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Horror 7- Stephen King y otros

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<strong>Stephen</strong> <strong>King</strong> y Otros <strong>Horror</strong> 7<br />

NADA ES CASUAL<br />

Katherine Ramsland<br />

Con una licenciatura en psicología experimental, un master en psicología clínica y un doctorado en<br />

filosofía, cualquiera hubiera dicho que, para Katherine Ramsland, el terror constituiría una propuesta<br />

irónicamente humorística. «No cuaja en un esquema lógico de blanco o negro», pero «siempre me<br />

han gustado los cuentos de fantasmas», y considera lo sobrenatural como «un atractivo campo donde<br />

se pueden hacer nuevos descubrimientos. Considero que el deber de todo filósofo es formular preguntas...».<br />

Kathie no es una aficionada ni una manqué. Ha hecho teatro, ha recorrido el país sola en motocicleta<br />

y ha publicado ensayos sobre Kierkegaard. «Si los conceptos de la verdad, la realidad y el conocimiento<br />

son dignos de la investigación filosófica –escribe la doctora Ramsland–, entonces, también<br />

habría que explorar lo sobrenatural.»<br />

En su primera obra de ficción que se publica, eso es precisamente lo que hace. Su considerable experiencia<br />

profesional otorga un nuevo significado a la expresión “terror psicológico”.<br />

***<br />

Siempre había soñado con hacer algo que llamara la atención, no sobre sí mismo, sino sobre su<br />

obra. Por fin se le presentaba la ocasión. Aquella tarde, le habían expuesto un caso peculiar, e impulsado<br />

más por la curiosidad que por motivaciones profesionales, se dedicó a él de inmediato. En<br />

ese momento, recorrió la sala en dirección de la puerta de la paciente, se ajustó a la solapa la tarjeta<br />

que lo identificaba en el hospital: doctor Alan Kensey, Departamento de Psiquiatría. Adoptó una actitud<br />

que él imaginó como de autoridad, y entró.<br />

El comportamiento de la paciente era tan enigmático como el nombre que figuraba en su hoja<br />

clínica: Onya. Ningún apellido. Al entrar él, la mujer recorrió la habitación como una gata, y se refugió<br />

donde su propia oscuridad se fundió con las sombras. Por lo que el doctor pudo deducir, la<br />

mujer parecía inusualmente atractiva.<br />

–Señorita Onya... –comenzó a decir Kensey.<br />

–Onya a secas.<br />

Aunque no fue un susurro, su aterciopelada voz produjo el mismo efecto en él que si lo hubiera<br />

sido; se inclinó hacia ella, queriendo acercársele. Onya le clavó una mirada de fuego y, casi sin darse<br />

cuenta, se apartó de ella.<br />

–De acuerdo, Onya. Soy el doctor...<br />

–Le estaba esperando, doctor Kensey.<br />

Él vaciló, con algo de sobresalto.<br />

Debía de tener una vista increíblemente buena si había sido capaz de leer la tarjeta de identificación<br />

con tan poca luz.<br />

–¿Quiere acercarse, por favor? –la invitó–. Podemos sentarnos en estas sillas y estar más cómodos.<br />

–¿Está usted incómodo?<br />

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