Anécdotas de la Casa de Miura y otras efemérides 3 - Fiestabrava

Anécdotas de la Casa de Miura
y otras efemérides
Una Espléndida Tarde de Abril...
ue de las más vibrantes y tuvo
lugar en 1914, en una corrida
del tradicional serial taurino de
la Feria de Abril de Sevilla, en
que se lidiaban seis astados de
la ganadería de Miura, en la
Real Maestranza, de los que debían de dar
cuenta los famosos matadores Rodolfo
Gaona, Joselito (el Gallo) y Juan Belmonte.
«En el despacho de su casa, en la plaza de
la Encarnación, el viejo don Eduardo I -nos
relata don Enrique Vila-, que ya no iba a los
FOTO No. 11
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toros, aguardaba nervioso el resultado de la
corrida, como si con ella debutara su ganadería
en la plaza del Arenal.(2).
La misma ansiedad con que asistía
desde el tendido, años atrás, a la lidia de sus
toros, dominaba el ánimo de aquel anciano
venerable, como lo tuvo hasta el final don
Eduardo II, cargado de laureles y de honores.
Muchas veces miró el reloj queriendo
adelantar el paso de los minutos en que se
jugaba su prestigio tan limpiamente como en
los años del «pleito» famoso. Aquella tarde,
El árbol genealógico de la célebre vacada de MIURA.
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Antonio, el mayoral, tardaba demasiado. Y ya
debería haberse terminado la corrida.
Casi anochecido el empleado entró en
el despacho. Don Eduardo I le interrogó con la
mirada visiblemente anhelante...
-Señorito... -balbució el mayoral-,
Belmonte le ha cogido el cuerno por la mazorca
al toro berrendo.
-¡Falso! -gritó don Eduardo I, en un esfuerzo
superior a su ancianidad.
-Es verdad -añadió tímidamente y cabizbajo
el eficiente mayoral.
-¿Tú lo has visto...? -preguntó enérgico
don Eduardo I.
-Yo lo he visto, señorito.
Don Eduardo I salió de la estancia
despa-ciosamente, con los ojos nublados.
Ahora sí que se consideraba vencido definitivamente.
Era la primera vez en la historia
de la ganadería que un torero cogía los cuernos
a un toro de Miura.»
Siguiendo con don Enrique Vila, como
él dijo: «Puestos a elegir entre la historia y la
anécdota, escogería siempre la segunda, si se
trataba de una materia no fundamental. Yo me
ocupo de «re taurina» desde hace treinta años
-desde 1935- de esa manera que hemos dado
en llamar ahora, con unos términos que me
caen bien, «dedicación plena.» No obstante
pienso que todo el temario que la gran Fiesta
de España pueda ofrecer a un escritor o a un
periodista, cae de lleno en el plano de las cosas
baladíes, o no esenciales para una vida de relación
sencilla y honesta.
Por esto los que se afanan por las cosas
del toreo hasta el punto de perder el equilibrio y
dar a entender que para ellos no hay en el mundo
nada más importante, merecen mi mayor
respeto; mas no por eso compartiría nunca su
manera de hacer y de pensar. Me pregunto si
no hay en la vida de España -o en la de México,
en todas partes- mil problemas más interesantes
que el toreo, más urgentes de la atención
de todos los españoles que el toreo, más dignos
de estudio que el toreo. Siempre he pensado
en el Mundo de la Gran Fiesta de esa marca
indeterminada, pero precisa que en derecho se
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llama «beneficio de inventario.» Siempre he
tomado al toreo tal como yo he querido y
esta ha sido la única manera de convivir
con él durante más de un cuarto de siglo
en paz y en gracia de Dios.
«No acepto muchos de los males
que lo aquejan; pero comprendo que hay
en España males mucho peores que los
males del toreo. En España y en cualquier
país del mundo. Ahora se puede hablar un
poco de esto. Antes, cuando yo empezaba
a escribir sobre la Gran Fiesta de España,
era ésta la única cosa de la nación que se
podía censurar. Y así la gente se daba prisa
en criticar en términos durísimos que
contaban siempre con el aplauso de
muchos; porque la negación lleva siempre
implícita una aceptación sin fundamento; y
porque sí. Es más fácil, mucho más,
escribir destruyendo que construyendo o
conservando lo ya construído»... actitud
enquistada genéticamente en los hispanos,
agrego.
«La gente andaba en España
ansiosa de hablar y de escribir libremente
de algo. El toreo fue la cabeza de turco de
todo el mundo; pero el toreo prevaleció
contra todo el argumento que envolvió
aquello del «planeta de los toros...» Un día
apareció en un periódico un artículo
furibundo sobre la subida de precio de las
localidades taurinas. Recuerdo que se hizo
el ensayo en una novillada que torearon
mano a mano en la plaza de la Real
Maestranza de Sevilla, Julio Aparicio y Miguel
Báez (Litri II).
De aquel artículo, bastante bien
razonado y fácilmente argumentado, podía
desprenderse que los que escribíamos de
los temas de la Fiesta, estábamos un poco
implicados en el «abuso.» Me abstuve de
replicar como era debido. Y era debido,
como pensé, sin llevar a la práctica la idea
por consejo de mi secretaria, mujer discreta
e inteligente, que, a Dios gracias, ocupa el
cargo todavía. Tenía ya escrita una carta
en la que yo preguntaba al articulista qué

día y en qué periódico escribió lo mismo
cuando subió el precio del pan.
Naturalmente no hubiera podido
contes-tarme. Este dato y muchos más me
hicieron adoptar un criterio en la línea recta
que con la ayuda de Dios he seguido en todo
mi profesionalismo de periodista taurino.
Todo esto es anécdota e historia. Pero
prefiero darle el sesgo de la primera. Escribiendo
a la ligera como es costumbre en cualquier
reportaje, nunca aceptaría el rigor de la
historia. Y que me perdone el maestro de ella
D. Ventura Bagues. Nunca tomé una sola nota
en una corrida de toros, salvo en un período
de tiempo en que se me dijo oficialmente
cómo tenía que hacer mis crónicas. Y no las
tomé, por no darle a mis relatos nunca
carácter de historia, sino de anécdotas,nos
dice don Enrique Vila.
«La primera vez que yo fui a los toros
con uno de los que considero mis maestros
en estas lides literarias de la fiesta, Juan María
Vázquez, cronista taurino del «ABC» de
Sevilla y luego director de este mismo diario,
me vio muy afanoso tomar notas y nota ...
Me preguntó:
MIURA - 2002
-¿Qué hace Vd....? -¿Qué voy a
hacer...? Escribiendo unos apuntes que
sirvan luego para hacer la crónica... -Déjese
Vd. de apuntes, me arguyó. En el toreo lo que
se olvida es porque se debe olvidar. Nunca
más volví a apuntar nada, salvo, como digo,
en el período de tiempo en que se me obligó
oficialmente a hacer una revista detallada de
cómo había sido la corrida.
Destacados maestros de la literatura
taurina de nuestro tiempo piensan lo mismo
que yo. Uno de ellos me dijo en una ocasión:
-¿Qué importancia tendrá que la estocada
sea perfecta o un poco atravesada, o
que hayan sido cinco pinchazos y no cuatro,
o que el torero acertara en el primer intento
del descabello...? Lo bueno es que se toree
bien... y aceptar las corridas tal como son,
sin crearse problemas. Porque en definitiva
el problema mayor que los toros pueden
ofrecer es el de su barbarie contra la que no
clama nadie... no mas sus detractores.»
«También esto es anécdota, aunque
puede formar parte de cualquier historia. Mi
dedicación plena a la literatura taurina hizo
creer a muchos que yo dispongo de un arsenal
(2) La primera plaza de toros sevillana se construyó en terrenos del Arenal, junto al convento
de Pópulo, de forma cuadrada y de madera. Después surgió la segunda que se construyó en el
allanado monte del Baratillo, igualmente de madera y fue inaugurada hacia el año 1700. En
1731 se habla en Sevilla de la plaza de la Resolana, mitad piedra y mitad madera. En 1725 se
inauguró la plaza Real Maestranza de Caballería, y en 1761 se celebró ya la primera Fiesta de
Abril, pero sin Feria ya que esta surgió en 1848. Como dato curioso y anecdótico es de
destacar que en 1821, el Ayuntamiento de la ciudad solicitó la suspensión total de las fiestas
de toros, por considerarla perniciosa para la cultura y la moral. En 1824 se construyó una gran
reja de hierro forjado que se colocó ante la fachada, tal y como está en la actualidad. En 1831
se inició una costumbre y fue el rezo por los toreros y fueron las autoridades competentes las
que desde entonces presidieron en La Maestranza los festejos taurinos. Hacia el año 1880
finalizaron las obras y la plaza quedó definitivamente como en la actualidad, con su sencillez
por el exterior y su incomparable arte interior, aunque en 1914 le redujeron el ruedo para
aumentar el número de localidades... que es insuficiente. El ruedo de la Mestranza no es
redondo, ya que por un lado mide 54 metro y por el otro 47. Tiene 116 bonitos arcos en su
graderío y el aforo actual es de 14.200 localidades, de las que según datos sólo salen a la
venta 13.300. Tiene el «Palco del Príncipe» y abajo la puerta del mismo nombre, existiendo
otros palcos destinado a las autoridades locales, provinciales y jerarquias de la Real
Maestranza. La plaza cuenta con 24 chiqueros y tres más de reserva, dos grandes corrales y
báscula, cuadras para caballos separadas para rejoneadores y picadores. Actualmente tiene
instaladas en la misma plaza las taquillas, despacho de la empresa y oficinas. Asimismo tiene
una moderna y completa enfermería con el cirujano-jefe de la misma, el prestigiado doctor
don Ramón Vila.
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de libros importantes y de un archivo más
importante todavía. Guardo unas colecciones
de periódicos y los libros que me sirven
habitualmente de consulta en el trabajo
cotidiano, de los que saco fichas y notas para
mi quehacer radiofónico.»
«De las crónicas, que habré hecho
miles, no conservo casi nada. Unos
volúmenes con las de los primeros años.
Después, nada para la historia, todo para la
anécdota... Un buen día recibí en casa un oficio
del tribunal eclesiástico del arzobispo de
Sevilla rogándome me presentara a declarar
sobre algo importante. Mi absoluta falta de
relación con la curia eclesiástica y con la civil,
desde que colgué definitivamente la toga, me
dio que pensar no poco, en qué asunto
importante podría yo ser útil al Tribunal del
Arzobispado.
Me presenté a la hora indicada en el
oficio y me recibió, muy amable, un curita
joven que debía ser secretario de sala o algo
así del Tribunal. Le mostré el oficio. -Sí -me
dijo muy solícito-. Sién-tese... Estamos
instruyendo expediente a un sacerdote, y uno
de los cargos que se le imputan es que
determinado torero le brindó un día un toro en
la plaza de Sevilla...»
-Hemos pensado que tal vez usted,
por su cargo, podría ser testigo de mayor excepción...
Quedé un poco perplejo. Al cabo,
cruzó por mi mente como un hálito de
inspiración, el consejo de Juan Maña
Vázquez, seguido por mí al pie de la letra.
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-Mire, señor... -contesté al curita-,
nunca tomo notas en ninguna corrida de las
que soy espectador, porque «en los toros lo
que se olvida es porque se debe olvidar.» Pero
tenga la seguridad de que si yo hubiera visto
alguna vez que le brindaban un toro a un cura,
no lo habría olvidado nunca. Y no lo recuerdo...
Me despidió muy cortés y ya no me
acor-daba de la anécdota cuando al cruzar
cierto día de una acera a otra en calle céntrica
de Sevilla, se interpuso en mi paso un
sacerdote joven, como el secretario de sala
del Tribunal eclesiástico, que me preguntó: -
¿Usted es don Enrique Vila...?
-Servidor de usted.
-Quiero agradecerle la declaración
que prestó el otro día enteramente a mi favor.
Gracias... Y se fue sin dejarme tiempo a explicarle
que yo me había limitado, como era
verdad, a hacer uso de la anécdota.
«Tengo la intención de dar a este anecdotario
de Miura mayor extensión que al que
se publicó en el volumen de 1942. Mayor extensión
y mayor intención también. En la ganadería
de Miura están pasando cosas
constantemente. Florecen en los campos,
con cada camada de toros, porque en
definitiva cada toro de Miura es ya de por sí,
una anécdota muy interesante. Permítaseme
declarar antes de entrar en la materia de este
capítulo que no respondo de la historicidad
de ninguno de los relatos que se integran en
el mismo. Son todos simples anécdotas y
nada más.»
(3) Dicho prestigio hace mucho que fue bautizado con el nombre de «miureño», concepto de
prestigio profesional que no se ha perdido entre los ganaderos españoles. Lo mantuvo como
bandera, con frecuencia triunfal, don Antonio Pérez Tabernero, desde sus campos de
Salamanca con fuerza dialética que irradiaba a todas las tierras ganaderas de España, como el
de don Antonio Llaguno, en sus rancho de San Mateo, en el Estado de Zacatecas, cuyo
prestigio llegó a todas las latitudes taurinas. Don Antonio Pérez Tabernero era un gran
admirador de don Eduardo I Miura y se consideraba discípulo de él; pero paradógicamente
había de estarle reservado en la historia de la ganadería brava de España un papel
contradictorio del que el maestro don Eduardo fue especialista, del toro criado para el
caballo, como era la tónica de su tiempo. Don Antonio Pérez Tabernero había de lanzar el
toro especialmente criado para el toreo, como pedía el anhelo de la época en que le tocó vivir.
Uno y otro cumplieron su cometido con tal acierto, que no hay hipérbole en afirmar que
hicieron escuela. Contradictorias, pero igualmente bien logradas.

