br />

recuerdo de Lola, y ésta no significaba absolutamente<br />

nada para mí. Nos habíamos conocido<br />

el día antes en un bar, y nos fuimos<br />

mutuamente simpáticos. Lola era una chica<br />

simpática, pero no cuadraba en aquellos recuerdos.<br />

Debíamos haber ido a Maidenhead.<br />

También aquello era campo.<br />

La posada no se hallaba exactamente en<br />

el lugar que había supuesto. Llegamos frente<br />

al Ayuntamiento. Habían construído un<br />

nuevo cine con cúpula morisca, y un café con<br />

garaje. Había olvidado también aquella vuelta<br />

a la izquierda, por una colina empedrada<br />

y llena de casitas.<br />

—No creas que la carretera pasaba por<br />

ahí, en mis tiempos —dije.<br />

—¿Tus tiempos? —preguntó Lola.<br />

—¡Ah! Pero, ¿es que no te lo he contado?<br />

Nací aquí.<br />

—¡Mira que traerme a tu pueblo! —exclamó<br />

Lola—. Creí que imaginabas cosas así,<br />

tan sólo cuando eras pequeño.<br />

—Sí —repuse, porque no era culpa suya.<br />

Tenía razón. Lola usaba un perfume discreto,<br />

y un tono de carmín muy bonito. Me<br />

130


estaba costando bastante dinero el haberla<br />

invitado. Cinco libras para ella, y además los<br />

billetes, las propinas, las bebidas… A pesar de<br />

todo, lo habría considerado dinero bien gastado,<br />

de no encontrarme en Bishop’s Hendron.<br />

Me detuve al llegar a la carretera. Algo<br />

pugnaba por perfilarse en mi cerebro. Pero<br />

jamás habría tomado forma, de no haber sido<br />

porque, en aquel instante, una bandada<br />

de chiquillos descendió corriendo la colina,<br />

y pasó bajo la brillante claridad de los faroles,<br />

gritando alegremente y expeliendo nubecillas<br />

de vapor. Todos llevaban bolsas de lona,<br />

algunas de ellas bordadas con sus iniciales,<br />

lucían sus mejores atavíos y parecían algo orgullosos.<br />

Las niñas formaban grupo aparte,<br />

como de costumbre, con sus cintas para el<br />

pelo y sus zapatos bien lustrosos. Creí percibir<br />

el suave tintineo de un piano, y, de improviso,<br />

todo volvió a mi mente con rapidez<br />

pasmosa. Regresaban de una clase de danza,<br />

igual a aquella a la que yo concurría. La casa,<br />

pequeña y cuadrada, se hallaba a medio camino<br />

de la colina, entre macizos de rododendros.<br />

Más que nunca, deseé verme libre de la<br />

presencia de Lola. No cuadraba en aquello.<br />

Pensé que algo faltaba al ambiente, y cierto<br />

sentimiento de dolor fue surgiendo desde lo<br />

más profundo de mi alma.<br />

131


Bebimos varias copas en el bar; pero<br />

transcurrió más de media antes de que nos<br />

sirviesen la cena.<br />

—Supongo que no querrás deambular<br />

por el pueblo —dije a Lola—. Si no te importa,<br />

saldré unos diez minutos para echar un<br />

vistazo al lugar.<br />

Estuvo de acuerdo. En el bar había un<br />

hombre, quizá maestro de escuela, que no<br />

deseaba otra cosa sino invitar a Lola a un<br />

trago. Podía notar cómo envidiaba mi suerte,<br />

cómo me consideraba afortunado, por venir<br />

de la ciudad acompañado de una joven,<br />

para pasar la noche en el pueblo.<br />

Ascendí la colina. Las primeras casas<br />

eran todas nuevas, y experimenté cierto disgusto<br />

al contemplarlas. Ocultaban campos y<br />

verjas que debían haber permanecido como<br />

antes. Era como un mapa estropeado, cuyas<br />

distintas partes se han pegado entre sí, ocultando,<br />

al abrirlo, pedazos enteros. Pero, a mitad<br />

de camino, colina arriba, me encontré de<br />

pronto ante la escuela, tal como la conociera<br />

en otros tiempos. Quizá incluso continuara<br />

regentándola la misma anciana profesora.<br />

La presencia de chiquillos exagera la edad de<br />

los mayores. En aquellos tiempos debió contar,<br />

a lo sumo, treinta y cinco años. Pude escuchar<br />

los acordes del piano. A lo que colegí,<br />

seguía la misma rutina de siempre. Los alum-<br />

