Veinte años después.pdf - Ataun
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dose a sus esperanzas––; en ese caso supongo que S. M. no me perdonaría si os hiciera esperar un solo instante. Tened la bondad de seguirme. Y echó a andar seguido de Athos y Aramis. Al llegar a la cámara que habitaba la reina, les hizo seña de que aguardaran allí, y abriendo la puerta: ––Señora ––dijo––, confío que Vuestra Majestad perdonará que desobedezca sus órdenes, cuando sepa que las personas que vengo a anunciar son el señor conde de la Fère y el señor de Herblay. Estos dos nombres arrancaron a la reina un grito de júbilo que oyeron los caballeros desde el sitio en que se hallaban esperando. ––¡Desgraciada reina! ––murmuró Athos.
––¡Oh! ¡Que entren! ¡Que entren! ––exclamó a su vez la joven princesa corriendo hacia la puerta. La infeliz niña no se separaba de su madre y hacía cuanto podía por compensar con su filial cariño la ausencia de sus hermanos. ––Entrad, señores ––dijo abriendo la puerta en persona. Athos y Aramis presentáronse en el aposento. La reina estaba sentada en un sillón, y en pie, delante de ella, dos de los tres caballeros que nuestros hombres habían encontrado en el cuerpo de guardia. Eran el señor de Flamarens y Gaspar de Coligny, duque de Chatillon, hermano del que siete u ocho años antes murió en la Plaza Real, en un desafío ocasionado por la señora de Longueville.
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- Page 1769 and 1770: caba sólo el camino de Francia, si
- Page 1771 and 1772: --Maldito el amor propio que me ins
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dose a sus esperanzas––; en ese caso supongo<br />
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seguirme.<br />
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les hizo seña de que aguardaran allí, y<br />
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