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<strong>Stephen</strong> <strong>King</strong> y Otros <strong>Horror</strong> 7<br />
ESCULTURAS DE HIELO<br />
David B. Silva<br />
David, que dirige The <strong>Horror</strong> Show –revista trimestral de terror que, según Dean R. Koonts, es<br />
«justo lo que le hace falta al género»–, la dirige de verdad. Es como todos los editores deberían ser<br />
para poder defenderse: alto, corpulento, ancho de hombros y debajo de ellos lleva algo que tiene un<br />
sospechoso parecido con los músculos. Su primera novela, «Child of Darkness», era igual de fuerte.<br />
Ganador de los principales premios del Small Press Writers and Artists Organization (SPWAO),<br />
Dave es un californiano de treinta y siete años que avanza como escritor gracias a sus propios méritos<br />
y saltos.<br />
En este caso, se catapulta hasta conseguir este relato único, gigantesco, el que tarde o temprano<br />
todos logramos: para superarlo hay que estirarse mucho y crecer. «Esculturas de hielo» constituye<br />
una estremecedora y tierna experiencia de lectura que desencadena un sinfín de emociones y una sensación<br />
de fatalidad cósmica que durante años permanecerá alojada con sus aterradores secretos en<br />
las neuronas palpitantes del lector.<br />
Creí que lo había olvidado.<br />
***<br />
Desde entonces, la primavera, el verano y el otoño han venido y se han marchado, y supongo<br />
que me resultó fácil engañarme y creer que el pasado era, por fin, algo que pertenecía a los fríos e<br />
imposibles días del ayer. Ojos que no ven, corazón que no siente. Pero las cosas inconclusas tienen<br />
la manía de revolotear alrededor de nuestra vida hasta que ya no podemos pasarlas por alto. Supongo<br />
que ésa fue la razón que me hizo revelar el carrete. Supongo que ésa fue la razón por la que<br />
no me sorprendió la fotografía que siempre supe que estaría allí.<br />
El ayer jamás abandona nuestra alma. Simplemente, finge haberse marchado hasta que está listo<br />
para regresar...<br />
En verano, Eagle Peak era una suave nube blanca colgada en el centro del universo, en algún<br />
punto entre el cielo y la tierra. Si inhalabas aquel aire, te helaba el alma. Si formabas un cuenco con<br />
tus manos y bebías el agua de su lago, te recordaba cuán vivo estabas. Cada soplo era el aroma de<br />
pino recién cortado; cada mirada, un brillante arco iris cargado de flores alpinas.<br />
Esa sensación de vida estival es lo que he intentado recordar de Eagle Peak. Aunque, al parecer,<br />
lo que no logro olvidar es el invierno.<br />
El invierno es una estación fría y extraña, de sueños oscuros e hibernaciones. De suave nieve<br />
que flota desde el cielo hasta la tierra, como blancas mariposas de leche, que transforma, de ese<br />
modo tan engañoso, los tuétanos en hielo y el verano en un vago recuerdo. Como un hechizo. Deja<br />
que te arrulle hasta dormirte, y te conducirá a la muerte. Toca sus afilados carámbanos –colgados<br />
como estalactitas de los árboles y rocas, a veces goteando y a veces no–, y, antes de que te des<br />
cuenta, el diáfano hielo se teñirá con el rojo de tu sangre.<br />
La madre naturaleza en el colmo de su perversidad, eso es el invierno.<br />
La madre naturaleza en el colmo de su perversidad.<br />
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