El «Mercedes» Celeste de
Fermín Murillo.
«Fermín Murillo hace muchos años
que no torea ya. Se fue del toro, como se dice
en el argot del oficio, rico, pero disgustado.
No sé si Murillo es de los hombres que no
pueden vivir sin el halago de la multitud. Dicen
que en los toreros se da mucho esta
circunstancia, y las principales reincidencias
no son debidas a la falta de dinero, como generalmente
se piensa, sino a la ausencia de
algo que no se compra con el dinero: el hálito
de popularidad que hay siempre en todo
torero, por modesto que sea.
Fermín Murillo no ganó en su actividad
ningún puesto de privilegio, pero sí
muchas simpatías y afectos, por el decoro y
la dignidad con que supo llevar su papel de
segunda línea. Llenó siempre con prestancia
el plano de su actividad y tuvo que pechar con
muchas corridas «duras», entre ellas las de
Miura, de casi todas las ferias en que actuaba.
Hombre recio de carácter y de espíritu.
Murillo aceptó de grado su función, y
se ponía delante de todos los toros con gran
entereza. Desorejó en su vida a muchos de
Miura y con alguno, el llamado Notario, de la
corrida de Bilbao de 1964, conquistó el éxito
mayor de toda su vida de torero. Él lo proclamó
así, y, además, le escribió a Eduardo II Miura
una carta emocionante dándole las gracias
por haber mandado a Bilbao semejante toro,
y a Dios por haber permitido que en el sorteo
le tocara a él. Esta clase de relación de Murillo
con los toros de Miura no es nueva en la
historia de la vacada, como veremos luego;
pero sí muy digna de tener en cuenta para la
anécdota de ella. Fermín Murillo no era amigo
personal de don Eduardo II Miura, pero tenía
éste grandes deseos de conocerle. Y Fermín
Murillo también de conocer al ilustre ganadero.
Nunca va a los tentaderos de Miura
ningún torero que no sea amigo personal de
la Casa, por muy encumbrado que esté en la
línea de los matadores de toros de su tiempo.
MIURA - 2002
Esto lo llevan allí muy a rajatabla, de tal forma
que durante años y años los tentaderos de la
Casa los hacen casi todos, Pepe Luis
Vázquez y Manolo Vázquez, ninguno de los
cuales torea ya, como es sabido.
En la época anterior, Joselito (el
Gallo), amigo de los antecesores de don
Eduardo II Miura y «pareja» de ambos en el
acoso de becerros en el campo, bello
menester en el que los Niños de Miura eran
auténticos maestros.
Un día, después de la famosa faena a
Notario, en Bilbao, Eduardo II Miura escuchó
de labios de cierto amigo de Fermín Murillo el
deseo de éste de hacer un tentadero en la
vacada. Don Eduardo II le escribió una carta
invitándole, y el «maño» acudió a la cita feliz
y contento. Llego a Zahariche conduciendo
un colosal «Mercedes» -de color celeste,
según le contó a don Enrique Vila el propio
don Eduardo-, y el ganadero lo esperaba a la
puerta de su casa con sus hijos mayores,
Eduardo y Antonio. Murillo descendió del coche
y se adelantó a estrechar con efusión la
mano amiga que le tendía don Eduardo.
Díjole éste cordialmente:
-Buen coche gasta usted...
Murillo le contestó orgulloso:
-Gracias a las orejas que le he cortado
a sus toros he podido comprarlo.
Todavía, al cabo de mucho tiempo, le
refirió don Eduardo II lo dicho al señor Vila,
con el rostro iluminado de legítima
satisfacción.»
La Extraordinaria Manía
de un Gran Señor de
Filipinas... y Otras Notas
Internacionales.
«En ciento sesenta años, la fama de
la vacada de Miura se ha extendido por el
mundo entero. Y no es hipérbole», nos diría
hoy don Enrique Vila. Tal vez no haya tierra
en el planeta, por lejana que se halle, radicada
respecto del cortijo Zahariche, donde
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MIURA - 2002
actualmente pastan los toros famosos, en la
que alguien no se interese alguna vez por la
divisa de Miura, legendaria y popular.
En Italia, por ejemplo, gente de buena
fe cree que es don Eduardo II el que mantiene
sola y exclusivamente con sus toros la
fuerza y la vitalidad del espectáculo más
nacional, según llamó a nuestra Fiesta el
conde Las Navas. Y a estos efectos le llegó
al ganadero la misiva de una dama italiana
residente en un pueblo que «no está en el
mapa», en la que la señora apelaba a los
senti-mientos católicos de Eduardo II Miura
para que se suprimieran en España el «oprobio»
de las corridas de toros, y haciendo al
ganadero responsable ante Dios y ante los
hombres de toda la «barbarie del
espectáculo.»
La carta le llegó puntualmente, y él la
dio por recibida, sin contestación. ¡Qué va a
decir...! Hacia el año 1960, don Eduardo II
recibió una carta cuyo sobre, escrito en
inglés, decía: «Elaborador del toro Islero. En
algún lugar de España.» La carta llegó al
domicilio de Eduardo II Miura, lo cual dice
mucho en favor de los servicios de correos
nacionales e intemacionales.
Un aficionado italiano iba todos los
años a Madrid a ver la corrida de la feria en
que se lidiaba el lote de Miura. No veía más
que esa corrida. Tomaba él mismo una serie
de fotografías que luego le mandaba al
ganadero para que se las firme y se vuelvía a
Italia «tan tranquilo y tan serrano» como hubiera
dicho Rafael Molina (Lagartijo).
Una fábrica de tractores de Milán lanzó
hace muchos años al mercado un coche deportivo
de gran precio, y le puso de marca el
nombre de «Miura.» En la parte más visible
del capote lucía una placa verde con un toro
en rojo. Y en la parte trasera el nombre de
Miura. Este coche estuvo durante dos años
consecutivos en la Exposición Internacional
de París, y llamó la atención por la belleza de
sus líneas. Eduardo II Miura se enteró de todo
por las revistas deportivas de las que era
lector asiduo. También fue aficionado a los au-
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tomóviles, siempre que no sean de gran precio,
como el que en Italia llevaba su nombre
en la marca.
Con ser curiosas todas estas anécdotas,
ninguna como la de don Ignacio Veloso,
gran señor de Filipinas, que venía cada año a
la ganadería de Miura a matar un becerro y
volverse tranquilamente a su casa, cumplida
la hazaña. Cuando empezó a venir, el señor
Veloso tenía ya más de sesenta años, y se
presentaba en la dehesa de Zahariche,
acompañado de una cuadrilla completa, que
reclutaba en Madrid y pagaba espléndidamente.
Él se hacía la cuenta de ir a un safari, donde
las piezas cobradas eran toros de Miura.
Llegaba al cortijo, vestía su traje corto y, sin
desprenderse de las gafas, daba cuenta de
un eral que pagaba es-crupulosamente.
Un año, don Eduardo II Miura, arregló
para don Ignacio Veloso un toro mayor. Era
utrero. Él mismo sintió un poco de inquietud
cuando vio al toro preparado en los corrales
de la placita de tienta. Laguna, el popular
taurino, que venía ordenando todos los problemas
de don Ignacio, estimó que aquel toro
era demasiado grande para una prueba de
diversión. Eduardo II Miura consideró de la
misma manera, y cuando todo estaba dispuesto
para dar suelta al toro, el ganadero se
acercó a don Ignacio y le dijo:
-Mire usted, señor. Me remuerde un
poco la conciencia por lo que pueda pasar si
usted mata el toro ése. Déjelo. No piense en
el perjuicio que me causa. Yo veré la manera
de salir del toro, o lo mandaré al matadero.
Laguna convenció a don Ignacio de
que Eduardo II Miura tenía razón y aquél se
fue de Zahariche sin matar al toro. Pero un
mes después Eduardo II Miura Fernández
recibió una carta del señor Veloso, en la que
le decía que no se volvía a su tierra sin matar
al toro que le había sido preparado. Era una
cobardía por la que no estaba dispuesto a
pasar en ninguna forma. Y, en efecto, pocos
días después volvió al campo con otro equipo
en el que no figuraba Laguna, mató al toro
y se volvió tan tranquilo a Filipinas.» Don

