Horror 7- Stephen King y otros

Horror 7- Stephen King y otros Horror 7- Stephen King y otros

juegosdemainque.xtrweb.com
from juegosdemainque.xtrweb.com More from this publisher
13.05.2013 Views

Stephen King y Otros Horror 7 hasta quitarle las bragas bikini como quien le arranca un pétalo a una flor cargada de rocío. Al principio, la cama de agua se mueve son suavidad, en respuesta a tu pasión. Poco a poco, el calor se torna cada vez más intenso; la llama arde con más fuerza y durante más tiempo. Entonces, como de costumbre, algo... algo falla. De repente, ya no puedes concentrarte en lo que haces; sin motivo aparente, vuelves a pensar en el maldito abrecartas que llegó por correo el mes pasado. El abrecartas ornamentado de acero y latón, obviamente hecho a mano. Un extraño regalo anónimo del que ella ignora el autor o el motivo. Sin embargo, ya lo ha ocultado en alguna parte de la casa... Una vez más, los detalles de esta parte del sueño resultan incómodamente vagos. No logras entender por qué una persona pudo haberle enviado un regalo tan inusual, que por otra parte, habría sido más adecuado para tu tipo de trabajo. No es preciso mencionar que siempre has sido consciente de la multitud de admiradores masculinos que tiene, y has abrigado la sospecha de que ella, algún día, pudiera rendirse a un artista mucho más brillante, más apuesto, con más éxito que tú. De modo que ahora continúas con más ahínco. Te hundes más, con más fuerza a cada caricia, procuras que esta vez sea mucho mejor que todas las anteriores. Haces que resulte tan bueno que ella jamás sienta la tentación de buscar el afecto y las atenciones de ningún otro. El sudor te va resbalando por la cara a medida que subes y bajas la cabeza. Ella es tuya. Siempre lo ha sido. Debe seguir siéndolo. Es tuya y de nadie más. Y entonces es cuando comienza la peor parte: ves que el abrecartas, por el que has estado preocupado en silencio durante semanas, está aquí. Aquí, debajo de tu vientre; ha sufrido una horrenda transformación: de tierno instrumento de devoción ha pasado a ser un inflexible instrumento de destrucción. Hundiéndote cada vez más en ella, mientras el frío líquido, antes aprisionado en el interior del sistema de flotación de la cama, se mezcla con la cálida humedad que de repente brota en profusa cascada de color rojo oscuro contra tu cuerpo sudoroso y cimbreante. Quizá por undécima vez en otras tantas semanas, todo se vuelve incontrolable. Te desplomas, perdido entre las olas mudas de una oscuridad mojada y un temor primordial a lo desconocido. Atrapado en un remolino gigantesco que no cesará jamás hasta dejarte completamente consumido en el interior de la succión de su vórtice. Claro que desde el principio has sabido que esto ocurriría. Y aunque su resultado aterrador no parece cambiar nunca, de algún modo te sientes reconfortado por la certeza de que esta parte acaba pronto, y de que, a la larga, toda esta pesadilla se borrará por completo de tu memoria. Sin embargo, por alguna extraña razón, el dolor imaginado parece mucho más tangible, incluso más circundante que ninguna de las otras veces. Aunque parezca una locura, sientes cierta dificultad al respirar, como si el aire salpicado de sangre se escapara por otros orificios, además de tu boca y tus fosas nasales... En un intento más inútil que nunca, tratas de abrir la boca, de gritar una advertencia. Pero ¿por quién estás gritando? Como un buceador que se queda sin aire y se afana por llegar a la helada superficie, te abalanzas 82

Stephen King y Otros Horror 7 contra las barreras del sueño eterno, despiadado, hasta que, una vez más, vuelves a despertar. A despertar por completo y a tener los pies en la tierra. Y te encuentras empapado. Primero sientes deseos de llorar y después de reír, enloquecido de alivio. Pero..., espera un momento..., la cálida humedad pegajosa no es sudor. y los gritos de angustia que oyes tan cercanos no provienen de tu amada, a la que acabas de destrozar, empujado por los celos, en tu espeluznante sueño. El espejo de la realidad te ofrece, durante unos pocos segundos, la verdadera imagen de tus temores más recónditos. Incluso sin abrir los ojos, te das cuenta de que ella ha encontrado el abrecartas que has tratado de ocultarle, el mismo que llegó con aquella sugerente nota sin firmar, enviada por una fervorosa admiradora de tu obra. Ahora ya no importa que tus ocasionales seguidoras provocaran en ella los celos más rabiosos y más tontos. Tampoco importa el que jamás pudiera convencerse de que la forma retorcida en que tratabas a los personajes femeninos de tus relatos y novelas nada tenía que ver con tus opiniones sobre las mujeres en la vida real. Porque a medida que el abrecartas, afilado como una cuchilla de afeitar, se hunde repetidamente en tu rostro y tu cuello, sólo puedes repetirte que éste, «el de este momento», debe de ser el final del sueño, apenas esbozado por ella, que la ha estado asaltando en las últimas semanas. Es cómico cómo todo vuelve a ti en tropel: una pesadilla inusualmente vívida que fue adquiriendo un cariz cada vez más terrible a medida que se repetía, aunque en las anteriores ocasiones ella siempre había perdido el conocimiento antes de alcanzar la culminación, desconocida aún, pero obviamente aterradora. Y que, salvo por algunas variaciones menores, casi triviales, se equiparaba a este horrible sueño que tú también recuerdas vagamente haber soñado al menos diez, once, no, más de doce ve... 83

