Horror 7- Stephen King y otros
Horror 7- Stephen King y otros Horror 7- Stephen King y otros
Stephen King y Otros Horror 7 Agarró a su hermanito de la mano y, sin decir palabra, le ayudó a subir la escalera. Yo esperaba que Ted protestara; pero parecía confundido con lo que sucedía y no sentía tanta curiosidad. Me acerqué a la gata con precaución y me incliné para ver si ya había nacido algún gatito. La luz era tenue en aquella zona del sótano, pero logré distinguir dos siluetas por lo menos que se retorcían y luchaban por llegar a las tetas de la madre. Harriet era una gata amarilla y tenía una mancha blanca en la zona del vientre, sin embargo, los dos gatitos eran grisáceos. Observé como tres más salían rápidamente, y después la gata expulsaba la placenta. Harriet levantó la cabeza y me miró como suplicante. –No me mires así –dije–. Yo no te he metido en esto. Pam había regresado. –¡Vaya, me lo he perdido! –exclamó. –Pues ya se ha acabado todo. Será mejor que... –¿Y eso qué es? –inquirió señalando la placenta–. ¡Sí que es gordo! No se me ocurrió ninguna respuesta fácil. Me volví hacia Pam, me agaché para quedar cara a cara con ella, le puse las manos sobre los hombros y le expliqué: –Cuando los animales tienen hijitos, se... –y no supe cómo continuar. –¡Muy gordo! –exclamó, y añadió un par de sílabas extra a la palabra «gordo», que últimamente se había convertido en una de las palabras más utilizadas de su vocabulario. Miré hacia atrás. Yo esperaba descubrir a Harriet haciendo lo que es natural en muchos animales; en cambio, vi algo para lo que no estaba preparado en absoluto. Los gatitos se estaban comiendo la placenta. –Eso sí que es gordo –reconocí. Después de llevar a Pam con su madre, regresé al sótano para echar otro vistazo. Esta vez enchufé el foco de emergencia y lo sostuve por encima del nido de Harriet. Casi de inmediato, las pupilas de sus ojos se convirtieron en unos puntitos negros. Noté un extraño olor que podía ser descrito como una mezcla de orina, sangre y podredumbre. Intenté respirar por la boca, me agaché y me acerqué a la paridera todo lo que mi atrevimiento me permitió. La placenta había desaparecido. La camada constaba de cinco animales, pero yo no los habría llamado gatitos. El color grisáceo que me había parecido entrever antes resultó ser el tono de la piel, porque ninguno de ellos tenía pelo. Sus ojos, que deberían haber estado cerrados, se encontraban muy abiertos y eran sonrosados. Carecían de cola, pero tenían pequeñas garras. Cielos, no parecían gatos.... más bien se parecían a unos feos topos lampiños. Harriet no se había tomado la molestia de lamerlos para limpiarlos, y estaban cubiertos por una costra de sangre reseca. «Mutantes –pensé–, bastardos asquerosos.» Por eso Harriet no los había limpiado: probablemente, cuando se diera cuenta de lo que eran, acabaría matándolos. Uno de ellos, tendido sobre el lomo, boqueaba hacia el techo, mientras movía las patas con desesperación, como si no lograra darse la vuelta. Tenía la boca muy abierta y advertí que los dientes eran largos, más parecidos a los de un animal adulto que a los de un gatito, y muy afilados. Se me revolvió el estómago. Pensé que, de un momento a otro, vomitaría el almuerzo. –Ted, ¿quieres subir? –gritó Jean desde lo alto de la escalera–. George quiere verte. –¿No puede esperar? Aquí abajo hay un verdadero desastre. –Dice que es importante. Parece preocupado. 52
Stephen King y Otros Horror 7 –¡Maldición! De acuerdo, ya voy. –Subí los peldaños de dos en dos, y cuando llegué arriba me encontré con Jean–. Arréglatelas como puedas –le dije–, pero no permitas que los niños bajen. No quiero explicártelo ahora mismo, pero Harriet nos ha hecho un regalo que no deseamos. Y no se trata de un ratón muerto. –¿Cómo? Después de analizar su estado de ánimo, agregué: –Será mejor que tú tampoco bajes. No te gustará un pelo. George era nuestro vecino más próximo. Vivíamos en unas parcelas en las que todas las casas tienen revestimiento de aluminio y garaje para dos coches. No había setos y las casas estaban construidas muy próximas, de manera que uno acababa aprendiendo a llevarse bien con los vecinos. George era un buen tipo. Trabajaba como ingeniero en una de las empresas locales de electrónica. Yo soy contable y