Enrique Vila conoció a este señor en casa de
don Carlos Urquijo, un día que fue a «Juan
Gómez» a matar un novillo. Carlos Urquijo
tuvo la gentileza de invitarle a almorzar ese
día para que conociera un caso raro del
mundo del toreo.
La Comida del Ganado de
Miura.
«Durante los días del famoso pleito,
tantas veces citado en este reportaje, se
desarrolló en el ámbito popular con más
ahinco y fantasía la leyenda del toro de Miura.
Salieron coplas que la gente cantaba en las
eras y en los tajos de las viñas. Se guardaba
dinero para ir cargado de ilusión a la corrida
de Miura de cualquier plaza del Sur, en
aquellos trenes llamados de «toros», que iban
recogiendo el anhelo de una fila de pueblos
andaluces blancos de cal.
Los campesinos que trabajaban en las
fronteras del «Cuarto», -el cortijo cercano a
Sevilla donde pastaron los toros en tiempo
de don Eduardo I-, tenían siempre algún lance
que contar de algún toro separado de la
manada, o del hato entero. Empezó a circular
en los medios del toreo por aquellos días un
rumor inquietante, según el cual a los toros
de Miura les daban en el pienso una sustancia
«rara», de cuya ingestión dimanaban las
fuerzas y el poderío de los animales. Nadie
sabía cómo se le administraba...
Sólo conocían el secreto don Eduardo
I y el mayoral, pero lo cierto es que el elixir del
poder se daba a los toros con una regularidad
formidable. Unos afirmaban que antes de la
«gimnasia»; otros, que después del pienso
de la tarde. Los mejor enterados afirmaban
muy serios que don Eduardo mandaba regar
los pastos con un líquido especial cuya
composición le había facilitado un curandero
muy viejo que pasó por el cortijo hacía muchos
años... ¡el riego por aspersión!
Si fuéramos a considerar un poco
estas dos especies absurdas y a compararlas
con la relación que los más inteligentes
MIURA - 2002
suelen ver en la vida de los genios de otros
siglos y los hechos de la actualidad, diríamos
muy ufanos que la primera era el antecedente
inmediato de la teoría moderna del drogado
de los toros de lidia. Absurda teoría tomada
en serio por personas inteligentes y difundida
por escritores y periodistas de indudable valía
y responsabilidad.
La segunda, la primera luz sobre el
riego por aspersión que ahora tiene convertido
en auténticos jardines a tantos campos de
Andalucía, que en tiempos de don Eduardo I
Miura, allá por los días primeros de nuestro
siglo, eran auténticos yermos cargados de
biznajas y grama...
¡Los campos del «Cuarto» regados
con un líquido especial, vivero de bravura y
poderío...!
Una mañana, el burro de un campesino
estaba atado en una ventana de la Puerta
Real de Sevilla. Eran las horas tempranas en
que la ciudad empezaba a recobrar el pulso
perdido durante la noche. Sonaba de cuando
en cuando la cam-panilla de aquel delicioso
tranvía que cruzaba todo el barrio en tono
amistoso; de la vecina estación de Córdoba,
salían cargados de sacos y canastos los
cosarios de los muchos pueblos limítrofes;
cundía el olorcillo delicioso del pan recién
salido del horno, puesto en la puerta de la
tortería de la esquina. El dueño del borrico era
uno de los que esperaban turno en el puesto
de «calentitos», que inundaba de humo de
aceite de oliva todo aquel sector de la ciudad.
De pronto el burro hizo una pirueta
recia y extraña, partió el ronzal que le ataba a
la ventana y no se llevó ésta por delante,
porque la cuerda cedió rápidamente. Libre ya,
el burro empezó a acometer a todo el mundo
y a cuanto se le ponía por delante.
Parecía poseído del demonio de los
burros, que no debe ser nada fino. El animal
se hizo el amo de la Puerta Real durante un
par de horas. Costó no pocos esfuerzos
reducirlo y atarlo nuevamente. Uno de los que
habían contribuido a la difícil tarea dijo en tono
de comentario jocoso...
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MIURA - 2002
-Vaya burro... ¡Parece de Miura...!
¿Qué habrá comido el animalito?
Luego resultó que el borrico era de
Miura. De la Casa Miura, por lo menos. Un
criado de ella había venido desde el «Cuarto»
a las compras de la semana. Lo había
amarrado allí mientras el hombre compraba
los churros para el café de la mañana, uno
de los encantos después del alba en la Sevilla
de primeros de siglo, para la gente de los
pueblos de la comarca»... y ahora para los
sevillanos a altas horas después de la Feria.
La Admirable Prevención de
de Antonio Manfredi.
«Antonio Manfredi, el popularísimo
sastre de todos los toreros de España -
después apareció Pepe Díaz-, quiso ser también
torero en sus años mozos. Muchos hombres
han querido ser toreros en los días juveniles.
Claros ingenios, periodistas distinguidos,
artistas de fama internacional, reverendos
padres de la Iglesia. No debe ser sencillo alcanzar
un puesto en el mundo del toreo que
le permita a uno decir: «Soy torero.»
Antes, el oficio no era muy distinguido.
Pero -para remontamos más lejos en la
historia de la Gran Fiesta- desde que el duque
de Sesto peleó, codo con codo, con Salvador
Sánchez Povedano (Frascuelo) por la restauración
de la monarquía, los toreros tienen ganado
en las relaciones sociales de España
un gran predicamento. Rafael Molina
(Lagartijo), Luis Mazzantini y, en definitiva,
Juan Belmonte, variaron enteramente el signo
del oficio de torear y lo convirtieron en profesión
distinguida de la sociedad contemporánea.
En tiempos de Manfredi no había
llegado a tanto. Toreó, el que andando el tiempo
había de ser popularísimo sastre de toreros,
muchas corridas con buen éxito... Pepe Díaz,
que hoy vive en San Fernando (Cádiz),
también. Amigos y aficionados le hicieron
concebir esperanzas y alimentaron la ilusión
que como en los aficionados de todos los
tiempos se había adueñado por entero de la
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vida de Manfredi. No obstante Antonio
Manfredi sabía mejor que nadie que él no tenía
madera de figura del toreo. Él se conocía bien,
lo cual es una de las cosas más difíciles para
los que quieren ser toreros.
Cierto día estaba Antonio Manfredi de
espectador en la plaza de la Real Maestranza
de Sevilla. Se lidiaba una novillada de Miura
que toreaban tres muchachos novilleros
amigos suyos y como él aspirantes al
estrellato. Los novillos iban saliendo con muy
pocas posibilidades de éxito para los toreros
y muchas de que éstos resultaron con detrimento
en su intregridad física. El cuarto novillo
sobre todos, hizo cosas tan feas, se
revolvía contra todo de tal manera, que
Manfredi desde el tendido empezó a meditar.
-Ese toro me ha podido tocar a mí...
Esto es indudable... Pero ya no me toca...
También esto es verdad... ¿Y quién me dice
a mí que no hay otro igual en el campo que
me puede tocar...? Esta idea empezó a reinar
en la imaginación de Manfredi por la que dio
vueltas durante toda la corrida. Al llegar a la
Puerta del Arenal, terminado el espectáculo,
Manfredi había adoptado ésta resolución
magnífica.
-El que quede en el campo igual que
el cuarto de hoy, tampoco me toca a mí,
porque ya no vuelvo a torear más en mi vida.
Con gran asombro de amigos y aficionados,
Manfredi no volvió a ser torero. Renunció a la
gloria que soñaba; a toda la fortuna que ya
veía tan cerca como todo el que sueña con
ser torero. Se dedicó al oficio de sastre taurino
en el que ha conquistado un renombre nacional
y tantos amigos en todas las clases sociales
como hubiera podido ganar de figura
del toreo. Quizá si muchos de los que
empezaron a andar por la senda del toreo
hubiesen imitado a Antonio Manfredi no habría
en el mundo de la Fiesta tanto fracasado
que se empeña en no reconocerlo.
Cuando esta anécdota se escribió por
vez primera, hace más de medio siglo,
Antonio Manfredi contaba en el número de los
más caros amigos del autor en todo el ámbito

del toreo. Ahora Antonio Manfredi ya no existe.
Pero su nombre no se borrará jamás del
recuerdo de los buenos amigos del que
suscribe.» Creo recordar que conocí a
Manfredi, pero de lo que sí estoy seguro es
de haber tratado al célebre sastre de Cádiz.
Más Anécdotas.
«Se lidiaba en Valladolid una corrida
de Miura poderosa y brava. Muy poderosa y
muy brava. El quinto toro por un fenómeno de
esos raros que con tanta frecuencia se dan
en la lidia, la tomó con un banderillero cuyo
nombre no hace al caso. En cuanto el
banderillero en cuestión salía del burladero,
ya tenía el toro encima desde cualquier terreno
en el que se encontrase. Parecía como si lo
oliera...-agrego-, simplemente lo conocía
bien... lo había fotografiado con su instinto y
eso se hace imborrable por cierto tiempo en
todos los animales silvestres... y fenómeno
de persecución se ha dado muchas veces,
incluyendo el del toro que se fija una y otra
vez en una señora encopetada del tendido o
persigue a un mismo banderillero.
En los toros de Miura de otros tiempos
se le calificó como «la guasa de los toros de
Miura.» El banderillero a quien nos referimos
se vio obligado aquella tarde en Valladolid a
saltar la barrera y esconderse en los
burladeros más veces de la cuenta. Y con
una velocidad que jamás se hubiera creído
capaz de desarrollar. Cada vez que en cumplimiento
de sus funciones pensaba tomar la
iniciativa, parecía como si el animal lo
adivinase y se la arrebataba arrancándose a
él como una exhalación... Una de las veces
que hubo de tomar precipitadamente «el
olivo», lo hizo justo por el sitio en que
presenciaba la corrida el mayoral de Miura.
Encarándose con él, el banderillero le dijo en
tono agrio:
-¿Donde cría tu señorito estos
toros?..., ¡di....tío!
-Pues todavía -le contestó el mayoralhay
en el campo lo menos veinte corridas más
MIURA - 2002
buenas mozas que esta de hoy. El banderillero
levantó la cabeza para que le oyera todo
el mundo y dijo en tono grandilocuente.
-Pues esas veinte corridas las va a
torear tu señorito.
Nadie que le oyó, ni el mismo mayoral,
supuso por el momento lo que aquello quería
decir. Ni más ni menos que después de la
corrida de Valladolid dejó de ser torero para
siempre.»
Ahora... una del General
Queipo de Llanos y Vicente
Barrera.
«Cuando el valenciano Vicente Barrera,
pasó por la primera línea del toreo de su
tiempo en la que se mantuvo varias temporadas
consecutivas sin haberse puesto nunca
delante de ningún toro de Miura, todo el
mundo de la Fiesta estaba escandalizado. Y
fue verdad Barrera no toreó jamás una res
de Miura. Un amigo de la Casa, en los tiem-
pos en que era dirigida por don Antonio II y
don José, los hijos de don Eduardo I, intervino
para que se le apartaran al torero valenciano
unas bece-rras, a lo que accedieron los
señores Miura de muy buen agrado. Vicente
Barrera estuvo allí con don Arturo Marzal que
tal era el amigo citado; toreó las becerras y
se fue. Sí es verdad que, después de este día
Vicente Barrera, no volvió a ponerse nunca
delante de una res de la vacada de Miura. Ahora
no se hubiera escandalizado nadie.
Por cierto y ahora que hablamos de
Vicente Barrera. Poco tiempo después de
iniciado el Alzamiento Nacional, Sevilla era la
meta de cuantos en la «otra banda» buscaban
ansiosos la hora y el sitio por donde
escapar de la zona roja. Vicente Barrera fue
uno de los evadidos, no sabemos cómo ni
con qué pretexto, de la España republicana,
cuya capitalidad ostentaba ya la ciudad del
Turia, que lo vio nacer. Vicente Barrera llegó
a Sevilla y pasó discretamente en el más
riguroso incógnito, reunido con muy contados
45

