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<strong>Stephen</strong> <strong>King</strong> y Otros <strong>Horror</strong> 7<br />
clasificaciones X. ni etiquetas que advirtieran sobre las escenas de sexo y violencia, ni secuestro de<br />
libros de los estantes de las bibliotecas, ni comités ni investigaciones. Al principio había sueños incoloros.<br />
Se decía que había paz y prosperidad; y él durmió con esa inocente convicción hasta que<br />
una noche despertó en el asiento trasero de su coche, paralizado por la pesadilla en blanco y negro,<br />
el apocalipsis en vivo que se desarrollaba en la pantalla de un auto-cine.<br />
–Vienen por ti. Barbara –había advertido el actor. Pero Rehnquist supo que los zombies iban por<br />
él; las ventanas se sacudían, las puertas estallaban hacia dentro. Había aprendido que los muertos<br />
estaban vivos y tenían hambre –hambre de él–, y que a partir de entonces los sueños serían siempre<br />
en color rojo.<br />
Orgy of the Blood Parasites. El martillo volvió a golpear y a medida que los gritos se iban apagando,<br />
Tallis reanudó el alegato que había preparado.<br />
–Conforme a la legislación propuesta –leyó sin esperar a que se hiciera el silencio–, que la representación<br />
de la violencia constituya o no pornografía depende de la perspectiva adoptada por el<br />
escritor o el director de cine. Una historia que sea violenta, y que se limite a representar mujeres... –<br />
Dio un brinco al oír el renovado coro de indignados–, que se limite a representar mujeres, repito, en<br />
posiciones de sometimiento, estará expresamente prohibida, con independencia del valor político o<br />
literario de la obra en su conjunto. Por otra parte, una historia que represente a mujeres en posiciones<br />
de igualdad será legal, con independencia de cuan gráficas sean sus escenas de violencia. Esto...<br />
–Hizo una pausa y miró primero a James Stodder, luego a cada uno de los miembros del subcomité–<br />
, esto es control de pensamiento.<br />
Profondo Rosso. Widmark lo condujo entre las dos filas de periodistas apostados en el exterior<br />
del Edificio Rayburn. Tallis miró hacia el oeste, pero sólo vio una hilera tras otra de fachadas de<br />
mármol blanco.<br />
–Esto es un suicidio –dijo Widmark–. Te das cuenta, ¿verdad? Echa un vistazo.<br />
Esgrimió un sobre lleno de fotocopias de recortes de prensa y reseñas bibliográficas y luego le<br />
entregó a Tallis una carta en la que se detallaban las prolongadas supresiones que Barkley proponía<br />
para la nueva novela. Tallis rompió la carta por la mitad sin leerla y murmuró:<br />
–Necesito una copa.<br />
Luego, saludó con la mano a la rubia que lo esperaba unos peldaños más abajo. Nadie se había<br />
fijado en el joven con gafas de fina montura metálica, bañado por el rojo intenso del sol poniente.<br />
Quella Villa Accanto il Cimitero. Rehnquist había encontrado la respuesta en la primera plana<br />
del Washington Pos, mientras leía las notas sobre el último testimonio ante el iracundo subcomité<br />
Stodder. Allí, entre citas en negritas de un jefe de policía del Medio Oeste y de un psicoanalista con<br />
el inverosímil apellido de Freudstein, aparecía una borrosa fotografía con la siguiente etiqueta: PRO-<br />
FESORA CAMERON BLAKE, de GEORGETOWN, y la aclaración al pie decía: La violencia en libros y<br />
películas también puede ser real. Con nerviosa familiaridad, sus dedos siguieron el contorno de<br />
aquel rostro: el cabello rubio, los finos labios entreabiertos en una ansiosa advertencia, los grandes<br />
ojos negros de Barbara Steele. Cuando levantó la mano, sólo vio la negra mancha dejada en sus dedos<br />
por la letra impresa. Entonces supo lo que debía hacer.<br />
Reanimator. Compartieron un reservado en la cafetería del Capitol Hilton, y, mientras bebían<br />
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