132


nos menores de ocho años, de seis a siete de<br />

la tarde. Los de ocho a trece, de siete a ocho.<br />

Abrí la verja y penetré en el jardín. Trataba<br />

de recordar.<br />

No sé lo que la hizo volver a mí. Quizá<br />

fuese tan sólo el otoño, el frío, las húmedas<br />

hojas esparcidas por el suelo, más que el piano,<br />

de cuyo interior tantas tonadas diferentes<br />

habían salido durante mi niñez. El caso<br />

es que, de improviso, recordé a aquella muchachita,<br />

con la misma nitidez que si la estuviera<br />

contemplando en una fotografía. Era<br />

un año mayor que yo; debía tener entonces<br />

ocho, y la quise con una intensidad como jamás<br />

he vuelto a sentir desde entonces. Nunca<br />

he cometido la equivocación de reirme del<br />

amor de los niños. Éste posee una característica<br />

inevitable de separación, porque en ningún<br />

caso puede ser consumado. Desde luego,<br />

uno inventa historias de incendios, de guerras<br />

y de actos heroicos con los que se intenta<br />

aparecer valiente ante los ojos de ella;<br />

pero jamás se saca a relucir el matrimonio.<br />

Uno sabe, sin que nadie se lo diga, que tal<br />

cosa no puede ocurrir; pero no por eso sufre<br />

menos. Recordé los juegos de la “gallina ciega”<br />

durante las fiestas de cumpleaños, cuando<br />

vanamente traté de atraparla, disponiendo<br />

así de una excusa para estrecharla entre<br />

mis brazos; aunque sin conseguirlo jamás,<br />

133


porque siempre se me escabullía de entre las<br />

manos.<br />

Durante dos inviernos, gocé de la ocasión,<br />

una vez por semana. En efecto, tales<br />

días podía bailar con ella. Tuve un gran disgusto<br />

cuando cierto día me enteré de que iba<br />

a pasar a la clase de las mayores. También<br />

me quería, estaba seguro, pero jamás tuvimos<br />

ocasión de demostrarnos nuestro afecto.<br />

Concurría a sus fiestas de cumpleaños,<br />

y yo la invitaba a las mías; pero nunca salimos<br />

juntos de nuestras clases de baile. Simplemente,<br />

no creo que se nos ocurriera; nos<br />

hubiese parecido demasiado extraño. Veíame<br />

precisado a marchar en grupo, con mis burlones<br />

compañeros, y ella se alejaba, rodeada de<br />

aquellas niñas movedizas y chillonas.<br />

Estaba tiritando, en aquella fría niebla,<br />

y hube de levantarme el cuello del gabán. El<br />

piano tocaba un bailable de una antigua revista<br />

de C. B. Cochran. Me pareció haber recorrido<br />

un largo trecho, tan sólo para encontrar<br />

a Lola al final de él. Existe algo en la inocencia,<br />

que uno no se resigna nunca a perder.<br />

En la actualidad, cuando una chica me fastidia,<br />

sólo tengo el trabajo de buscarme otra<br />

que la sustituya. En aquellos tiempos de mi<br />

niñez, consideraba lo mejor escribir apasionadas<br />

frases en un pedazo de papel y correr<br />

a esconderlas en un lugar recóndito… ¡Qué<br />

134


aro! ¡Con qué nitidez me acordaba de todo!<br />

Una vez, hablé a mi amiguita de aquel escondrijo,<br />

y estaba seguro de que, más tarde<br />

o más temprano, terminaría por encontrar<br />

mis amorosas cartas. Me pregunté en qué habrían<br />

consistido. En una edad tan temprana,<br />

uno no puede expresar gran cosa. Pero, aunque<br />

las frases resultaran insulsas, el dolor de<br />

escribirlas no era menor al que se experimenta<br />

después, en ocasiones parecidas. Recordé<br />

cómo, durante varios días, hurgué en el agujero,<br />

encontrando siempre el papelito. Luego,<br />

las lecciones cesaron, y probablemente, al invierno<br />

siguiente, todo quedó olvidado.<br />

Al trasponer la verja, miré hacia el lugar<br />

en el que había existido mi escondrijo. En<br />

efecto, allí estaba. Introduje un dedo, y oculto<br />

en su lugar más íntimo, a salvo de las inclemencias<br />

del tiempo, y a pesar de los años<br />

transcurridos, el pedacito de papel se conservaba<br />