MIURA - 2002
amigos, con los que se pasaba los días
enteros en el campo para pasar más desapercibido.
Un día súpolo Manolo Belmonte, el famoso
taurino sevillano que durante años y
años dirigió todo el movimiento de la Fiesta
en Andalucía. Manolo Belmonte no fue en su
tiempo torero famoso, pero fue el alma y la
inteligencia de toda la organización taurina en
el Sur de España. Yo escribí un día, que no
se movía desde Córdoba hasta La Línea una
«hoja de árbol del toreo, sin contar con la
voluntad de Manuel Belmonte.» Y era verdad.
Manolo supo, como digo, la estancia de
Vicente Barrera en Sevilla. Nunca había toreado
el valenciano en la plaza de la Real
Maestranza en su calidad de matador de
toros. Hízolo una vez de novillero y no volvió
más.
Don Enrique Vila dice no responder de
la autenticidad de éste suceso, pero de
cualquier manera es una anécdota graciosa,
no se molesta con ella a nadie y vamos a
contarla íntegramente. Manolo Belmonte
había intervenido ya en la organización de
algunas corridas de tipo patriótico. El mismo
Juan Belmonte había actuado en una de ellas.
También el Algabeño, muerto más tarde gloriosamente
en una acción de guerra. Alguien
por su cuenta y riesgo, hizo saber al general
Queipo de Llano «factotum» de Andalucía a
la sazón, que Vicente Barrera estaba en
Sevilla y que su actuación como matador de
toros podía ser un gran suceso y, por ende,
una buena fuente de ingreso para las necesidades
de orden social de la región. Queipo
mandó que buscaran a Vicente Barrera y que
lo llevaran a su presencia. Llegado al despacho,
el general tendió la mano al torero con
aquella cordialidad que le distinguía y le dijo
en tono campechano:
-Siéntese usted, amigo Barrera, que
tenemos que hablar...
Vicente Barrera comprendió en el acto
de lo que se trataba, pero esperó
cautelosamente.
-Me han dicho, siguió Queipo, que salió
46
usted de Valencia recientemente. ¿Cómo
anda aquello...? Yo estuve en Valencia poco
antes de la guerra... Pero me parece que no
debo cansarle a usted con historias de esta
naturaleza y debemos entrar en el tema de
esta conversación. Perdóneme que le haya
hecho venir a mi despacho. Era más fácil que
ir yo a buscarle a usted. Me gustaría mucho
que usted toreara una corrida de toros aquí
en Sevilla para nuestras obras sociales. Casi
todos los toreros que viven aquí la han
toreado ya.
-Mi general, contestó Vicente Barrera,
hace ya algún tiempo que estoy retirado del
toreo. No estoy puesto. Torear en Sevilla no
es empresa fácil nunca. Para mi, ahora, casi
insuperable... Salí de Valencia con lo puesto,
pero prometo que en cuanto haya la menor
oportunidad yo daré para sus obras sociales
la cantidad que se pudiera recaudar en la
corrida que trata que yo toree...
-No es eso, amigo Barrera. Es que yo
tengo mis razones para que haya toros.
Tenemos que dar en el resto de España y en
el mundo entero sensación de normalidad
absoluta. De modo que le diré que el fin
primordial de la corrida es el que le estoy
diciendo ahora...
Comprendió que no había nada que
hacer. El general empleaba argumentos fuertes
y no era posible negarse más tiempo. De
pronto vio en su imaginación medi-terránea
por donde «podía haber ido el agua al
molino»... Y tomando pie de la fraternal
confianza que le había demostrado en toda
la entrevista el general Queipo de Llano, habló
a éste de la siguiente manera:
-Mi general, lleva usted razón. Hay que
dar la corrida; pero debe admitírseme que
ponga una condición...
-La que sea, aceptada, contestó
Queipo, con énfasis...
-Verá. No he toreado ninguna corrida
de toros en Sevilla y en ninguna parte un toro
de Miura. Podían comprarse seis toros
buenos mozos, de ésta vacada, que a mi no
me dan miedo; y puesto que ya no soy tore-

o, sino ex torero, la podríamos torear tres que
estuviéramos en las mismas con-diciones.
Por ejemplo, Juan Belmonte, Manolo
Belmonte y yo...
El general Queipo empezó a reírse de
buena gana. Se levantó y le dio una copa y un
apretón de manos a Vicente Barrera. Cuando
éste salía del despacho le dijo:
-No habrá toros, amigo Barrera. Como
comprenderá no voy a pedir ni a Juan ni a
Manolo Belmonte que se pongan delante de
dos Miuras buenos mozos. Mi misión aquí es
ganar la guerra de Andalucía... Nada
más...Manolo Belmonte era ajeno a todo. Pero
cuando se lo contaron se reía de muy buena
gana también.»
Como ya lo dejamos dicho, don
Enrique Vila no respondió de la autenticidad
de la anécdota. Circuló mucho tiempo por el
mundo del toreo sevillano en los últimos
tiempos de la guerra de liberación española.
Un Valiente y otras Notas Más.
«En pleno apogeo de la leyenda de los
«toros de la muerte», fue a Sevilla el
empresario de la plaza de Nerva. Nerva es
un lindo pueblo de la provincia de Huelva,
donde desde tiempo inmemorial se suelen dar
funciones taurinas en las fechas solemnes
del calendario. También fue reducto de maliciosos
estafadores y de gente serrana muy
traicionera, a la vez que muy «piadosas» y
de «estampitas y velas encedidas», para
camuflar con la Cruz sus más abyectos
actos, como los que realizaba con el mayor
cinismo un tal Francisco González Blanco,
más conocido por el Algarrobo; no conviene
olvidar que la provincia de Huelva fue paso
obligado para todos los asesinos, criminales,
bandoleros y gente de mal vivir que querían
pasar a las Américas, junto con la buena
gente.
Se puso a contratar a un torero joven
que ya tenía fama entre los círculos taurinos
de los barrios de la ciudad de la Giralda, como
diestro valiente que prometía mucho. Por
MIURA - 2002
aquella época solo «prometían» los
aficionados valientes y al decir de sus
partidarios éste lo era en grado superlativo.
El empresario y el torero, -también era muy
frecuente por entonces que los empresarios
hablaran directamente con los toreros, como
si los apoderados no hubieran alumbrado aún
al mundo del toreo... y la realidad es que no
habían alumbrado-, quedaron de acuerdo respecto
de los términos esenciales y precio del
contrato...
-¿Ganado...? preguntó el torero.
-De Miura, dijo el empresario con cierto
tono de hombre importante...
-¡Con que de Miura... ! -exclamó el
torero un poco mosca...
-De Miura, insistió el empresario. Y no
me vaya a decir que se vuelve de lo pactado.
Usted es un torero valiente que no se habrá
asustado de los toros de Miura, como ese
Bombita y ese Macha-quito de Córdoba...
-Bueno, verá usted..., las cosas... Yo
no he firmado el papel de Bomba y Machaco.
No soy matador de toros todavía. Si lo hubiera
sido es seguro que tampoco lo hubiera
firmado, como ha hecho mi amigo Enrique
Vargas (Minuto). Minuto es amigo mio...
¿sabe usted...? Pero podríamos llegar a un
acuerdo... ¿cuántos burladeros tiene la plaza
de Nerva...?
-Cuatro, contestó el empresario un
poco extrañado, incierto y sin saber por donde
iba a salir el torero.
-Pues verá usted. Ahora mismo le
rebajo treinta duros del sueldo, y usted ordena
que pongan a la plaza un par de burladeros
más... ¿Qué más da cuatro que seis...?
Siempre está uno más aliviado...»
El Automóvil de un Torero... y
Sor Miura...
«Cierta noche veraniega de mil novecientos
cincuenta y tantos, el automóvil de un
torero iba lanzado por esas carreteras
dispuesto a alcanzar el objetivo del día
siguiente, distante muchos kilómetros del
47

MIURA - 2002
logrado la tarde anterior. El que no haya hecho
nunca estos viajes con los toreros, no puede
apreciar todo el valor que hace falta para
realizarlos. Los automóviles, encendidos en
velocidad, devoran distancias agobiadoras
mientras en el interior unos hombres que se
han jugado la vida por la tarde dormitan
queriendo ignorar que es cuando de verdad
la tienen en juego.
Sólo el chófer con las muñecas de hierro,
los ojos alerta y el cantar en los labios,
responde con su diligencia de la vida de todos.
No hay allí toro que la inquiete. Pero sí un
riesgo mucho mayor que en el de las corridas.
Al chófer, humano al fin, se le pueden cerrar
los ojos en el incierto clarear del amanecer...;
como le pasó una madrugada al del Litri en
aquella agobiadora temporada de las ciento
catorce novilladas... cualquier fallo del
automóvil por insignificante que sea, puede
ocasionar la tragedia, como le pasó a la cuadrilla
de Jaime Ostos hace ya muchos años...
La madre del gran Carlos Arruza
decía, que su cuidado más inquieto empezaba
cuando terminaba la corrida. Y es verdad...
Una noche veraniega del cincuenta y tantos,
como digo, el coche de un torero iba a la
velocidad que tienen que ir siempre de un lado
para otro los coches de los matadores. De
pronto, un fallo y el vuelco. Todo fue allí
confusión. Pero no hubo que lamentar desgracias
mayores. El más grave fue el
apoderado, precisamente. Resultó con el
fémur derecho completamente fracturado. Él
mismo le dijo una vez a don Enrique Vila, que
se dio cuenta, porque se vio de pronto el pie
al revés... con los cuidados propios fue
trasladado a un sanatorio de Madrid.
Allí prestaba sus servicios como hermana
de la caridad Joaquina Miura, hermana
de don Eduardo II. Sor Miura era una monja
simpática, alegre y sencillamente graciosa,
que tenía en la Orden un predicamento
especial. Sor Miura resolvía los problemas
más arduos con alegría y garbo. Sor Miura
atendía a los enfermos más aprensivos y les
quitaba, si no los males, la consideración
48
íntima de ellos que es mucho peor. Sor Miura,
tuvo la palabra justa y precisa para el
consuelo...
Un prelado americano en España,
sintió curiosidad por ver una corrida. Y después
le dijo a don José María de Cossío, que
lo que más le había llamado la atención de
todo el espectáculo, fue la afirmación rotunda
y firme de un espectador que estaba a su lado:
Ese toro es una hermana de la caridad. El
inefable obispo, salió de la plaza anonadado.
Pues bien. En Sor Miura, podría darse la
paradoja al revés y cualquiera podría decir:
esa hermana de la caridad es un Miura...
Sor Miura, se encargó de atender con
su celo delicado al apoderado durante la
estancia de éste en el sanatorio. Cada tarde
iba a verle. Estas visitas eran la única
medicina que recibía el apoderado en aquella
horrible posición en que le mantenía la cura.
Cierto día cuando entró Sor Miura, había en el
cuarto, entre otras personas, un muchacho
con cara muy pálida, bien vestido, que se
levantó correcto cuando la monja llegó... Era
el poderdante del lesionado...»
-¿Cómo está hoy el enfermo...? ¿Qué
tal pasó la noche...? ¿Mucho dolor...? Hace
una tarde espléndida y le voy a abrir esta
ventana. No puede estar aquí, con el humazo
del tabaco que dejan los hombres en cualquier
parte... He dispuesto que para esta noche le
traigan un poco de la mermelada que hice
ayer. Es una mermelada de naranja agria, que
la hacen de maravilla unas monjas de la
Encarnación de Sevilla. A mí no me sale tan
buena. Tiene la ventaja de que con un par de
naranjas se hace un tarro que dura una semana...
Bueno, pero a lo mejor, le estoy mareando.
No dice ni una palabra...
-No -dijo el apoderado-; siga
hablando... Pero antes le voy a presentar al
matador de toros... Y dijo el nombre...
Seguidamente dirigiéndose al torero
añadió:
-Esta es Sor Miura...
El torero hizo un gesto inevitable que
se tradujo su rostro y un movimiento defensivo

