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Horror 7- Stephen King y otros

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<strong>Stephen</strong> <strong>King</strong> y Otros <strong>Horror</strong> 7<br />

LA FUTURA DIFUNTA<br />

Richard Matheson<br />

Muy pocos escritores del género fantástico han mostrado mejor su ascendencia estadounidense que<br />

R. Matheson. Fue uno de los primeros en situar sus especulaciones más negras en ambientes que no<br />

diferían, creo, de los del lector. Por esto y por el hecho de que sus relatos suelen estar ambientados en<br />

el ahora, su presentación quirúrgica de lo inesperado atrapa a casi todos los lectores desde el mismo<br />

principio.<br />

Dick Matheson nunca ha sido superado en su utilización del horror identificable. Emerge del diálogo<br />

que se eleva de una página impresa como la realidad misma. El autor de The Shrinking Man,<br />

«Duel», «The Test», «What Dreams May Come», «Being», Bid Time Return, y «Prey» obtuvo, en<br />

1984, el World Fantasy Award a la obra de toda una vida. Tal vez deberían haber suspendido la concesión<br />

del premio desde ese preciso momento.<br />

Con la joya rutilante de un cuento inédito de Richard Matheson a la vista, ¿qué más se podría<br />

agregar?<br />

***<br />

El hombrecillo abrió la puerta y entró; fuera quedó la deslumbradora luz del sol. Aquel hombrecillo<br />

larguirucho, de aspecto simple y ralo cabello gris, rondaría los cincuenta años o poco más.<br />

Cerró la puerta sin hacer ruido y se quedó en el lóbrego vestíbulo, en espera de que los ojos se le<br />

acostumbraran al cambio de luz. Vestía un traje negro, camisa blanca y corbata negra. Su pálido<br />

rostro aparecía sin transpiración a pesar del calor.<br />

Cuando sus ojos se hubieron acostumbrado a la penumbra, se quitó el sombrero panamá y<br />

avanzó por el pasillo hasta el despacho: sus zapatos negros no hicieron ruido alguno al pisar sobre<br />

la alfombra.<br />

El empleado de la funeraria levantó la vista de su escritorio para saludarle.<br />

–Buenas tardes.<br />

–Buenas tardes –repuso el hombrecillo, que tenía una voz suave.<br />

–¿Puedo ayudarle en algo?<br />

–Sí –respondió el hombrecillo.<br />

Con un ademán, el empleado de la funeraria le indicó la butaca que había del otro lado de su escritorio<br />

y le dijo:<br />

–Por favor.<br />

El hombrecillo se sentó en el borde de la butaca y dejó el panamá sobre su regazo. Observó que<br />

el empleado de la funeraria abría un cajón y sacaba un impreso. Después, retiró una estilográfica<br />

negra de su base de ónice, y preguntó:<br />

–¿Quién es el difunto?<br />

–Mi esposa –dijo el hombrecillo.<br />

El empleado de la funeraria emitió un cloqueo de condolencia.<br />

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