intacto. Lo extraje y procedí a desplegarlo.<br />

Luego encendí un fósforo. La llamita<br />

produjo una tenue claridad en aquella atmósfera<br />

neblinosa y húmeda, y a su luz percibí<br />

algo que me dejó petrificado. En el papel aparecía<br />

dibujada una escena aterradoramente<br />

sexual. No, no podía existir error. Mis iniciales<br />

aparecían bien claras, al pie del desmañado<br />

dibujo infantil, cuyos personajes eran un<br />

hombre y una mujer. Pero aquel descarado<br />

135


croquis despertó en mí menos recuerdos que<br />

las nubecillas de vapor que surgían de las bocas<br />

de los niños, sus bolsos de lona, las hojas<br />

mojadas y los montones de arena. No podía<br />

reconocerlo como mío. Igualmente hubiera<br />

podido ser trazado por un bribón cualquiera,<br />

en la pared de un retrete. Todo cuanto mi<br />

mente evocaba, era la pureza, la intensidad,<br />

el sufrimiento de mi amor por la pequeña.<br />

Al principio, sentí como si hubiera sido<br />

traicionado. “Después de todo —me dije—,<br />

Lola no se encuentra aquí tan fuera de lugar<br />

como pensé al principio”: Pero, más tarde,<br />

aquella misma noche, cuando Lola se dispuso<br />

a dormir, empecé a comprender la profunda<br />

inocencia del dibujo. Era sólo ahora,<br />

tras de treinta años de agitada vida, cuando<br />

aquella tosca pintura me parecía obscena.<br />

136<br />

De El ídolo caído. Libros Plaza, Barcelona.<br />

Traducción de Julio Fernández Yáñez.


APÉNDICE<br />

CANASTILLA DE POEMAS


EL CANTAR DE LOS CANTARES<br />

Si bien la tradición cristiana suele atribuir<br />

este libro del Antiguo Testamento al rey<br />

Salomón, múltiples interpretaciones, hechas<br />

a lo largo de muchos siglos y a menudo contradictorias,<br />

parecen desembocar en la hipótesis<br />

(en absoluto unánime), de que se trata<br />

de una antología de poemas, una colección<br />

de canciones de amor.<br />

Sea como sea, lo incuestionable es que se<br />

trata de uno de los más bellos poemas amoroso-eróticos<br />

de todas las épocas, un verdadero<br />

patrimonio de la poesía universal.<br />

139


140<br />

EL CANTAR<br />

DE LOS CANTARES<br />

(Fragmento)<br />

Ella<br />

Yo dormía,<br />

pero mi corazón velaba;<br />

la voz palpitante de mi amor:<br />

Él<br />

“Ábreme, hermana mía, amiga mía, mi<br />

paloma, mi todo;<br />

que mi cabeza está cuajada de rocío,<br />

mis cabellos, de hierbas nocturnas”.<br />

Ella<br />

Ya me he quitado la túnica,<br />

¿tendré que vestirme?<br />

ya me he lavado los pies,<br />

¿me los he de manchar?<br />

Mas mi amor alarga mi mano<br />

y ya soy puro temblor.<br />

Me levanto para abrir a mi amor;


mis manos destilan mirra,<br />

líquida mirra mis dedos<br />

por las manecillas de la cerradura.<br />

Voy a abrir a mi amor;<br />

ay, se ha marchado, se ha ido;<br />

tras sus palabras vuela mi vida,<br />

lo busco y no lo hallo,<br />

lo llamo y no responde.<br />

Me encuentran los guardias que hacen<br />

la ronda de la ciudad;<br />

me golpean, me hieren,<br />

me arrancan el velo<br />

los guardianes de las murallas.<br />

Yo os conjuro, mujeres de Jersusalén:<br />

si encontráis a mi amor,<br />

¿sabréis qué decirle?<br />

Que estoy enferma de amor.<br />

De El cantar más bello.<br />

Editorial Trotta, Madrid, 1998.<br />

Traducción de Emilia Fernández Tejero.<br />

141


JOHN DONNE (1572-1631). Prosista y poeta<br />

inglés, considerado por muchos el más grande<br />

de su época, y uno de los mayores de la lírica inglesa,<br />

gracias ante todo a su poesía metafísica y<br />

amorosa. Autor de Sátiras (quizás su obra más<br />

celebrada), Canciones y sonetos, El progreso del alma,<br />

Aniversarios, etc. De uno de sus últimos libros<br />

en prosa es esta frase, incorporada desde<br />

hace mucho al patrimonio de la cultura universal:<br />

“… si oyes doblar las campanas no preguntes<br />

por quién doblan; doblan por ti”.