de todo su cuerpo diminuto. No dijo ni una
palabra, pero aquella contracción era más
elocuente que cualquier discurso.
La monja lo vio y soltando un chorro
de risa limpia y clara como un manantial dijo:
-No le ha faltado a usted más que
tirarse al callejón...»
... y ahora, una de Gallito...
«Gallito, el Gallito (Rafael Gómez
Ortega) de tiempo pasado fue, como saben
todos los aficionados modernos, un torero
extraordinario, aunque tuviera de la valentía
un concepto «sui generis», y nunca, naturalmente,
se le ocurrió pedir a nadie un toro de
Miura. Sin embargo, mató un año una corrida
muy buena moza de esta vacada, debió ser
por el 1943, en la Feria de Sevilla. Gallito, además
de un torero extraordinario, era un hombre
de un gran ingenio. Una chispa graciosa
y certera -sin malicia, informa su conversación
sobre cualquier tema. Se cuentan las
cosas de Gallito como se recuerda todavía
su famosa faena de muleta al novillo Cenicero
en la Plaza de Toros de Madrid. En uno y otro
orden el Gallito de entonces fue un trasunto
FOTO No. 12.
MIURA - 2002
fidelísimo de su abuelo, el señor Fernando.
Algún empresario intentó una vez
convencer a Gallito de que toreara una corrida
de Miura que tenía comprada para la feria que
él organizaba. Gallito no se dejó convencer
por ningún argumento, incluido el crematístico,
al que el empresario había acudido en última
instancia. Pero Gallito no cedió ni por el dinero.
El empresario, un poco mustio, le dijo por
última vez, en tono suplicante:
-¡Hombre, Rafael, torea esa corrida de
Miura...! ¡Si es muy joven...!
Gallito se levantó, dando por
terminada la conversación, mientras decía:
-¡No la toreo aunque hubiera nacido
ayer!»
La Evolución de los Tiempos y de las
Ideas.
«De la siguiente anécdota fue protagonista
don Eduardo I Miura, que en sólo cinco
o seis años había mirado dos cuestiones
distintas por idéntico rasero. En 1908 fue actor
del famoso pleito contra sus toros, y en 1915,
mediador cerca de otro ganadero que se
creyó afectado en el prestigio de su divisa, de
Juan Belmonte ante el Miura de su colosal triunfo en la Feria de Abril de
1914, en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla.
49

MIURA - 2002
la misma manera que don Eduardo siete años
antes. Ya quedó escrito la inflexible manera
llevó don Eduardo I Miura el mentado pleito
de Bomba y Machaco. No cedió ni un ápice
en lo que él estimaba sus derechos y su
legítima defensa, y logró con actitud
irreductible que los toreros citados, y con ellos
todos los firmantes del célebre documento
que inició la cuestión, volvieran poco tiempo
después de un acuerdo que no debió
adoptarse.
Como escribió por aquellos días un
ilustre periodista madrileño: «Si Ricardo y
Rafael habían de poner alguna condición
extraordinaria para torear los toros de Miura,
debieron haberse retirado antes sin decir nada
a nadie. Uno y otro podían haberlo hecho
tranquilamente, pues poseían fortunas
ganadas en la mejor ley.» Siete años después,
como dijo, el propio don Eduardo I intervino
en una cuestión a la que se quiso dar por
alguien un significado semejante al tan
debatido pleito. Era entonces el ganadero
afectado el duque de Veragua, que perdió el
pleito en toda la linea, sencilla-mente porque
lo planteó sin razón. Don Eduardo I Miura fue
el primero en reconocerlo. Su intervención
personal es la auténtica anécdota a que queremos
referirnos ahora, en la que campea toda
la enorme «distancia» o «diferencia» que separaba
en 1915 a los titulares de las dos
banderías taurinas en que estaba atrozmente
dividido el ambiente de la Fiesta Brava en
toda España.
El día 17 de septiembre del mentado
año de 1915 llegó Juan Belmonte a Madrid
para matar seis toros de don Vicente Martínez,
alternando con Vicente Pastor y un tercer
espada que no recordamos ahora. A las once
de la mañana Juan recibió en el hotel el
siguiente recado telefónico:
-Se ha suspendido la corrida...
Y cuando inquirió del comunicante la
causa, le contestaron:
-Porque los veterinarios no
han aprobado los toros de don Vicente
Martínez.
50
Belmonte se alegró mucho. Torear en
Madrid siempre pesaba un poco, sobre todo
en el final de la temporada, que dejaba
recuerdos para la siguiente. Con muestras
de infantil regocijo llamó al dueño del hotel,
amigo particular, y le dijo:
-Luis, se han suspendido los toros.
Quiere decir que voy a almorzar bien.
-Vendrán Juan Manuel y unos amigos.
Prepara una buena paella, como tú sabes que
me gusta a mí... Luego pones un marisco que
no sea malo. Manda que enfrien...
Belmonte fue señalando un menú espléndido
para festejar que no toreaba aquella
tarde en Madrid. Al cabo de un par de horas,
cuando el torero, su apoderado y varios
amigos tomaban ya las primeras copas, sonó
nuevamente el teléfono. Alguien le dijo desde
el otro lado:
-Juan, hay toros. Se ha arreglado la
cuestión con seis bureles del duque de
Veragua III que estaban en los corrales.
Aquello suponía la suspensión del
ágape que tan solícitamente había dispuesto.
Y sin pararse a pensar en las consecuencias,
contestó tranquilamente.
-Lo siento, porque ya me había hecho
a la idea de no torear, y no pienso renunciar a
ella. Que busquen a otro torero.
Insistieron. Y Juan también.
-En todo caso, si la autoridad me obliga
a ir a la plaza, yo obligaré a la empresa a que
traiga los toros de la ganadería señalada en
el contrato. La corrida se sus-pendió
definitivamente sólo media hora después.
El duque de Veragua III estimó que
Juan Belmonte había puesto el veto a sus
toros y llevó el caso, revestido de todas las
formalidades, a la Unión de Criadores de Lidia,
la cual, reunida en sesión solemne, acordó
negar en adelante los toros de los ganaderos
asociados a los empresarios que contratasen
a Juan Belmonte. Casi finalizada como
estaba la temporada, el hecho no tuvo por el
momento ninguna trascendencia.
Apenas iniciado el ejercicio de 1916,
el empresario de la plaza de Castellón de la

Plana, que organizaba las corridas de la
Magdalena, hoy famosa, fue a Sevilla a
contratar a Joselito (el Gallo) para que actuase
en dichas corridas. Preguntó a José con quién
iba a torear.
-Quisiéramos -contestaron los
comisionados- que fuera Juan Belmonte
también; pero no puede ser. Y mostraron a
Joselito los contratos de compra de las
corridas de toros, los cuales llevaban una
cláusula adicional que decía secamente:
«Estos toros no podrán ser toreados
por Juan Belmonte.» Pidió Joselito un plazo
de tiempo para meditar sobre el caso. Y
apenas despidió de su casa a los de
Castellón, se dirigió a la de don Eduardo I
Miura. Éste, que le distinguía con singular
afecto, le recibió en el acto. Previas unas
sencillas palabras de saludo, habló José:
-Vengo, don Eduardo, porque he
sabido que la Unión de Criadores de Toros de
Lidia ha puesto un veto cerrado a Juan
Belmonte. Esto no puede ser.
-Pero Belmonte, según dicen, vetó
antes a los toros de Veragua, en Madrid, y
nuestro Reglamento...
-El Reglamento de ustedes dirá lo que
sea; pero esto no puede prosperar.
Don Eduardo I Miura sabía perfectamente
que en cualquier cuestión del toreo,
Joselito (el Gallo) no hablaba nunca a humo
de pajas.
-Intentaré, si me dejas algún tiempo,
arreglarlo todo.
-Tiene que ser hoy mismo. Está ahí la
empresa de Castellón, con la que debo
arreglar mis contratos antes de mañana.
-Más despacio, que estas cosas de
la Unión son muy serias. Escucha. Vete a
buscar a Juan Belmonte. Yo llamaré ahora a
don Felipe de Pablo Romero. Vamos a hablar
los cuatro un rato sobre el tema. Después
don Felipe y yo hablaremos con el duque de
Veragua III y con el secretario general.
Efectivamente, por la tarde acudió Juan
Belmonte a casa de don Eduardo. Iba, por
cierto, vestido de soldado -¡oh, aquellas tardes
MIURA - 2002
en que Belmonte hacía la instrucción militar
en el Prado de San Sebastián, seguido en los
marciales ejercicios por una multitud de
chiquillos embobados...!-. A la entrada de la
casa le aguardaba don Juan Soto, amigo
íntimo y administrador de José que le condujo
a la estancia, donde le esperaban desde hacía
rato. Después de los saludos de rigor, Juan
preguntó con aire distraído:
-¿Para qué he sido llamado...?
-No sé si sabrás -habló Joselito- que
la Unión de Criadores de Toros de Lidia te ha
puesto el veto por lo de los «veraguas» de
Madrid.
-Sí... Algo he oído -contestó Juan sin
dar mucha importancia al asunto.
-Pero yo he decidido -siguió Joselitoque
esto no puede ser...
-Te lo agradezco mucho -contestó
Juan-. Lo que tú hagas o digas lo aprobaré en
absoluto.
-Y añadió humorísticamente:
-Hazte la cuenta que ahora vas a ser
Joselito Belmonte.
-Gracias, Juan -dijo Gallito-, y dirigiéndose
a los dos ganaderos allí presentes,
añadió:
-Se me ocurre, señores, que para
desagraviar al Duque toreemos éste -señaló
a Juan- y yo, mano a mano, la primera corrida
que los dos toreemos en Madrid. Y mataremos
los seis toros del duque de Veragua III que él
escoja, creo que la satisfacción no puede ser
más cumplida y que de ninguna manera mejor
que ésta podrá demostrarse que Juan
Belmonte no le ha puesto el veto a ningún toro.
Los señores Miura y Pablo Romero
encontraron la idea plenamente aceptable y
la trasladaron de inmediato al duque de
Veragua III y a la Unión de Criadores de Toros
de Lidia. El primero contestó en forma
negativa: consideraba insuficiente la satisfacción
y no se dio por conforme con ella. Don
Eduardo I Miura informó de la contestación
de Veragua al señor Pablo Romero, a Joselito
y Belmonte. José, con su resolución característica,
contestó al señor Miura en el acto:
51

