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Horror 7- Stephen King y otros

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<strong>Stephen</strong> <strong>King</strong> y Otros <strong>Horror</strong> 7<br />

segundos; pero Harry conocía más detalles de la historia: llegar al centro del escenario le había costado<br />

veinte años.<br />

Hacía veinte años... En aquella época, la espera sí que resultaba verdaderamente ardua: ahí de<br />

pie, con aquel sombrero cómico y los pantalones enormes que se ponía para el programa infantil.<br />

Tres años tuvo que luchar con dientes y uñas hasta conseguir abandonar el gueto de los sábados por<br />

la mañana. Después, lo único que logró obtener fue un programa concurso de la tarde y ocupar una<br />

línea dentro del organigrama. Una labor penosa por demás: trabajó con amas de casa chillonas que<br />

se meaban en las bragas ante preguntas tan difíciles como «¿Qué soberana de Inglaterra fue conocida<br />

con el sobrenombre de la “Reina Virgen”? Le daré una pista... No se llamaba Elizabeth Taylor».<br />

Pero Harry jugó bien sus cartas; por su cuenta, invitaba a un par de escritores que le proporcionaban<br />

material decente, y aquello dio resultado. Cuando este canal decidió hacerle la competencia a Johnny<br />

Carson con un programa nocturno de entrevistas, el agente de Harry le defendió a capa y espada<br />

para que él hiciese de presentador, y ganó la batalla.<br />

Al principio, se había sentido aterrado, pero el agente le había dado su palabra.<br />

–No te preocupes, muchacho, ahí fuera hay los suficientes noctámbulos e insomnes como para<br />

aumentar tus niveles de audiencia. Lo único que tienes que hacer es mantenerte fiel al sistema.<br />

Su consejo funcionó, y también Harry, los primeros años. Sacaba partido de los guionistas, los<br />

exprimía hasta obtener todas las ideas al cabo de una o dos temporadas, y luego los reemplazaba por<br />

<strong>otros</strong> más frescos. Todos ellos le dejaron un legado de historias humorísticas y chistes que fueron<br />

adquiriendo un formato. Los telespectadores se lo tragaban todo y él se tragaba a sus invitados...,<br />

los masticaba y luego los escupía. Un plantel completo de astutos programadores le suministraba<br />

los personajes célebres de la época: todo aquel que tuviera un nuevo programa en la cadena y todo<br />

aquel bajo contrato que no contara con un programa, pero necesitaba promocionarse. La mezcla se<br />

endulzaba con estrellas negociables, que anunciaban los estrenos de sus películas; cantantes de la<br />

lista de éxitos que presentaban sus nuevas grabaciones; viejos mitos invitados a promocionar sus<br />

autobiografías; incluso unos cuantos escritores verdaderos, que le iban muy bien para rellenar huecos<br />

cuando necesitaba a alguien que no provocara la risa. Estaba claro que aquello era un sistema. Y<br />

funcionaba.<br />

Ahora, el plantel de guionistas estaba formado por siete personas, y Harry ni siquiera tenía que<br />

perder tiempo con ellos en pensar los chistes o en revisar guiones: todo salía por la pantalla apuntadora<br />

y él debía limitarse a leer. Si un chiste no funcionaba, les cabía la posibilidad de borrarlo de la<br />

grabación antes de transmitir el programa esa noche.<br />

Con el transcurso de los años. Harry se había ido facilitando aún más las cosas; pasó de cinco a<br />

tres programas semanales, y utilizó «invitados especiales» como relleno; gente buena, aunque no<br />

demasiado buena. Aquello le ayudó, al igual que los largos meses de verano de reposiciones programadas<br />

cada año. A veces, aquellas largas ausencias lo volvían inactivo; los críticos comentaban<br />

que se estaba convirtiendo en un presentador perezoso y temperamental; pero a Harry no le importaba<br />

con tal de que jamás adivinaran el verdadero motivo.<br />

Ignoraban que estaba enfermo.<br />

Durante mucho tiempo ni siquiera él lo había sabido, porque con la bebida y las píldoras lograba<br />

seguir adelante. Pero un buen día, un par de temporadas antes, no logró superar las pruebas físicas.<br />

Le habían dicho que no era el SIDA, pero que podía tratarse de lo que los médicos denominaron<br />

una mutación del virus. En realidad, el nombre era lo que menos importaba; lo que contaba era que<br />

tenía la enfermedad y ésta lo tenía a él.<br />

Le prescribieron un tratamiento a base de unas píldoras de reciente aparición, y logró seguir adelante<br />

hasta que comenzó a perder peso. Entonces, le recetaron radiaciones de cobalto, que le hicie-<br />

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