ELEGÍA: ANTES<br />

DE ACOSTARSE<br />

John Donne<br />

Ven, ven, todo reposo mi fuerza desafía.<br />

Reposar es mi fuerza pues tendido me<br />

/esfuerzo:<br />

No es enemigo el enemigo<br />

Hasta que no lo ciñe nuestro mortal<br />

/abrazo.<br />

Tu ceñidor desciñe, meridiano<br />

Que un mundo más hermoso que el del<br />

/cielo<br />

Aprisiona en su luz; desprende<br />

El prendedor de estrellas que llevas en el<br />

/pecho<br />

Por detener ojos entrometidos;<br />

Desenlaza tu ser, campanas armoniosas<br />

Nos dicen, sin decirlo, que es hora de<br />

/acostarse.<br />

Ese feliz corpiño que yo envidio,<br />

Pegado a ti como si fuese vivo:<br />

¡Fuera! Fuera el vestido, surjan valles<br />

/salvajes<br />

143


144<br />

Entre las sombras de tus montes, fuera<br />

/el tocado,<br />

Caiga tu pelo, tu diadema,<br />

Descálzate y camina sin miedo hasta la<br />

/cama.<br />

También de blancas ropas revestidos los<br />

/ángeles<br />

El cielo al hombre muestran, mas tú<br />

/blanca, contigo<br />

A un cielo mahometano me conduces.<br />

Verdad que los espectros van de blanco<br />

Pero por ti distingo al buen del mal<br />

/espíritu:<br />

Uno hiela la sangre, tú la enciendes.<br />

Deja correr mis manos vagabundas<br />

Atrás, arriba, enfrente, abajo y entre,<br />

Mi América encontrada: Terranova,<br />

Reino sólo por mí poblado.<br />

Mi venero precioso, mi dominio.<br />

Goces, descubrimientos,<br />

Mi libertad alcanzo entre tus lazos:<br />

Lo que toco, mis manos lo han sellado.<br />

La plena desnudez es goce entero:<br />

Para gozar la gloria las almas<br />

/desencarnan,<br />

Los cuerpos se desvisten.<br />

Las joyas que te cubren<br />

Son como las pelotas de Atalanta:<br />

Brillan, roban la vista de los tontos.<br />

La mujer es secreta: Apariencia pintada


Como libro de estampas para indoctos<br />

Que esconde un texto místico, tan sólo<br />

Revelado a los ojos que traspasan<br />

Adornos y atavíos.<br />

Quiero saber quién eres tú: desvístete,<br />

Sé natural como al nacer,<br />

Más allá de la pena y la inocencia<br />

Deja caer esa camisa blanca,<br />

Mírame, ven ¿qué mejor manta<br />

Para tu desnudez, que yo, desnudo?<br />

De versiones y diversiones.<br />

Ed. Joaquín Mortiz, México, 1978.<br />

Traducción de Octavio Paz.<br />

145


RUBÉN DARÍO (1867-1916). Seudónimo de<br />

Félix Rubén García Sarmiento. Nació en Nicaragua.<br />

Figura capital del Modernismo, ejerció<br />

una vasta influencia en la poesía de lengua española.<br />

Autor de Azul, Prosas profanas, Cantos<br />

de vida y esperanza, El canto errante, Poema del otoño<br />

y otros poemas, etc. Borges dijo de él: “Todos<br />

los poetas posteriores a Darío le deben algo, incluso<br />

aquellos que no lo han leído”.