MIURA - 2002
-Está bien, y el duque de Veragua II
puede hacer lo que estime conveniente. Y yo
también. Diga desde ahora mismo a la Unión
de Criadores de Toros de Lidia que, a partir
de hoy, ponga también en mis contratos la
misma cláusula que tiene puesta en los de
Belmonte. Yo tampoco torearé en adelante
ningún toro de ganadero que pertenezca a esa
entidad.
Veinticuatro horas más tarde, y
gracias a una gestión muy personal de don
Eduardo I Miura, que ocho años había
mantenido su derecho de tan intransigente
manera, el duque de Veragua y la Unión de
Criadores de Toros de Lidia levantaban el veto
a Belmonte. En los dos casos, que algunos
escritores taurinos quisieron considerar semejantes,
triunfó, sencillamente, la fuerza de
la razón.
Muchos años después, con ocasión
de comentarse en cierta tertulia en la que
estaba Belmonte, que un torero de
campanillas se había negado a torear
determinados toros, sin que se conmoviera
nadie, Juan comentó, entre bromas y veras,
con aire nostálgico:
-Una vez que dijeron que yo había
hecho eso, por poco me quitan de torero.»
Los Caballos de Miura... y más anédotas.
Un día fue Joselito a la finca de Miura
a ver unos caballos. Le acompañó en la visita
uno de los hijos de don Eduardo I, Antonio II,
de quien Gallito era bastante amigo. No vieron
toros. José sabía perfectamente que era
norma de la Casa no enseñar los toros a
ningún torero. Estuvieron toda la tarde viendo
y probando caballos, que eran todos de
estampa preciosa. Antonio II Miura explicó a
Joselito todas las faenas de selección que
habían sido necesarias para lograr aquellos
animales tan bellos. Y Joselito le dijo en tono
de broma:
-Ya podían hacer ustedes lo mismo
con los toros, a ver si conseguían ejemplares
como éstos caballos.»
52
«La mañana anterior a un día en que
Gallito toreaba una corrida de Miura en la Feria
de Sevilla, fue al cortijo del «Cuarto», donde
se presentaban siempre los toros antes de
las corridas, con unos amigos. Querían éstos
ver los toros. Joselito también los vio. Vio los
diez que tenía apartados don Eduardo I para
decidir a la mañana siguiente los seis que
habían de ir a la plaza.
Mirando los astados fue señalando los
que él tenía, por el momento, decidido que se
fueran a lidiar. Pero...
-Si a ti te gusta más alguno de los que
están ahí -dijo el ganadero a Joselito-, se
puede cambiar ahora.
-¿Cuáles ha escogido usted...? -
preguntó Gallito.
-Ya te he dicho.
-Pues esos son los que irán.
Y se cambió la conversación.»
_____________________________
«Un chaval de Marchena, años
después figura muy destacada de la
enseñanza universitaria de España, preguntó
un día a su padre, con admirable infantilidad
e influido por la leyenda de los toros de Miura:
-Oye, papá, ¿los cochinos de Miura
también son bravos...?»
_____________________________
«El día (27-06-1911) se lidió en Sevilla
una corrida de Miura que torearon Vázquez
II, Rosalito y Dominguín. Este último resultó
gravemente herido por el toro quinto de la
corrida, el cual, después de la hazaña, quedó
emplazado en los medios de la plaza, en
forma que produjo verdadero pánico. El más
asustado de cuantos estaban allí fue el presidente
de la corrida, que, sin encomendarse a
nadie, ordenó que el toro fuese devuelto a los
corrales. Este toro se llamaba Sevillanito.»
_____________________________
«El día (21-04-1909) se corrieron en
la misma plaza de Sevilla seis toros de don

Eduardo I Miura, que, en conjunto, integraban
una de las corridas más parejas que el
ganadero había sacado de sus campos hasta
aquella fecha. Eran los matadores: Pepete,
Moreno de Alcalá y Vázquez. En el quinto toro
los tres toreros estaban seriamente heridos
en la enfermería. Hubo un momento de estupefacción
en el graderío. Aquello era realmente
inaudito.
El público se dio cuenta de la
presencia de Ricardo Bomba (Bombita) en
una localidad de sombra y pidió a éste que
saltara al ruedo para acabar con el toro. Y
antes de que Bombita adoptara ninguna
resolución, su hermano Manolo, que también
estaba allí, bajó al redondel y pidió permiso a
la presidencia para dar cuenta de aquel «bicho.»
Ya estaba todo dispuesto para ello
cuando el mayor de los Bomba, Emilio,
también espectador de la corrida, bajó al ruedo
y obligó a Manolo a desistir de la empresa. El
barullo que se formó en la plaza fue
mayúsculo y aprovechado por un aficionado
entonces -luego popular taurino-, llamado
Antonio Villarán (Villarillo), para dar al «miura»,
que se había hecho el amo de la situación,
algunos pases de muleta. Los representantes
de la autoridad retiraron a Villarán del ruedo,
ordenándose seguidamen-te que el toro
volviera a los corrales.
Todavía hubo otro espontáneo para
acabar con el animal: «El Pollo Postura»,
banderillero de uno de los espadas heridos.
Pero no pudo terminar la escena, nueva en
los anales de la plaza de la Real Maestranza
de Sevilla. Después de una agresión
infortunada, el público le hizo desistir. Por fin
el toro fue devuelto a los corrales y la corrida
suspendida. No terminada, porque aún
quedaba en los chiqueros el toro que debería
haber salido en sexto lugar.»
_____________________________
«El día (04-08-1907), un «valiente de
verdad», el Moreno de Alcalá se anunció con
seis toros de Miura, él solo, como espada, en
MIURA - 2002
la misma plaza de la Real Maestranza de
Sevilla. Este suceso tenía el antecedente de
Luis Mazzantini, pero no ha tenido
consecuente en los anales de dicha plaza.
Don Eduardo I Miura llamó a su casa al
Moreno de Alcalá para felicitarle de antemano
y permitirle -¡caso inaudito!- que fuera al
campo a escoger los toros que más le gustasen.
El torero renunció el favor y el honor. Que
escogiera el ganadero los que él quisiera,
como era norma de la casa.
En Sevilla se habló mucho de esta
prueba tan dura a que quiso someter el
Moreno de Alcalá a su proverbial valentía. Al
cabo de los años la prueba sirvióle para bien
poco. Y la valentía igual. El Moreno de Alcalá
cogió los tiempos en que el toreo empezó a
ser algo más que una lucha heroica con los
toros. Esta nueva concepción de la lidia de
reses bravas acabó con todos los que no
fueron capaces de ajustarse a ella.
La corrida se dio como estaba
previsto, saturada de emociones y de sustos.
Dicen las crónicas que entre los tres toros
primeros cogieron al Moreno de Alcalá
dieciséis veces, dejándolo en lamentables
condiciones, pero no sin arrestos para ir a
los toros después de cada percance, como
si nada hubiera ocurrido. Después de las
volteretas, el de Alcalá se ponía más cerca y
se comportaba más valiente. Por lo visto se
sabía la lección -¡terrible lección!- que
circulaba por aquellos días en el mundo del
toreo, que la única manera de ganarle la pelea
a los toros de Miura era mostrarse más
valiente que ellos. La teoría también la sostuvo
Juan Belmonte, con éxito.
Cuando tocaron a matar al cuarto toro,
Moreno de Alcalá cogió la espada y la muleta
y se fue sin vacilación al encuentro del
enemigo. Por el camino se cruzó con uno de
sus banderilleros. Este le miró asombrado.
Al llegar el rehiletero a la barrera comentó con
otros compañeros:
-Ese torero es el más valiente que
«parió» madre... y se fue hacia el toro
canturreando una malagueña.
53

MIURA - 2002
El Moreno de Alcalá mató los seis
toros de Miura y se volvió a su pueblo
justamente como si no hubiera hecho nada...
¡¡NADA... !!
Ahora, en cambio, que estamos en
otra época muy distinta y que se tiene de las
cosas del toreo un concepto completamente
distinto también, matar seis toros de Miuras
tal vez representara algo... ¡Si ya los
representaba el matador!
____________________________
Rafael Gómez (el Gallo), al que un aficionado,
cuyo nombre leerá el lector unas líneas
más adelante, llamó El Caruzzo del toro,
uno de los toreros que hemos dado en llamar
también geniales, en toda la historia del toreo
-probablemente el más genial-, también tiene
páginas en su vida llenas del nombre de Miura.
Y anécdotas muy celebradas relacionadas
con la famosa divisa. En cierta ocasión, antes
de vestirse de torero para matar una corrida
de Miura, preguntó de pronto cuál era el pelo
de los toros. La pregunta no fue lanzada a
humo de paja. Rafael, como todos los toreros
metidos de lleno en su oficio, sabía sobre
poco más o menos cuál era el pelo «fácil» en
cada una de las ganaderías más calificadas.
Los que estaban con él, incluido el mozo de
espada, no penetraron el sentido de la
pregunta, y ninguno se atrevía a decir el color
de los miuras preparados. Al fin, el mozo
de espada dijo, no compro-metiéndose a
nada:
-Hay uno negro; otro, castaño; un
entre-pelao..., otro, cárdeno...
-Total -dijo Rafael-, cada uno de un
pelo...
-Pues, sí...
-Esas son las corridas de los «niños»
que me gustan a mí. Por lo menos, no salen
todos los toros igual...»
Rafael (el Gallo) conquistó una vez un
triunfo apoteósico con un toro de Miura en la
plaza sevillana. Como él decía donosamente,
a la hora de torear bien nunca le había
preguntado al toro cómo se llamaba ni de
54
dónde venía. Sin embargo, se supo que el toro
famoso en la vida artística del Gallo se llamó
Merengue, nombre «altamente sonoro y
significativo», si lo relacionamos con la lidia
«de dulce» que recibió de Rafael.
Los gallistas estaban aquella tarde en
la plaza y andaban luego por la calle que no
transigían con nadie. Eran los días en que
algunos se habían empeñado constantemente
en crear la competencia absurda entre
Rafael Gómez (el Gallo) y Ricardo Torres
(Bombita). Muchos aficionados buenos de
Sevilla se embarcaron en este espejismo,
como otros buenos aficionados de tiempos
atrás lo habían hecho en el que marcó la supuesta
rivalidad entre el Guerra y el Espartero,
igualmente absurda que la anterior.
Bombita, que era tan fino y tan distinguido,
comentaba sobre el particular: «¿Qué
competencia...? No puede haberla, porque el
día que Rafael está bien yo soy el primer
gallista.» Pues bien: Ricardo fue espectador
de la corrida en que el Gallo triunfó tan
esplendorosamente con un toro de Miura. En
aquellos tiempos iba menos gente que ahora
a los toros -mucha menos-, y se podía ver en
los tendidos de las plazas a las personas
distinguidas. Ricardo fue a ver la corrida con
su hermano Manolo.
Tuvieron la mala fortuna de que sus
localidades estuvieran muy cerca de uno de
los grupos de gallistas recalcitrantes, que
aquella tarde estaban inaguantables, sobre
todo desde que vieron a Bombita. Pasó éste
con admirable serenidad cuanto quisieron los
gallistas. Por algo era el autor -de la teoría:
«El torero, dos horas en la plaza y veintidós
en la calle.» Llevó con elegancia suprema toda
la carga de los gallistas, que en cuanto Rafael
se movía por el ruedo se levantaban lanzando
grandes voces de aliento en las que había,
desde luego, un marcado tinte de «desaliento»
para Ricardo (Bomba). Los dos
hermanos Torres Reina parecían impávidos.
Cuando el Gallo remató su faena cumbre con
una estocada perfecta, realizada en la suerte
de recibir, el grupo se alzó en manifestación