cada año le ayudo a hacer la declaración de la renta, de manera que no existen demasiados secretos entre nosotros. Me esperaba frente a su garaje, una de cuyas puertas permanecía levantada. Había sacado la camioneta y la tenía estacionada en el sendero de entrada. George parecía incómodo; sudaba a pesar de que apenas había dieciocho grados de temperatura ambiente. Rondaba los cuarenta años, como yo, y su cabello comenzaba a tornarse gris. Se encontraba en una excelente condición física: cada mañana corría para no aumentar de peso y mantenerse en forma. Yo le tomaba el pelo siempre porque tenía que correr para mantenerse en forma, mientras que yo era un tipo saludable sin necesidad de esforzarme tanto. –¿Qué ocurre, George? –le pregunté. –¡Dios santo, Ted, no vas a creértelo! Pasa y dime lo que piensas de esto. Me condujo al interior del garaje, a un rincón donde su perra dálmata estaba echada. Se hallaba tendida sobre una bolsa de dormir vieja y sucia y gemía quedo. También oí el agudo gemido de otra cosa que yacía junto a ella, una camada de... no, no se trataba de una camada de cachorros. –Fíjate en esas malditas cosas –me pidió George–. ¿Habías visto algo así en tu vida? Desde luego que sí. Los animales que la perra dálmata acababa de parir eran exactamente iguales a los de la camada de Harriet. Eran algo más grandes, pero, por lo demás, parecían un duplicado exacto. Había ocho en total. No tengo amplios conocimientos de biología, pero sé que existen ciertas cosas que se supone son imposibles. Los gatos tienen gatitos, y los perros tienen perritos. Maldita sea, así es como se supone que han de ser las cosas. Toda clase de ideas acudió a mi mente, pero ninguna de ellas me servía de respuesta aceptable a lo que estaba presenciando. ¿Sería producto de la contaminación del aire o del agua? ¿De la radiación? ¿De algo sobrenatural? ¿De algo proveniente del espacio extraterrestre? Negué con la cabeza. Yo no creía en todas esas tonterías. Creo en los números y en la ciencia, al menos hasta donde yo puedo entenderlos. Si algo no computa, no puede ocurrir. –Mira, George, quizá me esté volviendo majara, pero creo que esta camada es idéntica a la que Harriet acaba de parir. –¿Tu «gata»? –Sí. ¿Lo crees posible? 53
- Page 1 and 2: Stephen King y Otros HORROR 7 SELEC
- Page 3 and 4: Stephen King y Otros Horror 7 AGRAD
- Page 5 and 6: Stephen King y Otros Horror 7 les B
- Page 7 and 8: Stephen King y Otros Horror 7 ¿Qu
- Page 9 and 10: Stephen King y Otros Horror 7 -¿Y
- Page 11 and 12: Stephen King y Otros Horror 7 -¿De
- Page 13 and 14: Stephen King y Otros Horror 7 que f
- Page 15 and 16: Stephen King y Otros Horror 7 dió
- Page 17 and 18: Stephen King y Otros Horror 7 -Otro
- Page 19 and 20: Stephen King y Otros Horror 7 puert
- Page 21 and 22: Stephen King y Otros Horror 7 DEPÓ
- Page 23 and 24: Stephen King y Otros Horror 7 las c
- Page 25 and 26: Stephen King y Otros Horror 7 rueda
- Page 27 and 28: Stephen King y Otros Horror 7 LA NU
- Page 29 and 30: Stephen King y Otros Horror 7 ron p
- Page 31 and 32: Stephen King y Otros Horror 7 -Eh,
- Page 33 and 34: Stephen King y Otros Horror 7 LA FU
- Page 35 and 36: Stephen King y Otros Horror 7 -¿Cu
- Page 37 and 38: Stephen King y Otros Horror 7 Cuand
- Page 39 and 40: Stephen King y Otros Horror 7 aunqu
- Page 41 and 42: Stephen King y Otros Horror 7 del l
- Page 43 and 44: Stephen King y Otros Horror 7 me ll
- Page 45 and 46: Stephen King y Otros Horror 7 Te od
- Page 47 and 48: Stephen King y Otros Horror 7 Cuand
- Page 49 and 50: Stephen King y Otros Horror 7 Borr
- Page 51: Stephen King y Otros Horror 7 casta
- Page 55 and 56: Stephen King y Otros Horror 7 Obser
- Page 57 and 58: Stephen King y Otros Horror 7 -Me d
- Page 59 and 60: Stephen King y Otros Horror 7 CINE
- Page 61 and 62: Stephen King y Otros Horror 7 en la
- Page 63 and 64: Stephen King y Otros Horror 7 clasi
- Page 65 and 66: Stephen King y Otros Horror 7 -Por
- Page 67 and 68: Stephen King y Otros Horror 7 LECHO
- Page 69 and 70: Stephen King y Otros Horror 7 GÓTI
- Page 71 and 72: Stephen King y Otros Horror 7 Ella
- Page 73 and 74: Stephen King y Otros Horror 7 impor
- Page 75 and 76: Stephen King y Otros Horror 7 -¡Qu
- Page 77 and 78: Stephen King y Otros Horror 7 mal,