LA BAILARINA DE<br />

LOS PIES DESNUDOS<br />

Rubén Darío<br />

Iba en un paso rítmico y felino<br />

a avances dulces, ágiles o rudos,<br />

con algo de animal y de felino<br />

la bailarina de los pies desnudos.<br />

Su falda era la falda de las rosas,<br />

en sus pechos había dos escudos…<br />

Constelada de casos y de cosas…<br />

La bailarina de los pies desnudos.<br />

Bajaban mil deleites de los senos<br />

hacia la perla hundida del ombligo,<br />

e iniciaban propósitos obscenos<br />

azúcares de fresa y miel de higo.<br />

A un lado de la silla gestatoria<br />

estaban mis bufones y mis mudos…<br />

¡Y era todo Selene y Anactoria<br />

la bailarina de los pies desnudos!<br />

De Rubén Darío: Poesía erótica. Ed.Hiperión,<br />

Madrid, 1997. Edición de Alberto Acereda.<br />

147


ALFONSINA STORNI (1892-1938). Poeta argentina.<br />

Fue también maestra, periodista, polemista.<br />

Como tal, libró grandes batallas en pro<br />

de los derechos de la mujer. Su poesía, en especial<br />

la amorosa, es una larga e intensa crónica<br />

de esperenzas y desencantos. Algunos títulos:<br />

El dulce daño, Ocre, El mundo de siete pozos, Mascarilla<br />

y trébol, etc.


EL DIVINO AMOR<br />

Alfonsina Storni<br />

Te ando buscando, amor que nunca llegas,<br />

te ando buscando, amor que te mezquinas,<br />

me aguzo por saber si me adivinas,<br />

me doblo por saber si te me entregas.<br />

Las tempestades mías, andariegas,<br />

se han aquietado sobre un haz de espinas;<br />

sangran mis carnes gotas purpurinas<br />

porque a salvarme, oh niño, te me niegas.<br />

Mira que estoy de pie sobre los leños,<br />

que a veces bastan unos pocos sueños<br />

para encender la llama que me pierde.<br />

Sálvame, amor, y con tus manos puras<br />

trueca este fuego en límpidas ternuras<br />

y haz de mis leños una rama verde.<br />

De Poemas de Alfonsina Storni.<br />

Editorial Horizonte, colección El Arco y La Lira.<br />

149


BLAS DE OTERO. (1916-1979). Poeta español.<br />

Inscrito en la primera generación española<br />

de la posguerra, su obra tiene con frecuencia un<br />

tono combativo. En su poesía erótica suele haber<br />

un eco religioso. Autor, entre otras obras, de<br />

Cántico espiritual, Ángel fieramente humano, Pido<br />

la paz y la palabra, En castellano, etc.


CUERPO DE MUJER<br />

Blas de Otero<br />

Cuerpo de la mujer, río de oro,<br />

donde, hundidos los brazos, recibimos<br />

un relámpago azul, unos racimos<br />

de luz rasgada en un frondor de oro.<br />

Cuerpo de la mujer o mar de oro<br />

donde, amando las manos, no sabemos,<br />

si los senos son olas, si son remos<br />

los brazos, si son alas solas de oro…<br />

Cuerpo de la mujer, fuente de llanto<br />

donde, después de tanta luz, de tanto<br />

tacto sutil, de Tántalo es la pena.<br />

Suena la soledad de Dios. Sentimos<br />

la soledad de dos. Y una cadena<br />

que no suena, ancla en Dios almas y limos.<br />

De Blas de Otero. Poesía escogida.<br />

Ed. Vicens Vives, Barcelona, 1995.<br />

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CIRO MENDÍA (1892-1979). Seudónimo de<br />

Carlos Mejía Ángel. Nació en Caldas, Antioquia.<br />

Poeta, dramaturgo, periodista. Autor de<br />

Escuadrilla de poemas, Naipe nuevo, Noche de espadas,<br />

Farol sin calle, entre otros títulos. Póstumamente<br />

apareció La golondrina de cristal, compilación<br />

de sonetos inéditos hasta entonces.


EL PECADO DEL ÁNGEL<br />

Ciro Mendía<br />

Siempre cuando en su alcoba perfumada<br />

la amada desnudarse pretendía,<br />

el Ángel de la Guarda se salía<br />

al momento del cuarto de la amada.<br />

De la vecina estancia distinguía,<br />

con el placer de un alma enamorada,<br />

el ruido de la seda liberada<br />

de aquella blanca y dulce tiranía.<br />

Una noche el buen Ángel, de repente,<br />

en el espejo vio las maravillas<br />

de aquel desnudo cuerpo transparente.<br />

Y al sentir que en pasión se iba abrasando<br />

cayó, como un esclavo, de rodillas<br />

ante la luna de cristal llorando.<br />

De Sentimentario.<br />

Antología de la poesía amorosa colombiana.<br />

Compilación y presentación de Darío Jaramillo.<br />

Editorial Oveja Negra, 1986<br />

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