violenta.
-¡Olé, olé y olé!
-¡El amo!
-¡Eso no lo ha hecho nadie!
Y el nadie fue recalcado como si fuera
una piedra lanzada a Ricardo (Bomba). Otro
se atrevió a más.
-¡El que sea capaz de repetir eso, que
se levante...!
El Bomba parecía inmutable.
Rafael inició la vuelta al ruedo, que fue
apoteósica. Al llegar a la altura de la plaza
donde se sentaba el grupo de incondicionales,
uno de éstos, Antonio Ruiz Gálvez -¿cómo
iba a faltar allí Antonio Ruiz Gálvez, el gallista
más gallista de todos los gallistas de Sevilla?-
, se levantó como por ensalmo y, alzando las
manos crispadas por la emoción, gritó casi
al oído de Bombita:
-¡Olé mi torero...! ¡Viva el Caruzzo del toreo...!
Ricardo no se pudo contener más.
Volviendo la cabeza levemente, y sin perder
la serenidad, preguntó con tono irónico:
-¿Usted ha oído cantar alguna vez a
Caruzzo...?
-Yo no -contestó con entusiasmo
Antonio Ruiz Gálvez.
Pero me han dicho que Caruzzo es el
que mejor canta en el mundo, y como ese
que va dando la vuelta al ruedo es el mejor
torero del mundo, yo le digo Caruzzo... ¿Qué
pasa...?
Ricardo no contestó nada. Su
hermano Manolo le recomendó en voz baja:
-Déjalos, Ricardo.
Torero éste dos horas en la plaza y
veintidós en la calle, traía por mal camino a
los aficionados de Sevilla, que se habían
propuesto crearle un girón de rivalidad en la
persona de Rafael (el Gallo). Como si Rafael
(el Gallo) estuviera en el mundo de la rivalidad.
A lo peor ni estaba siquiera en la realidad. Pero
esto no querían comprenderlo los aficionados
sevillanos de la mentalidad de Antonio Ruiz
Gálvez, por ejemplo, que tenía formado al
genial lidiador un pedestal bajo el cual pasaba
el torero de toda la historia a rendir pleitesía.»
La Anécdota de Islero.
MIURA - 2002
TODOS los aficionados de la
entonces actualidad española y de todos los
sitios del mundo donde alienta la Gran Fiesta
de España saben que el toro que hirió de
muerte a Manolete pertenecía a Miura, y que
se llamaba Islero.
Pocos, no obstante, conocen la anécdota
de este toro tan tristemente célebre. Más
tristemente que el Jocinero que mató a
Pepete. Más que el Perdigón que mató al
Espartero... Más que ningún toro de la vacada
de Miura en los ciento sesenta años que ésta
lleva de existencia, en el año 2002. Islero
estaba marcado con el número 21. Era negro,
entrepelado, hijo de una vaca llamada Islera,
y estaba herrado arriba. En la vacada de Miura
se sigue manteniendo el lugar del hierro del
toro, según lo trajeron cuando llegaron a poder
del fundador de la vacada, las distintas tropas
de ganado bravo con que don Juan Miura
integró hace ciento sesenta años aquella ganadería.
En Miura se sigue herrando arriba o
abajo conforme la reata de la res proceda de
Cabrera o de Albareda. Islero estaba herrado
arriba. Pesó en canal 295 kilogramos. Nadie
pensó lo que habría de ocurrir después que
se llevaron a Manolete a la enfermería de
Linares y nadie se preocupó de que la cabeza
de aquel toro pudiera pasar algún día a formar
pieza destacada de cualquier museo taurino.
No quedaba más rastro de Islero, que su
madre, que allá en los campos de don
Eduardo II Miura pastaba tan tranquila.
El año anterior, 1946, había dado a la
lista de la vacada, otro toro de lidia. Se corrió
en la Feria de Sevilla del mentado año y
estaba marcado con el número 55. Pesó 300
kilogramos en canal. Como quedó dicho en
páginas anteriores, después de la tragedia de
Linares, Eduardo II Miura mandó a la inocente
Islera al matadero. Le mandó cortar la cabeza
y se la regaló a su amigo Enrique García
Oviedo. Muerto éste, es de suponer que la
55

MIURA - 2002
citada cabeza se conserve en poder de su
hermana y heredera doña Florentina García
Oviedo.
Más interesante que todo esto tal vez
ignorado por los aficionados de nuestro tiempo
-ésta es la verdadera y auténtica anécdota
de Islero-, es que el famoso toro que mató a
Manolete no estaba destinado a la plaza de
Linares. Ni ese toro, ni ninguno de los que
integraron aquella corrida del día 28 de agosto
en la mentada plaza. No tenía en la temporada
de 1947 toros para Linares Eduardo II Miura.
La última corrida, que se lidió en Linares, fue
vendida mucho tiempo antes para la
tradicional Feria de Murcia y cuando alguien
le pidió una corrida para la feria de la ciudad
linerense, el ganadero contestó que no la tenía.
Personas de influencia en el mundo de la
Fiesta trataron de convencer a Eduardo II de
que la corrida para Murcia no se lidiara en esta
ciudad. El ganadero, fiel a sus compromisos,
mantuvo su posición de manera irreductible.
-No tengo toros para Linares. La última
corrida que está en el campo es de la
empresa de Murcia.
Pero el destino dispuso que Islero fuese
a Linares y después de unas gestiones
quedó acordado que la corrida de Murcia fuera
al otro lado.El empresario linerense preguntó
a Eduardo Il Miura cuando le comunicó la
cesión última:
-¿Cuánto me va usted a cobrar por la
corrida...?
-Exactamente el mismo precio en que
la tenía vendida a la empresa de Murcia...
Así fue como Islero, se encontró en
la tarde del día (28-08-1947), con el Califa III
del toreo Manuel Rodríguez (Manolete) en la
plaza de toros de Linares.
«Un joven torero, de hace medio siglo,
ajustó con cierto empresario su debut. Se había
estudiado bien la organización del suceso
para que todo saliera «a modo», como se dice
corrientemente en el argot moderno de la
torería. No se habló para nada del ganado que
habría de lidiar el aspirante al estrellato. Ya
fuera del despacho de la empresa, el
56
muchacho preguntó a su apoderado, con cara
de poca tranquilidad:
-¿No irán a llevar toros de Míura... ?
-No, desheche la idea. Miura tiene este
año una camada muy corta... de toros.
-¿Corta...? He oído decir que tiene lo
menos siete toros...»
Y hasta aquí, todas y cada una de la
interesantes y amenas anécdotas que
aparecen en el libro MIURA: Cien años de
gloria y de tragedia, alumbrando la lógica
de que tras ellas, antepongamos las jornadas
gloriosas que los toros de Miura ofrecieron
como «regalos caídos del Cielo»... y por el
valor de aquellos hombres, a muchas figuras
del toreo a lo largo del siglo que al escribir
estas líneas agoniza..., porque espacio
habrán para relacionar a los matadores que
dieron su sangre generosa en los ruedos para
cubrir la Segunda Parte de esta obra.
La Anécdota de «Indiano.»
Ya quedaron expuestas las anécdotas
del prestigioso cronista taurino don
Enrique Vila, pero faltan, si el lector lo permite,
las del autor de esta publicación, que creemos
sinceramente le faculta plena, moral y
éticamente, para haber realizado la presente
obra. Estas nuevas anécdotas están acompañadas
de imágenes a color con la finalidad
de darles toda la objetivad y la veracidad científica
que corresponden.
Ciertamente, después de Juan
Belmonte, muchos toreros cogieron los
cuernos por la mazorca a los toros de Miura,
por lo que dejó de ser el único. Esta hazaña
que, al tiempo de su afectividad por vez primera,
había de considerarse legendaria, llegaría
con el tiempo a ser repudiada por los
públicos en España. Muy pocas veces se
consiente a un torero que tome de los cuernos
a un toro, sea éste Miura o no, sin que brote
un aire de protesta. Cincuenta y dos años, es
decir, en 1966 (6 de abril) después, un
profesional veterinario también de nombre
Juan -este servidor de ustedes- cogió un toro

de Miura, de nombre Indiano, por los cuernos
y en su propio potrero, en el célebre cortijo
Zahariche. Cuando don Eduardo II Miura
Fernández, uno de los hijos de don Antonio II
«-Niño de Miura-» vio aquello, delante de la
cara del miureño, dijo: «Si mi padre hubiese
visto lo que usted ha hecho, se volvería a morir.»
Por una razón, fácilmente deducible
de la anécdota anteriormente consignada, el
matador Juan Belmonte es la persona que
con más autoridad podía hablarnos de las
características esenciales del toro de Miura...
-pero el doctor Zaldívar Ortega, desde el más
alto nivel científico, propio de un investigador,
también-, como dice Enrique Vila, porque en
la leyenda popular de todos los medios taurinos
de España, a partir de aquella corrida
célebre en los anales de la Maestranza, los
nombres de Miura y Juan Belmonte quedaron
unidos para siempre. En el Capítulo 5, antes
de resumir la biografía de Juan Belmonte,
se narrarán las características esenciales del
toro de Miura, según Juan Belmonte.
¡Ahí va la primera anécdota del Autor,
con el más sentido brindis!...
Minutos antes de las ocho de la
mañana, del día (05-04-1966), alguien llamó
a la puerta de nuestra casa, en la calle Bami
-de la barriada del mismo nombre-, número
21, en Sevilla. Cuando le abrí, me encontré
frente a un hombre alto, delgado y fuerte, con
gafas, que de inmediato me dio la mano,
diciendo, sin más preámbulos: «Vengo a que
usted pruebe si puede hacer con mis toros lo
que hace con otros, utilizando su sistema. Soy
Eduardo Miura y espero acepte... Mañana
vuelvo por usted...» Me volvió a estrechar la
mano, se destocó con educación y aquella
figura inconfundible, enigmática e inesperada,
se marchó.
Fue cuando recordé, como si volviera
a verlo, el espectáculo de aquellos inmensos
miuras en la plaza de El Puerto de Santa
María, sólo que ahora y en pocas horas los
tendría frente a mi. Debo decir, porque esto
es muy personal, que temí no volviera don
MIURA - 2002
Eduardo al día siguiente, porque me quedé
pensando: Éste hombre, tan famoso debe haberme
visto muy poca cosa para enfrentarme
a prueba tan severa, como suponía la de
dominar a un Miura. Pocas horas después
com-prendí la enorme calidad humana de
aquel personaje, la sencillez y la grandeza,
de quien es hoy legendario y recordado de
todos los aficionados del universo taurino... y,
sobre todo, que aquella suntuosa figura
quijotesca, seca, terminante y de firme
carácter, fue un señor a carta cabal, un caballero
hospitalario, de una honestidad criando
toros de lidia y de una seriedad en los tratos,
que pocos llegarán a igualarlo.
Aquél día estuve acomodando el
equipo de inyecciones a distancia, limpiando
las jeringas voladoras, calentando los
pequeños detonantes -los «capchurcharges»-
para garantizar que a su tiempo la
gota de pólvora detonara al impactar la jeriga
y el líquido tranquilizante se inyectara
totalmente. Y pensaba: No es posible que la
Providencia, siempre a mi lado desde mi más
tierna infancia, me otorgara esta oportunidad
única. Fuera miedos, porque el prestigio de
mi querida profesión estaba en juego. Y,
además, si algo me ocurriera con un toro de
Miura, ¡que gustazo!... Por supuesto que
aquella noche dormí menos que nunca.
A las siete de la mañana del día (06-
04-1966), bajé para abrir la cancela de entrada
del edificio y ya estaba llegando con su
Land-Rover don Eduardo II Miura. Subí de
inmediato... y le di un beso a mi esposa Alicia
Abreu, que me deseó suerte, y bajé la caja
con todo el material, con el sistema Palmer,
pasando de inmediato a la cabina, al lado de
don Eduardo II Miura. La emoción iba fuertemente
ligada con una ilusión inmensa, con el
apasionamiento de lo que realizaría. No dejé
tranquilo al Corazón de Jesús ni un instante.
La primera sorpresa fue comprobar
la seguridad y habilidad con la que don
Eduardo II conducía el vehículo. Y de inmediato
me preguntó: ¿Ha desayunado usted?
Por supuesto, no lo he hecho... desde hacía
57

