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<strong>Stephen</strong> <strong>King</strong> y Otros <strong>Horror</strong> 7<br />
Bloody Marys, buscaron un terreno común. La conversación pasó de Lovecraft al último restaurante<br />
de mariscos de Old Town Alexandria; y después, mientras Tallis se bebía su tercer cóctel, le habló<br />
del año que había pasado en Italia con Dario Argento, y le arrancó unas carcajadas sinceras con una<br />
anécdota sobre el guión traducido erróneamente para Lachrymae. Ella, a su vez, le contó la historia<br />
de la estudiante graduada que lo había catalogado como el escritor más peligroso después de Norman<br />
Mailer.<br />
–Todo un cumplido –dijo él–. ¿Y qué crees tú?<br />
Cameron Blake movió la cabeza y repuso:<br />
–Le dije que antes intentara leer tus libros. Al marcharse del hotel, él se detuvo ante un quiosco<br />
para comprar un ejemplar de bolsillo de Jeremiad.<br />
–Un regalo para tu estudiante –dijo. Cuando intentó darle la mano, ella vaciló. Al cabo de un<br />
momento, se quedó solo.<br />
Suspiria. A Cameron Blake le sorprendió su voz, poco más que un suspiro.<br />
–Hola –dijo.<br />
La puerta se cerró de golpe tras ella, y él emergió de entre las sombras y se situó en la luz, impidiéndole<br />
el paso. Cameron retrocedió y, mientras, analizaba al joven desaliñado que había irrumpido<br />
en su casa. Por un momento, creyó que se habían visto en otra parte; extraños bajo un aguacero<br />
repentino.<br />
–Quiero enseñarle una cosa –dijo Rehnquist.<br />
Cuando ella lo empujó con la intención de llegar al teléfono, la cinta de vídeo que él le había<br />
ofrecido cayó al suelo y se rompió sobre el piso de madera dura. En ese momento, mientras la cinta<br />
se desenrollaba sin vida por el suelo, el destino de ambos quedó sellado.<br />
The Texas Chainsaw Massacre. Tallis había colgado el auricular cuando sonó la primera vez.<br />
Había esperado a que ella telefoneara, pero la voz que al otro extremo de la línea reverberaba en el<br />
siseo de la larga distancia era la de Gavin Widmark; se trataba de su voz de negocios, afable, pero<br />
medida, que sólo podía presagiar malas noticias. A pesar de tener tres millones de ejemplares de Jeremiad<br />
en prensa, Berkley se había negado a publicar la nueva novela. Si considerara las supresiones<br />
propuestas... Si meditara acerca del nivel de violencia... Si... Sin decir palabra, Tallis volvió a<br />
colgar con suavidad. Se sirvió otro dedo de ginebra en la copa y se quedó mirando con fijeza las<br />
crecientes profundidades de la pantalla vacía de su ordenador.<br />
The Undertaker and His Pals. Mientras Rehnquist abría la navaja barbera, Cameron se dijo que<br />
no tenía escapatoria. Al avanzar hacia ella, una fría certidumbre le llenaba los ojos; la luz lanzó un<br />
destello en la cuchilla, y ella se apretó contra la pared mientras lo observaba y esperaba.<br />
–Por ti, Cameron –dijo el joven.<br />
La navaja destelló y fue a rasgar la muñeca izquierda del muchacho,, lamiéndole la vena. Cerró<br />
los ojos con fuerza, pero él repitió, esta vez en un grito:<br />
–Por ti, Cameron.<br />
Y ella volvió a mirar justo cuando los dedos de la mano izquierda del joven caían sobre la alfombra<br />
en medio de una lluvia de sangre.<br />
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