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<strong>Stephen</strong> <strong>King</strong> y Otros <strong>Horror</strong> 7<br />
Cuando instalamos por primera vez el campamento en Eagle Peak fue a finales del verano del<br />
ochenta, un año en que no hubo otoño. En septiembre, un día, todo cielo azul y camisetas; al día siguiente,<br />
todo nublado, gris y abrigos de piel con capucha. Aquel mismo año, de hecho hacía unos<br />
pocos meses, el Monte St. Helens había hecho erupción, y lanzado al cielo una nube de cenizas que<br />
penetró en la atmósfera a más de veinte kilómetros de altura. Y los meteorólogos anunciaron entonces<br />
que las cenizas podrían ejercer una influencia significativa en las pautas climatológicas. Algo<br />
así como un invierno nuclear localizado; eso fue lo que pronosticaron para algunas partes del país.<br />
Pero ¿quién escucha a los meteorólogos?<br />
«Escalinata al Cielo.» Así llamábamos a nuestra pequeña comunidad de Eagle Peak. Un tanto<br />
esotérico y onanista de nuestra parte, pero los artistas somos así. Nos reunió una subvención del gobierno.<br />
Había que interpretar las cuatro estaciones a través de distintos medios artísticos. (Por desgracia,<br />
no fue Frankie Valli y Las cuatro estaciones. Por aquel entonces, mi perspectiva de las hojas<br />
muertas y los fríos aguaceros primaverales.) En el mejor de los casos, aquélla fue una empresa nebulosa,<br />
pero con tal de que el gobierno estuviera conforme con pagar las facturas, todos nos mostramos<br />
deseosos de llevar el proyecto adelante.<br />
Instalamos nuestra pequeña «Escalinata» en un valle: hacia el norte, un despeñadero de roca nos<br />
protegía de los vientos que solían barrer el parque; y, hacia el sur, se extendía un sendero en el que<br />
esperábamos que el sol nos mantuviera calientes durante aquellos fríos días de enero, cuando los<br />
cielos estaban despejados.<br />
El grupo lo componíamos doce en total; era la primera vez que nos veíamos y todos nos dedicábamos<br />
a distintas facetas del quehacer artístico: tallado de madera, marroquinería, aceites, escultura,<br />
arte dramático, escenografía, fotografía... Yo era el Hemingway del grupo. Se suponía que en nuestros<br />
trabajos debíamos introducir los recursos naturales en la medida de lo posible. Con bayas, tallos<br />
y piedras calizas hacíamos pinturas; el cuero lo obteníamos de la piel de los animales, y la madera<br />
para las tallas la conseguíamos de los árboles recién caídos...<br />
La creatividad desenfrenada, podríamos decir.<br />
En mi calidad de escritor solitario, sospecho que mi presencia en la «Escalinata» no tenía otro<br />
fin que el de dejar constancia escrita de la experiencia. La subvención no era demasiado explícita en<br />
lo que a resultados obtenidos se refería. En cuanto a mis vagas intenciones (que desde entonces he<br />
abandonado), abrigaba las más altas esperanzas de reunir material para un libro sobre el folclor y la<br />
mística, los cuales pensé que, a la larga, llegarían a desempeñar un papel en nuestra experiencia de<br />
retorno a la naturaleza.<br />
Imagino que abandoné esas intenciones cuando ya no fui capaz de entender con exactitud qué<br />
ocurría en la «Escalinata».<br />
Desde el primer día, dos de nos<strong>otros</strong> nos unimos y formamos la pareja de intrusos. Margo<br />
McKennen, una fotógrafa, iba cargada de grados de apertura útiles, velocidades de obturador, objetivos<br />
gran angular y zooms. En cierto modo, los dos éramos más observadores que creadores, y a<br />
veces he pensado que esa leve distinción fue la que nos mantuvo a una cierta distancia del resto del<br />
grupo. En la escala social artística. Margo y yo estábamos con un pie en el último peldaño y otro en<br />
el aire. Creo que deberíamos haber tenido una regla no escrita (como es natural, no podía estar escrita)<br />
que estipulase que cuanto más te ensuciabas las manos en el proceso creativo de la obra de arte,<br />
más alto era el puesto que ocupabas en la escala. Margo y yo nos esforzábamos por mantenernos<br />
a bordo.<br />
La primera vez que vi a Margo, siempre estaba ocupada con su cámara, registrando esto y aquello<br />
con su característico zumbido, y una energía nerviosa que jamás parecía satisfecha. En ciertos<br />
aspectos, yo imaginaba que la cámara era una extensión de Margo. Veía el mundo –en toda su feal-<br />
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