MIURA - 2002
horas los jugos gástricos los traigo no se
dónde, le dije.
-Está bien.
-«En un rato vamos a pasar por
Carmona. Allí hay un bar en el que preparan
unas tostadas con manteca colorá... que las
va a necesitar para vencer al miura que quiero
tranquilice. Esas tostadas son milagrosas.»
Y así fue. Nos comidos cada uno un par de
tostadas con manteca colorá y un rico café
en el bar de Carmona que nunca olvidaré.
Aquella casi una hora de camino se hizo
larguísima, porque lo que anhelaba era llegar,
afrontar tan hermoso y peligroso reto.
Y de súbito, allí estaba la cancela de
palos enmarcada por dos altos postes unidos
a unos cuatro metros de altura... y en cada
esquina superior, una calavera de toro... ¡Vaya
tela marinera!, pasar bajo aquellas cabezas
que me parecieron aterradoras. La suerte
estaba echada... y sin haber pasado aún,
toros de Miura por todas partes. La emoción
no puedo describirla. Nunca volví a sen-tir
nada igual... ni lo sentiré. ¡Seguro!
No más llegar, don Eduardo me
presentó al mayoral, un hombre maduro,
chulísimo, don Antonio. Un personaje de
leyenda, como todo esos hombres leales,
atentos, que se bajó cortésmente del caballo
tordo rodado, ya casi blanco, a saludarme, y
de inmediato le dijo a don Eduardo:
-Señorito, el toro está listo. Y mirando
a lo lejos nos enseñó a quien después supe
que era Indiano... y don Antonio, ya subido a
su jaca, me miraba y remiraba más que extrañado.
La cosa no era para menos.
Y sí, allí estaba, rodeado de cabestros,
esperando «a su víctima», en un potrero
cercano, a donde en un par de minutos
estábamos todos... todos pendientes de
cuanto hacía con el equipo, las jeringas y el
rifle. (Véanse serie de imágenes en las
páginas siguientes, 60 y 61). El miedo, como
un velo invisible, lo cubría todo. Bajo la mirada
de don Antonio, la incertidumbre del ganadero,
y el nerviosismo de los vaqueros presentes...y
el de Miura enviándome rayos de agresividad.
58
Me sentía el ser más indefenso del mundo.
Sin embargo, mi preferida jaculatoria al
Corazón de Jesús, mil veces dichas, como
las que repiten en silencio los toreros en la
capilla de la plaza, eran el más efectivo tranquilizante.
Perdí un poco mi pulso aquél memorable
día.
La experiencia acumulada en cuanto
a la dosis que había empleado ya en la
tranquilización de dos centenares de toros
bravos me sirvió de poco, como comprenderá
el lector seguidamente. Calculé a distancia el
peso del toro, y mientras el mayoral pasaba al
potrero, arropaba a Indiano con los cabestros
y se retiraba unos 15 metros, yo preparaba la
jeringa, lubricaba el émbolo, colocaba la aguja
y el detonante inyector e introducía el tranquilizante,
enroscaba la escobilla y, seguidamente,
introducía la jeringa en el rifle. La dosis del
tranquilizante empleada era similar a la de
toros de otras ganadería. No cargué ningún
milígramos de más. Fue el gran error... el no
pensar que los toros de Miura necesitaban
más dosis. ¿Quién había realizado antes tal
experimento? ¿Dónde podía haberlo leído o
estudiado? La expectación inicial no era nada
al estado de miedo que embargó a todos los
asistentes cuando quince minutos después de
inyectado el tranquilizante, le dije a uno de los
vaqueros: -Por favor, abra la cancela, que voy
a pasar. (Lo espectacular era que el animal
estuviese prácticamente vivo, es decir, que se
moviera de un lado a otro. Eso es lo que
deseaba, para convencer a todos... y las puertas
de los cortijos de España se les abrieran
a la naciente generación de veterinarios.)
Y fui -todo aquello era muy personalcaminando
hacia el toro, que fíjamente me
miraba. El temor de todos era evidente. Era
consciente que me tildarían de loco, de
osado... y mientras, con un traje de vestir, que
no me quise quitar porque aquello era más
que una ceremonia social, un verdadero acto
litúrgico y de una dimensión y emoción formidables...
como podrá observar y reflexionar el
lector en las imágenes de ésta y la siguiente
página, que no necesitan ninguna explicación.

Segundos después, las distintas
fases de acercamiento con Indiano, que en
dos ocasiones, se vino derecho hacia mi...y,
lógicamente, con el lógico temor que todos
los toros de Miura provocan, tuve que salir
del potrero. La primera dosis fue insuficiente
para dominarlo ¡¡era un Miura!!... y hubo necesidad
de inyectarle un 12 por ciento más
del tranquilizante. La creencia del fracaso la
vi en los rostros, pero no me preocupó,
porque sencillamente aquello fue ya el gran
descubrimiento: La ciencia dejaba al descubierto
en toda su dimensión, la frase de Juan
Belmonte:
«Todos los toros llegan a un momento
de la lidia que se entregan, los de Miura,
no.» El descubrimiento fue sensacional.
La segunda vez, ya con más dosis y
la experiencia adquirida, volví a entrar al
potrero y me quedé esperando, de «poder a
poder», que llegara hasta ponerse frente a mi
y con los cuernos a mis costados se detuvo
ante mi pecho y lo dominé. Los allí presentes
se aterrorizaron. Fue cuando le rodeé, no sin
antes decirle a los presentes, que guardaran
silencio, y le puse con evidente temor una
mano encima... quedé electrizado. Seguidamente,
el propio, don Eduardo II Miura se
acercó y acarició a su toro ¡es la primera vez
en mi vida que he podido hacer esto!, dijo,
entre otras cosas, el famoso ganadero; fue
cuando le contesté: ¿y cree usted que para
mi es la segunda vez, con uno de sus miuras?
El toro, una vez tranquilizado y
obligado a echarse el suelo, fue tratado de
una afección ocular y a las dos horas se
levantó. En todo aquello se encontraba el actual
propietario de la ganadería, a la sazón estudiante
de ingeniería agrícola, don Antonio III
Miura, quien después de muchos años,
cuando saluda al autor, le dice: «¡Y ése bicho
que no se quería dormir...! Él y su hermano
Eduardo III, copropietario de la ganadería más
famosa del mundo, colaboraron entusiásticamente
para la realización más completa de
la presente publicación. Mi más generoso
agradecimiento. Y que los lectores piensen
MIURA - 2002
lo que aquello significó para un venturoso
futuro profesional.
El Otro «Miura»... lidiado
en Bilbao.
Otros toros de Miura, pese a estar
tranquilizados, con la misma dosificación
empleada para Indiano, resultaron muy
difíciles que aceptaran el «acercamiento» y,
aun estando ya en el suelo, aparentemente
anestesiados profundamente, sacaban la
lengua y trataban de engancharme con sus
cuernos. Se trata de los típicos toros de Miura
con genio y agresividad excesivos, que necesitan
tener enfrente un torero con las
«taleguillas» bien puestas. Ese toro, de cuyo
nombre nunca llegué a enterarme, era líder
de un grupo. Un día sufrió el ataque de la envidia
de sus semejantes y fue embestido por
varios compañeros, perdiendo el liderazgo,
que fue ocupado por el jefe que provocó la
tremenda y sangrienta riña... que curiosamente,
dejó sólo en la contienda a los atacantes
que le hicieron después jefe. Así ocurre entre
los seres humanos.
Tenía siete cornadas, una de ellas
prácticamente le atravesaba el cuello y otra
le había seccionado un testículo. Fue curado...
y se le realizó una cirugía a nivel testicular,
recomponiéndole con los tejidos sueltos un
órgano falso, que los veterinarios no
descubrieron en el desolladero... y nadie en
la plaza de Bilbao, durante su lidia, se dio
cuenta que le faltaba un testículo.
Ese toro fue lidiado por el valiente
diestro Diego Puerta, más conocido entonces
por «Diego valor», nada menos que en la
tradicional «Corrida de Miuras» en la Plaza
de Toros de Bilbao, el año 1967. Contaba
entonces el burel siete años de edad y pesó
700 kilos en vivo y, pese a ello, Diego le cortó
las dos orejas ¡en Bilbao!. Fue un hecho curioso
y poco común, que en estas líneas
queda historiado (véase foto a pie de página).
Los primeros bovinos domésticos
tranquilizados a distancia en España, cuyas
59

MIURA - 2002
60
S I N C O M E N T A R I O S

S I N C O M E N T A R I O S
MIURA - 2002
61

MIURA - 2002
pruebas ya se citaron, se realizaron en la
Granja Pecuaria de la Diputación Provincial
de León (España), en septiembre de 1965,
fueron dos erales machos de raza pardoleonesa,
una rama de bovino procedente de
la raza pardo-alpina centroeuropea. Presentaron,
con dosis muy bajas, efectos intensos,
en relación con los toros bravos. Todos
bajaron la cabeza hasta tocar con sus morros
el suelo, y la duración de los efectos se
62
FOTO No. 19.
duplicó... y hasta triplicó a la de los bovinos
de lidia. Ese mismo hecho lo presentan
siempre los toros de lidia que son después
mansos al ser lidiados en las plazas. Los
toros de Miura, pese a estar profundamente
tranquilizados, jamás bajan la cabeza, no humillan,
como la mayoría de los asta-dos de
otras ganaderías... por eso no le gusta lidiarlos
al diestro español Manuel Caballero... ni a
muchos otros... menos al Zotoluco mexicano.
El valiente matador Diego Puerta, triunfó una vez más con un toro de Miura y subió
nuevamente a la gloria y pasó a la historia... El profesional que tranquilizó al toro
no recibió ningún aplauso y menos pudo cortarle las orejas al miureño... aun
cuando tuvo en sus manos el bisturí y el toro a su pies. Es que cada uno debe
simplemente cumplir su misión y los dos cumplimos. El matador ganó fama
y dinero y este autor el orgullo invaluable de escribir lo sucedido.

Don Antonio III Miura Martínez -no tuvimos la oportunidad que
esperábamos de saludar a su hermano don Eduardo III-, en
Zahariche, con el que tuve el placer de permanecer varias horas
completando datos, recorriendo los potreros y fotografiando
miuras para esta publicación, reciba el testimonio de mi afecto y
gratitud. En esas horas nos acompañaron mis sobrinos: el
ganadero sevillano don Antonio Delgado y el Lic. Jaime Abreu
Portillo, que tomó las fotografías.
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MIURA - 2002
En una de las paredes de la casa del cortijo Zahariche, los actuales propietarios,
señores don Antonio y don Eduardo Miura Martínez, testimonian con la foto de
este autor lo ocurrido aquel memorable día con «Indiano», a la vez que reconocen
el afecto y la admiración que sentí siempre por su señor padre, don Eduardo
Miura Fernandez.
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