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<strong>Stephen</strong> <strong>King</strong> y Otros <strong>Horror</strong> 7<br />
–¿Y dónde está la ruborosa novia?<br />
–Su esposa la trae hacia aquí en su cacharro, reverendo. Yo y Jug vinimos en el carro.<br />
–Vaya, la señora Simms no me ha comentado nada de eso. Bueno, supongo que no tardarán en<br />
llegar.<br />
Pasó media hora antes de que el cacharro se acercara a la iglesia, traqueteando y echando humo.<br />
La señora Simms se apeó, pero de la criada que habíamos contratado no vimos ni rastro. Yo estaba<br />
acalorado de tanto esperar, y cuando vi que la chica no venía con ella, no pude más y la interpelé a<br />
gritos:<br />
–¿Dónde cuernos está la muchacha?<br />
–Donde no brilla la luna, señor Taggott, ni el sol –replicó–. Oye, quiero hablar contigo –dijo el<br />
reverendo.<br />
Lo condujo al interior de la iglesia y nos dejó a mí y a Jug, allí de pie, como un par de terneros<br />
recién nacidos.<br />
Más tarde, el reverendo me lo explicó todo. No me enteré ni de la mitad, pero a lo mejor vos<strong>otros</strong><br />
lo entendéis bien. Al parecer, su señora supo lo que hacíamos los tres en el momento mismo en<br />
que le puso los ojos encima a la chica. Se dio cuenta de que no era como la gente normal. Una basura<br />
del extranjero, ¿me explico? La señora Simms conocía el tema, y, como os he dicho ya, era una<br />
poderosa hechicera, por eso dijo que la muchacha era una chupa no sé qué, dijo que existían muchas<br />
como ella en el país del que venía, y que había un montón de libros escritos sobre ellos, y también<br />
poemas, como La Bel dom son mer sí. Dijo que nos estaba chupando la vida a mí, a Jug y al reverendo,<br />
y que la única forma de acabar con uno de ellos era clavándole una estaca en el corazón. O<br />
sea que eso fue lo que hizo, y enterró a la muchacha en mi granja, en el pastizal de atrás, debajo del<br />
enorme olmo, junto a mi esposa. Así que, después de todo, no tuve que volverá casarme.<br />
La señora Simms dijo que la chica ni siquiera era de Pennsylvania, como habíamos creído, sino<br />
de otro lugar llamado Transilvania, me parece.<br />
A veces, por las noches, incluso ahora, no sabéis cómo echo de menos a la muchacha. Cuando<br />
me siento solo, pienso mucho en ella, y recuerdo cómo le brillaba la luz de la luna sobre el cuerpo<br />
desnudo, volviéndose azul, y entonces no me importa un pimiento si era o no lo que la señora<br />
Simms dijo.<br />
Claro que el sheriff no se creyó una sola palabra y la acusó de asesinato. El móvil fueron los<br />
consejos espirituales que el reverendo le daba a la chica una vez por semana. Dicen que la declararon<br />
no culpable por enajenación mental y fue a parar a un manicomio. Si cuando entró no estaba loca,<br />
seguro que sí lo estaría diez años más tarde, cuando murió sin haber salido.<br />
Y juro por éstas que no me he inventado nada.<br />
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