- Page 79 and 80: Stephen King y Otros Horror 7 Sali
- Page 81 and 82: Stephen King y Otros Horror 7 SUEÑ
- Page 83 and 84: Stephen King y Otros Horror 7 contr
- Page 85 and 86: Stephen King y Otros Horror 7 A Beb
- Page 87 and 88: Stephen King y Otros Horror 7 Una v
- Page 89 and 90: Stephen King y Otros Horror 7 tení
- Page 91 and 92: Stephen King y Otros Horror 7 Enton
- Page 93 and 94: Stephen King y Otros Horror 7 SI TO
- Page 95 and 96: Stephen King y Otros Horror 7 Nancy
- Page 97 and 98: Stephen King y Otros Horror 7 de ha
- Page 99 and 100: Stephen King y Otros Horror 7 ... -
- Page 101 and 102: Stephen King y Otros Horror 7 latas
<strong>Stephen</strong> <strong>King</strong> y Otros <strong>Horror</strong> 7<br />
Agarró a su hermanito de la mano y, sin decir palabra, le ayudó a subir la escalera. Yo esperaba<br />
que Ted protestara; pero parecía confundido con lo que sucedía y no sentía tanta curiosidad.<br />
Me acerqué a la gata con precaución y me incliné para ver si ya había nacido algún gatito. La<br />
luz era tenue en aquella zona del sótano, pero logré distinguir dos siluetas por lo menos que se retorcían<br />
y luchaban por llegar a las tetas de la madre. Harriet era una gata amarilla y tenía una mancha<br />
blanca en la zona del vientre, sin embargo, los dos gatitos eran grisáceos. Observé como tres<br />
más salían rápidamente, y después la gata expulsaba la placenta. Harriet levantó la cabeza y me<br />
miró como suplicante.<br />
–No me mires así –dije–. Yo no te he metido en esto.<br />
Pam había regresado.<br />
–¡Vaya, me lo he perdido! –exclamó.<br />
–Pues ya se ha acabado todo. Será mejor que...<br />
–¿Y eso qué es? –inquirió señalando la placenta–. ¡Sí que es gordo!<br />
No se me ocurrió ninguna respuesta fácil. Me volví hacia Pam, me agaché para quedar cara a cara<br />
con ella, le puse las manos sobre los hombros y le expliqué:<br />
–Cuando los animales tienen hijitos, se... –y no supe cómo continuar.<br />
–¡Muy gordo! –exclamó, y añadió un par de sílabas extra a la palabra «gordo», que últimamente<br />
se había convertido en una de las palabras más utilizadas de su vocabulario.<br />
Miré hacia atrás. Yo esperaba descubrir a Harriet haciendo lo que es natural en muchos animales;<br />
en cambio, vi algo para lo que no estaba preparado en absoluto.<br />
Los gatitos se estaban comiendo la placenta.<br />
–Eso sí que es gordo –reconocí.<br />
Después de llevar a Pam con su madre, regresé al sótano para echar otro vistazo. Esta vez enchufé<br />
el foco de emergencia y lo sostuve por encima del nido de Harriet. Casi de inmediato, las pupilas<br />
de sus ojos se convirtieron en unos puntitos negros. Noté un extraño olor que podía ser descrito<br />
como una mezcla de orina, sangre y podredumbre. Intenté respirar por la boca, me agaché y me<br />
acerqué a la paridera todo lo que mi atrevimiento me permitió.<br />
La placenta había desaparecido. La camada constaba de cinco animales, pero yo no los habría<br />
llamado gatitos. El color grisáceo que me había parecido entrever antes resultó ser el tono de la piel,<br />
porque ninguno de ellos tenía pelo. Sus ojos, que deberían haber estado cerrados, se encontraban<br />
muy abiertos y eran sonrosados. Carecían de cola, pero tenían pequeñas garras. Cielos, no parecían<br />
gatos.... más bien se parecían a unos feos topos lampiños. Harriet no se había tomado la molestia de<br />
lamerlos para limpiarlos, y estaban cubiertos por una costra de sangre reseca. «Mutantes –pensé–,<br />
bastardos asquerosos.» Por eso Harriet no los había limpiado: probablemente, cuando se diera<br />
cuenta de lo que eran, acabaría matándolos.<br />
Uno de ellos, tendido sobre el lomo, boqueaba hacia el techo, mientras movía las patas con desesperación,<br />
como si no lograra darse la vuelta. Tenía la boca muy abierta y advertí que los dientes<br />
eran largos, más parecidos a los de un animal adulto que a los de un gatito, y muy afilados. Se me<br />
revolvió el estómago. Pensé que, de un momento a otro, vomitaría el almuerzo.<br />
–Ted, ¿quieres subir? –gritó Jean desde lo alto de la escalera–. George quiere verte.<br />
–¿No puede esperar? Aquí abajo hay un verdadero desastre.<br />
–Dice que es importante. Parece preocupado.<br />
52