<strong>Stephen</strong> <strong>King</strong> y Otros <strong>Horror</strong> 7<br />

hasta quitarle las bragas bikini como quien le arranca un pétalo a una flor cargada de rocío.<br />

Al principio, la cama de agua se mueve son suavidad, en respuesta a tu pasión. Poco a poco, el<br />

calor se torna cada vez más intenso; la llama arde con más fuerza y durante más tiempo.<br />

Entonces, como de costumbre, algo... algo falla. De repente, ya no puedes concentrarte en lo que<br />

haces; sin motivo aparente, vuelves a pensar en el maldito abrecartas que llegó por correo el mes<br />

pasado. El abrecartas ornamentado de acero y latón, obviamente hecho a mano. Un extraño regalo<br />

anónimo del que ella ignora el autor o el motivo. Sin embargo, ya lo ha ocultado en alguna parte de<br />

la casa...<br />

Una vez más, los detalles de esta parte del sueño resultan incómodamente vagos.<br />

No logras entender por qué una persona pudo haberle enviado un regalo tan inusual, que por otra<br />

parte, habría sido más adecuado para tu tipo de trabajo. No es preciso mencionar que siempre has<br />

sido consciente de la multitud de admiradores masculinos que tiene, y has abrigado la sospecha de<br />

que ella, algún día, pudiera rendirse a un artista mucho más brillante, más apuesto, con más éxito<br />

que tú.<br />

De modo que ahora continúas con más ahínco. Te hundes más, con más fuerza a cada caricia,<br />

procuras que esta vez sea mucho mejor que todas las anteriores. Haces que resulte tan bueno que<br />

ella jamás sienta la tentación de buscar el afecto y las atenciones de ningún otro. El sudor te va resbalando<br />

por la cara a medida que subes y bajas la cabeza.<br />

Ella es tuya.<br />

Siempre lo ha sido.<br />

Debe seguir siéndolo.<br />

Es tuya y de nadie más.<br />

Y entonces es cuando comienza la peor parte: ves que el abrecartas, por el que has estado preocupado<br />

en silencio durante semanas, está aquí. Aquí, debajo de tu vientre; ha sufrido una horrenda<br />

transformación: de tierno instrumento de devoción ha pasado a ser un inflexible instrumento de destrucción.<br />

Hundiéndote cada vez más en ella, mientras el frío líquido, antes aprisionado en el interior<br />

del sistema de flotación de la cama, se mezcla con la cálida humedad que de repente brota en profusa<br />

cascada de color rojo oscuro contra tu cuerpo sudoroso y cimbreante.<br />

Quizá por undécima vez en otras tantas semanas, todo se vuelve incontrolable. Te desplomas,<br />

perdido entre las olas mudas de una oscuridad mojada y un temor primordial a lo desconocido.<br />

Atrapado en un remolino gigantesco que no cesará jamás hasta dejarte completamente consumido<br />

en el interior de la succión de su vórtice.<br />

Claro que desde el principio has sabido que esto ocurriría.<br />

Y aunque su resultado aterrador no parece cambiar nunca, de algún modo te sientes reconfortado<br />

por la certeza de que esta parte acaba pronto, y de que, a la larga, toda esta pesadilla se borrará por<br />

completo de tu memoria.<br />

Sin embargo, por alguna extraña razón, el dolor imaginado parece mucho más tangible, incluso<br />

más circundante que ninguna de las otras veces. Aunque parezca una locura, sientes cierta dificultad<br />

al respirar, como si el aire salpicado de sangre se escapara por <strong>otros</strong> orificios, además de tu boca y<br />

tus fosas nasales... En un intento más inútil que nunca, tratas de abrir la boca, de gritar una advertencia.<br />

Pero ¿por quién estás gritando?<br />

Como un buceador que se queda sin aire y se afana por llegar a la helada superficie, te abalanzas<br />

82

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!