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Horror 7- Stephen King y otros

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<strong>Stephen</strong> <strong>King</strong> y Otros <strong>Horror</strong> 7<br />

Salió tras ella como el sabueso tras la liebre. La chica lo hizo correr de lo lindo: hasta el retrete,<br />

y de vuelta hasta los pastizales de atrás. Entonces ella tropezó con una raíz, cayó boca abajo y Jug<br />

se le sentó encima. Él se aferró a ella como si de eso dependiera su vida. ¿Que si la chica no se retorció<br />

y luchó? ¡Aquí estoy yo para jurar que lo hizo! En un momento dado, estuvo a punto de escapársele,<br />

pero entonces la oímos chillar como un cerdo atascado y supuse que Jug la había clavado<br />

al suelo, tal como dijo que haría.<br />

¿No lo entendéis? La culpa fue del licor de maíz. Me volvió tan torpe que no logré agarrarla<br />

bien. Pero Jug no había probado una sola gota del destilado casero.<br />

–Se ha acabado el tiempo y la chica sigue en el suelo –anunció el reverendo–. Supongo que gana<br />

el muchacho. Quiero decir, pierde. La chica seguía chillando como si la estuvieran matando.<br />

–¡Jug! –grité–. Suelta a la muchacha ahora mismo, ¿me has oído?<br />

–En seguida... papá... –me contestó, casi sin aliento.<br />

–¡Ahora mismo! –volví a gritar–. ¡Esa muchacha es mi futura esposa!<br />

–Con todo respeto, sugiero un enlace rápido –dijo el predicador–. ¿Qué le parece mañana por la<br />

mañana, a eso de las diez? No venga antes, porque a las nueve he de bautizar al hijo de Geer.<br />

–¿De Jed Geer? Creí que en la guerra le habían destrozado las partes.<br />

–Ya se lo dije en otra ocasión, y se lo vuelvo a repetir ahora, hermano Taggott: los designios del<br />

Señor son inescrutables.<br />

–Amén. ¿Jug? ¡Deja que la chica se levante!<br />

–Sí, papá. ¡Ya... ya acabo!<br />

Bueno, pues así fue como me comprometí con la criada que habíamos contratado. Lo de la boda<br />

fue otra historia.<br />

A la mañana siguiente, muy temprano, nos lavamos a fondo hasta quedar relucientes. Jug iba a<br />

hacerme de padrino. Ya estaba lo bastante crecido como para llevar el traje azul a rayas que yo usaba<br />

los domingos; en cuanto a mí, me puse el viejo traje negro con colas que cuelgan por atrás que<br />

perteneció al padre de la mamá de Jug. Lo heredé junto con la granja. Sólo me lo había puesto en<br />

dos ocasiones: para mi primera boda y cuando asistí al entierro de la mamá de Jug. Era mi deseo<br />

que me enterraran con ese mismo traje. Con mucho trabajo logramos meter a la muchacha en el viejo<br />

vestido blanco que había pertenecido a la mamá de Jug. Aquello fue como meter dos kilos de forraje<br />

en un saco de un kilo de capacidad. La mamá de Jug era una cosita delgaducha, mientras que<br />

la criada que habíamos contratado no lo era, lo puedo asegurar. Le quedaba bien y no pasaría nada<br />

con tal de que no se sentara, ni se agachase, ni respirara. También se puso los zapatos rojos. Estaba<br />

muy guapa.<br />

–Como para comérsela –comentó la señora Simms, cuando la vio de pie, en medio de la cocina,<br />

arreglada para la boda.<br />

La mujer del reverendo vino en el cacharro para llevar a la muchacha hasta la iglesia y entregarla<br />

en matrimonio. Yo y Jug tuvimos que ir en el carro. La esposa del reverendo dijo que no quedaba<br />

bien que llegásemos todos juntos, o alguna tontería parecida. Así que até el caballo al carro y yo y<br />

Jug partimos para la iglesia.<br />

Cuando llegamos, encontramos al reverendo Simms esperándonos en la puerta.<br />

–Buenos días, hermano Taggott. Está usted emperifollado como un pavo de Navidad.<br />

–Muy amable por su parte.<br />

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