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<strong>Stephen</strong> <strong>King</strong> y Otros <strong>Horror</strong> 7<br />
tenía que buscar el apoyo de sus colegas para afirmarse; en ocasiones, era como si los necesitara para<br />
poder creer que existía. Treinta y seis años, con un respetable título de Columbia, y, aun así, seguía<br />
siendo un indeciso, cosa que hasta a él mismo le irritaba. Quería que la realidad fuese como él:<br />
tranquila, estable, nada amenazadora, con un rostro honesto, que pudiese ser interpretado. Pero el<br />
comportamiento confiado de Onya y la extraña y coherente versión que había dado de sí misma le<br />
obligaban a reconocer que la realidad tiene muchas caras: todavía no podía comprometerse a ofrecer<br />
una interpretación definitiva de su caso.<br />
Mordiendo un lápiz con gesto distraído. Kensey se percató de que tenía que tomar una decisión<br />
sobre Onya. Si la mujer decía la verdad, entonces debía darle de alta para no interrumpir el flujo del<br />
progreso. Por otra parte, no quería ser responsable de haber permitido que el «agente de la destrucción»<br />
siguiera adelante con su intento de imponer... la nada. Además, siempre existía la sensata posibilidad<br />
de que fueran alucinaciones. No debía perder de vista ese aspecto.<br />
Los pensamientos de Kensey se vieron interrumpidos por la entrada de Joe Liscoe. uno de sus<br />
colegas.<br />
–Me alegra que hayas venido. Joe. Quiero comentar un caso contigo. La paciente de la ciento<br />
ocho, que ingresó anoche.<br />
Liscoe reflexionó por un momento y después asintió.<br />
–Sí, ya. Un caso típico de delirios de grandeza. ¿Hay algún problema?<br />
Joe se mostraba siempre tan seguro de sus diagnósticos que Kensey lo envidiaba.<br />
–No..., en realidad, no. –No quería mostrar su inseguridad ante su colega–. Simple curiosidad.<br />
Quería saber si la habías visto.<br />
–Sí, cuando la ingresaron. Parecía alterada. –Liscoe se interrumpió– . Oye, no encuentro mi<br />
vídeo. ¿Me dejas el tuyo?<br />
Aliviado por el giro dado a la conversación, Kensey fue a buscar el aparato. No se encontraba en<br />
su sitio acostumbrado. Buscó en el escritorio, mientras intentaba ocultar el pánico que lo embargaba.<br />
Ella se lo había advertido..., le había advertido que no la retuviera demasiado tiempo. ¿Existiría<br />
alguna relación?<br />
–Anoche debió de entrar algún ladrón –comentó Liscoe–. Fred tampoco ha encontrado el suyo.<br />
Kensey se sintió abatido.<br />
–¿Y por qué se llevarían sólo los vídeos?<br />
Le temblaba la voz. Rogó por que Liscoe no lo notara.<br />
–Cualquiera sabe. Ésta es una institución psiquiátrica. Ya sabes, aquí «nada» tiene sentido.<br />
Liscoe se encogió de hombros, y se volvió para marcharse al tiempo que decía que iba a presentar<br />
un informe.<br />
Kensey asintió, distraído, y se quedó a solas con sus crecientes temores. Entonces decidió que<br />
debía ver a su paciente de inmediato.<br />
Onya se encontraba tranquilamente sentada en la cama cuando Kensey entró en su habitación.<br />
Su rostro aparecía calmado, y el doctor volvió a sorprenderse de la nitidez de sus facciones. La mujer<br />
lo saludó sin demora.<br />
Kensey le preguntó cómo se encontraba.<br />
–Mucho mejor, doctor –respondió con una sonrisa–. Anoche tenía alucinaciones. Unos amigos<br />
míos me dieron una droga. Pero ahora ya pasó.<br />
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