Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
<strong>Stephen</strong> <strong>King</strong> y Otros <strong>Horror</strong> 7<br />
–¡Maldición! De acuerdo, ya voy. –Subí los peldaños de dos en dos, y cuando llegué arriba me<br />
encontré con Jean–. Arréglatelas como puedas –le dije–, pero no permitas que los niños bajen. No<br />
quiero explicártelo ahora mismo, pero Harriet nos ha hecho un regalo que no deseamos. Y no se<br />
trata de un ratón muerto.<br />
–¿Cómo?<br />
Después de analizar su estado de ánimo, agregué:<br />
–Será mejor que tú tampoco bajes. No te gustará un pelo.<br />
George era nuestro vecino más próximo. Vivíamos en unas parcelas en las que todas las casas<br />
tienen revestimiento de aluminio y garaje para dos coches. No había setos y las casas estaban construidas<br />
muy próximas, de manera que uno acababa aprendiendo a llevarse bien con los vecinos.<br />
George era un buen tipo. Trabajaba como ingeniero en una de las empresas locales de electrónica.<br />
Yo soy contable y cada año le ayudo a hacer la declaración de la renta, de manera que no existen<br />
demasiados secretos entre nos<strong>otros</strong>.<br />
Me esperaba frente a su garaje, una de cuyas puertas permanecía levantada. Había sacado la camioneta<br />
y la tenía estacionada en el sendero de entrada. George parecía incómodo; sudaba a pesar<br />
de que apenas había dieciocho grados de temperatura ambiente. Rondaba los cuarenta años, como<br />
yo, y su cabello comenzaba a tornarse gris. Se encontraba en una excelente condición física: cada<br />
mañana corría para no aumentar de peso y mantenerse en forma. Yo le tomaba el pelo siempre porque<br />
tenía que correr para mantenerse en forma, mientras que yo era un tipo saludable sin necesidad<br />
de esforzarme tanto.<br />
–¿Qué ocurre, George? –le pregunté.<br />
–¡Dios santo, Ted, no vas a creértelo! Pasa y dime lo que piensas de esto.<br />
Me condujo al interior del garaje, a un rincón donde su perra dálmata estaba echada. Se hallaba<br />
tendida sobre una bolsa de dormir vieja y sucia y gemía quedo. También oí el agudo gemido de otra<br />
cosa que yacía junto a ella, una camada de... no, no se trataba de una camada de cachorros.<br />
–Fíjate en esas malditas cosas –me pidió George–. ¿Habías visto algo así en tu vida?<br />
Desde luego que sí. Los animales que la perra dálmata acababa de parir eran exactamente iguales<br />
a los de la camada de Harriet. Eran algo más grandes, pero, por lo demás, parecían un duplicado<br />
exacto.<br />
Había ocho en total.<br />
No tengo amplios conocimientos de biología, pero sé que existen ciertas cosas que se supone<br />
son imposibles. Los gatos tienen gatitos, y los perros tienen perritos. Maldita sea, así es como se supone<br />
que han de ser las cosas.<br />
Toda clase de ideas acudió a mi mente, pero ninguna de ellas me servía de respuesta aceptable a<br />
lo que estaba presenciando. ¿Sería producto de la contaminación del aire o del agua? ¿De la radiación?<br />
¿De algo sobrenatural? ¿De algo proveniente del espacio extraterrestre?<br />
Negué con la cabeza. Yo no creía en todas esas tonterías. Creo en los números y en la ciencia, al<br />
menos hasta donde yo puedo entenderlos. Si algo no computa, no puede ocurrir.<br />
–Mira, George, quizá me esté volviendo majara, pero creo que esta camada es idéntica a la que<br />
Harriet acaba de parir.<br />
–¿Tu «gata»?<br />
–Sí. ¿Lo crees posible?<br />
53