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<strong>Stephen</strong> <strong>King</strong> y Otros <strong>Horror</strong> 7<br />
–Por ti, Cameron.<br />
La navaja se apoyó en la garganta del muchacho y, de repente, le trazó un corte a modo de sonrisa<br />
por la que brotó un torrente carmesí que le bañó el pecho; mientras él se tambaleaba hacia la calle,<br />
dejando a su paso un reguero de sangre, Cameron descubrió que no podía apartar la mirada.<br />
Videodrome. «Toda la película cuenta una historia», pensó el sargento detective Richard Howe,<br />
haciéndose a un lado para dejar libre el campo visual del fotógrafo de la policía. Sabía que las huellas<br />
digitales que tendría sobre su mesa al día siguiente darían la impresión de describir la realidad,<br />
pero sus imágenes aplanadas desmentirían lo que él había presentido desde el momento en que<br />
llegó: las manchas de sangre que cubrían el suelo de la casa de Capitel Hill eran más profundas y<br />
más oscuras que ninguna de las que había visto en su vida. Le resultaría difícil olvidar la expresión<br />
de la mujer cuando le informó que los dedos cercenados eran trozos de látex, y que la sangre no era<br />
más que una mezcla de jarabe de maíz y colorante para alimentos. Volvió a mirar la cinta de vídeo<br />
rota, sellada en el interior de la bolsa de plástico de las pruebas: DIRIGIDA POR DAVID CRONENBERG,<br />
rezaba la etiqueta. Esperaba con impaciencia que expidieran la orden de registro, porque volver patas<br />
arriba el apartamento de aquel tipo sería para troncharse de risa.<br />
The Wizard of Gore. Cuando llamaron a la puerta la primera vez, Rehnquist dejó el ajado ejemplar<br />
de Jeremiad, donde había marcado el párrafo más aterrador: ... y al amanecer, él volvería a levantarse,<br />
poseído por su hambre, por su sed inagotable, para ver un mundo nuevo y sombrío a<br />
través de los ojos ausentes de los muertos de la puerta contigua. A sus pies yacía el fino tubo de<br />
plástico enroscado que se había quitado de la axila, y del cual había vaciado la falsa sangre.<br />
–No es real –dijo Rehnquist y dejaron de llamar a la puerta–. «Nunca» ha sido real.<br />
La ventana de su izquierda se hizo añicos y una lluvia de cristales salió despedida en todas direcciones;<br />
después, la puerta estalló hacia dentro y quedó bostezando sobre un solo gozne, y las<br />
manos, las manos que le hacían señas, se abalanzaron sobre él. La larga noche había terminado. Por<br />
fin, los zombies habían ido a buscarle.<br />
X-tro. El reverendo Wilson Macomber se puso en pie para enfrentarse al subcomité Stodder y su<br />
voz no amplificada reverberó en la sala de audiencias.<br />
–Ignoro si alguna otra persona ha hecho esto por todos vos<strong>otros</strong>, pero quiero rezar por vos<strong>otros</strong><br />
ahora mismo, y quiero pediros a todos los que estéis en esta sala y temáis a Dios que inclinéis las<br />
cabezas. –Apretó un pequeño ejemplar del Nuevo Testamento contra su corazón–. Señor... te ruego<br />
que destruyas la maldad de esta ciudad y la de todas las ciudades. Te ruego que traces la línea, tal<br />
como está escrito aquí. y que quienes sean justos, sigan siendo justos, y que quienes sean obscenos,<br />
sigan siendo obscenos...<br />
En el fondo de la sala de audiencias, con el rostro perfilado por las sombras, Tallis se revolvió,<br />
incómodo. Por la mirada de insecto de Macomber, reflejada por la pétrea sonrisa de James Stodder<br />
y los ojos fantasmales de Cameron Blake, supo que había acabado. Y cuando comenzó la votación<br />
de la ley H. R. 1762. dio media vuelta y se alejó hacia la repentina luz de un día silencioso.<br />
Les Yeux Sans Visage. Meses más tarde, en otro tipo de teatro, unos estudiantes de Medicina con<br />
batas verdes presenciaban el drama de los procedimientos de estereotaxis; la justicia se impartía en<br />
el último rollo de la película.<br />
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