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Horror 7- Stephen King y otros

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<strong>Stephen</strong> <strong>King</strong> y Otros <strong>Horror</strong> 7<br />

–Dado que ahora ejerzo un control sobre usted, ¿acaso soy una de las personas que han de erigirse<br />

en instrumentos de esa destrucción del mundo de la que habla?<br />

Kensey formuló la pregunta con petulancia; la silenciosa mirada de Onya le produjo un estremecimiento<br />

porque se dio cuenta de que tal vez estuviera en lo cierto al pensar de ese modo.<br />

Luchando por no continuar siendo objeto de debate, Kensey preguntó:<br />

–¿Y qué me dice de quienes proponen teorías opuestas?<br />

Le lanzó la pregunta como si abrigara la esperanza de que el lenguaje fuera a mantenerla a raya.<br />

Onya se limitó a levantar sus pálidas manos, con un claro disgusto ante la ignorancia del médico.<br />

–¡Qué tonto es usted! ¡Yo no le digo a «todo el mundo» lo que debe pensar! No hace falta.<br />

Sólo... me pongo en contacto con..., con quienes me resultan útiles para el objetivo.<br />

–¿El objetivo? –inquirió Kensey tragando saliva. La pausa hecha por ella antes de contestar lo<br />

inquietó.<br />

–La destrucción.<br />

–¿Nuclear?<br />

La expresión sombría y ominosa de Onya le dijo que ni siquiera llegaría a imaginarse la naturaleza<br />

de la ruina de la humanidad. Lo intentó por otro camino.<br />

–¿Ha visto usted esa destrucción?<br />

–He «nacido» de ella.<br />

–¿Cómo es posible?<br />

Onya soltó una risotada.<br />

–Ustedes tienen una teoría acerca del nacimiento violento de este mundo según la cual surgió de<br />

una explosión cósmica. Si acepta esa teoría, puede aceptarme a mí. He sido creada por la destrucción,<br />

e impulsada a través del tiempo para asegurar su propia eventualidad.<br />

–¿Y cómo puede usted desafiar el tiempo, pero no el espacio?<br />

Kensey hizo un ademán indicando la habitación donde estaba encerrada, seguro de haber logrado<br />

confundirla.<br />

–«Usted» se mueve a través del tiempo –contestó ella, echándose hacia atrás el negro cabello–,<br />

pero no podría huir de una prisión. Conmigo ocurre lo mismo. Con la diferencia de que yo me muevo<br />

en dirección contraria.<br />

Kensey se sintió desesperado. Sabía que tenía que pensar con claridad para sacarle alguna ventaja,<br />

y no lo conseguiría en presencia de aquella mujer. Le producía desasosiego. Dio un vistazo a su<br />

reloj para dar la impresión de que tenía prisa, luego le explicó brevemente que examinaría su caso a<br />

primera hora de la mañana. Si la reacción de Onya hubiera podido materializarse, habría adoptado<br />

la forma de un perro salvaje mordiéndole los talones al doctor cuando éste salió a toda prisa de la<br />

habitación.<br />

A la mañana siguiente, Kensey, solo en su despacho, reflexionaba acerca de su nueva y misteriosa<br />

paciente. Sus ojos grises lo observaban desde la foto de sí mismo y de su esposa, que descansaba<br />

sobre el escritorio de roble. «Gris». El color de la ambigüedad. Parecía adecuado, puesto que<br />

rara vez era capaz de considerar sus propias decisiones como correctas sin margen de error. Siempre<br />

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